Aparición de Neruda en Claridad

Raúl Silva Castro

Decíamos, al dar cuenta a grandes rasgos de la biografía del poeta, que en los años mozos, siendo adolescente, hizo publicar versos suyos en la revista Corre Vuela, donde la firma era el nombre civil Neftalí Reyes. Algo después, el poeta decidió cambiar de nombre y adoptó el seudónimo Pablo Neruda. Ya con esta firma, que iba a ser para él definitiva, se publicaron por primera vez sus versos en Claridad, periódico estudiantil que ocupa sitio de predilección en la gesta de la Federación de Estudiantes de Chile. Por habernos tocado alguna parte en la empresa, vamos rememorando algunos hechos mal conocidos.

El día 21 de julio de 1920 se produjo, en pleno centro de Santiago, en la primera cuadra de la calle Ahumada, el asalto de la Federación de Estudiantes, cometido por una turba anónima, en la cual, sin embargo, docenas de partícipes fueron identificados por algunas fotografías, y es evidente que el hecho contó con las simpatías oficiales, ya que la investigación policial y judicial se aplicó a perseguir a las víctimas y no a los autores de la tropelía. En el salto fueron aventados y en parte destruidos los originales acopiados en la oficina de la redacción de Juventud, importante revista literaria que publicaba la Federación de Estudiantes como extensión de sus actividades propiamente culturales. Roberto Meza Fuentes, director de Juventud en aquella emergencia, trató de recolectar materiales para un nuevo número de su revista, el cual vino a salir acucho después.

Mientras tanto, en algunos jóvenes que estábamos a su lado, surgió la idea de lanzar pronto a la circulación una hoja de protesta, ''agresiva, de combate, destinada a mostrar a la opinión pública que el asalto no era suficiente para acallar a los jóvenes reunidos en la Federación de Estudiantes, y tres de ellos nos aplicamos a la tarea con tanta decisión y energía que pudimos hacerlo. Tal es, explicada en poquísimas palabras, la génesis de Claridad. Los tres éramos Alberto Rojas Jiménez, Rafael Yépez Alvear y el autor de este libro. Alumnos del Instituto Nacional, habíamos estado ya unidos el año anterior, es decir, 1919, en una empresa semejante, la publicación de Germinal, periódico que asumió la representación oficial de la Federación de Estudiantes Secundarios. Pocos números publicamos de Germinal, pero en todo caso nos habíamos fogueado lo necesario para tentar cualquier otra empresa semejante. Claridad debía ser para nosotros cosa fácil. Y lo fue, en realidad, durante algunos meses, hasta que la Federación designó para manejarla a Carlos Caro. Caro, en suma, con grande esfuerzo y sacrificio, mantuvo Claridad varios años más, mientras sus fundadores y primeros directores seguíamos sirviendo a sus órdenes. Así por lo menos ocurrió conmigo, que le seguí prestando colaboración literaria a lo largo de varios años, aun cuando no con Rojas y con Yépez, que pronto se alejaron.

El primer número de Claridad pudo ser voceado en las calles de Santiago por los suplementeros el día 12 de octubre de 1920, y fue tal la acogida que le brindó el público, que hubo necesidad de lanzar hasta tres ediciones de él. Un vibrante artículo de Joaquín Edwards Bello, con la firma autógrafa, era sin duda la causa de esa singular acogida.

Si nos restringimos a lo literario, obvio es decir que Claridad prestó amparo, desde la primera hora, a los conatos de los escritores más jóvenes. Nombrando al azar, no puede pasarse por alto la presencia en sus páginas de Sergio Atria, González Vera, Santiago Labarca, Juan Gandulfo, Alfredo Demaría, Roberto Meza Fuentes, René Silva Espejo, Romeo Murga, que en prosa o en verso, con sus propios nombres o con ocasionales seudónimos, escribieron allí. La intención de dar a conocer a los jóvenes fue, sin embargo, al comienzo, mucho más orgánica, y para ello discurrimos la creación de una sección especial, Los Nuevos, que en cada número daría noticia de la existencia de un escritor valioso, pero todavía desconocido por demasiado joven. Es así como fueron allí presentados, por diferentes escritores, entre otros, Armando Ulloa, Joaquín Cifuentes Sepúlveda, Miriam Elim, Félix Armando Núñez. A nosotros, en fin, nos tocó la oportunidad de presentar a Pablo Neruda.

Nada sabíamos de él hasta que Rudecindo Ortega Masson, alumno del Instituto Pedagógico, nos habló de sus producciones y nos dijo que estaba en el Liceo de Temuco y que el año siguiente, 1921, vendría por primera vez a Santiago, a seguir sus estudios. Ortega llegó más lejos: a nuestra petición, puso en nuestras manos un legajo de Neruda, con sus originales, y algunos recortes de publicaciones hechas en la provincia, esto es, en Temuco. Con este material organizamos la publicación, que se hizo en el número 12 de Claridad, correspondiente al 22 de enero de 1921 y que dice a la letra así:

Pablo Neruda se nos revela a través de estos últimos versos suyos como un producto complejo que rima su ensueño traspasado por la realidad cotidiana e indispensable.

Su juventud es para él un escudo. Adolescente aún, sabe de los anónimos retorcimientos del dolor humano, investiga en las fuentes del más moderno pensamiento, vive lo que expresa, y nos presagia las más preciosas cosechas líricas.

Estos espíritus multánimes que ruedan entre los impulsos desequilibrados de una hora ciega, al mismo tiempo que ven aureolar en el oriente una claridad suprema de anuncios, poseen los siete sellos de la vida espiritual, están llenos de una fervorosa ansia de conocimiento y se van confirmando en promesas nuevas. Pablo Neruda es uno de estos modernos poetas, para los que ser poeta es ser hombre no sólo fisiológicamente.

En la vida que corre la poesía representa un papel harto trascendental. Tolstoy ya nos habló de sus inquietudes con respecto al verdadero rol del que siempre está en el tapete porque siempre la Humanidad se encuentra en la búsqueda afanosa de soluciones.

Para este muchacho cada día que pasa le ofrece algún nuevo límite en el horizonte que se aleja, y una inquietud que se adentra en su alma. Y Neruda es así -pequeño símil del género hombre- una individualidad que no halla acomodo y busca soluciones.

Pasan por él brisas extrañas, soplos de anticipación de una realidad presentida en la armoniosa soledad de la introspección, y va avistando allá, desde el fondo de una provincia sureña, aquel resplandor que nace en el oriente, del cual habrá de hablarse siempre que se hable de este poeta.

Pablo Neruda, con todas las vacilaciones que son privilegio de los años más jóvenes, nos destila su amargura a ratos hirviente y rabiosa. Las palabras del ciego nos lo revelan como torturado en una hondísima preocupación casi extrahumana. Maestranzas de noche nos muestra sus lágrimas ante el ajeno sufrimiento de la carne miserable, mientras Campesina nos retorna a la hosquedad pura de una extorsionada comprensión de nuestra tierra.

Luego encontramos el Elogio de las manos, cuyo primer soneto entusiasma. Una recóndita vigorosidad surge y hace del concepto una escueta línea, tortuosa y sangrante. La realidad muerde aún en el tercer soneto, muy inferior a loe otros.

Esta rápida mirada a la obra de Pablo Neruda que presentamos aquí, nos desala muy precisamente el cauce que siguen su corazón y su cerebro en la armónica elaboración que han emprendido. Desde Temuco nos llega su promesa significativa y ungida de dolores acaso ancestrales. Vendrá dentro de poco a asta ciudad. Al lado nuestro veremos desenvolverse la madeja sutil de su mar y, aquí también, ha de publicar un libro que nos anuncia como ya listo para ser impreso. Su título será Helios.

Al término de estas palabras de presentación del poeta desconocido, leíase como firma Fernando Ossorio, seudónimo que a la sazón empleábamos nosotros, como muestra de admirativo afecto por Pío Baroja, pues lleva ese nombre el protagonista de la novela Camino de perfección, leída en esos años con apasionado interés por los jóvenes.

Completaban la página un retrato de Neruda, que tiene mucho interés documental, y algunos de sus poemas, escogidos entre los que Rudecindo Ortega puso en nuestro poder. Eran ellos Inicial, que lleva al pie la fecha 1921, Campesina, Pantheos, Maestranzas de noche, Las palabras del ciego, con fecha 1919, y Elogio de las manos. De las noticias que pueden verse en la presentación, sabe ya el lector que ese Elogio era un tríptico, del cual yo había elegido el primer soneto, que dice así:

ELOGIO DE LAS MANOS

Manos de ciego

Dame tus manos, ciego. Las manos de los ciegos
son con las raíces de estos hombres inertes:
se queman retostadas por el sol de enero
y en el otoño sienten como llega la muerte.

Tajeadas y sumisas en el silencio viven
descarnando en sus dedos la hilacha del dolor,
y la hilan recogidas como monjes humildes
que estuvieran hilando las palabras de Dios.

Los ciegos tienen toda su alma en estas manos
ásperas de rozarse con los miembros humanos,
traspasadas de duelo, temblorosas de amor...

Tiemblan como cordajes los largos dedos magros
y parecen dos santas palomas de milagro,
tajeadas y sangrantes de noche y de dolor.

Todos los poemas de la selección de Claridad han sido conocidos por los lectores del poeta, ya en las sucesivas ediciones de sus libros, ya en las Obras completas (1962), donde hay un apéndice que recoge algunos; pero este último, el Elogio de las manos, ha quedado hasta hoy rezagado y valía la pena, por lo tanto, recogerlo.

Poco antes ha sido mencionado aquí el libro Helios, conforme indicaciones que me había hecho llegar su propio autor. Dos palabras más sobre el tema.

El primer poema de la primera edición de Crepusculario (1923), titulado Inicial, comenzaba diciendo:

He ido bajo Helios, que me mira sangrante,
laborando en silencio mis jardines ausentes.

En las ediciones sucesivas, Neruda suprimió este poema, que ha vuelto a ofrecer a sus lectores en las Obras completas (1962) con un añadido de fecha 1920, y con una nota de Jorge Sanhueza que dice:

Inicial. Primer poema de la edición original de Crepusculario. Suprimido en la segunda edición (p. 1847).

Bien está la nota, pero no lo registra todo. De una cosa y de la otra se desprende que el primitivo proyecto de Helios cambió en el camino, y que el libro en fin adquirió su nombre definitivo Crepusculario cuando el poeta, ya en Santiago, pudo agregarle la sección titulada Los crepúsculos de Maruri. Helios es, pues, el título de un libro que Neruda proyectaba hacia fines de 1920 y comienzos de 1921, es decir, en los propios días en que yo le presenté a los lectores de Claridad.

Con esta presentación quedó abierta, por lo demás, la colaboración que en seguida el poeta, ya en Santiago, ofrecería a la revista, cual se prolongó durante varios años. En Claridad; Neruda escribió tanto en prosa como en verso. En la primera forma se le deben varias series de poemas en prosa no recopilados hasta hoy, donde pueden mencionarse especialmente los de La vida lejana, a que el autor puso término con un Epílogo en que hablaba de sus "cortos relatos”. Claridad intentó además la recopilación de los versos de Neruda en el libro titulado Crepusculario, que pudo haber salido en noviembre de 1922, cuando la revista lo anunciaba, pero hubo de postergar su aparición hasta 1923, por motivos que es fácil comprender y a que se refiere, en parte, Hernán Díaz Arrieta en Los cuatro grandes de la literatura chilena (p. 176 y sigs.).

Mucho más habría que decir, por cierto, de la colaboración en verso. Un solo ejemplo. En las citadas Obras completas se reproduce un poema de Claridad que el autor en seguida no recogió en ninguno de sus libros, Palabras de amor; pero en la reproducción se erizan algunas erratas que conviene salvar. El segundo verso de la composición debe leerse así:

Piensa, yo que te he visto perdida y recobrada;

pues el que suprimido en las Obras completas hace falta y apareció en Claridad. También echamos de menos allí los últimos versos de este poema, cuyo texto es como sigue

... Nada tiene de extraño
besarte a tí las manos en la noche de estrellas
que tiene más estrellas si te beso las manos.

A propósito de los versos, es también curioso recoger algunos otros pormenores.

Neruda publicó bajo el título de Glosas de la ciudad (número 57, de 24 de junio de 1922) un tríptico compuesto así: I. Los jugadores. II. El ciego de la pandereta. III. Barrio sin luz con una fecha al pie: 1921, 22, y una dedicatoria: A Magdalena Thompson. Pues bien, los tres poemas pasaron después a Crepusculario pero allí no están ligados en una serie, y la mención Glosas de la ciudad ha desaparecido.

También tocó a Claridad el honor de hacer la primera publicación del popularísimo poema Farewell, que dio nombre a una sección de Crepusculario, Farewell y los sollozos; pero en esa primera publicación el poema salió con el nombre de Canción de adiós y con una fecha al pie: Agosto de 1922 (número 66, de 26 de agosto de 1922). Estas menudencias cobran alguna importancia: con ellas a la vista puede establecerse en forma muy precisa la fecha efectiva de la composición de este poema, como de los otros que hemos mencionado.

Finalmente, debe señalarse que algunas de las prosas de Neruda en Claridad le acercan al contenido que su obra adquirió después. En los mismos días en que evocaba sus amores, al través de versos desgarrados y aptos para provocar las lágrimas, el poeta se inclinaba a la literatura de denuncia social, como vemos en la siguiente pequeña prosa de esos días, englobada asimismo bajo el rubro genérico de Glosas de la ciudad (número 29, de 13 de agosto de 1921):


CIUDAD

Los brazos caen a los lados, como aspas cansadas. Son muchos. Van juntos, las anchas espaldas, las miradas humildes, los trajes deshechos, todo es común, todo es carne de un solo cuerpo, todo es energía rota de un solo cuerpo miserable que parece llevan la tierra enterar. ¿Por qué estos hombres que van juntos, tocándose las espaldas robustas, no llevan los vigorosos brazos levantados, no levantan hacia el sol la cabeza? ¿Por qué, si van juntos y tienen hambre, no hacen temblar los pavimentos de piedra de la ciudad, las gradas blancas de las iglesias, con el peso sombrío de sus pisadas hambrientas, hasta que la ciudad se quede inmóvil, escuchando el rumor enorme de las pisadas que treparían hasta cegar el fuego de las fábricas, hasta encender el fuego de los incendios? ¿Por qué estos hombres no levantan los brazos siquiera?

Claridad publicaba en cada número, en su primera página, una especie de editorial, a veces con rasgos de poema en prosa, destinado a denunciar un suceso escandaloso o a condenar a un partido o a un hombre. Neruda fue también colaborador de esta sección de la revista llamada El cartel de hoy. De él hemos visto allí un Veintiuno de Mayo... (publ. en el núm. 52, de 20 de mayo de 1922) y otro artículo sin título especial en que el poeta comenta el grabado anexo, un grupo escultórico que representa a una pareja de pobres azotados por la intemperie y acaso por el hambre (núm. 56, 17 de junio de 1922). Con la sola firma P. N. se lee entonces este fragmento:


EL CARTEL DE HOY

Frente a mí, el papel blanco en que este cartel debe ser escrito, y, junto a él, el grabado, esta pareja miserable y muda que se aprieta en una contracción desesperada de frío. Pero, ¿por qué no se enciende en mis labios la hoguera de mi rebeldía? ¿Por qué ante estos dos seres anudados en el símbolo mismo de mi dolor, no restalla en mi corazón y en mi boca la palabra roja que azote y que condene? Miro el papel, el grabado, los vuelvo a mirar y... ¡nada! Pero, he aquí que de repente, soltándose de su compañera, el hombre me toma las manos y mirándome a los ojos me dice:

Amigo, hermano, ¿por qué callas? Si no me hubiera levantado a impedírtelo, ¿es que habría callado una vez más tu boca, es que en el puesto del sufrir continuo habrías desdeñado una flor que mañana fructificaría? Tú que sabes la gracia de iluminar las palabras con tu lumbre interior, ¿has de cantar y cantar tus placeres pequeños y olvidar el desamparo de nuestros corazones, la llaga brutal de nuestras vidas, el espanto del frío, el vergajazo del hambre? ¿Sigues en vida para mirar tu sufrimiento, o para elevarte sobre él y gritarlo al mundo con las salivas amargas de tu descontento y tu rebelión? Si tú no lo dices y si no lo dices en cada momento de cada hora se llenará la tierra de voces mentirosas que aumentarán el mal  y acallarán la protesta. Sobre los huesos de la canalla actual brotarán sin tregua los que continuarán su obra. Y después otros... Tú, yo, estaremos viejos o muertos, y nuestra vida machacada en tanto yunque de maldición, no podrá decir, no dirá jamás esto que ahora con la frente al viento debes repetir y repetir por todos, contra todos... 

Calla el hombre. Me mira su compañera. Y comienzo a escribir...

Todo indica que la colaboración de Neruda en Claridad es importantísima, y que debe ser cuanto antes recogida para ir completando la visión íntima del pensamiento del autor en aquellos instantes de presurosa evolución psicológica. En ella habría que estudiar, desde luego, el impacto político y ético que en él produjo la vida en la capital, en el medio estudiantil, extraordinariamente vibrante en esos días. Neruda no toca ningún problema en forma periodística, pero sus prosas, aunque inclinadas a la orientación propia del poema, están cargadas de intención social, como las que acabamos de ver.

Raúl Silva Castro: Pablo Neruda, Santiago, 1964. 237 Págs.


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