Los "Cuadernos de Temuco" están íntimamente ligados a una historia familiar muy simple gestada a la luz y a la sombra de acontecimientos triviales, que no obstante guardan en su seno no pocas contradicciones, no pocas frías luchas intestinas.

Esta historia se inicia cuando don José del Carmen Reyes Morales llega a Temuco desde Parral en 1906, cuando la ciudad tenía poco más de 10 mil habitantes. En su condición de viudo, consolida con Trinidad Candia Marverde un nuevo hogar para Neftalí, su hijo ´uérfano de madre y su anterior hijo, Rodolfo, nacido hacía un decena de años antes fruto de una secreta relación con Trinidad y mandado a criar a Coipué, junto al río Toltén, donde la vegetación crecía poderosa.

Esta antigua relación de José del Carmen con Trinidad, la necesidad de integrar a un hijo criado lejos de las miradas críticas de la sociedad, como solía suceder con los "hijos naturales", y la soledad que le impone la dolorosa viudez luego del fallecimiento de Rosa Basoalto -la madre de Neruda- un mes después del nacimiento de su hijo, lo llevan a intentar hacerse algún futuro en este sur recién inaugurado, siguiendo los consejos y la desinteresada ayuda de su amigo Carlos Mason, quien lo acogía en su casa de Temuco.

Estando estructurado este hogar, don José del Carmen sin embargo reincide en la pasión que subleva su sangre. Nace entonces, nuevamente fuera del hogar, una niñita aparentemente frágil: Laura Reyes.

Cuando llega el momento de admitir ante Trinidad el desliz, se encuentra con la sorpresa de que su mujer acepta con resignación la noticia y la niña pasa a formar parte de esta familia, con los apellidos Reyes Candia, como Rodolfo.

A doña Trinidad la familia le reprochaba secretamente sus afectuosas expresiones de cariño con Neftalí, el indefenso hijastro que llegaría a querer como suyo y el hecho de no haber tenido el coraje para asumir a Rodolfo, ocultándolo lejos de su regazo. Laurita en cambio, miraba a su madrastra con cierto desdén, rehuyendo a su ternura, sin olvidar jamás este cambio de madre determinado por la voluntad paterna.

Entre los hermanos nace entonces una suerte de complicidad desde el mismo momento que siendo niños se conocen en San Rosendo, adonde Neftalí y su padre acuden en un tren que parecía que se lo iba a tragar la lluvia, en busca de su nueva hermanita: Laura tendría unos diez años, Neftalí tres años más.

En este hogar cruzado de violentos silencios, de estos dos hermanos que casi se hablan con la mirada, y a su vez poco relacionados con el hermano mayhor que no lograba adaptarse a un orden tan diferente al cálido lenguaje de la selva y de los ríos, empieza a fraguarse el mito llamado más tarde Pablo Neruda.

Pero antes de ser mito, era simple historia. Historia contradictoria, autoritaria, donde la voz de doña Trinidad casi no se conocía. A ratos cruel. Frecuentemente intimidadora.

Naturalmente, que estas características familiares, unidas a un clima que favorecía el encierro, y cierta vocación por la misantropía o la instrospección, van favoreciendo el crecimiento de la poesía.

Neftalí comienza entonces a realizar un registro de sus primeros escarceos con la palabra escrita en un cuaderno escolar. A veces son varias versiones de un mismo tema, otras veces son intentos truncos de unidades poéticas, o simplemente una rabiosa expresión de  un orden que ansía revolucionar. Detesta las clases de química, pero ama la selva.

Este cuaderno, o cuadernos, tienen una particularidad que notoriamente sobresale a otras y que ya se puede advertir en el primer artículo conocido escrito por el poeta en 1917 en el diario temuquense "La Mañana" cuando acaba de cumplir trece años de edad. Es la perseverancia y el entusiasmo, no solo el tema de su artículo sino lo es su íntima convicción.

En los "Cuadernos de Temuco" cuyas fechas que aparecen al pie de página, referidas a 1919 y 1920, se puyede ver a un niño empecinado en su vocación literaria. Casi diariamente está trabajando, está dando cuenta de este mundo familiar convulsionado que lo lleva a mirar con lucidez otro mundo creado por la alquimia de la poesía en el cual se refugia.

Pero no es una expresión mística cualquiera. Yo lo diría más de alguien con mayor exactitud refiriéndose a sus Residencias: Neruda era un místico de la materia.

En el caso de estos cuadernos, esta mirada que indaga sobre sí y sobre el mundo que le rodea, se vuelve profundamente atenta. Bucea en sus sentimientos, en el sedimento de lecturas, y en las personas como si fuese una sola y misma cuestión.

En algunas páginas se puede advertir la caligrafía inconfundible de Laurita, ayudándole a transcribir talvez la última versión definitiva del texto, como ocurre por ejemplo con "Maestranzas de Noche", que después pasó a formar parte de "Crepusculario".

Pero así como en el proceso de escritura de estos poemas Neftalí y Laura permanecen estrechamente relacionados, existe una distancia entre ellos y su hermano mayor que no resulta tan difícil de imaginar teniendo en consideración la diferencia de edad y la proximidad cronológica de los hermanos menores.

En todos estos claroscuros, que permiten realizar un modesto aporte a la notable investigación biográfica de Margarita Aguirre primero y Volodia Teitelboim después, pasando por Hernán Loyola y Hugo Montes y tantos otros afectuosos estudios realizados por literatos y especialistas del mundo entero, he explorado este último tiempo. Me permito la autoreferencia solamente para expresar que estos "Cuadernos de Temuco" tienen relación con todo este proceso de búsqueda de información para lograr entender de qué manera el núcleo familiar, y La Frontera en general determinaron la vida y la obra de Neruda. ¡ Y vaya si la determinaron!

Me refiero a "Retrato de Familia", ensayo que muestra a un Neruda habitante de una ciudad que está empezando a formarse ganándole terreno a la selva, que me ha prologado un amigo del poeta, el querido escritor Volodia Teitelboim, y que se sitúa entre 1904 a 1920. Este libro lo editó la Editorial de la Universidad de Puerto Rico y el lanzamiento lo realizó Teitelboim en la reciente feria del libro de Guadalajara.  En Chile lo coeditará la editorial Dolmen.

Pero mucho antes de que hubiese encontrado las viejas fotocopias de los originales junto a empolvados diplomas de mi abuelo Rodolfo que lo acreditaban como ganador en el brutal raid ciclístico de Temuco a Valparaíso, y que las entregara a comienzos de 1995 a la Fundación Pablo Neruda para su estudio y publicación, la que a su vez le encomendó al destacado profesor Víctor Farías la realización del prólogo, existió otra historia con la cual también tuve alguna relación.

Los "Cuadernos de Temuco", que según entiendo fueron en algún momento conocidos por Hernán Loyola de manos de Laura Reyes, habían sido guardados como testimonio del profundo cariño que unió a los hermanos hasta el aciago 23 de septiembre de 1973 en que Pablo partío en un viaje sin retorno. Es un silencioso y elocuente documento que, además del valor de contener toda la primera obra nerudiana, bosqueja una época en que los hermanos permanecen muy juntos guardando el secreto inconfesable de la relación apasionada del joven Neruda con la palabra escrita. Antes de la muerte de Laurita fueron regalados a un sobrino suyo, el profesor Rafael Aguayo. En bulladas circunstancias los cuadernos fueron vendidos y posteriormente rematados en Londres.

Algunos meses antes de que se concretara la venta y se conociera por la prensa nacional e internacional la lamentable noticia de que los cuadernos ya nunca más estarían en manos de los chilenos, Matilde Neruda me encomendó la misión de intentar que el profesor Aguayo cediera estos cuadernos para integrarlos a la magnífica recopilación póstuma "Un Río Invisible", que finalmente logró recopilar Matilde extrayendo material de diarios y revistas de la época, cuidando la edición y elaborando las notas Jorge Edwards.

Entre Matilde Neruda y Rafael Aguayo, desgraciadamente, se encontraron dos posiciones divergentes que no era posible conciliar. Por una parte Matilde decía tener derecho legítimo sobre la difusión de la obra inédita de Neruda. Y ya lo creo que su función fue extraordinariamente importante para el mundo de la cultura chilena, que tenía que recomponerse desde las cenizas desde la dictadura entre otras cosas para publicar los libros que habían quedado inéditos y volver a levantar una casa saqueado por la bota o la mano militar. No olvidar las memorias de Neruda, los ocho libros inéditos y las dos recopilaciones póstumas, "Para Nacer he Nacido" y "Un Río Invisible", labor realizada completamente por Matilde.

Aguayo por su parte ya tenía a su haber varias vejaciones por su labor de difusión de sus distintos ensayos acerca de la obra de Neruda, contando entre ellas inclusive un allanamiento y requisición por una patrulla militar de los ejemplares de su ensayo "Un pacto de amor con la hermosura" desde el interior de la Universidad Católica de Temuco. En tal posición, en que por una parte se enfrentaba con un absoluto desinterés y temor por la obra nerudiana, so pena de caer en tantísimas faltas graves establecidas por algún bando militar, que rayaban en la más completa estupidez, tanto en la ciudad de Temuco, como en el resto del país, y por otra parte siendo el dueño legítimo de los cuadernos, sentía que tenía el derecho a disponer de los cuadernos como mejor quisiera.

Dos posiciones que en un momento no se pudieron encontrar, per que tenían fundamentos valederos, respetables y contrarios. Resulta muy obvio que no necesariamente uno se tiene que entender con todo el mundo.

Pero el hecho de que aparezcan estos cuadernos, para mostrarnos estos valiosos textos inéditos, y de que eventualmente estas fotocopias pudieran haber pertenecido a Rodolfo su hermano mayor, tal vez como obsequio de Laura, nos dan una lectura un poco más honda de la distancia entre los hermanos varones.

Don José del Carmen fue un padre que negó toda validez al arte. En el caso de Neruda, negándole toda contribución para su sustento cuando era estudiante de pedagogía en Santiago y en el caso de Rodolfo, propinándole una brutal paliza al enterarse de que se le había otorgado una beca al conservatorio de música en orden a sus magníficas condiciones como cantante. Estas heridas nunca cicatrizaron en Rodolfo lo que de alguna manera lo condicionó para siempre a la vocación del silencio y la distancia. En Pablo en cambio esta estapa sólo fue una batalla, entre muchas otras.

Laura, quien sabía de estos dolores nunca hizo distingos entre sus hermanos. Compartió las alegrías y dolores con ambos de la única manera que le fue posible vivir y morir: guardando los secretos de su estirpe con celo y ternura tenaz.

Podemos concluir por tanto que el regreso de estos cuadernos al conocimiento de los lectores de Neruda, constituyen nuevamente un retorno a las raíces del poeta que se definió como provinciano del mundo, raíces sin las cuales jamás hubiese sido posible la existencia del mito llamado Pablo Neruda.

Bernardo Reyes

(Artículo publicado por el periódico "La Epoca"
en la sección "Literatura y libros", 12 de enero de 1997, Chile.)


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