Don Pablo...
Ud. donó a la Universidad de Chile una gran colección de libros y caracolas...

¿Cómo reunió sus primeras colecciones?

Premios literarios contantes y sonantes me ayudaron a comprar ciertos
ejemplares de precios extravagantes.
Mi biblioteca pasó a ser considerable.

Los antiguos libro de poesía relampagueaban en ella y mi inclinación a la
historia natural la llenó de grandiosos libros de botánica iluminados a
todo color; y libros de pájaros, de insectos o de peces.

Encontré milagrosos libros de viajes; Quijotes increíbles, impresos por
Ibarra; infolios de Dante con la maravillosa tipografía bodoniana; hasta
algún Molière hecho en poquísimos ejemplares, ad usum delphini,
para uso del rey de Francia...

La primera edad de un poeta
debe recoger con atención apasionada las esencias de su patria,
y luego debe devolverlas.

Debe reintegrarlas. Debe donarlas.
Su canto y su acción deben contribuir a la madurez y al crecimiento de su
pueblo.

Yo fui recogiendo estos libros
de la cultura universal,
estas caracolas de todos los océanos,
y esta espuma de los siete mares
la entrego a la Universidad por deber de conciencia y para pagar, en parte
mínima,
lo que he recibido de mi pueblo.

Recogí estos libros en todas partes.
Han viajado tanto como yo...
Algunos me los regalaron en China, otros los compré en México.

En París encontré centenares. De la Unión Soviética traigo algunos de los
más valiosos. Todos ellos forman parte de mi vida, de mi geografía
personal.

Tuve larga paciencia para buscarlos, placeres indescriptibles al
descubrirlos, y me sirvieron con su sabiduría y su belleza. Desde ahora
servirán más extensamente, continuando la generosa vida de los libros.


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