Cuéntenos, Don
Pablo...
¿Cómo
fue la ceremonia de entrega del Premio Nobel?
¿Alguna anécdota...? ¿Algo curioso...?
La
ceremonia ritual del Premio Nobel
tuvo un público inmenso, tranquilo y disciplinado, que aplaudió oportunamente
y con cortesía.
El anciano monarca nos daba la
mano a cada uno; nos entregaba el diploma, la medalla y el cheque;
y retornábamos a nuestro sitio en el escenario...
Se dice... (o se lo dijeron a Matilde
para impresionarla) que el rey estuvo más tiempo conmigo que con los
otros laureados, que me apretó la mano por más tiempo, que me trató
con evidente simpatía.
Tal vez haya sido una reminiscencia de
la antigua gentileza palaciega hacia los juglares
De todas maneras ningún otro rey me ha
dado la mano, ni por largo ni por corto tiempo.
Aquella ceremonia, tan rigurosamente
protocolar, tuvo indudablemente la debida solemnidad. La solemnidad
aplicada a las ocasiones trascendentales sobrevivirá tal vez por siempre
en el mundo. Parece ser que el ser humano las necesita.
Sin embargo, yo encontré una risueña
semejanza entre aquel desfile de eminentes laureados
y un reparto de premios escolares en una pequeña ciudad de provincia.
Matilde quiere agregar algo...
"Ese espíritu travieso y bromista
que Pablo poseía, aun en los momentos más solemnes y significativos
de su vida, constituía mi admiración. Por ejemplo, cuando estaba vistiéndose
para la gran ceremonia en que recibiría el Premio Nobel, se miraba
las colas del frac y, riendo, decía: "Siento la misma sensación
que cuando me disfrazo en Isla Negra. Si pudiera pintarme mis bigotitos,
todo sería perfecto."
"Cuando se disfrazaba, cosa que
le gustaba mucho hacer, siempre se pintaba bigotes con un corcho quemado.
Era un bigote pequeño y había logrado tal maestría que siempre se
los pintaba iguales, sin necesidad de mirarse en un espejo.