Pablo
Neruda: Historia de sus Libros.
por
Alfredo Cardona Peña
Logro,
en una rápida ojeada, juntar la noticia bibliográfica de Pablo
Neruda en los momentos en que el poeta entrega al Continente
su obra maestra, Canto General. Viaje estupendo, salpicado
de lluvias fragantes, que inaugura un capítulo ejemplar en la
historia literaria de América.
He
vadeado el afán erudito y la arqueología del dato completo.
Me interesa la "mancha" de una obra de arte, mancha
emocional y mental, antes que la malicia del gran análisis.
Si lo que ofrezco no tiene apego científico, es porque creo
que la noticia humana y la confesión inédita ganan más al lector:
Quod non jactantia refero, que dijo Tácito.
Por
lo demás, yo sé la cantidad de gorriones que han revolado en
torno de esta poesía impresionante, unos robando, otros obsequiando,
pero todos partiendo sin el amoroso ungiiento de su ser, esa
aleación de minerales cortados de viva llama -peltre quizá del
alma- y la cual ofrece regalos caudalosos de historia, de intimidad
o de simple denuncia inflamable.
El
pormenor editorial de Neruda permanecía inédito, y esto fue
lo que se olvidaron de recoger los pájaros, seducidos por la
belleza ocasional del encuentro. Y a propósito de los pájaros...
¿qué se ficieron? Muchos tenía este árbol con bosque en aquellos
días anteriores de México, cuando no era el perseguido de hoy
y su casa se alfombraba con vino. Venían estudiantes y gargantas
a recitarle laúdes; venían políticos de pecheras relucientes,
y además, Irenes y Florisas escapadas del parque. Lo besaban
y llevaban de aquí para allá como camarino con santo, adulándolo
como a los dulces sapos que él cantó. Pero eso fue en los días
de la bonanza, cuando el viento soplaba recamando la quilla
de su barco profético. Ahora no están, o si están lo salu dan
de lejos, como a los éticos, recordando con temor sus puestos
mensuales.
Recuerdo
mis visitas al poeta en aquellas mañanas en que me recibía con
barba y periódicos. Me asustaba cuando ponía a prueba mi atención
por el mundo y sus grandes problemas. "¿Conoces a fulano?"
Y aquí el nombre de un estadista famoso, de un canalla con guantes
o de un embajador en entredicho. Yo musitaba la afirmación engañosa,
y de pronto entraba Delia, su compañera, subiendo como una hormiga
sembradora. Traía casi siempre un ramo de mariposas postales
que él iba abriendo y leyendo para enterarse de cómo pasó la
noche su pueblo en tinieblas, o qué era de los amigos desparramados
en el viento, y mientras cortaba para mi hijo las alas de esas
mariposas de diversos países, le abríamos la ventana para que
mirara la casa de cucurucho que tanto le gustaba. Veía pasar
los camiones de la basura, los perros, las horas, en aquella
avenida burguesa que le dieron para el descanso, y sus ojos,
rozadores de tantos mares y misterios, cuajaban una nostalgia
invisible. Divertía las cosas y los días, y yo observaba su
risa de pequeño gigante, toda corriendo por el rostro de luna
que le labraron los idus de marzo, allá en los remotos salitrales
de Chile.
El
2 de noviembre, día mexicanísimo por ser de los muertos, di
principio a mis anotaciones bibliográficas. Anotaciones que
se fueron haciendo al correr de la vista, participando del desorden
de las cascadas y del movimiento de las barquillas que corren
río abajo entre salmones y peñascos. Fui releyendo a Neruda
azorado de gusto, viendo cómo después de tantas esperas encontraba
la vida que era para mí, llena de diminutos alteregos
y preciosa de aceites. Mientras leía acudían a distraerme las
gaviotas, y tenía que espantarlas con la mano. Exactamente sobre
mi cabeza abrían canastillos de aire de los que se desprendían
los ornamentos más sensibles de su poesía: collares cenicientos,
palomas degolladas como San Juan Bautista, casas deshabitadas
y linternas. Contemplaba esos raros y encendidos diamantes.
Me quemaba con ellos las manos, los labios, el silencio.
Pero
las gentes ignoran que por encima de estas cosas, Pablo Neruda
ha levantado la espada y el laurel, la batalla y la rosa de
América. No saben que todo, todo lo ha dicho para ir en seguimiento
de la libertad, aplastando las liras difuntas y entremeciendo
las sombras con el ruido de su cuerno tritónico. No lo saben,
no lo quieren saber. Si esta poesía es como una bandeja de sol,
como una barba prendida en las puntas de los rocíos, como una
fuente derramada para que las patrias se bailen y los pueblos
se peinen en las banderas ondulantes, ¿cómo van a entender su
denuncia? Pero claro que la entienden, claro que sí. Desde el
poder usurpado, desde las cuevas de los teléfonos, desde los
escritorios oficiales escuchan la voz de Pablo Neruda. Fijaos,
si no: es de noche. Los hombres del campo duermen en sus cabañas.
Tal vez plantan niños futuros o duermen entre brazos de sirenas.
Entonces los egoístas, los traidores, los vencidos, despiertan
sobresaltados por un súbito ruido de calderas en marcha, y es
que pasa su voz, taladrando la noche como un largo convoy impaciente.
Esto quiere decir que la poesía de Neruda llega a todos, al
bueno y al malo, al rico y al pobre, lo mismo que el sol, las
campanas y el aire.
Porque
su voz es la patria de la esperanza.
LA CANCIÓN DE LA FIESTA (1921)
Ese
año llegó a Santiago de Chile, procedente de Temuco, el joven
de dieciséis años Ricardo Eliezer Neftalí Reyes Basoalto, fresquecito
de ríos y montañas. Un año antes -1920- había publicado sus
primeros versos en la revista Selva Austral, dirigida
por Ernesto Silva Román. Al enviarlos el joven escribió por
primera vez un nombre extraño y sonoro: Pablo Neruda. Ni
por asomo conocía la obra del escritor checo Jan Neruda,
ni sabía que, según San Jerónimo, Pablo significa en hebreo
"obrador de maravillas" o "el que dice cosas
maravillosas". Únicamente inventó el seudónimo para huir
de las amonestaciones del padre, don José del Carmen Reves,
hombre rudo y enérgico que no permitía al hijo el cultivo de
los versos.
El
muchacho venía espantado del ambiente montaraz. Su madre, doña
Rosa de Basoalto (colina de arriba en idioma vasco),
había muerto tuberculosa cuando él contaba tres años. Su padre
era conductor de trenes, "lastrero", como les dicen
en Chile a los buscadores de lastre para los durmientes. El
hijo había vivido entre gentes saturadas de campo, había sentido
el florecimiento de las pequeñas ciudades rurales, haciendo
sus primeras observaciones entre el viento de los hombres y
de la selva, entre la electricidad y la lluvia. Se aficionó
a caminar solo por la montaña. Los tipos de la comarca veían
con sorpresa a un niño paseando por lugares intrincados y en
premio le traían insectos y palomas salvajes. Todos sus parientes
eran hombres que participaban de lo que Concha Zardoya ha llamado
"la fuerza tranquila de los elementos". Individuos
primarios, tiernamente feroces y buenos para la pelea. Como
sucediera que a los ocho años le viesen inclinado a "escribir
versitos", lo traían a la fuerza a sus fiestas y allí,
ante los invitados en círculo, le hacían tomar la sangre caliente
de un cordero degollado ante sus ojos y que bañaban en una fuente
según decían para "hacerlo hombre" y apartarlo de
aquellas peligrosas insinuaciones líricas.
Por
aquel entonces el joven Reyes Basoalto se vestía de negro "como
todo buen poeta" y para él resultaban horribles aquellas
gentes y aquellas prácticas.
Pero
en la capital era diferente. Allí estaba la Universidad de Santiago,
la vida literaria y amorosa, el cambio de vida
"Llegué
-ha escrito- vagamente impregnado de niebla y lluvia".
¿Qué
calles eran esas?
Los
trajes de 1921 pululaban
con
un olor atroz de gas, café y ladrillos.
Con
sus primeros versos había logrado interesar a un reducido grupo
de amigos, quedando prácticamente desconocido del gran público.
Pero la suerte no se hizo esperar: todos los años se celebraba
en la metrópoli araucana un festejo estudiantil con motivo de
la llegada de la primavera; se organizaba una solemne velada
y se daba lectura a los poemas premiados con el tema de la estación
florida. El certamen había adquirido tradición y era, como dicen
los técnicos del recital, "muy sonado". Pablo Neruda
envió un poema -La canción de la fiesta- que obtuvo el
primer lugar, venciendo a poetas de consagración indudable,
algunos de renombre en el extranjero como Ángel Cruchaga Santamaría:
Hoy
que la tierra madura se cimbra
en
un temblor polvoroso y violento
van
nuestras jóvenes almas henchidas
como
las velas de un barco en el viento.
Así
comenzaba La canción de la fiesta -poema hoy olvidado-.
Los certámenes literarios, que son en todas partes farsas con
liras y fomento de mediocres, han dado en Chile el espaldarazo
a dos escritores de nombre continental: Gabriela Mistral y Pablo
Neruda. De la primera me acuerdo que Díaz Arrieta al prologar
Desolación nos dio la noticia de que los jurados de Santiago
habían premiado Los sonetos de la muerte sin saber lo
que hacían -in extremis- sólo para no declarar
desierto el certamen y aguada la fiesta [1] . Primer lanzazo del destino,
quien de una cosa tan peregrina como esa lotería de las musas
hizo la revelación de la gran cantadora.
Aquel
triunfo de Pablo Neruda causó mucho revuelo intelectual y la
atención se dirigió al joven autor, quien entró a figurar entre
los primeros escritores de Chile.
De
1921 a la fecha -treinta y dos años- Pablo Neruda se ha convertido
en el poeta más espectacular y grandioso de América; ha sido
combatido hasta el insulto, ha tenido que huir de su patria
perseguido como un criminal. Ha realizado, en fin, aquel gran
vaticinio del chileno Luis Rosa Mujica, que nos cuenta don Miguel
de Unamuno en El escritor y el hombre, según el cual,
conversando el catedrático salmantino con el señor Mujica, éste
le decía: "acaso es una bendición para mi país, Chile,
el que no pueda ostentar aún brillantes ingenios literarios
ni un poeta cuya fama haya recorrido el mundo. Esperamos uno
-le dijo- pero cuando lo tengamos será grande de veras".
(1905).
Agrega
Unamuno: "Yo admiré y aplaudí su fe y convine en que, en
efecto, es una bendición para su patria, y sobre todo, una promesa
de robusto porvenir literario, el que no le hayan llenado de
mandolinatas y de gorjeo de caramillo arcádico".
Precisamente
estas mandolinatas y gorjeos arcádicos son los que han atacado
a Neruda. Dios nos libre de esta langosta.
El
poeta se ha desprendido -como dice Arturo Aldunate- "de
las tierras metálicas y de las sombras vegetales de América",
y si la infancia, como lo han creído observadores perspicaces,
es una de las causas que explican el carácter de la obra de
un hombre, la infancia de Pablo Neruda explica muchas cosas
al introducirnos en el tesoro de la información privada.
He
aquí que este escritor en llamas, de cuyos poemas se caen los
destruidos símbolos de nuestro tiempo y en cuyas imágenes se
queman los materiales de la vida, del amor y de la muerte, nace
sobre las cenizas mismas del gran pasado, camina con su planta
de niño por regiones de antiguas batallas y recoge en su alma
la electricidad de la selva, misma que ilumina sus sueños y
sus vigilias. He aquí que el paisaje, tan arbitrario como elemento
de conquista sentimental, apadrina sus días, envolviéndolo en
un clima mojado y violento del que no escapará jamás, ni siquiera
en los momentos de mayor esplendor cosmopolita. Aun en España,
en la amada España, se siente un poco lejano y un poco desconectado
con las formas más íntimas de lo peninsular.
El
escenario en que el poeta despierta a la vida es el sur de Chile,
en el antiguo pueblo de Parral, pero sus recuerdos formales
arrancan de La Frontera, donde tiene lugar la parte más cruel
de la conquista por los españoles precisamente allí se trazó,
aprovechando el cauce del Bío-Bío, una línea divisoria entre
castellanos e indígenas, la cual no se podía franquear sin recibir
la muerte por arcabuz o flecha, según de donde partiera la transgresión.
A
esas tierras del sur chileno -Parral, La Frontera, Temuco, Carahue-
tierras que sintieron el pisoteo febril de bestias y hombres,
llegaron un día, en aquellos navíos que perdían la derrota a
cada veleidad de los vientos y tenían la sentina a medio abrir,
los primeros colonos de ultramar. Gentes rudas y sencillas como
los cuáqueros del norte, como todos los éxodos a quienes la
noticia de las praderas empuja adelante, siempre adelante.
Los
tatarabuelos de Pablo Neruda plantaron viñas, haldaron montes,
barrieron la soledad y juntaron el humo: buen hontanar a este
río de hoy. En cuanto a hijos, hicieron competencia a las hojas
del árbol, pero, transcurridos los momentos de altivez y dominio,
en los que imperaron a su sabor, dividieron las tierras, las
vendieron, y fueron surgiendo entre ellos los primeros propietarios.
De estos troncos desperdigados nacen los padres del poeta, doña
Rosa Basoalto y don José del Carmen Reyes. Las necesidades obligan
a emigrar a Temuco, en la actualidad una de las capitales de
mayor importancia en el sur de Chile. Ahí, la familia Reyes-Basoalto
cambia de carácter, y acostumbrada a hacerse servir de la naturaleza
y de las manos, se hace atea, radical, dispuesta a defender
sus derechos a sangre y fuego.
El
muchacho despierta en la montaña violenta y visita los ríos,
las zonas de pastoreo, los lagos inmensos: el Llanquihue, y
sobre todo el Buenos Aires, con 1.900 kilómetros cuadrados...
es la parte meridional del lejano país del copihue, flor
salvaje y tiernísima de los montes araucanos; es, como dice
el geógrafo chileno Luis R. Patrón, "la zona lacustre más
rica, variada y pintoresca del mundo"; es, en fin, la patria
del poeta,
toda
rodeada de agua combatiente
y
nieve combatida,
..........................
.
sola,
en la inmensidad de América dormida.
Es el
milagro del Sur. Porque el Sur
es
un caballo echado a pique,
coronado
con lentos árboles y rocío,
cuando
levanta el verde hocico caen las gotas,
y
en su intestino crece el carbón venerado.
CREPUSCULARIO (1923)
Está
Neruda tan ansioso de cosmópolis que inmediatamente se capta
las simpatías de los principales movimientos literarios. Entonces
se reunían en Santiago las tendencias europeas del ultraísmo.
A pesar de ser entonces muy joven, no se le ocultaron ni las
elegancias ni las limitaciones de aquellas influencias latentes
en Santiago. Pero como una autodefensa esperó sin precipitaciones
el desarrollo de su propia individualidad. "Yo sabía que
no iba a ser un poeta rutinario, y esta certeza hizo que, lejos
de escribir y escribir dentro de aquellas rutas en boga, me
evadiera para recibir solo el momento definitivo". Algo
parecido se le presentó después con la poesía política de 1930,
pues también esa corriente quería llevárselo consigo. Entonces
comprendió la sinceridad y la demagogia de esa tendencia que
daba, al lado de poetas sin rectificación, poetas veleidosos
que traicionaban sus ideas. Todo esto le ocurría dentro de un
período muy importante en la evolución de su poesía. Solamente
cuando vivió en España el drama de 1936 cambió en forma natural,
sin tensiones ajenas a su íntimo sentir. (Pablo fue de los primeros
-si no el primero- de los poetas que escribieron sobre la guerra
española en una forma extraordinaria).
Los
aspectos pintorescos y bien intencionados de la juventud chilena
dieron grupos como Agú (nombre tomado del primer vagido del
niño). De este tiempo arranca su amistad con Alberto Rojas Jiménez,
gran camarada chileno que murió en el alcohol. Pablo recordará
a su amigo en el segundo libro de Residencia:
Oigo
tus alas y tu lento vuelo,
y
el agua de los muertos me golpea
como
palomas ciegas y mojadas:
vienes volando.
Dos
años después del bautizo cosmopolita publica Crepusculario,
su segundo libro, escrito entre los 16 y los 17 años, y
que llega a recoger sus últimas producciones.
"Crepusculario
es un libro ingenuo y sin valor literario", me declara.
Sin embargo, los editores afirman: "Crepusculario ha
pasado así, con su romanticismo y su emotividad, a ser un
libro clásico en la literatura chilena y a constituir el primer
eslabón de esa impresionante y formidable torre poética que
se llama Pablo Neruda". Ditirambo...
¿Qué
decir de Crepusculario, el primer escalón? Advertiremos
las influencias francesas, y, desde luego, la cercana presencia
de Rubén Darío, a quien sentimos rondar, como un fantasma en
gozo, por las torrecillas de los primeros sonetos blancos, aquel
de la iglesia que no tiene lampadarios votivos, y sobre todo
en el titulado Pantheos. El mismo poeta lo confiesa en
el poema Final:
Yo
lo comprendo, amigos, yo lo comprendo todo.
Se
mezclaron voces ajenas a las mías.
Como
si yo quisiera volar y a mí llegaran
en
ayuda las alas de las aves,
así
vinieron estas palabras extranjeras
a
desatar la oscura ebriedad de mi alma.
Sin
embargo, este libro de Pablo Neruda anunció una formación absoluta
de poeta, patentizada en un lenguaje personal desde los poemas
Farewell y Pelleas y Melisanda. Si este
último, clausura una temática y un movimiento en la estética
del autor, guardando para siempre el encanto de un desbordamiento
legendario, en Farewell encontramos algunos gérmenes
de su poética futura. No fue, pues, simple coincidencia y bondadoso
romanticismo el hecho de que este libro tuviera influencia en
la juventud de Chile. Sin acusar todavía elementos transformadores,
el poemario venía con una tremenda sinceridad lírica
y acusaba una gran frescura y una gran complacencia en relatar
estados de ánimo que por sencillos y tiernos se recibieron en
forma entusiasta, pues equilibraban el panorama de las complicaciones
demasiado rituales.
VEINTE POEMAS DE AMOR Y UNA CANCIÓN DESESPERADA (1924)
Cuerpo
de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te
pareces al mundo en su actitud de entrega.
Este
es el libro del éxito, el libro de la fama y del entusiasmo,
a tal punto suscitado que para el sector recalcitrante de América
continúa siendo el mejor fruto de Neruda. Los Veinte poemas
repiten, y aumentan, el caso del Azul... rubendariano.
El mismo saludo fervoroso, la misma carta consagratoria de los
Valeras criollos, la misma multiplicación de ediciones. Jamás
el amor, la exaltación de la mujer y el tema de la pasión habían
sido tratados con un lenguaje tan espléndido. Fue, no solamente
la revelación de un gran poeta, sino el nacimiento de una emoción
que rompía moldes usuales y daba lugar a que las juventudes,
de suyo ávidas e inflamables, se decidieran a encararse con
las fuertes e incontaminadas imágenes de la libertad expresiva.
La gran poesía trae consigo la propagación, el contagio, ciertas
donaciones ocultas que al instalarse en el ánimo de quien las
recibe producen el nacimiento del estilo dormido, fomentando
una escritura inédita y organizándose en el intelecto como nuevo
tipo de sensibilidad. El nerudismo apareció en nuestros
países tras la primera edición de los Veinte poemas, y
esto, que es el mayor elogio y el mayor peligro a que puede
someterse un poeta, trajo consigo la imitación de los moldes
primeros. Trajo consigo enfermedades y saludes, negaciones y
afirmaciones espléndidas. Pero Neruda no vino al mundo para
escribir solamente veinte poemas de amor y una canción desesperada,
como Darío no apareció para escribir sonatinas. Vino
para expresar la obra de la transformación americana, y a estas
horas, escrito el Canto General, quedarse con el Neruda
que escribe los versos más tristes en la noche implica, no solamente
un desconocimiento de los fenómenos de evolución sino una traición
a la misma poesía. Él mismo, en uno de los pasajes de su última
obra, explica que mientras el poeta no hiere a fondo los intereses
intocables de la sociedad burguesa, mientras se prodiga en el
halago de las vanidades sensuales, poniéndole máscaras a la
"buena costumbre", recibe de esa misma sociedad la
palmadita en el hombro y la flor en el hojal; pero en cuanto
se decide ir al corazón de la injusticia y de la maldad, inmediatamente
es encarcelado y proscrito:
El
orgulloso estaba fieramente
combatiendo
en su armario de marfil
y
pasó la maldad en meteoro
diciendo:
"es admirable su solitaria rectitud.
Dejadlo".
El
impetuoso sacó su alfabeto
y
montado en su espada se detuvo
perorar
en la calle desierta.
Pasó
el malo y le dijo: "¡Qué valiente!"
Y
se fue al Club a comentar la hazaña.
Pero
cuando fui piedra y argamasa,
torre
y acero, sílaba asociada:
cuando
estreché las manos de mi pueblo
y
fui al combate con el mar entero;
cuando
dejé mi soledad y puse
mi
orgullo en el museo, mi vanidad en el
desván
de los carruajes desquiciados,
cuando
me hice partido con otros hombres, cuando
se
organizó el metal de la pureza,
entonces
vino el mal y dijo: "Duro
con
ellos, a la cárcel, ¡mueran!"
He
aquípor qué los pequeños mundos de la pureza que pululan en
nuestras ciudades americanas reprochan a Neruda su poesía política
y combatiente, y exhiben con insistencia la "superior belleza"
de los Veinte poemas de amor. Belleza justa en cuanto
supone la creación ardorosa del poeta, en cuanto regala una
página imposible de superar, pero injusta en cuanto la apartan
de la obra completa -hoja cortada a puñal- para exhibirla como
modelo de lirismo en un hombre que no puede concebir el amor
sino dentro de la justicia social.
TENTATIVA DEL HOMBRE INFINITO (1925)
Cuando
le pregunté a Neruda sobre este libro raro y ausente, me contestó:
"La tentativa del hombre infinito es el libro menos
leído y menos estudiado de mi obra; sin embargo, es uno de los
libros más importantes de mi poesía, enteramente diferente a
los demás y del que se han hecho pocas ediciones".
Impreso
en los talleres de la Editorial Nascimento, de Chile, apareció
en 1926 esta tentativa que el autor califica como una de sus
obras más importantes. La razón por la cual ha pasado inadvertido
para muchos, y no ha merecido las ediciones de los poemas de
amor, es bien sencilla: no está escrito para la fácil lectura,
incomoda de buenas a primeras con su falso hermetismo
y su cerrazón aparente. Mas el verdadero lector de poesía, que
no es, como se cree, el que realiza los buenos negocios editoriales,
sino por el contrario el que los detiene por que casi siempre
recibe libros de obsequio, encuentra aquí el muestrario del
lenguaje-Neruda y la clave de su constante renovación imaginativa.
El libro no tiene divisiones ni puntuación alguna. Pero cada
verso es un poema y en cada poema va implícita la significación
del idioma-Neruda. Estos versos no tienen "lógica",
y más de un lector ha querido lavarlos para descubrirles sentido,
haciendo las pausas que le parecen oportunas: ha fracasado.
Ha fracasado con una lectura así, porque interviene con la razón
en un mundo hecho precisamente para desatar las amarras formales.
Tentativa del hombre infinito debe ser el libro más leído
y estudiado entre aquellos que admiran la obra del poeta. Pero
quizá convenga su silencio, pues al caer en lectores no acostumbrados
a la buena recepción poética, podría desbaratarse en imitaciones
peligrosas. Si ocurre lo contrario, la Tentativa hace
bien a raudales, como de hecho ha ocurrido en muchos poetas
que mucho le deben.
No
tiene ni la gracia provinciana de Crepusculario, ni la
fuerza romántica de los Veinte poemas ni el delirio cósmico
del Hondero. Mas participa silenciosamente de todos ellos
y encierra las imágenes contenidas en la obra total; libro milagroso,
que a semejanza de los ancianos tribales se aparta del bullicio
porque guarda consigo la llave del problema y sabe que la gente
recurrirá a él para recibir el consejo final.
Van
aquí algunas excelencias:
|hogueras
pálidas revolviéndose al borde de las noches...
árbol
de estertor candelabro de llamas viejas...
el
crepúsculo rodaba apagando flores
oh
matorrales crespos donde el sueño avanza trenes...
tenías
en secreto un muerto como un camino solitario...
descienden
las estrellas a beber al océano...
oh
los silencios campesinos claveteados de estrellas...
los peces movibles como tijeras...
ANILLOS (En colaboración con Tomás Lago), 1926
Con
el propósito de dedicar este libro al infortunado poeta chileno
Alberto Rojas Jiménez, compañero en las primeras jornadas literarias,
escribieron Pablo Neruda y Tomás Lago en forma simultánea unas
prosas poéticas a las que dieron el nombre de Anillos por
haber enlazado en ellos sus estilos. Pero llevado el texto a
la imprenta salió a la luz pública sin la dedicatoria a Rojas
Jiménez, que era el propósito inicial de la obra.
Tomás
Lago camina al lado de Neruda en aquellos ya lejanos días de
la primera madurez; juntos acometen la empresa editorial y juntos
estructuran un lenguaje literario en donde el primero se dedica
a la prosa, escribiendo narraciones, ensayos de crítica y diversos
estudios en el terreno de la biografía y de la historia. A través
de la dirección del Museo de Arte Popular de Chile, Tomás Lago
ha realizado su labor de escritor, estimada dentro y fuera del
país.
Anillos,
nombre insustituible, es una afinidad electiva, un ver el
mundo con los mismos ojos, de tal manera que la prosa de uno
y otro apenas si difiere en realización y tratamiento de imágenes.
Hay
páginas en que no se advierte diferencia de estilos. Neruda
lo dice al hablar de su amigo: "
de repente no me
acuerdo de cual de los dos estoy hablando".
Una
energía saludable, un optimismo mañanero y rural -limpio de
escoriaciones nocturnas- corre por estas prosas siamesas de
1926. El campo, la tierra humedecida por el último aguacero,
la noche llena de estuarios y revelaciones, el amanecer solitario
de los pueblos, los vientos y los gritos de los trenes de auxilio,
todo el amor y la emoción de la provincia, con el día bueno
en que "Gerardo se mejora y el borracho Tomás tiene una
habitación", va pasando en deliciosas acuarelas por este
libro de sonoros anillos.
Se
comprende que ambos escritores se mueven en una época de absoluta
creación, estimulada por la confianza editorial, sin compromisos
con nadie que no fuera el pueblo.
Tomás
Lago ve a Neruda, no como un "verano de cuerpos redondos",
sino como "la vid de las grandes uvas perezosas" que
caen rodando dentro de su corazón. Lago anticipa muchos acontecimientos
y profetiza la lucha de su amigo: le llama ya "desterrado",
dice que viste "el traje rojo de las fiestas o la venganza",
que tiene perfil justiciero y que
lo más extraordinario
aún... "a grandes golpes de aroma derriba el silencio donde
predicar la guerra".
Por
su parte, Neruda ve a Lago "grandote, con su sonrisa ancha
de compañero, afirmado en un mástil y escribiendo en el suelo
sus números de nostalgia".
Descripciones
de dos espíritus que se mueven en libertad, esgrimiendo los
puños de la victoria cotidiana.
Pablo
Neruda ha publicado muy pocos libros en prosa. Me confiesa que
es "enemigo de entregar a la prosa los hallazgos de la
poesía". Sin embargo, estudiando su obra, encontramos poemas
en la prosa. No tiene la minuciosidad del prosista, carece de
esa facultad que describe las cosas con fidelidad, que se sumerge
en el pormenor y cultiva pacienzudamente los relieves exactos,
pero en grandes saltos, en incontenibles alegrías interiores,
Neruda nos da una prosa, si no comparable a los encuentros de
Baudelaire, sí rica en emoción y misterio, dos cosas
fundamentales para reñir con la imbecilidad del hombre "con
cara de pato", donde decía Lautréamont que nunca ha existido
la poesía.
EL HABITANTE Y SU ESPERANZA (1926)
"He
escrito este relato -dice Neruda en el prólogo- a petición de
mi editor. No me interesa relatar cosa alguna. Yo tengo siempre
predilecciones por las grandes ideas, y aunque la literatura
se me ofrece con grandes vacilaciones y dudas, prefiero no hacer
nada a escribir bailables o diversiones".
Siempre
asustadizo para la prosa, Neruda entrega los originales de este
libro a petición de su editor, un poco temeroso de los resultados
tangibles, como lo estuvo Gómez Carrillo con aquel volumen de
París, que el editor, al solicitárselo, bautizó con el nombre
bastante comercial de El modernismo. Esta vez no
hubo bautizo de título, pero sí de subtítulo. Debajo de El habitante
y su esperanza se puso esta palabra: Novela. Claro
que no lo era. Se trataba de una serie de close-ups estupendamente
vestidos. Puede cada relato separarse y hacer unidad. Se relatan
las conmociones psicológicas del interior chileno, ese interior
siempre a la orilla del mar, que forma el coro ante la tragedia
de la acción. Lo que se puede aprehender, como suceso lógico
deliberadamente enmarañado, es la pasión. Se cuenta el amor,
se va a la cárcel por robar ganado, se huye en la noche, se
derraman encendidos monólogos y se siente la inminencia de una
fatalidad pantanoso y fosforescente, en donde el mar "roído
por el color del tiempo y la asistencia de la soledad"
aprisiona la voluntad de los hombres. Sucede el crimen, v parece
que no es posible escapar. El personaje confiesa: "Voy
a decir con sinceridad mi caso; lo he explicado con claridad
porque yo mismo no lo comprendo. Todo sucede dentro de uno con
movimientos y colores confusos, sin distinguirse. Mi única idea
ha sido vengarme". Aquí está la clave. La confusión nace
de la identificación que se establece con el clima de una vegetación
apasionada.
La
venganza -huir, escapar de aquella red en el mundo- es la solución.
El hombre es el habitante, el actor y asistente de la propia
catástrofe, y la esperanza es el nuevo día, la extirpación de
una inmovilidad, el sacudimiento de una postración negativa.
No hay que pedirle más al libro. Lo ha dicho todo en pocas,
intensas páginas. La intimidad descriptiva del mar alcanza en
este relato una sabiduría que no proviene más que del contacto
y la formación en sus imperios. La mujer se abraza con la furia
de la lucha contra los límites. Todo parece lleno de una vasta
articulación escamosa. "Ay de mí, ay del hombre que puede
quedarse solo con sus fantasmas", solloza el actor ante
el mar implacable. Pero se sacude y logra vencer a los monstruos.
Se pregunta dónde estuvo, que fue lo qué pasó, mientras el alba
"saca llorando los ojos del agua". Este es el habitante
y esta su esperanza.
Respecto
al ambiente marino, invasor y perpetuo en la obra del poeta,
tan palpable en este cuadro misterioso y torrencial, me ha dicho
Neruda:
"Mi
familia iba todos los años a la costa, al puerto llamado Bajo
Imperial, y de esas excursiones arranca mi primer contacto con
el mar y con un inmenso río que desemboca en aquel paraje; el
sentido del oceanismo, las olas, las dunas lejanas y próximas,
la vida a caballo recorriendo las playas, el clima frío y el
paisaje con pinares al fondo, todo impresionó vivamente mi imaginación.
Este puerto ha tenido influencia en El habitante y su esperanza
y en Veinte poemas de amor. Hay en ellos mucha creación
emocional de mis recuerdos marinos, los cuales te repito me
impresionaron tanto que mucho más tarde no podía escribir sin
pensar seriamente en el ruido de la lluvia y de las olas cayendo
sobre la arena."
EL HONDERO ENTUSIASTA (1923-1933)
Hago
girar mis brazos como dos aspas locas
en
la noche toda ella de metales azules.
Poéticamente,
no corresponden los estados de excitación mental con la originalidad
o independencia de expresión. Con grandes dosis de sinceridad,
y en momentos de crisis para la fantasía, movidos ante el espectáculo
del amor o de la naturaleza, nos sentamos a escribir un poema,
pero el resultado no es siempre original. Neruda se apoya en
la experiencia de El hondero entusiasta y me dice: "Lo
escribí a los 18 años, en el segundo piso de una casa de Temuco,
en el sur de Chile, una noche totalmente llena de estrellas.
Tan conmovido estaba, que escribí íntegro ese poema, quedando
agotado y tembloroso, pero con la impresión de algo original
en la escritura. Leyendo después El hondero en Santiago,
me dijeron que tenía una marcada influencia de Carlos Sabat
Ercasty, el gran poeta uruguayo de Alegría del Mar. Decidí
entonces escribir a Sabat, mandándole el poema y diciéndole
si advertía influencia suya en el texto. Me contestó una hermosa
carta afirmando que, efectivamente, el poema tenía influencia
suya.
"Entonces
decidí no escribir un solo poema más; rompí y corté muchas partes.
El hondero entusiasta no se publicó hasta diez años más
tarde, cuando ya el asunto no podía dañarme. Pero el fruto de
ese cambio hizo que encontrara el nacimiento de mis Veinte
poemas de amor.
"Comprendí,
al trabajar más en lo mío, dónde residían mis fuerzas y dónde
mis debilidades; creo que el escritor debe estar atento y vigilante
cuando llegan esas corrientes de entusiasmo creador, para saber
así dónde se encuentran los obstáculos y poder evadirlos. De
ese choque con lo imprevisto, y de su sonora y franca victoria,
nace siempre lo propio, como sucede con el río, que golpeando
las piedras y cayendo en espumas construye la hermosura de su
voz. Esto es lo que caracteriza al verdadero estilo. Tenemos
el ejemplo de Gabriela Mistral, la cual transforma la estructura
del lenguaje para eludir -golpeándolos con la palabra- aquellos
problemas que no puede afrontar. Esto no lo aprendí en Gabriela,
sino en mí mismo. Que los jóvenes noten también esas fallas
en sí mismos."
Por
estas palabras se comprenderá la impresión que recibió el poeta
al saber que una de sus páginas más queridas tenía influencias
extrañas. Impresión que nunca murió del todo, ya que diez años
más tarde, al entregar a las prensas la segunda edición de El
hondero, Neruda, celoso de su puesto director en el movimiento
poético de América, advierte al lector que cede los poemas a
la editorial de la Imprenta Universitaria de Santiago como un
documento "válido para aquellos que se interesan por mi
poesía", ya que el libro no quiere ser sino el testimonio
"de una juventud excesiva y ardiente". Mas los poemas
de El hondero entusiasta, expurgados de fragmentos caídos
al roce del tiempo, se convierte en uno de los capítulos esenciales
a la poesía del autor y llegan a los públicos americanos con
una simpatía semejante a los Veinte poemas, cuyo
tema amoroso y cósmico encuentra su culminación en estos himnos
a la noche estrellada. A partir de ellos, la poesía de Neruda
vencerá territorios de fuego, de maldad y de venganza. Conquistará
su propio, invencible idioma. Abandonará la excesiva y ardiente
juventud para entrar en el año de la madurez y del orden. Se
hará más cauto, menos elocuente y verbal y sorprenderá los recintos
del crimen. En 1933, con un libro autodiscriminado, despide
Neruda su voz de joven ardiente.
Ahora
bien: si dentro de la evolución de un espíritu el regreso a
experiencias olvidadas produce el malestar de una detención,
el íntimo atropello de planes en marcha, también sucede que
dentro del movimiento perpetuo de las generaciones el libro
clausurado se convierte en libro vigente. Mientras Neruda publica
El hondero como un documento que tiene importancia únicamente
para los eruditos de la poesía, hay una generación que recoge
el libro con la sorpresa de lo inédito. Esa generación ama y
grita su amor y mira el cielo totalmente lleno de estrellas,
y el estudio del poema que se escribió en idéntico estado de
alma produce consuelo y rebeldía, estímulo y batalla. Quiero
decir que El hondero entusiasta no pierde su actualidad
entre la juventud revolucionaria de América. Mas algunos se
valen de estas circunstancias para atacar al poeta que abandona
la poesía para tomar la espada -sofístico del tiempo- y ven
en Neruda un poeta que se traiciona por no escribir crepuscularios
ni entusiasmadas hondas, cuando es todo lo contrario.
RESIDENCIA EN LA TIERRA (1925-1931-1935)
En
la quinta edición de este libro (la de Ercilla) encontramos
el siguiente colofón: "De este primer volumen de Residencia
en la tierra se hizo una tirada de lujo de
cien ejemplares por la editorial Nascimento, de Santiago de
Chile, el día 10 de abril de 1933. La segunda edición fue publicada
por Cruz y raya, en Madrid, en 1935. La tercera por la
Editorial Ercilla de Santiago de Chile, en 1938. La cuarta
por la Editorial Ercilla en 1939".
En
1925, Pablo Neruda notó, por primera vez, que había encontrado
una veta original con sus poemas Galope muerto y Serenata,
que aparecen en el primer libro de Residencia en la tierra.
"Esos
poemas me señalaron el dominio de mi personalidad. Con gran
serenidad descubrí que llegaba a poseer un territorio indiscutiblemente
mío":
Como
cenizas, como mares poblándose,
en
la sumergida lentitud, en lo informe,
o
como se oyen desde el alto de los caminos
cruzar
las campanadas en cruz...
En
tu frente descansa el color de las amapolas,
el
luto de las viudas halla eco, oh apiadada...
Poemas
que desataron la exégesis correspondiente, en críticos de alto
tejuelo que llegaron a escribir libros sobre la mecánica de
los mismos. Residencia es
otra de las claves de
Neruda. Pasado el estruendo verbal de El hondero, y la
delectación amorosa de los Veinte poemas, aparece ya,
en un conjunto bastante considerable -como que abarca más de
diez años de labor- un edificio de sólido estilo, una residencia
inimitable levantada con la seguridad que regala la originalidad
propia. Neruda ha madurado sus visiones del mundo, ha penetrado,
lenta y sigilosamente, en los sótanos del misterio expresivo.
El elemento exterior se dilata con el contacto del Oriente,
de donde regresa más americano que nunca, pero enriqueciendo
su poesía con nuevos y sorprendentes hallazgos. El lenguaje
poético tiene también su filología y su alta gramática. Y así
como el idioma de un país va capitalizando su energía a través
de los abonos dialectales, así la expresión estética aumenta
en recursos a medida que el productor de imágenes conoce nuevos
horizontes, nuevos paisajes, nuevos mundos en donde la vida
es la misma, más no su emoción, su misterioso "pathos"
fatal.
En
Residencia en la tierra advertimos, al propio tiempo que
un profundizar en la temática, un sabor lejano, un delicioso
exotismo, así como una desesperación y un desprecio por lo convencional.
No hay que olvidar que Neruda visitó Siam, Indochina, China
y Japón durante cinco años, y que, durante el regreso -más de
setenta y cinco días de navegación- escribió muchos poemas de
Residencia, entre éstos Monzón de mayo,
El fantasma del buque de carga y el Tango del viudo.
En
breves y raudas prosas introducidas calladamente en las páginas
de este libro encontramos la presencia de lo lejano, cierto
cultivo a la geografía maravillosa. Cuadritos poéticos de encanto
indecible, equivalentes al Gauguin que dormita en Neruda:
Sí,
quiero casarme con la más bella de Mandalay... Amor de niña
de pie pequeño y gran cigarro, flores de ámbar en el
puro y cilíndrico peinado, y de andar en peligro, como un lirio
de pesada cabeza, de gran consistencia. Y mi esposa a mi
orilla, al lado de mi rumor tan venido de lejos, mi esposa
birmana, hija del rey.
No
todo es amable. Residencia en la tierra no es
-nunca lo ha sido- un libro influenciado por el paisaje oriental.
Estas decoraciones son minoritarias y como advenedizas.
Residencia
en la tierra es un libro complicado y doloroso. A propósito
de la obra el autor me hizo estas declaraciones:
"Cuando
llegué a España por primera vez en 1927, era lo más importante
en aquel momento La Gaceta Literaria, dirigida por el
escritor fascista Giménez Caballero. Me encontré con Guillermo
de Torre, que era el crítico literario de las tendencias modernas,
y le mostré los primeros originales del primer volumen de
Residencia en la tierra. Él leyó los primeros poemas y al
final me dijo, con toda la franqueza del amigo, que no veía
ni entendía nada, y que no sabía lo que me proponía con
ellos. Yo pensaba quedarme más tiempo. Entonces, viendo
la impermeabilidad de este hombre, lo tomé como mal síntoma
y me fui a Francia, embarcándome poco después en Marsella con
destino a la India. Tenía veintitrés años recién cumplidos,
y era natural que mi sitio no estaba en las postrimerías del
ultraísmo. Tenía que esperar a una nueva generación y lo curioso
es que ella se precipitó como te diré después. La generación
de Alberti y de Lorca no era conocida aún. Después de permanecer
un mes en París, estando en la isla de Ceilán, me llegaron proposiciones
para editar mi libro en Francia, enviando en seguida el primer
tomo de Residencia. Lo importante es que no se hizo en
Francia, pues la casa editora estaba para terminar su negocio.
Lo importante es que había aparecido en Lutecia, por una preciosa
coincidencia, un poeta español que había obtenido el premio
nacional de literatura en Madrid con su libro Marinero en
tierra. Ya sabes, pues, de quien se trata. Rafael Alberti
se convirtió en el campeón de mi poesía y trató de editarla.
No obstante ser Alberti un camarada desconocido, me escribía
constantemente a Ceilán y fue mi representante legal para todos
los asuntos editoriales.
"Cuando
regresé a España en 1934, el panorama había cambiado. Ya no
me dirigí, naturalmente, a Guillermo de Torre... Debo decirte
que personalmente no tengo ninguna molestia con él. Somos amigos,
y lo que pasa es que ambos tenemos mundos diferentes. Mi poesía
de Residencia, en fin, fue recibida y aclamada
en forma extraordinaria. Encontré que mi obra poética era orgánica,
nacida de un ser humano que había trabajado mucho por dentro
y que, al ascender a la superficie, presentaba una unión completa
entre hombre y obra.
"Y
aquí debo aclarar para siempre que la poesía es íntima mía;
la concibo como una emanación mía, como las lágrimas o como
el pelo míos; encuentro en ella la integración de mí mismo.
"En
la España de 1927 el concepto de la poesía era mecánico, exterior,
influenciado por futuristas, ultraístas, ete., que tendían a
hacer de ella una especie de juego de combinaciones acústicas
y retóricas. De este clima jactancioso, pero vano, se desprendió
el libro de Ortega y Gasset La deshumanización del arte,
cuando precisamente la fuerza que iba a venir era de profunda
humanidad en todos los órdenes de la vida.
"En
1934 sucede todo lo contrario: adviene el florecimiento de la
República, y en ella, fresca de realidades y copiosa de elementos
creadores, una generación de poetas que era la primera después
del Siglo de Oro. Llegué, pues, en un momento único para mí.
Significaba para un americano, ni más ni menos, asistir al nacimiento
de una República que esperábamos con tanto afán. Esta República
había hecho desaparecer a los escarabajos de la monarquía y
traía consigo al hombre limpio y nuevo: una nueva conciencia.
"Cuando
bajé del tren, estaba esperándome una sola persona con un ramo
de flores en la mano: era Federico. Pocos poetas han sido tratados
como yo en España. Encontré una brillante fraternidad de talentos
y un conocimiento pleno de mi obra. Y yo, que había sido durante
muchos años martirizado por la incomprensión de las gentes,
por los insultos y la indiferencia maliciosa -drama de todo
poeta auténtico en nuestros países- me sentí feliz. Tal vez
lo más significativo de todo haya sido que, habiéndose tratado
de editar una revista, quisieron que yo la dirigiera. Así salió
El caballo verde, impresa por Manolo Altolaguirre
y dirigida por mí. El sexto número no alcanzó a venderse porque
en el mes de julio de 1936 estallaba la guerra.
"De
los poetas que entrañablemente me recibieron, además de los
citados, se encontraban Vicente Aleixandre, Arturo Serrano Plaja,
José Herrera Petere, Luis Cernuda, Concha Méndez, José Bergamín;
los pintores Rodríguez Luna, Miguel Prieto y otros que se me
olvidan. Profunda influencia tuvo sobre mis ideas políticas
la valiente actitud de Rafael Alberti, que ya era un poeta popular
y revolucionario. En general había un despertar político y revolucionario
extraordinario, tanto en esta generación como en la que venía,
entre los cuales contaba ya con numerosos, amigos."
No
triunfa Pablo Neruda en España con la poesía fácil y gratuita.
Triunfa llevando consigo un libro desesperado y doliente, cerrado
para la sensibilidad musical de las mayorías. Mas la valiosa
juventud de la Península acoge la obra, preparada como estaba
para recepcionar el envío justísimo de la hora. Juventud española
es diferente a juventud hispanoamericana; ésta no carece de
visión crítica ni de genio para introducirse en una lectura
atenta de la poesía, al contrario: superando los valores de
apreciación, recoge lo vulnerable, se contagia de mito crepuscular
y abandona la disciplina del mundo. Por eso dice Neruda:
"Contemplándolos
ahora, considero dañinos los poemas de Residencia en la tierra.
Estos poemas no deben ser leídos por la juventud de nuestros
países. Son poemas que están empapados de un pesimismo y angustia
atroces. No ayudan a vivir, ayudan a morir. Si examinamos la
angustia -no la angustia pedante de los snobismos, sino la otra,
la auténtica, la humana-, vemos que es la eliminación que hace
el capitalismo de las mentalidades que pueden serle hostiles
en la lucha de clases. A una ola muy grande de pesimismo literario
que llena una generación entera, corresponde un avance agresivo
del capitalismo en su formación. Si examinamos la actividad
poética de Rubén Darío, vemos que ésta corresponde a un desarrollo
menor del capitalismo. En su tiempo, las fuerzas destructoras
no necesitaban mostrar aún el camino del aniquilamiento. Pero
años después las fuerzas reaccionarias del Continente ven un
peligro en el despertar intelectual, y de aquí la tendencia
nihilista y desesperada de mi anterior poesía y de todos los
poetas de mi generación. Tengo la seguridad de que no de una
manera sistemática, pero tampoco menos fuerte, la reacción ha
querido inutilizar estas fuerzas del verbo."
ESPAÑA EN EL CORAZÓN
(Himno
a las Glorias del Pueblo en Guerra. Ejército del Este.
Ediciones literarias del Comisariado. 1938)
De
este libro se imprimieron originalmente 500 ejemplares numerados
del 1 al 500, bajo la dirección de Manuel Altolaguirre, terminándose
su impresión el día 7 de noviembre de 1938, segundo aniversario
de la defensa de Madrid, como parte del tercer volumen de Residencia
en la tierra.
Lleva
esta Noticia:
"El
gran poeta Pablo Neruda, (la voz más profunda de América desde
Rubén Darío, como dijo García Lorca), convivió con nosotros
los primeros meses de la guerra. Luego en el mar, como desde
un destierro, escribió los poemas de este libro. El Comisariado
del Ejército del Este lo reimprime en España. Son soldados de
la República quienes fabricaron el papel, compusieron el texto
y movieron las máquinas. Reciba el poeta amigo esta noticia
como una dedicatoria."
El
primer gran libro político de Neruda. La primera denuncia violenta,
salpicada de ira, llena de una impresionante agresividad. En
1926 se encontraba en Madrid, como Cónsul de su país. Los mejores
escritores convivían con él. Rafael Alberti, en una de sus famosas
Coplas de Juan Panadero, lo ha recordado:
Puras
noche nerudianas.
Miguel
Hernández olía
a
oveja y calzón de pana.
Y
también:
La
fuerte sangre española
le
puso a Pablo en el pecho
un
borbotón de amapolas.
De
improviso la guerra. Y el Cónsul-poeta, el buen Cónsul que "golpeaba
sus palabras, llenándolas de agujeros y de pájaros", abandonó
su jardín botánico y fue al encuentro del pueblo. A partir de
España en el corazón, Pablo Neruda coloca al pueblo en
el corazón de su poesía. He aquí lo que ha dicho llya Eremburg
sobre este libro:
"Vi
por primera vez a Pablo Neruda en el Madrid heroico y condenado.
Me sorprendió su rostro, rostro de andaluz soñador o de altivo
araucano. Sus ademanes eran pausados, suave su voz, se percibía
que aquel hombre estaba hecho para la meditación, para la poesía;
mas sus ojos ardían en luces de ternura o de cólera. Hablaba
sólo de la lucha: "Casa de Campo, Londres, traición, las
Brigadas Internacionales, el pueblo, Moscú, esperanza".
Hacía cuanto podía, quería estar con el pueblo español. Abandonó
las canciones de lluvia, las meditaciones y la "casa de
las flores". Por último, el gobierno de Chile le ordenó
abandonar España. En el mar, camino de Chile, escribió su libro
España en el corazón. Un libro de poesía lleno de cólera
y admiración, poesías no de un espectador, sino de un soldado.
Este libro, editado en Chile, fue pronto traducido a varios
idiomas. España en el corazón llegó hasta el corazón
de la España combatiente. Cuando se leen las palabras de odio
a los fascistas, no recordamos a Víctor Hugo en el Castigo,
que parece algo retórico, sino a Agripa D'Aubigné y a veces
a los profetas bíblicos:
Chacales
maldecidos por los chacales,
víboras
odiadas por las víboras,
piedras
a quienes escupen las lampazas.
"Pablo
Neruda escribe inspiradas poesías sobre el heroísmo del pueblo
español, habla de los albañiles y de los mineros, de los labradores
y de los carpinteros, alzándose en defensa de la libertad. El
poeta nos habla del sacrificio y de la fraternidad de que dieron
muestras al mundo los soldados de las Brigadas Internacionales".
Destaca
Ehremburg el hecho de abandonar "las canciones de lluvia"
para entonar las canciones de la sangre. En la hora suprema
del pueblo, Neruda hace a un lado la poesía bella para escribir
la poesía útil, resultando ésta más bella aún. En su voz ya
no resbalan mariposas ni guisantes, sino palabras desolladas
hasta la carne viva.
En
el otoño de su vida, Rubén Darío escribió:
Yo
sé que hay quienes dicen: ¿Por que no canta ahora
con
aquella locura armoniosa de antaño?
Esos
no ven la obra profunda de la hora,
la
labor del minuto y el prodigio del año.
Pablo
Neruda supo ver la obra profunda de la hora no en la senectud,
sino en la hermosa y clara juventud del soldado. Como el viejo
Rubén, quizá en idéntica posición mental pero en diferente actitud
física, ya que el uno tendía al simple sueño y el otro a la
simple realidad, a la simple tierra, Pablo Neruda escribió:
Preguntaréis:
¿Y dónde están las lilas?
¿Y
la metafísica cubierta de amapolas?
¿Y
la lluvia que a menudo golpeaba
sus
palabras llenándolas
de
agujeros y de pájaros?
Os
voy a contar lo que me pasa.
Y
cuenta su barrio de Madrid, con árboles y campanas. Allí, en
ese barrio, su casa era llamada
la
casa de las flores, porque por todas partes
estallaban
geranios.
Recuerda
a sus amigos de entonces: Federico, Miguel, Rafael... Y una
mañana las hogueras salían de la tierra devorando seres, y bandidos
con aviones y con moros venían por el cielo a matar niños. El
poeta, sencillamente, abandonó "la metafísica cubierta
de amapolas" y entró en el corazón del pueblo, denunciando
y cantando como un joven gigante humillado.
CANTO GENERAL (1950)
La
primera idea fue escribir un Canto General de Chile. Le
interesaba a Neruda la parte geográfica de su país, extraordinariamente
poética, con desiertos calcinados, ventisqueros, fiordos: una
mezcla íntimamente ligada a la humanidad chilena. En esa forma
trabajó algunos poemas en México. (En 1943 apareció en fragmento
mínimo el Canto General de Chile). Cuando regresó a su
patria, siempre en el plano de este trabajo, encontró dos novedades:
primero, las luchas del pueblo chileno eran muy apreciables;
se le hicieron más objetivas con sus viajes a las minas, a la
pampa, al desierto; segundo, después de su famosa visita al
Macchu Picchu en el Perú, vio las raíces de la historia americana
"confundidas y como debajo de la tierra".
"Cambié
entonces el plan -me dijo- y lo transformé en un Canto General
llevando el propósito de arquitecturar un poema a toda
nuestra América."
En
aquella época -1943- no tuvo tiempo para desarrollar tan ambicioso
deseo. Intervino en la vida política de Chile y no podía dedicarse
a escribir poesía. Luego vino la persecución. Recuérdese -en
la Carta para millones de hombres- la petición de su
Partido, en el sentido de que dispusiera de un año para realizar
la obra; se iba a ir a Isla Negra, lugar de la costa,
cuando se inició el ataque del imperialismo y Chile se
convirtió en una inmensa cárcel. Es famoso el "yo acuso"
de Pablo en pleno senado chileno, lo que motivó su persecución,
siendo escondido de casa en casa:
Fui
fugitivo de la policía:
y
en la hora de cristal, en la espesura
de
estrellas solitarias,
crucé
ciudades, bosques,
chacarerías,
puertos
Ya
desde el segundo o tercer día de haber roto con el gobierno
antipopular de González Videla, y a pesar de haberse movilizado
la policía en su búsqueda, comenzó la tarea de dar fin al
Canto General.
Desde
el 4 de febrero de 1948 hasta el 8 de enero de 1949 se escribió
todo el libro, salvo lo que ya estaba publicado. Trabajó el
autor diariamente, sin descanso, con una lucidez incomparable.
Puede decirse que el Canto General fue realizado a grandes
saltos geográficos, meditado en la cárcel, intuido en medio
de una zozobra y amargura sin precedentes.
En
México, pocos días antes de aparecer la obra, Neruda me dictó
las siguientes palabras:
"Debo
advertir que si salen muchos nombres propios, así como reseñas
de actos importantes e insignificantes, esto se debe a que por
una parte he querido dar la sensación de nuestras luchas continentales
a través de un romanticismo revolucionario que no está en desacuerdo
con el realismo a que aspira tener el libro. Causará extrañeza
leer nombres sin ninguna importancia histórica, como los de
González Videla y secuaces; lo he hecho deliberadamente para
que caiga sobre ellos un estigma simbólico. Yo sé que el pueblo
los castigará, pero en mi poema queda una acusación del
molde humano de ellos: son diplomáticos, alcahuetes, periodistas
pervertidos y sabuesos de una dictadura corrompida. Sé
que esto es algo duro, que asombrará y molestará a no pocos
lectores, pero quiero que piensen en lo amargo que
es para mí concretar las realidades de este tiempo.
"Creo
que mi libro desde su comienzo es un libro alegre, sano, optimista,
a pesar de la tristeza que lo circunda no en forma total. Sentí
durante un año de trabajo encarnizado una alegría embriagadora,
pues la vida me daba ocasión de vencer a todos los enemigos
del pueblo cuando ya se me creía en el fondo de la derrota.
Así pues tuve dos inmensas fuentes de alegría: por una parte,
la satisfacción de mi libro, y por otra la realidad intangible
de sus materiales de lucha.
"La
primera parte del Canto General es la América de la vegetación,
de los metales y de los ríos. Luego viene la conquista con la
extensión hacia Perú y Chile; este canto termina con A
pesar de la ira, en que se cuenta cómo, por encima de
los crímenes, vinieron a nuestra América las ideas y la capacidad
industrial del Renacimiento. Me propuse juntar en su verdadero
color la avalancha española con su superstición y su crueldad.
En Chile, y en general, en la América del Sur, tenemos pedestales
injustos, como el de Valdivia; una gran avenida lleva su nombre,
y a su amante Inés de Suárez, rapaz desvergonzada y aventurera,
se le consagra un restaurante muy popular. Se debe a que inmediatamente
después de la conquista, una casta se apoderó del movimiento
de liberación implantando una nueva forma de dominio sobre nuestras
poblaciones. Necesitaban estos verdugos españoles un endiosamiento
para tener la espada siempre levantada. Así, vemos cómo las
oligarquías criollas traicionaron hasta el recuerdo de los héroes
indígenas y han dedicado con pudor algunos recuerdos vergonzantes
a los grandes héroes de la primera lucha americana. De estos
héroes el más extraordinario es Lautaro. Este gran patriota
de la araucanía fue un joven surgido de la masa primitiva que
viendo la tragedia de su pueblo entró al servicio de los españoles:
se hizo caballerango del conquistador Valdivia sólo para estudiar
la táctica guerrera del enemigo; pudo muchas veces haber matado
al capitán extranjero, pero llegado el instante oportuno, lo
abandonó, regresó a su gente y fue elegido Toqui. Entonces
dirigió la guerra contra los invasores, empleando no
sólo su misma táctica, sino otra de su invención que
era la marcha hacia la retaguardia, presentando batalla por
dos lados de la columna central. Así, el 25 de diciembre de
1553, Lautaro, en la memorable batalla de Tucapel, exterminó
al ejército español, haciendo prisionero a Valdivia y a sus
capitanes, que fueron ejecutados.
"La
guerra patria de los promaucas fue extraordinaria, y a pesar
de los refuerzos con que contaban las tropas enemigas, no fueron
vencidos. Pero Lautaro, que debió ser el símbolo de Chile, fue
humillado por los nuevos aristócratas y por los nuevos aprovechados,
quienes le han puesto su nombre a un villorio del sur de Chile,
no existiendo una estatua suya en Santiago, mientras hay docenas
en memoria de los invasores.
"Precisamente
el canto siguiente se llama La arena traicionada, y es
la historia de cómo fue burlada la independencia araucana por
estos mismos grupos, que describo minuciosamente en el Canto
V (las fuerzas retrógradas que traicionaron nuestra arena son
las tiranías, el imperialismo, la injusticia, etc.).
"El
Canto VII -La tierra se llama Juan- está escrito con
las mismas palabras del pueblo, con sus faltas y su modo de
decir las cosas. Son vidas de trabajadores, contadas por ellos
mismos.
"El
IX es una invocación a los Estados Unidos de Norteamérica para
lograr la paz del mundo.
"El
X es la historia de la persecución ordenada por González Videla.
"El
XI relata una huelga en las minas de oro de Chile, teniendo
como escenario una región desolada.
"El
XII son cartas a poetas vivos -y muertos.
"El
XIII es una salutación de Año Nuevo.
"El
XIV es el pacífico amanecer de nuestros puertos: un canto a
las islas, a las aves, a las piedras de las orillas, al Antártico.
"El
libro termina con el canto Yo soy, en donde cuento
mi vida, desde la infancia hasta la época actual, continuando
con mi testamento.
"A
través de todas estas visiones he querido realizar el retrato
de las luchas y victorias de América, así como parte de nuestra
zoología y de nuestra geología.
"El
Canto General es posiblemente el más poético de mis libros.
"Creo
que es el ensayo de una lírica capaz de enfrentarse con todo
nuestro universo."
El
3 de abril de 1950, en la residencia del arquitecto mexicano
Carlos Obregón Santacilia, tuvo lugar el acto de la firma de
los ejemplares suscritos del Canto General. Predominó
la asistencia de extranjeros residentes en la capital azteca,
miembros de Embajadas europeas y españoles republicanos.
Con
este acto se daba fin a una serie de lentos preparativos editoriales
y se comenzaba a distribuir la obra poética más importante de
nuestro tiempo.
Los
pintores Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, mismos que habían
ilustrado el libro, firmaron al lado del autor los primeros
ejemplares. Los invitados salieron con una voluminosa obra bajo
el brazo. Al recibir el volumen se tenía la impresión de algo
extraordinario. Se abrían las páginas, se admiraban las ilustraciones,
se saltaba por encima de aquella montaña de renglones cortos.
Neruda estaba feliz. No podía ocultar su satisfacción. Su esposa
nos había dicho días atrás: "No pueden imaginarse la alegría
de Pablo con el Canto General. Está como si fuera a recibir
de la imprenta su primer libro".
Pocas
semanas después, Neruda se embarcaba para Europa sin recibir
un solo homenaje escrito por su publicación, ni siquiera un
artículo más o menos interesante. Con excepción de quien esto
escribe, nadie se ocupó de la obra. ¿Asombro, temor, curiosidad
por saber quién sería el primero en criticar el gran poema?
Creo que todas estas circunstancias se barajaron. En general,
una frialdad desventurada cayó sobre el esfuerzo de quien era,
indiscutiblemente, el primer poeta americano. Mas los estudios
vendrán, indudablemente, desencadenados por la misma lógica
de los hechos. Ante obra así no es preciso esperar el comentario
inmediato. "Crecerá con los años", ha dicho Joaquín
García Monge a propósito del poema. Pero Neruda sintió un vacío
sospechoso y abandonó el país.
Tuve
la suerte de asistir, durante mi cercanía con el poeta, al nacimiento
material del libro. La empresa fue cobrando fuerza a medida
que aumentaba el número de suscriptores y se pudo movilizar
el capital necesario. Todos los días me hablaba Neruda de los
adelantos editoriales, hasta que al fin me mostró las primeras
pruebas de imprenta. Envió las galeras a Rivera y a Siqueiros,
para que éstos escogieran sus temas. El primero se encargó de
la parte prehispánica -retrospectiva- y el segundo de la contemporánea.
Fue esta una prueba de paciencia para el autor, ya que los pintores
prometieron una fecha y la cumplieron meses después. Pero entregaron
dos obras maestras.
El
motivo prehispánico fue realizado con esa intensidad y multiplicación
de formas y volúmenes que Rivera imprime a sus obras de gran
espacio: un abigarramiento, pero abigarramiento que reproduce
la historia a través del lenguaje de la simbología. En la parte
austral hay batallas, geología, cóndores, quetzales, animales
y dioses. La impresionante ciudadela de las nubes -Macchu Picchu-,
la figura de un arquitecto con rico gorro tamizado. En el centro
la escalinata ensangrentada; en la parte superior, un contador
de estrellas; abajo la figura de un jaguar. La América del Norte
-México- tiene el sacrificio humano, el volcán imponente, el
resplandor trágico de Anáhuac. Rivera, a quien por aquellos
días visitaba para recoger su biografía, me mostró un día la
tela en el suelo, invitándome a recorrerla por los cuatro lados:
allí donde ponía los ojos comenzaba el cuadro o había un detalle
minúsculo que sin embargo gravitaba en su centro, con unidad
independiente y al mismo tiempo sometida al plan totalizador
del emblema. "He inaugurado -me dijo- una nueva época en
mi pintura, pues no había hecho estas cosas antes". En
efecto, era el primer mural en pequeño que salía de sus manos.
La
parte encomendada a Siqueiros es un alarde político. Ya se sabe
que Siqueiros deposita su fuerza en lo colosal. Toda su obra
es una gigantomaquia desorbitado, henchida de una virilidad
entusiasta. El espectador de sus cuadros, como ante Orozco,
recibe una impresión planetaria, un entusiasmo ciclópeo.
Siqueiros interpretó el triunfo del socialismo en el mundo:
un gigante, con los brazos en alto, emerge de la costra terrena.
Es impresionante la figura en medio de un sol despedazado, entre
multitud de fragmentos geológicos y vivientes. No hay silueta,
no hay minucia ni anécdota, hay una garra vital que sostiene
las formas y las profundiza. La guerra está aquí, pero también
la paz. El cielo que corona la lejanía, con sus nubarrones encolerizados
y sus pinceladas frenéticas, tiene sangre y esperma, sudor y
aliento profético, estableciendo una íntima comunión con el
tono de lucha del libro, con su denuncia y su latigazo creador.
No
podemos establecer diferencias entre los cuadros que galardonan
el Canto General. Uno y otro se corresponden, sostienen
el haz y el envés de la doble carátula. Rivera interpretó la
guerra preclásica, un pasado que alimenta secretamente las inspiraciones
de América. Siqueiros visionó el triunfo del hombre, su imprecación
y su gesto, poniendo intensidad en el torso, en la materia disgregada
del mundo.
Había
que ponerle un "pie de grabado" a los cuadros. Neruda
había señalado varios fragmentos y no se ponía de acuerdo. Me
los mostraba y volvía a buscar en el poema. Al fin, leyendo,
comparando, escogió para el trabajo de Rivera estos versos:
Los
trabajos iban haciendo
la
simetría del panal
en
tu ciudadela amarilla,
y
el pensamiento amenazaba
la
sangre de los pedestales,
desmontaba
el cielo en la sombra,
conducía
la medicina,
escribía
sobre las piedras.
Para
el tema político de Siqueiros aparecieron, salvadores, los versos
siguientes:
Y vi
cuántos éramos, cuántos
estaban
junto a mí, no eran
nadie,
eran todos los hombres,
no
tenían rostro, eran pueblo,
eran
metal, eran caminos.
Y
anduve con los mismos pasos
de
la primavera en el mundo...
Durante
varias semanas, Neruda se dedicó a las correcciones. Lo encontraba
por la mañana sentado frente a un mar de papeles. Yo le ayudaba
en aquella corrección. Había sobre todo muchas faltas de puntuación,
aumentadas por la costumbre del poeta de no utilizar el punto
y coma. Corregíamos de prisa, desplazando los halagos de la
lectura para dedicarnos a la tarea de ver las letras, las palabras.
Al fin se corrigió aquella interminable catarata sinfónica.
Miguel Prieto vigilaba con su sabiduría los incontables problemas
tipográficos que iban surgiendo. Un día pudimos ver el libro
formado. Se veía imponente. Quinientas setenta y cinco páginas
incluyendo los índices. El Canto General salió sin una
errata importante. En la contraportada, la división del libro
en 15 grandes cantos y sus correspondientes capítulos, en seguida
el poema y por último la lista de suscriptores, 343 en total
clasificados en los siguientes países: México, Argentina, Brasil,
Costa Rica, Chile, Cuba, Venezuela, Panamá, El Salvador, Honduras,
Guatemala, Perú, Ecuador, Checoeslovaquia, Francia, Estados
Unidos, República Española, Inglaterra, Hungría, Italia, Polonia,
U.R.S.S.
En la última página se había redactado una sencilla
y grande noticia:
"Esta
edición, especial y limitada, la primera del Canto General
de Pablo Neruda, se publicó en la Ciudad de México bajo
los auspicios de una comisión editora formada por María Asúnsolo,
Enrique de los Ríos, Ing. César Martino, Arq. Carlos Obregón
Santacilia, Wenceslao Roces y César Godoy. La Dirección tipográfica
estuvo al cuidado de Miguel Prieto. Las dos pinturas que ilustran,
en forma de guardas, esta edición, fueron ejecutadas especialmente
para la obra, como homenaje al autor, por los pintores Diego
Rivera y David A. Siqueiros. La obra ha sido realizada en los
Talleres Gráficos de la Nación y se acabó de imprimir el día
25 de marzo de 1950. Intervinieron en los trabajos de confección
de la obra: Los cajistas Ricardo Macías y Manuel Gil González,
los prensistas Vicente Chacón y Cirilo Ramos, el encargado del
taller de offset, Jorge Segui, el encuadernador Jesús Sánchez.
Consta la tirada de 500 ejemplares en papel "Malinche",
de fabricación mexicana, numerados del 1 al 500; de ellos, 300,
destinados a los suscriptores, llevan las firmas de Pablo Neruda,
Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. Se han tirado, además,
50 ejemplares en papel Manila, sin numerar, unos y otros
fuera de comercio."
Agotada
la primera edición, que alcanza en la actualidad la suma
de 350 pesos mexicanos ejemplar, se procedió a la segunda, en
formato menor y precio económico, con el siguiente
ex-libris:
"Esta
edición del Canto General de Pablo Neruda es reproducción
facsimilar de la especial y limitada que, al cuidado de Miguel
Prieto, se imprimió en los Talleres Gráficos de la Nación. Se
ha hecho una tirada de 5.000 ejemplares en los talleres de "offset"
Gráficas Barcino, calle del Doctor Garcíadiego 209, por cuenta
de Manufactura de Libros, S. de R. L. Meyerbeer 57-D, México,
D. F."
Con
motivo del envío de las dos primeras ediciones trazamos unas
cuantas observaciones sobre las ideas que nos iba suscitando
la misma lectura del Canto. De más está decir que no
están completas ni cuidadosas, pero pueden servir de pauta a
futuras investigaciones. Ad aperturam libro...
LA LÁMPARA EN LA TIERRA
I.-AMOR
AMÉRICA (1400).-¿Por qué pone Neruda esa misteriosa fecha de
1400, cuando América no tiene firmada el acta de nacimiento?
Tal vez quiso concretar históricamente su Canto, iniciarlo
un siglo antes de la conquista. El siglo xv es decisivo para
América; ocho años antes de su terminación, el Almirante vería
por primera vez la tierra nueva. Ya existían los nombres y las
artes, ya América se había descubierto a sí misma, pero
las
claves se perdieron
o
se inundaron de silencio o sangre.
Esto
es lo importante. Todo eso que llaman "cultura arcaica"
no es más que la pérdida de las claves. A lo más que llega el
arqueólogo moderno es a interpretar el pasado valiéndose de
ganzúas y linternas sordas. Que los dioses le sean propicios
en esta aventura con el silencio. El poeta es diferente. Saca
los moldes de cera del pasado y se fabrica sus propias llaves.
El
pequeño poema Amor América anuncia lo que vendrá libro
adentro. Y lo universal del poeta se declara desde el momento
en que junta el "légamo incásico" a las "flores
zapotecas": Sur y Norte de nuestra inmensidad.
II.-VEGETACIONES.-Los
tres reinos salen de la tierra. Crece el tiempo en la fertilidad.
Se mencionan los árboles-padres, y el maíz aparece "como
una lanza terminada en fuego". Luego vienen las bestias.
Neruda inicia lo remoto con una iguana. "Era el crepúsculo
de la iguana", es decir, era lo más antiguo de lo antiguo.
De los animales de América, es la iguana un hermoso pedazo del
diluvio. Neruda es el millonario de las imágenes: "el hormiguero
monacal", "el guanaco fino como el oxígeno",
la anaconda "devoradora y religiosa".
Y
por primera vez esta palabra tremenda: útero.
III.-VIENEN
LOS PÁJAROS.-No es sólo lo que repta, sino lo que vuela. Como
en la metamorfosis del gusano, América deja su envoltura y asciende
al azul. Los cardenales, el tucán, los ilustres loros, el cóndor,
"fraile solitario del cielo", la torcaza, la loica,
el flamenco, el quetzal y las alas del albatros estableciendo
"el orden de las soledades".
IV.-LOS
RÍOS ACUDEN.-América es "la amada de los ríos", ha
sido "tatuada por los ríos", en la frente le brillan
los lagos. Breves oraciones al Orinoco, Amazonas, Tequendama,
Bío-Bío. Este último relacionado con la vida íntima del poeta,
como que corresponde al paisaje de su primera niñez: "Tú
me diste el lenguaje, el canto nocturno mezclado con lluvia
y follaje".
V.-MINERALES.-Impresionante
preludio al martirologio americano. La madre mineral fue quemada,
martirizada, corroída y podrida "cuando los ídolos ya no
pudieron defenderla". Es una novísima entrada a la madera
carbonizada del subsuelo. Se habla de "las viñas del meteoro"
y de los "subterráneos del zafiro". Aquí está Neruda
como en propia casa, describiendo los palacios oscuros de la
materia. Primer acto de magia en el Canto.
VI.-LOS
HOMBRES.-El verso más llamativo de este bello poema al habitante
preclásico, que sirvió de tema general a Rivera para ilustrar
la primera guarda del libro, es este: "Como faisanes deslumbrantes
descendían los sacerdotes de las escaleras aztecas". Se
trata de una alusión a los trabajos monumentales de la raza,
que iban haciendo "la simetría del panal". Desfilan
los caribes, los tarahumaras, los araucos y los mayas, "que
habían derribado el árbol del conocimiento".
Esta
primera parte del Canto, una de las más poéticas y vitales,
corresponde al Génesis. Vendrán los Deuteronomios y Levíticos
dolorosos, los Éxodos y los Números. Pero en La lámpara
en la tierra hay tantos poemas como palabras,
y cada palabra encierra varios.
ALTURAS DE MACCHU PICCHU
Aquí
está la ciudadela de Macchu Picchu y el Cuzco amaneciendo como
la flor más pensativa del mundo. Es uno de los poemas históricos
del Canto ya que, como hemos dicho, al visitar estas
ruinas prehispánicas concibió Neruda la idea de transformar
su primitivo Canto General de Chile en un poema a la
América entera.
Ha
hundido Neruda las manos "en lo más genital de lo terrestre",
verso extraordinario, uno de los más impresionantes de su poesía.
En doce partes se divide este poema incásico, que es la penetración
al mundo silencioso que fuimos, y además un regreso a las estaturas
de la nieve, a lo inmarcesible. "La ciudad como un vaso
se levantó en las manos de todos". Neruda, al cantar las
columnas glaciales, asciende por el viejo endecasílabo libre,
y este metro de él voluntariamente olvidado muestra su dominio
en la declaración -no versificación- lírica, sobre todo en las
partes marcadas con los números VIII, IX y XII: "Sube conmigo,
amor americano"; "Águila sideral, viña de bruma",
este último una hermosa letanía que ha comenzado a influir en
no pocas producciones contemporáneas.
LOS CONQUISTADORES
Esta
es la historia dolorosa, la historia trágica y sombría. En 1534
"los carniceros devoraron las islas". Se termina con
el prejuicio de la "mansa" historia mostrando el horror
de la conquista en una forma salvaje. Primer mural del Canto,
que recuerda el poema épico de Diego Rivera en la escalinata
del Palacio Nacional de México. "Los caballeros de Colón"
aquí se espantan y huyen: no pueden soportar una poesía en donde
se les dice que "Cortés no tiene pueblo, es rayo frío,
corazón muerto en la armadura". Ni que Alvarado venga "con
garras y cuchillos" sobre Guatemala. Cayeron como lobos
y quemaron las obras completas del maya. Se enumeran los libros
de esa biblioteca, estos son los títulos: "el temblor del
río", "la ciencia del polen", "la ira de
los Dioses del Envoltorio", "las migraciones a través
de los primeros universos", "el secreto del ave verde",
"el idioma de las estrellas".
Luego
viene Balboa, el que murió con la cabeza atravesada en un palo.
Dice Neruda que fue un «misterioso muñeco de la sal descubridora"
y un "novio mortal". Después Ximénez de Quesada y
todos los demás. Aquí se asiste a la agonía del Perú, cuando
Valverde le dijo a Atahualpa, árbol insigne: "Te llamarás
Juan". Y el indio respondió: "Juan, Juan me llamo
para morir". El poema se cierra con la conquista de Chile,
en donde los personajes centrales son Pedro de Valdivia y Lautaro,
educado en las madrigueras de la nieve.
En
Chile la conquista llegó a la ferocidad. Neruda la interpreta
con extraordinario realismo. Se trata de una lucha que, iniciada
en 1535, dura tres siglos. Los conquistadores mutilan a los
prisioneros y por su parte los naturales se comen el corazón
de los intrusos. Aquí recordamos un antiguo verso de Neruda,
que no corresponde al Canto en una forma literal, pero
que encuentra en él su verdadero marco: "Si pudiera arrancarme
los ojos y comérmelos"...
Sin
embargo, de don Alonso de Ercilla y Zúñiga, primer cantor de
aquellas hazañas, a don Hernán Cortés, quemador de naves y de
pies, hay su diferencia. Ercilla es un humanista, un paje del
príncipe don Felipe, un discípulo -no muy aprovechado- de los
más sabios latinistas de la época, en cuyos aprestos retóricas
se funden, como dicen los cronistas, "la fineza natural
de su ingenio, lo atinado de su juicio y la bizarría de su espíritu".
Ercilla
permite el caso extraordinario de que nazca un poema dedicado
al enemigo. La Araucana disgustó tanto a Hurtado de Mendoza
que éste encarcela al autor por un "quítame ahí esas pajas";
lo condena primero a muerte, lo perdona luego a regañadientes
y posteriormente lo manda a España despojado de sus bienes.
Pero Mendoza, siendo después virrey del Perú nombrado por Felipe,
quiere desquitarse y ordena escribir un poema "dedicado
a él mismo", el famoso Arauco Domado (título de
Lope) escrito por Pedro de Oña, primer poeta "oficial"
que nace en tierra chilena.
Este
Pedro de Oña es un pájaro lisonjero, experto en besamanos e
inclinaciones. Es, además, autor de una crónica en verso acerca
del temblor de Lima en 1609, y de El Vasauro, última
de las obras que escribió no sin antes dar a la estampa su Ignacio
de Cantabria, dedicado a la Compañía de Jesús, quien costeó
la edición de la obra.
Cortesano
y alambicado, adulador profesional de Hurtado y de los condes
de Chinchón, a quienes dedica El Vasauro, Pedro de
Oña es un poco gongorino en el retorcimiento y barroquismo de
las imágenes, indudablemente un poeta de calidad a veces desmadejada,
pero de mérito indiscutible.
Oña
nace como Neruda en La Frontera, relata en su poema las luchas
e insurrecciones de entonces y tiene parlamentos posiblemente
mejores que los de La Araucana. Hecho singular es que
en Chile haya sido la poesía compañera cercana de las armas,
y que poetas y guerreros se disputen los honores de la fama.
La historia de ese país hermano comienza con La Araucana
y termina con el Canto General, que es, además, el
verdadero cantar de gesta del Continente Americano.
Tras
las incontables batallas, viene la Independencia chilena y el
país cae en manos de oligarcas sin escrúpulos dispuestos tanto
a matar como a enriquecerse. Los generales son condecorados
por asesinar a los héroes autóctonos descendientes de Lautaro,
Caupolicán y Tucapel. Las últimas expediciones punitivas tienen
lugar a fines del siglo pasado y los indios aceptan, por fin,
la ley chilena.
Los
Conquistadores, de Neruda, están pintados al rojo vivo y
tanto que esta parte del poema es una especie de venganza sagrada.
Neruda habla en nombre de la raza y tritura sus versos hasta
hacerles salir sangre.
Pero
La luz vino a pesar de los puñales, y en
ella, implícitos, Los Libertadores. De ese árbol de la
libertad, crucificado en la tierra violenta, multiplicado en
tantas hojas ilustres, se desprenden los libertadores. Y el
primero que llega es Cuauhtémoc. Neruda le llama "joven
hermano", estableciendo fraternidad con el "joven
abuelo" del autor de La Suave Patria, Ramón López
Velarde. Y así comienza:
Joven
hermano, hace ya tiempo y tiempo
nunca
dormido, nunca consolado,
joven
estremecido en las tinieblas
metálicas
de México, en tu mano
recibo
el don de tu patria desnuda.
Fray
Bartolomé de las Casas, con el implacable pan de su dulzura,
pasa al lado de los libertadores de la espada. El padre blanco,
en esta sucesión de hogueras, destaca su perfil de antigua medalla
imperecedera, hasta llegar a Lautaro. En esta parte la poesía
de Neruda vuelca su amor. Es particularmente impresionante el
poema que lleva por título La educación del cacique,
porque muestra la preparación natural del habitante prehispánico:
"Acechó
la comida de las águilas", "arañó los secretos del
peñasco", "entretuvo los pétalos del fuego",
"leyó las agresiones de la noche"... de nuevo la letanía
de Neruda, como una oración cayendo sobre las almas. Hay enseguida
un intermedio que cierra la América conquistada y abre la colonia
con todo su cortejo de pícaros y de santos, más los primeros
que los segundos. Entonces "llegó la ley al mundo de los
ríos y vino el mercader con su bolsita". En esta galería
desfilan Bernardo O'Higgins, San Martín, Mina, Miranda, José
Miguel Carrera, Manuel Rodríguez, Bolívar (en la entrevista
con San Martín en Guayaquil, 1822); Sucre, Toussaint L'Ouverture
(Haití), Morazán (Centroamérica), Juárez, Lincoln, Martí; Balmaceda,
de Chile, Emiliano Zapata, Sandino, Recabarren, Prestes, del
Brasil... Se cierra con Llegará el día, un canto de confianza
en el porvenir del mundo americano, fecundado con la
sangre y el ejemplo de sus héroes.
El
poema a José Miguel Carrera es particularmente importante. Tiene
una Antiestrofa que es la reencarnación de "Inclinas
razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda", de Rubén
Darío. El hexámetro en las manos de Neruda, hecho con una lucidez
inconsciente.
LA ARENA TRAICIONADA
Este
es el desfile sombrío de los traidores de todas las patrias
americanas. Porque América ha amamantado "hijos terribles
con venenosa leche de serpiente". Este es el capítulo que
no pueden sufrir los ojos comprometidos, ya sea porque han ayudado
a los regímenes antipopulares exhibidos país por país, ya sea
por su condición de escritores puros. Aquí está la pequeña hoja
de tilo cayendo sobre el hombro del valeroso Sigfrido. Mas la
lanza enemiga no le traspasará, porque el guerrero se ha vuelto
a bañar en la sangre que lo hace invencible.
El
primero que desfila es el doctor Rodríguez de Francia, del Paraguay,
aquel que se sentó en su sillón "como una estatua sórdida
y cesárea". Viene luego Rosas, de la Argentina, que fue
combatido y aniquilado por Domingo Faustino Sarmiento. Del Ecuador
sale García Moreno, fulminado por la pluma de Juan Montalvo,
y de Venezuela Juan Vicente Gómez. Estos son los dientes de
tiburón, pero sucede que en el desfile hay sus miquitos totalitarios,
sus enanos brujos, y estos son Estrada Cabrera y Jorge Ubico,
de Guatemala; Machado, de Cuba; Melgarejo, de Bolivia; Maximiliano
Hernández Martínez, de El Salvador, el teósofo que repartía
aguas multicolores entre sus ministros y asesinó a veinte mil
trabajadores; y además, Trujillo, Somoza y Carías, distribuidos
en sus respectivas haciendas. Sin olvidar a Moriñigo, del Paraguay.
No
termina en los dictadores el desfile sombrío, sino que luego
vienen las organizaciones imperialistas, las entidades negativas
y los poetas celestes, "más ciegos que las coronas del
cementerio".
AMÉRICA, NO INVOCO TU NOMBRE EN VANO
Los
dieciocho breves poemas de este capítulo son otras tantas incursiones
por la vastedad del paisaje y los litorales de nuestro mundo.
Son aéreas contemplaciones a la tierra, a los hombres, a los
peligros que acechan como pantanos venenosos la paz y la tranquilidad
de los campos. La poesía, con la mirada enhiesta de las águilas,
con el zumbido de las hélices que se duermen en vertiginoso
movimiento, va mirando "el aire indefinible, la luna de
los cráteres, el pánico del cuarzo" y "el sulfato
dormido en su estatura de larga geografía".
CANTO GENERAL DE CHILE
El
poeta tuvo primeramente la idea de escribir un canto a su patria,
Chile, que encerrara en sus dimensiones la geografía y el dato
humano. Esta idea, a medida que fue desarrollándose, le señaló
la posibilidad de ampliar la escritura a la América en general.
El gran poema a Chile ha quedado, dentro de su obra, como un
"movimiento" de la sinfonía épica, perfectamente estructurado
y cerrado en sí mismo, pero estableciendo relaciones con el
plan unánime del Canto.
La
característica fundamental del poema es una enorme capacidad
descriptiva, una penetración en la naturaleza austral. Neruda
ha "pintado" verbalmente un mural, ha dejado testimonio
de su fuerza telúrica en versos desgarrados y fosfóricos, donde
los adjetivos, son los relámpagos y los sustantivos el fuego.
Lenguaje endurecido por los hielos terrestres, versos golpeados
sobre las piedras, en donde las cacofonías se oyen naturales
y espontáneas, como productos que son de una especial manera
de sentir las cosas. Habla de la "áspera espesura donde
la yegua arde", siente la tierra como una "catedral
de párpados pálidos". La nostalgia que envuelve a los primeros
poemas se expresa con una dignidad y una ternura que deja atrás
los suspiros y quejas de las inconformidades menores. Su sentimiento
está concebido en audaces y desusadas genuflexiones mentales,
y se advierte como nunca la presencia de un poeta, de una fuerza
demiúrgica, de una boca echando vapores glaciales.
Neruda
recorta el poema en pequeños cuadros; no sólo aparece el océano,
con su desnudo "aparecido y verde", "no sólo
el trueno sobre el nevado resplandor", sino las pequeñas
y vibrantes industrias: la talabartería, la alfarería y los
telares. Tampoco olvida los siniestros -inundaciones y terremotos-,
ni la botánica con el "idioma frío de las fucsias".
Y tras una recordación a los amigos que compartieron el azoro
de los primeros descubrimientos naturales, termina con los poemas
titulados Jinete en la lluvia, Mares
de Chile y Oda de invierno al río Mapocho, donde
junta sus melodías fundamentales.
Desde
los Poemas solariegas de Leopoldo Lugones, y más todavía,
desde la venerable Oda a los ganados y las mieses del
maestro argentino, no se había cantado a una patria con
tal majestad. Métodos distintos rigen esas obras, como corresponden
a reflejos mentales de épocas diferentes y desde luego antagónicas,
pero el dispositivo poético se dirige al mismo objeto. Ambos
poemas son transformaciones de una misma voluntad estética.
De esta manera, cuando Pablo Neruda vuelca su amor a la tierra,
diciendo:
...
no puedo
dormir
sin tu mirada de cristal y tiniebla.
.
Me
llamas dulcemente como una novia pobre,
está
repitiendo con diverso lenguaje las palabras con que Lugones
finalizó su oda inmortal:
¡Feliz
quien como yo ha bebido patria
en
la miel de su selva y de su roca!
LA TIERRA SE LLAMA JUAN
Juan
es el nombre del pueblo: Juan carpintero, Juan albañil, Juan
peón de hacienda. "Sus huesos están en todas partes. Pero
vive. Regresó de la tierra. Ha nacido".
Al
hablarme del plan de trabajo que había adoptado para el desarrollo
de su libro, Neruda se detuvo complacido en el capítulo VIII,
dedicado por entero a citar nombres de obreros que vivieron,
padecieron y murieron, o que están vivos y padecen en las plantaciones
de banano, en las factorías y en las minas. "He querido
-me dijo- rendir homenaje a los hombres que construyen la vida
con su sangre; a los trabajadores del pueblo, explotados y escarnecidos".
El
poeta adoptó la forma de hablar de ellos, y con gran sencillez
recogió e interpretó sus palabras. Testimonios son de un gran
valor social. Van refiriéndonos sus historias, sus martirios,
sus esperanzas. Todos los poemas comienzan en nombre propio,
y alcanzan por lo mismo un conmovedor efecto humano. Es la poesía
en camisa y pantalón de manta, desprovista de aparatos ajenos
a la sencillez.
Jesús
Gutiérrez, agrarista, dice: "En Monterrey murió mi padre,
Genovevo Gutiérrez, se fué con Zapata". Luis Cortés, de
Tocopilla, dice: "Camarada, me llamo Luis Cortés. Cuando
vino la represión, en Tocopilla me agarraron. Me tiraron a Pisagua.
Usted sabe, camarada, cómo es eso. Muchos cayeron enfermos,
otros enloquecieron". Olegario Sepúlveda, zapatero de Talcahuano,
dice: "Olegario Sepúlveda me llamo. Soy zapatero, estoy
cojo desde el gran terremoto". Arturo Carrión, navegante
iquiqueño, escribe a su mujer una carta que dice: "Junio
1948. Querida Rosaura, aquí me tienes, en Iquique, preso, mándame
una camisa y tabaco. No sé hasta cuándo durará este baile".
El poeta Popular Abraham Jesús Brito "fue haciéndose agua
por los ojos, y por las manos se fue haciendo raíces".
La salitrera Margarita Naranjo dice que está muerta y que toda
su vida la pasó en la pampa. Eufrosino Ramírez dice
que tiene que tomar las planchas calientes del cobre en las
manos, y entregárselas a la pala mecánica. Salen casi ardiendo
y pesan como el mundo. Finalmente aparece Calero, trabajador
del banano en Costa Rica, a quien Pablo Neruda conoció a través
de las páginas de la novela de Carlos Luis Fallas, Mamita Yunai
(1941). Calero es "gigante oscuro, niño golpeado, harapiento
y errante".
QUE DESPIERTE EL LEÑADOR
Estamos
frente a otra de las grandes construcciones sinfónicas del Canto
General, verdadera columna de su bóveda. Es el poema que
la América indiana dirige a los Estados Unidos de Norteamérica.
El
autor recitó éste poema poco antes de la salida de su libro,
en el cine "Prado" de la ciudad de México, y a raíz
de ese acto hube de escribir para un diario las siguientes impresiones:
Pablo
Neruda recita sus poemas. No los dice.
Los
recitadores oficiales, los toca-laúd por tandas, suelen exclamar:
"Yo no recito, yo digo los poemas".
Y
es que, en el fondo, se dan cuenta del ridículo que consiste
en poner los ojos en blanco y cantar el ¡oh, tú! virreinal.
Por más que tratan de no poner los ojos en blanco, ni de decir
el ¡oh, tú! virreinal, incurren, cultivan, aderezan ese ridículo
tan sonoro.
Por
eso es que, recitando, dicen que no recitan.
Pablo
Neruda recita y da una enseñanza. Dignifica la recitación, la
eleva y la llena de misteriosas instalaciones inhalámbricas.
Contagia
optimismo Neruda.
Pasa
y es un barco y queda un amoroso aceite flotando sobre las almas.
Walt
Whitman y Rubén Darío, sus hermanos profundos, se encuentran
en él y se multiplican.
Walt
es el Padre, Rubén el Hijo y Pablo el Espíritu Santo.
El
poema Que despierte el leñador es el canto A Roosevell más Las
hojas de hierba más el anhelo tácito de las razas americanas.
Pablo
Neruda recita este poema y electrocuta las gargantas chiquitas
del vicio oratorio, y quema las óperas cívico-sociales y
pone a vibrar las arpas vocales y os regala un vaso de sidra
hecho con las espumas de su manzana de Adán.
Pablo
es la aventura con la luz, el camino de Damasco con la espada
y el trueno navegando sobre la voz.
La
voz se transforma en un leopardo hambriento comiendo verdugos.
La
voz de Pablo es como una campana que enloqueciera de pronto
a las dos de la mañana gritando: ¡incendio, incendio!
Los
hombres reposan en sus cabañas.
Pero
la campana convoca, ordenando la extinción salvadora.
Tengo
ante mí a un hombre robusto, de rostro melancólico y búdico.
Es
Pablo Neruda. Viene de las profundidades de América, hijo de
un ferrocarrilero y de una mujer que muere dejando al niño de
tres meses. El padre lo toma, monta a caballo y huye con él
por la montaña y el cubil, buscando un poco de leche.
Ese
niño es ahora un hombre que está frente a mí, en un cine de
México cedido para el recital.
Sube
torpemente -como un albatros- las escalerillas que conducen
al escenario.
Lleva
consigo los versos en grandes papeles impresos.
Comienza
a leer despacio, seguro, absolutamente sencillo, naturalmente
solemne. Se suscita en el público, a medida que la voz
se va calentando, ese fenómeno de igniciones emotivas tan
semejante al agua en el fuego: lentos movimientos del ánimo,
burbujas al principio lejanas, que poco a poco, en la proporción
en que aumentan las calorías verbales, se van juntando hasta
danzar entusiasmadas.
Las
pausas, los finales internos, no desprenden aplausos porque
el ambiente ha paralizado sus demostraciones, y, como
en los conciertos sinfónicos, reserva su desahogo a la sorpresa
final. En verdad el público se encuentra ante un sacerdote
que va quemando incienso y leyendo números.
Hay
acusaciones terribles.
Isaías,
que ponía las culebras debajo de las camas y hablaba
escupiendo sangre, puede ser un abuelo de este guerrero pluvial.
A
veces entorna los ojos como en el acto de la consagración. Permanece
sentado, pero al llegar al último parlamento, se levanta y lee
de pie la terminación grandiosa.
Es
el momento en que el agua se sale del recipiente absolutamente
colmado de vapor estallante.
El
público se levanta y regala al poeta la ovación absoluta. ¿Cuál
poesía trae este hombre, qué es lo que dice, en dónde reside
el secreto de su contagiosa electricidad?
Trae
la metáfora nueva del combate, la imagen como una estrella quemándose
en las manos del pueblo y el rompimiento de las viejas ventanas
líricas, en cuyos cristales tiró una piedra de venganzas sagradas.
Tal
hube de escribir, para dejar constancia de aquel acto público
que llenó por completo la sala.
El
primer poema que se escribió a los Estados Unidos de Norteamérica
en nombre de las razas latinas, fue, como se sabe, el canto
A Roosevelt, de Rubén Darío, incluido en los Cantos
de vida y esperanza (1905). Fue la primer poesía antiimperialista,
la primera abiertamente política que se producía en la América
Española. Neruda tendría entonces cuatro o cinco años, como
lo dijo, sin sospecharlo, el propio Rubén Darío en su poema:
(Apenas
brilla, alzándose, el argentino sol y la estrella
chilena se levanta... )
Sí,
apenas se levantaba la estrella chilena de la poesía, esa estrella
que habría de continuar el canto A Roosevelt, reforzándolo
e intensificándolo.
El
poema de Darío apenas era una advertencia:
Tened
cuidado.
El
poema de Neruda es ya una amenaza que contesta a otra amenaza:
si Norteamérica arma sus huestes para destruir la música y el
orden que amamos,
saldremos
de las piedras y del aire
para
morderte:
saldremos
de la última ventana
para
volcarte fuego:
saldremos
de las olas más profundas
para
clavarte con espinas:
saldremos
del surco para que la semilla
golpee
como un puño colombiano,
saldremos
para negarte el pan y el agua,
saldremos
para quemarte en el infierno.
(Pág. 376).
Antes
de exclamar con el puño cerrado, Neruda abre la mano para dejar
caer una flor amorosa: "Al oeste de Colorado River hay
un sitio que amo", dice, y recuerda el olor de acero de
los bosques de Arizona y Wisconsin, Milwaukee "levantada
contra el viento y la nieve", los pantanos de West Palm
y los pinares de Tacoma. Canta la luna de Manhattan, "la
cuchara de hierro que come tierra" y el pequeño hogar del
farmer, la luz, los mecanismos y la energía del Oeste,
"el gigante muchacho en el tractor", todo eso que
es fuerza y agricultura, poder levantado por los hombres. Pero
el entrecejo de Neruda es largo y sombrío, porque enumera cantando
los oprobios y abusos de la influencia en otros territorios.
Las penetraciones financieras, los monopolios industriales y
la presión a la libertad son algunas de las formas negativas
de esa fuerza. "Que nada de esto pase", dice el poeta.
"Que despierte el leñador. Que venga Abraham con su hacha
y con su plato de madera a comer con los campesinos". Y
luego, finalmente, la famosa oración por la paz:
Paz
para los crepúsculos que vienen,
paz
para el puente, paz para el vino...
y
con toda la humanidad de la vida,
paz
para la camisa de mi hermano,
............................
paz
para mi mano derecha
que
sólo quiere escribir Rosario.
(Pág. 381).
Los
capítulos siguientes están referidos a diversos acontecimientos
en la vida del poeta, y a numerosas meditaciones sobre la naturaleza
y los hombres. En El fugitivo cuenta Neruda cómo anduvo
perseguido y recibió la ayuda del pueblo. Peligró gravemente
su vida, pero una fuerza interna le sostuvo, hasta que pudo
escapar de sus enemigos. Tuvo espacio y tiempo suficiente, en
medio de la inseguridad que le rodeaba, para escribir poemas
enteros en donde registra nuevas luchas y perdiciones, cartas
a sus amigos en el mundo, elogios a las ciudades y ríos amados.
Así el libro va adensándose en su propia selva, va metiéndose
en sí mismo, hasta terminar sofocado y triunfante. Pero hay,
a lo largo de numerosas páginas, un capítulo en donde es preciso
detenerse, porque revela la naturaleza del autor, su condición
de escritor empapado por las aguas del universo expresivo. Ese
capítulo se titula El gran océano, y corresponde
al número XIV de su libro. Desarrolla en grandes impregnaciones
de materia una tentativa de filosofía poética de la naturaleza.
Toda
la poesía de Neruda es oceánica, parece venir de los vértigos
marinos. Aun cuando se sienta tierra firme, aparecerá mojada
y estrellada. Una lectura detenida del primer poema de este
libro revelador -El gran océano- mostrará la reserva
más profunda de su condición poética, algo que la razón no alcanza
porque está defendida por el instinto original.
El
mar es una "copa acumulada de todo movimiento", unidad
que no ha sellado la muerte. El mar "colma la curvatura
del silencio". Frente a este universo en libertad, que
tiene y guarda el origen de las especies, se levanta la tierra,
que es límites castigo y forma; es decir, prisión. "La
tierra hizo del hombre su castigo", pero además, y escrito
en un verso estremecedor, "escudriñó los huevos de la muerte".
La
poesía de Pablo Neruda es una flor submarina que se arroja contra
las piedras, mientras mama "la leche estremecida de la
estrella".
Es
en este capítulo en donde la poesía se desenvuelve en su elemento
natural, y por eso dice sus más escondidos secretos, toca los
vientres verdaderos de su causa en el tiempo.
La
respuesta a todos los enigmas duerme en el seno del mar. Neruda
remite a ese abismo viviente la razón de su voz. Ningún poeta,
en los momentos favorables a la creación, ha podido desentenderse
de este eponismo naturalista. Yo mismo, en mi Poema Nuevo [2] he rozado las llamas azules
de las madres marinas.
El
verso de Neruda (que otros llamaran anti-verso), es una ola
que viene del fondo "con raíces hijas del firmamento sumergido".
Precisamente en el poema a la ola (Pág. 502), pueden encontrarse
las definiciones de su naturaleza rítmica. En el poema XVII
de este libro misterioso y genésico, los enigmas no obtienen
contestación, porque "el mar lo sabe", porque es el
depositario de toda formación, puliendo sus formas innumerables
"entre las uvas sanguinarias del tiempo".
En
esta concepción (que bien podríamos llamar védica) del mundo
de las apariencias, el hombre despierta envuelto en la realidad
"como un pez encerrado en el viento".
Mas
Neruda ha desterrado el "miedo cósmico", el trascendentalismo
por el trascendentalismo que se agota en sí mismo, y su poesía
está cubierta de escamas vigilantes. Los poemas siguientes son
salutaciones primorosas a las estructuras del mar, a
sus conchas y caracoles de color indecible. Nombra directamente
al spondylus, la rostellaria y el nautilus,
la mollusca gongorina y los pájaros de las islas
-amados y poetizados también por Darío-, subrayando con el exótico
nombre de phalacrocorax el poema correspondiente, que
saluda la "celeste magnitud" de las aves, en cuyos
vuelos se concentran las emanaciones "del viento de la
vida".
El
último capítulo se titula Yo soy, y es un recuento biográfico-poético
del autor, desde su infancia diluvial y salvaje -zapatos mojados,
troncos rotos caídos en la selva, ríos y rastrojos- hasta la
disposición testamentaria y el saludo a los nuevos poetas de
América, a los que un día
hilarán
en el ronco telar interrumpido
las
significaciones de mañana.
Los
últimos poemas acusan en cierto modo el sofoco del esfuerzo,
el jadeo de locomotora a quien la distancia no ha vencido. Rápidos
escorzos de quien tiene prisa por terminar la jornada y empezar
otra.
Neruda
confiesa que su libro "ha nacido de la ira", pero
que no sólo cólera se encontrará en sus páginas: también fuerza
positiva, pensamiento afable y alegría "de manos congregadas".
Los versos finales no tienen nada de espectacular o intenso:
son redacciones que de una manera sencilla impresionan por lo
que tienen de jornada cumplida:
Así
termina este libro, aquí dejo
mi
Canto general, escrito
en
la persecución, cantando bajo
las
alas clandestinas de mi patria.
Hoy
5,de febrero, en este año,
de
1949, en Chile, en "Godomar
de
Chena", algunos meses antes
de
los cuarenta y cinco de mi edad.
Esto
se escribe precisamente en la página 568, después de llevar
el esfuerzo de la concentración hasta sus últimas posibilidades.
Expuesta
a grandes rasgos la historia editorial y sensible de la obra,
no quedan fuera de lugar algunas conclusiones.
La
primera, que el Canto General es uno de los mayores y
más densos esfuerzos de arte que se hayan producido en el siglo
XX, o si se quiere, en la segunda mitad del siglo que tantas
revoluciones y crímenes ha desatado en la conciencia del acaecer.
Puede
objetarse el desahogo personal ante determinados incidentes,
pero no se le puede negar la enorme experiencia poética en él
acumulada. La poesía ha recogido las emociones más profundas
de una época, proyectándolas al porvenir.
En
cuanto al aspecto formal de la obra, tan combatido por las tradiciones
imperantes, no recuerdo quien me dijo (pienso en Xavier Villaurrutia)
que esta poesía del Canto es la naturaleza sin marco,
es decir, lo torrencial del verbo. El poema es un marco
que le ponemos a la naturaleza: aquí está un río, allá está
una casa, a la izquierda se levanta un árbol. Este es el marco,
en cuyos límites bordamos la imagen. Neruda no usa ese marco.
Neruda se derrama tal como los ríos «que se salen de madre»,
arrastrando detritus, bestias destripadas, relámpagos y fantasmas.
Pero, en medio de este correr y derramarse por la poesía, Pablo
Neruda construye su propio lenguaje y vuelve al endecasílabo
y al hexámetro, cultivando inconscientemente otras formas tradicionales,
como el benemérito verso de nueve sílabas, presente en grandes
parlamentos del Canto.
Hay,
pues, un marco en esta salida del límite, una silueta perfectamente
delimitada. Además de que no podemos considerar "retóricamente"
una poesía que nace precisamente para castigar los desmanes
de la pudibundez formal. Poesía del hombre para el hombre, en
uno de los documentos más conmovedores que se hayan escrito
en América.
Ahora
debemos referirnos al interrogante que se habrán hecho los posibles
críticos literarios: ¿Es este libro de Pablo Neruda el libro
poético más importante de nuestro tiempo? ¿Es Pablo Neruda el
poeta representativo de la América actual? A lo que respondemos:
Sí. El Canto General, tanto por sus características lineales
como por su enorme contenido político y social, es, en su género,
el libro más importante de nuestro momento histórico. Pablo
Neruda es el poeta del Continente.
No
es posible volver aquí al divorcio entre arte y política, y
menos aún al divorcio entre arte y lo que se ha llamado, despectivamente,
"propaganda política". Todo arte es propagación de
algo, contagio intencionado de algo. El Canto General es
la divulgación amplificada, de la vieja idea del hombre sobre
la tierra, más dueño y poseedor de su mundo. El Canto General
es una articulación verbal de contenido ideológico positivo.
Por eso fuimos los primeros en difundir la noticia de que esta
obra resultaba el equivalente, en las letras, del fenómeno moralista
mexicano: porque su gran espacio, y lo apretado de su universo
expresivo, realizaba en igualdad de belleza la prédica de las
masas.
Esta
actitud revolucionaria es la única originalidad del arte contemporáneo;
lo demás es adulteración, purismo, vuelta a la añagaza de las
"esencias". Este libro, que no escapa a los defectos
del desahogo privado ni al insulto de circunstancias, es la
primera respuesta de la poesía al mundo vigente. La primera
decimos, porque hasta ahora no teníamos una declaración "estética"
sobre los falsos valores que por siglos mixturaron la educación
social de nuestros pueblos. El gran "affaire" histórico
de la conquista de América, por ejemplo, la valentía de denunciar
el imperialismo aprovechando la dilatación y el contagio de
la poesía, esa poesía que con sus ilusiones y carantoñas retóricas
había producido en América la hipocresía y el elegantismo derrochador,
así como otras calamidades mayores, como son el divorcio
entre escritor y hombres, en una dolorosa batalla
contra la lealtad. Esta poesía no había superado la nota "crepuscular"
que ya apuntaba Henríquez Ureña refiriéndose a México, y siendo
numerosa para el lirismo del yo personal, se encontraba
prácticamente desierta de poemas universales en donde el alma
de lo popular se conmueve, celosa de sus capillas íntimas, de
su laberinto, de su soledad intelectualizada e ilustre. El Canto
General marca una evolución decisiva en la historia de nuestra
poesía; cierra la nota crepuscular e inaugura los ortos épicos.
¿Qué otro libro de imaginación ha demostrado el poder adquisitivo
de la conciencia ante los materiales de lo informe, dando a
las cosas más humilladas e insatisfechas un asombroso poder
salvador?
Si
el poeta, como dicen las teorías al uso, es el receptor y retransmite
de las energías anónimas del pueblo; si en la voz del poeta
-os magna sonaturum- se reflejan y sobrenadan las notas
diferenciales de su tiempo; si, en fin, el artista es el "hombre
colectivo" preconizado por Jung, la poesía contenida en
el Canto General de Neruda reproduce, a través de las
vicisitudes de la imagen, los descompuestos armazones de un
mundo agotado y febril que sin embargo construye un mundo nuevo,
tornándose optimista por lo mismo que emerge de la descomposición.
Pero cierta crítica -eco de los encuadernados cisnes- ataca
la poesía del chileno por apartarse de las "puntas de diamante"
que llaman Cosmos y otras entidades metafísicas, y no perdonan
el supeditar lo "incorruptible" de la poesía a lo
"sucio" de la expresión social.
Todo
esto es necesario explicarlo, combatirlo. Para Neruda el proceso
es muy sencillo: la poesía, como reflejo del pensamiento en
su forma neutral ante los movimientos progresistas del mundo,
es una invención del capitalismo, quien desde luego puso atención
al peligro que representaban los poetas. Con la destrucción
del feudalismo y el avance del capital financiero antiguo, aparece
por primera vez la noción del arte por el arte, hoy defendida
por los últimos restos del surrealismo. ¿Por qué se produjo
este fenómeno? Junto a la expansión de los enciclopedistas,
la burguesía vio un enemigo en cada poeta, y ha querido aplastarlos
por diferentes medios, impidiendo el desarrollo de ellos hacia
la vida, combatiendo las iniciativas que pudieran libertarlos.
Ha empleado la persecución económica implacable y la teorización
de la pureza. Neruda recuerda como casos típicos de tragedias
de vidas poéticas, a José Asunción Silva en América y a Rimbaud
en Francia.
"Silva
-dice- termina en el suicidio y Rimbaud parte al abismo por
la sola voluntad de los salchicheros de Charleville. Los que
están enamorados de la leyenda-Rimbaud no piensan en que, por
sólo ese hecho, están al servicio de la derrota del pensamiento."
También
los ideólogos han predicado el arte por el arte y la destrucción
física de los escritores, aconsejándoles el alcoholismo y el
suicidio, y tratando de fomentar para ellos un clima caótico
y miserable. Toda esa cosa agria, cruel y descompuesta que divide
a los escritores y artistas desaparecerá con el cambio social,
pues dentro de la comunidad obrera hay trabajo y dignidad para
todos. Los escritores que, como Neruda, se han arrojado a esta
lucha, defienden el conglomerado intelectual del presente y
del futuro, y los más nobles ejemplos de la tradición literaria:
Que
amen como yo amé mi Manrique, mi Góngora,
mi
Garcilaso, mi Quevedo: fueron
titánicos
guardianes, armaduras
de
platino y nevada transparencia,
que
me enseñaron el rigor, y busquen
en
mí Lautréamont viejos lamentos
entre
pestilenciales agonías.
Que
en Mayakovsky vean cómo ascendió la estrella
y
cómo de sus rayos nacieron las espigas.
Vemos
cómo una poesía de contenido político, poesía de ojos despiertos
al servicio del hombre, ama los viejos maestros del rigor y
aprovecha la tradición verbal castellana como ejemplo de libertad,
siendo esta libertad la del pueblo y no la de las castas o sectas
ideológicas que pugnan por la salvación de las almas líricas.
Esta clase de libertad está fabricada para dar una falsa noción
de independencia. Dentro de ella todo parece fácil, pero es
el caso que los escritores no pueden editar sus obras si no
arreglan sus ideas de acuerdo con las del prójimo de la esquina.
Los pintores -con excepción de los muralistas mexicanos- se
han refugiado en el arte abstracto, han vendido su silencio,
y el capital les ha hecho creer en un arte sin significación
alguna.
En
cuanto a los poetas
dice Neruda: "Hay que ver la
cantidad de versos que se escriben disfrazados de gran profundidad.
Hay que hacer un examen de sus trabajos para darnos cuenta de
que son, no sólo el retrato del cansancio y de la esterilidad,
sino el espejo donde se reflejan los afanes deliberados de confundir
y desorientar a la sociedad en que viven". Y concluye:
"Con mayor o menor entusiasmo, estos poetas ayudan a la
continuidad de un régimen que está condenado a muerte".
Expuesta
la lucha, es fácil adivinar por qué una obra de la importancia
del Canto General no ha merecido un sólo comentario favorable.
No
ha sido mi propósito analizar con detenimiento esta obra grande
y callada como las bóvedas, en donde encontramos la epopeya
de América, el poema de la esperanza y de la absoluta liberación.
Días vendrán mejores. Por lo pronto, un valioso conjunto de
independencias mentales, a lo largo de nuestra dilatada geografía,
ha saludado el nacimiento de una obra que desde Walt Whitman
y Rubén Darío esperaba el momento dorado para germinar en los
hombres, las patrias y las mieses.
DESPUÉS DEL «CANTO»
Pablo
Neruda salió de México a mediados de 1950, cuando comenzaba
la distribución del Canto General y ya se producían las
primeras lecturas. Se embarcó en el puerto de Veracruz con rumbo
desconocido, pero en el fondo sabíamos que el destino era Europa,
y posteriormente, Asia. No volvimos a saber de él. De cuando
en cuando, el envío de la tarjeta postal. Una de Roma, sin fecha:
"Andamos por el mundo desatados; ¿cuándo me enfermaré de
nuevo para charlar tranquilos?" (Aludía el poeta a su última
enfermedad, durante la cual tuvo tiempo suficiente para charlar
de sus libros). Luego las noticias escasearon.
Alos
dos años supimos que había regresado a su patria, Chile, donde
los trabajadores lo recibieron entusiastas.
Literariamente,
se produjo un incidente revelador a raíz de la publicación del
Canto: en 1953, el poeta fascista Leopoldo Panero escribió
en Madrid un poema que pretendía ser la respuesta al Canto
General, titulado Canto personal. Bien escrito, con
entendimiento de lo que es la retórica, el poema recogió el
resentimiento que en la Península provocó la luz vengadora del
chileno, y dirigió a éste, en terminantes versos clásicos, una
andanada de insultos.
Hablaba
Panero en nombre de los eclesiásticos, de los militares y de
los poetas puros de España. Se hacía eco de la sombra histórica
que el franquismo proyecta en el mundo, pero no logró, con todo
el esfuerzo de su concentración de lenguaje, situar su poema
a la altura del majestuoso Canto de Neruda, como García
Moreno se situó a la altura de Montalvo.
Pero
el trabajo de Panero, por otras razones no ciertamente poéticas,
sino documentales, resultó importante: es el testimonio más
palpable de la podredumbre española en España, la confirmación
más ruidosa del fracaso "oficial" de la cultura española,
presa en las redes de sombríos caudillos religiosos y militares.
* * *
En
noviembre de 1954 las librerías de México recibieron los nuevos
libros de Pablo Neruda, que el editor Pedro Frank de Andrea
puso luego en mis manos.
Algunos
poemas de esos libros se habían publicado ocasionalmente en
revistas mexicanas, como el dedicado a Julius Fucik, el mártir
de Praga, y el Saludo a China, que se publicó en Poesía
de América. (De mayo-junio, 1952).
En
las últimas mañanas de 1954, cuando el frío del Valle extendía
sus hopalandas, fui leyendo las nuevas obras de Neruda, abriendo
las páginas a punta de cuchillo, como un talador de follaje.
Estaban
allí los poemas escritos por el mundo, las nuevas experiencias
con la expresión, el apretado consorcio de espinas y flores
que había ido recogiendo el poeta incansable.
En
primer lugar, hay que tener en cuenta lo voluminoso de las obras
posteriores al Canto, que suman, juntas, algo más de
mil páginas. En cuatro años Pablo Neruda escribió poesía ininterrumpidamente,
después de haber terminado el esfuerzo más dilatado de su trabajo,
que ya hemos considerado la moderna epopeya de América. Esa
obra del Canto es de tan importante constatación, que
divide en dos la obra completa y nos ofrece tres Nerudas bibliográficos,
aunque poéticamente haya uno solo. El primer Neruda se sitúa
antes de la obra maestra: poesía inicialmente romántica, que
enfila decidida hacia la definición política y toca antes la
residencia impura de su lenguaje. El Neruda central es el del
Canto, absolutamente cimero, con el que su obra llega
a la cúpula. El tercero es el Neruda de los libros siguientes,
en los que, produciendo una reiteración de motivos fundamentales,
logra la creación novedosa con poemas que se apartan al parecer
de sus temas de combate, pero que se acercan adánicamente a
la naturaleza para darnos la sorpresa del hallazgo renovado.
Algo que no se esperaban sus sabuesos literarios. Estos no creían
en más plasmaciones de imaginación y veían en el Canto -con
su poquito de alegría solapada- una obra testamentaria.
Aun
la crítica que no le es adversa se preguntaba con temor
qué podría decir Neruda después de 1950, pues según ella
había agotado los recursos peculiares de su poesía.
Pero
la lectura de las obras nuevas confirma que Neruda no solamente
es capaz de extender sus poemas, de ampliar sus imágenes personales,
sino de imprimir una variante sorprendente a sus asuntos.
Es
el caso del poeta que dueño absoluto de su dominio, sabiendo
el imperio que su nombre ejerce en el ámbito de la expresión,
aprovecha al máximo las oportunidades que la vida le va deparando
para escarbar en ella, y viajando constantemente, poniéndose
en contacto con paisajes y hombres de las más lejanas latitudes,
escribe entusiasmado más y más.
El
chorro de la fuente ha sido abierto con mil llaves afortunadas,
y no es posible detener su salida. Lo difícil fue abrir ese
chorro. Ahora lo difícil es cerrarlo.
Registremos
en esta breve historia de sus obras esos libros gruesos, elegantes,
apretados de electricidad expresiva, que tras un descanso editorial
aparecen de pronto en todas las librerías. No son, como lo quisieran
algunos, ni los ecos ni los epílogos del Canto, pero
sí son sus dilataciones confirmadas, sus desarrollos lógicos:
los hijos mentales que le van naciendo al padre obrero.
TODO EL AMOR (1953)
La
editorial Nascimento, de Santiago de Chile, ha subrayado
la aparición de este libro de venta fácil. La poesía romántica,
amorosa y erótica de aquel Neruda de los Veinte poemas
de amor (1924), que para algunos recalcitrantes es lo
que de veras vale Neruda, y la del mismo tema que aparece
en otros libros, ha sido cuidadosamente anudada, "seriada",
hasta dar el volumen del amor, sin olvidar la primavera de Boticcelli
en la carátula.
A
él irán otra vez los amantes nuevos, los novios poéticos, las
parejas estremecidas en la noche.
POESÍA POLÍTICA (1953)
No
ha llegado aún este libro a mis manos, creemos que editado por
la casa anterior. Tienen que haberse recogido muchos poemas
que aparecen en el Canto y sin duda alguna, El
fugitivo. La reacción pública será terminante: señalará
los poemas políticos con poesía, y los poemas políticos sin
poesía. Entre estos últimos, los manifiestos personales del
autor, su ira, la denuncia de sus enemigos. Por ejemplo: Los
riñones del General Marshall y diversos ataques a Gabriel
González Videla. Cuando nos enfrentamos a esos trabajos, aparece
el Neruda más vulnerable, por parte de la crítica que le es
adversa. Nada más fácil que atacar a un hombre cuando éste escribe
la denuncia de los enemigos del pueblo, como también nada más
fácil -y cómodo- que ser lo que nuestra época llama "un
poeta de las derechas". Este tiene el poder, los puestos
y el mando, y dispone de salones para la amplificación de su
voz. Este deviene en poeta puro, exquisito y angelical, y no
se contamina de realidad "cruda"; cierra los ojos
a lo popular e indígena de América, y escribe muy bellos, sonetos
a la rosa y a la estrella. Olvidan intencionadamente que en
la Edad Media, Dante usó la poesía con fines políticos, y Miguel
Ángel la pintura durante el Renacimiento.
En
épocas de imperialismo teológico o económico, el arte trata
de "usurpar el poder usurpado" y de exhibir enemigos
por otra parte suficientemente conocidos.
ODAS ELEMENTALES (1954)
Impreso
por la editorial Losada, S. A., Buenos Aires, Argentina. En
la carátula un apunte a color, impresionista: botella de vino,
frutas y pájaro. Es la más elegante impresión que se haya hecho
de un libro de Neruda en los últimos años. En el colofón leemos
esta noticia: "Se terminó de imprimir el día 14 de julio
del año mil novecientos cincuenta y cuatro en la imprenta López,
Perú 666, Buenos Aires, República Argentina. Además de la tirada
corriente, se han impreso 28 ejemplares especiales marcados
de A a Z, fuera de comercio y 200 ejemplares numerados de 1
a 200 firmados todos por el autor". Dice la citada editorial
en la solapa, después de hablar sobre la personalidad del poeta:
"presentamos la última obra del gran autor chileno,
Odas elementales. En ellas, como su título sugiere, Neruda
se aplica a cantar las cosas sencillas y elementales del mundo,
con una técnica deliberada e igualmente simple, mostrando así
una nueva fase de su estro".
Efectivamente,
el libro presenta una nueva fase dentro del estilo Neruda. En
cuanto a la técnica, al oficio del que no es posible desentenderse,
las Odas elementales presentan la novedad del verso mínimo,
de dos, tres y hasta una sílabas, abundando las de siete, diez
y sobre todo, las de once. Todas las Odas son endecasilábicas,
o tienden a esta melodía, pero Neruda disfraza el endecasílabo,
lo corta y recorta. Como una hilera de hormigas se ven sus versos,
hormigas que van en línea recta, en perfecta formación de soldados
intuitivos, pero pronto rompen sus filas, hacen arcos, suben
un monte y vadean un río, para volver después a sus simetrías
obedientes. Pero no son más que buenos y viejos versos de once
sílabas, aunque osados y rebeldes. Así, la Oda a la soledad
(Pág. 190) adquiere una claridad rítmica sin concesiones
a la complicación, una música bucólica en donde parece -¡sólo
parece!- que oímos los ecos de cualquier difunto de oro, pongamos
por ejemplo el caballero Rubén:
Multitudes
de gérmenes mantienen
el
profundo concierto de las vidas
y
el agua sólo es madre transparente
de
un invisible coro sumergido.
En
cuanto al impacto poético, a la "chispa", estas odas
se vuelcan estremecidas a las cosas humildes, cotidianas y servidoras.
En el resplandor secreto de esta poesía estamos los hombres
y los objetos, está la atmósfera pagana-universal que ya había
tocado Whitman, y que Neruda vuelve a tocar con manos nuevas.
Hechiza la fuerza de la metáfora, la siempre cambiante imagen
nerudiana, sostenida por dos o tres agujas conocidas: pan,
hombre, cereal, fósforo.
Las
odas son
al aire, a la alcachofa, al vino, al murmullo,
a sesenta y seis pretextos elementales y vivientes, de esos
que nos rodean y forman parte de nuestro sudor. Sin olvidar
alguna oda a su defensa personal, a su credo político y... a
la poesía. Nos interesa particularmente esta oda a la poesía,
porque fatalmente encierra una poética, si por ella entendemos
no la receta ni la norma, ni mucho menos la abstracción filosófica,
sino, sencillamente, la actitud del poeta ante la poesía, su
modo de "sentirla".
Neruda,
contundente y absolutamente real, dice:
Tanto
anduve contigo
que
te perdí el respeto.
Dejé
de verte como
náyade
vaporosa,
te
puse a trabajar de lavandera,
a
vender pan en las panaderías,
a
hilar con las sencillas tejedoras,
a
golpear hierros en la metalurgia.
(Pág. 167).
En
esos versos "desabotonados" está la clave de la poesía
de Neruda, que tiene, más que un estilo, una actitud; más que
teoría, una práctica de símbolos reivindicativos. Neruda revela
en todo momento una organizada despreocupación por lo trascendental
y vicioso de los "estados poéticos". Lucha contra
el mediunismo de los climas mentales, contra el trípode falso
de las sibilas retóricas.
En
el primer poema, titulado El hombre invisible, que
es el coro de todo el libro, Neruda se ríe y se sonríe de los
poetas
que
todos los días comen pan
pero
no han visto nunca
un
panadero
ni
han entrado a un sindicato
de
panificadores.
(Pág. 9).
Este
fragmento encierra una verdad palpable y trágica, que además
establece la diferencia entre una poesía de laboratorio y una
poesía al aire libre. En vez de "pan" podemos poner
"angustia" o "soledad", y tendremos la aplicación
a otras tantas actitudes socorridas por la poesía inventada,
mas no vivida. Es por ello que temas tratados con religiosa
unción por los poetas de ayer -¡y de hoy!-, como son los de
la soledad y la tristeza, merecen de este poeta los más duros
calificativos. Juzga su deber "propagar la alegría",
y cumplir su destino con el canto. Dice de la pobreza:
Otros
poetas
antaño
te llamaron santa,
veneraron
tu capa,
se
alimentaron de humo
y
desaparecieron.
Yo
te
desafío,
con
duros versos te golpeo el rostro,
te
embarco y te destierro.
(Pág. 165).
Pero
Neruda alude a la pobreza negativa, sin fuerza: la humillación
del vencido. No a la pobreza rica del hombre sencillo, que seguirá
siendo, hoy como ayer, inspiración y claridad. Porque la pobreza
no es miseria.
Son
numerosas las alusiones anti-intelectuales de este libro, su
desprecio a la letra por la letra misma:
libro,
cuando te cierro
abro
la vida
dice
en la Oda correspondiente (Pág. 111). Y luego:
Yo
no vengo de un tomo
mis
poemas
no
han comido poemas,
devoran
apasionados
acontecimientos.
(Pág. 112).
Afirma
que ama los libros de exploraciones, libros con bosques o nieve,
pero que huye del libro "araña" que dispone alambres
venenosos para que en él se enrede la juvenil y circundante
mosca.
Pero
Odas elementales encierra, además, una inteligente defensa
y una ofensiva contra sus detractores, escritas en indudable
belleza de poesía vigilante. En la Oda al murmullo (Pág.
135) habla de los que le encuentran influencias "de Pitiney,
de Papo, de Sodostes", deliciosos nominativos inexistentes,
y en otras partes de la obra se burla de los que combaten sus
versos inútilmente. La página más significativa de este aspecto
defensivo es su fuerte Oda a la envidia (Pág.
63). Está enderezada contra los que lo atacan en su propia patria,
especialmente al escritor Pablo de Rohka, quien naturalmente
dedicó afilados dientes a esta Oda, juzgándola "ridícula".
En
la Oda a la crítica (Pág. 51), pone en evidencia a sus
negadores:
con
dientes y cuchillos,
con
diccionarios y otras armas negras,
con
citas respetables,
se
lanzaron
a
disputar mi pobre poesía
a
las sencillas gentes
que
la amaban
(Pág. 52)
Por
eso hemos dicho que este libro se convierte en la "actitud"
de la poesía de Pablo Neruda, en su poética misma: contra
lo sobrenatural, lo natural; contra la metafísica, la física;
contra lo dogmático, la libertad nacida de la vida misma; contra
las estrellas, las piedras. En una palabra: poner el cielo en
la tierra, y hacer de los hombres sus gobernadores.
Otro
aspecto fácilmente constatable es el enriquecimiento del tema
político, que tan fuertemente sostiene el edificio del Canto
General, y que aquí vemos en la magnífica Oda a
Guatemala (Pág. 81), y sobre todo en la Oda a Leningrado
(Pág. 103). En la Oda a las Américas, dice:
Muere
un Machado y un Batista nace.
Permanece
un Trujillo.
(Pág. 24)
Pero
las Odas elementales es el libro más sensual y optimista
entre todos los de Neruda. Las odas consagradas a las verduras
-cebollas, tomates, alcachofas- resumen alegría física, contento
y placidez. El paladar y el olfato -sentidos eufóricos- inundan
estas páginas solares y verdes. Hay una deliciosa Oda al
caldillo del congrio, plato marinero de Chile, y
dice que la cebolla es
estrella
de los pobres,
hada
madrina
envuelta
en delicado papel.
(Pág. 42)
En
este libro, por último, se encuentran las expresiones
inconfundibles de la poesía del chileno, esas que han creado
a lo largo de treinta años un estilo individual, sin parentesco
con obra alguna, y que tanto han influenciado a los poetas contemporáneos.
A Neruda se le ha imitado la metáfora, el modo de tratar
la imagen y los métodos de intuición que él pone en marcha para
evocar realidades ocultas en la naturaleza de las cosas, y luego
se le quiere destruir por lo que tiene de propagador ideológico.
Toman de él lo que les conviene, y el resto lo discriminan y
destierran. Mas lo cierto es que sin esa convicción política,
que le presta alas y fe, no hubiera podido el poeta desarrollar
sus grandes poemas, ni donar a la imagen su vestidura delirante.
Las imágenes de Neruda son encantadoramente raras y sorprendentes,
forman como si dijéramos el humus de su clima poético, el clima
radical y sensualista de su fantasía. Y las ha impuesto de un
modo tan elocuente, que ha fundado el organismo actual de la
expresión estética, ha fecundado territorios enteros de comunicación
verbal.
Cuando
Góngora, que fue el Neruda del siglo XVII en lo que se refiere
a la audacia de la comparación, estrenó su "bostezo de
la naturaleza", refiriéndose a una cueva del monte, estaba
iniciando siglos enteros de tratamiento poético, organizando
los poderes ocultos de la poesía, poderes que culminan con el
arte verbal del chileno. Así el "bostezo de la naturaleza"
se transforma en el "esqueleto de vidrio" que tiene
el aire, y que Neruda escribe en la oda a este elemento. Ambos
símiles tienen idéntica fuerza, igual intensidad, aunque el
primero no desborde la dimensión apolínea del arte clásico,
y el segundo sea de naturaleza espectral. El organismo poético
de Neruda es un auténtico espectro, un espectro solar que desintegra
las coyunturas geométricas y manifiesta lo que está dentro del
mundo físico, lo que es capaz de remover las raíces más hondas
de la evocación.
Decíamos
que las Odas elementales contienen expresiones clásicas
del lenguaje nerudiano. Ya en los primeros versos del poema
que inicia la obra, vemos pasar un insecto "color de violín",
y esta insólita frase ciertamente no cautiva por la sonoridad
o estruendo propios de la exaltación lírica, sino por su veracidad
incuestionable, por la forma en que sabe capturar el dato exacto
de la observación objetiva. Es una audacia que el escritor más
pusilánime, si tiene sensibilidad, tendrá que aceptar aun a
costa del esfuerzo lógico, pues ciertamente hay insectos que
tienen en sus alas el color imponderable de la madera del violín,
ese dorado viejo con zonas rojo-sombrías, y que establece un
secreto mimetismo con la naturaleza "crepuscular"
del instrumento.
El
dominio entusiasta del oficio, que naturalmente va dictando
los mejores momentos, alcanza su plenitud en las odas consagradas
a los elementos y sus criaturas; en el canto dedicado a estos
seres, o fuerzas, vuelve a presentársenos el Neruda original
y siempre renovado, en una palabra, el Neruda mágico. La tempestad
removió
los pinares
para
hacerse su cama.
Sacó
relámpagos
de
su saco de fuego,
dejó
caer los truenos
como
grandes barriles.
(Pág. 203).
Debemos
citar los poemas a las aves de América, donde el poeta exhibe
el luciente pormenor de los nombres zoológicos y una hermosa
fraternidad con las voces adánicas del mundo. Así en la Oda
a los pájaros, las criaturas amadas por los poetas de la
naturaleza como Vicente Aleixandre. Así también en la Oda
al fuego, que es fundamental dentro de esta serie a los
materiales vivientes, y sobre todo en la Oda al invierno,
que desenvuelve quizá la más rica colección de imágenes:
eres
un caballo,
niebla
te sube del hocico,
gotas
de lluvia caen de tu cola,
electrizadas
ráfagas
son
tus crines.
(Pág. 96).
La
observación objetiva de la naturaleza ha producido en este libro
algunas de las más estremecidas iluminaciones de la poesía contemporánea.
Léase con cuidado la Oda a la tranquilidad,
por ejemplo. Neruda la mira saliendo de la acción, como
salen lagos de las cascadas. (Pág. 94).
Odas
elementales es el título que encierra más poesía después
del Canto General, porque es una obra que se ha puesto
bajo los auspicios de la naturaleza, el optimismo y la confirmada
esperanza. Si el poeta dijo que los poemas de Residencia
en la tierra ayudan a morir, estos cantos ayudan a vivir,
regalándole al hombre gratas porciones de tierra cultivable.
LAS UVAS Y EL VIENTO (1954)
Leernos
en el colofón:
"Fue
comenzado este libro el 10 de febrero de 1952 en la isla de
Capri. Algunos de sus textos fueron escritos en Praga, París,
Pekín, en el ferrocarril transiberiano, en el avión entre China
y la U.R.S.S., en el puerto de Sant'Angelo, de la isla de Ischia,
en la aldea suiza Vésénaz, en el transatlántico "Giulio
Cesare", en Datitla, del Uruguay, y en el litoral chileno.
Se terminó de escribir en Santiago de Chile el día 4 de junio
de 1953, a las 6 de la tarde."
Raro,
y bello pormenor de circunstancias. Podemos decir: hay la poesía
de caballete y la poesía mural y mundial, la poesía que pinta
los árboles detrás de la ventana, y la que los pinta más allá
de los libros y de los papeles, en la vida misma, en su remolino
encendido. Esta última es la poesía de Las uvas y el viento.
Viene
a ser esta obra, tanto por su temática y forma de distribución,
como por el desplazamiento de sus páginas, una continuación
del Canto General, sólo que aplicado al agitado mundo
asiático y europeo, con un saludo a las repúblicas socialistas
y populares que se hallan detrás de la Cortina de Hierro. Está
concebido a la manera de las sinfonías mayores del poeta, con
un comienzo lento y grave y una multiplicación de sonidos en
el centro, todo lo cual termina con una oración que se va deshaciendo
en el ánimo del poeta, como las grandes colas de sombra que
en su retirada triunfal va arrastrando el crepúsculo. Fiero
y tierno, Neruda denuncia, acribilla, exalta y se vuelve caracol
retorcido por la esperanza. Es un libro que en nuestros días
se lee con el interés que despierta todo gran artista del subconsciente,
que puede atacarse por la parte ideológica de su perfume ferruginoso.
Mas pasados los momentos históricos en que fue concebido, hecho,
leyenda, existirá como uno de los testimonios más significativos
y apasionados de nuestro siglo en la poesía. De esto no cabe
la menor duda. Porque Neruda ha sido el único poeta que se ha
atrevido a hacer de la poesía arma política, y a usarla con
éxito. Esta es una de sus columnas originales, la más vulnerable
por cierto, ya que se concibe y ejecuta en un mundo de opiniones
divididas.
El
otro aspecto de su estatua verbal, la base absoluta de su personalidad,
descansa en el temperamento de un hombre que sabe evocar las
fuerzas de la naturaleza, que puede provocar con palabras una
tempestad y una noche serena. Mágico en grado sumo, la palabra
de este poeta de América se recordará siempre, como se recuerda
al hechicero que desde el fondo de los bosques desencadenaba
rituales y producía el fuego por invocación tenebrosa.
* * *
Las
uvas y el viento se divide en un prólogo, XXI libros
y un epílogo.
El
libro I se titula Las uvas de
Europa y canta la salida del poeta a través
de las selvas australes para llegar al Viejo Mundo. Entra
en Florencia, donde escucha la voz del Arno, y luego, en
Rumania, el "danubio amarillo". Vienen
los puentes de Praga, y las casas de Picasso en Vallauris y
de Ehrenburg en Moscú.
El
libro II es El viento en el Asia. El poeta va volando
hasta Pekín "anaranjado y verde", y asiste
a los desfiles obreros. El capítulo V de este libro es
una constatación de lo que puede el triunfo nuevo en la tierra,
con los campesinos cultivando las parcelas. Los niños le obsequian
jaulas con cigarras (cicadas), y Neruda recuerda los días de
la infancia, cuando los peones del tren en que trabajaba su
padre le obsequiaban
huevos
empavonados de perdiz,
escarabajos
verdes,
cantáridas
de color de luna...
(Pág. 71)
El
libro III -Regresó la sirena-,
recorre la primavera "verde y abrasadora de Polonia",
las ruinas en el Báltico, y comprueba la desaparecida tragedia
de una ciudad que volvió a construirse.
El
libro IV, titulado El pastor perdido, está
dedicado a España. El canto inicial es uno de los más
intensos del libro:
España,
eres más grave que una fecha,
que
una adivinación, que una tormenta,
y
no importa la tierra despiadada
de
tu perdida voz, sino la dura
resistencia,
la piedra que sostiene.
(Pág. 111)
La
mayor parte de esta dimensión española está dedicada a Miguel
Hernández, el poeta de Orihuela, quien murió en las prisiones
falangistas durante la guerra civil.
El
libro V se llama Conversación de Praga y está dedicado
a Julius Fucik, quien fue torturado y muerto por los nazis.
El
VI -Es ancho el nuevo mundo- está dedicado a Rusia, con
los nombres de Pushkin, Lenin y Stalin. El poeta, en el ferrocarril
transiberiano, atraviesa
La
estepa, el rostro
de
áspera inmensidad, anchura verde,
planeta
cereal, terrestre océano.
(Pág. 155)
Es
en este libro donde aparece el Tercer canto de amor a
Stalingrado, con esta impresionante afirmación:
Aquí
se cortó el nudo
que
apretó la garganta
de
la historia.
(Pág. 161)
La
poesía cobra un viento de proclama y arrebato encendido. Mas
lo notable, como ya lo hemos apuntado, es que siendo política
no pierde su fuego poético. Nadie -insistimos- ha podido realizar
esta conjunción de acto y sueño con fuerza tan poderosa. En
Neruda se identifican, como decía Juan Marinello a propósito
de José Martí, "la misión y el oficio." Se destinarán
un día a este poeta las palabras martianas de Marinello: "La
misión no lo pudo apartar del oficio, que le venía en
la sangre."
Vuelve
a hacerse visible el maestro de las descripciones naturalistas,
donde los animales son los reyes. El oso, en las montañas,
va
con pies delicados
como
un antiguo monje en la aurora
de
una basílica verde.
(Pág. 152)
Recordemos
el "hormiguero monacal" pisando con melodioso pie
la selva americana, que aparece al comienzo del Canto, y
las zorras de "eléctrica cola", que vemos en el primer
poema de esta obra sonora y libre, como una benéfica tempestad
descargando sobre la tierra su tesoro de energía.
Como
el Canto General, Las uvas y el viento será el
libro más combatido de Pablo Neruda. Pero esta será su mayor
gloria.
El
libro VII -La patria del racimo- es una denuncia a la
intervención norteamericana en Italia y canta el nacimiento
de la obra en la isla de Capri, que le esperaba
con
una rama en flor de jazmín
en su boca
y
en sus pequeñas manos la fuente de mi canto.
(Pág. 193)
El
VII -Lejos en los desiertos- llega hasta las alturas
de Mongolia, y escucha el viento atroz del desierto de Gobi
y las tormentas en el "techo del mundo". Pero ya los
mongoles no son jinetes errantes, sino que le muestran sus laboratorios.
El
IX libro canta a Grecia, caída "en una fosa negra de Chicago".
El
X lleva por título La sangre dividida porque se trata
de Alemania, con la trágica escisión de Berlín Occidental, "ciudad
negra, pustular, venenosa", y Berlín Oriental, que huele
"a escuela barrida y regada".
El
libro XI -precisamente a la mitad de la obra- hace un breve
descanso para escribir Nostalgias y regresos. Es un intermedio
durante el cual Neruda regresa mentalmente a países en donde
su poesía ya había trabajado -Italia, Chile- y escribe algunos
poemas de circunstancia, como el titulado El cinturón de
Orinoco, agradeciendo el envío de un cinturón de cuero de
Orinoco, que le hizo el poeta venezolano Carlos Augusto León,
de las más firmes avanzadas poéticas de América. Dice Neruda:
Ahora
a la cintura
llevo
un río,
aves
nupciales que en su vuelo levantan
los
pétalos de la espesura,
el
ancho trueno que perdí en la infancia
hoy
lo llevo amarrado,
cosido
con relámpagos y lluvia,
sujetando
mis viejos pantalones.
(Pág. 255)
El
libro XII -La flor de seda- es un canto de homenaje a
Corea, "defensora de flores", a quien "debe
la paz el mundo."
Sigue
el libro con sus capítulos dedicados a Inglaterra, Portugal,
Hungría y Francia, que forman el largo poema del libro XVIII.
Pablo Neruda, por orden del gobierno, fue expulsado de Francia,
y él lo cuenta con una sonriente seriedad de perseguido heroico,
complaciéndose en relatar el incidente con la policía:
No
puedo
poner
un solo zapato
en
ese prohibido territorio.
Debo
entender las cosas:
ni
volar por encima,
ni
cruzar por debajo,
ni
susurrar junto al mar, a las olas
de
Normandía que amo.
(Pág. 340)
Trata
a un gran artista contemporáneo como si fuera un país, y dice:
"Desembarqué en Picasso a las seis de los días del otoño".
Habla al pintor italiano Gutusso, y reclama pintura para los
muertos, los héroes y los pueblos.
Va
a Bucarest, y baja desde los pinares hasta las bocas bajas del
Danubio. Llora la muerte del poeta francés Paul Eluard. Conversa
con Nazim Hikrnet, el turco que estuvo encarcelado diez años.
Hace una invitación para que la India milenaria, "útero
de la tierra, territorio cerrado en que fermentan las uvas de
la historia", levante su juventud y marque la hora que
viene.
El
copioso río poético que ha inundado llanuras y precipitado cascadas
iracundas y dulces, se recoge finalmente en un remanso sintético.
Tal es este dilatado conjunto de visiones y denuncias que se
llama Las uvas y el viento; su autor, convertido
por los azares de la lucha en un poderoso revolvedor ecuménico,
enlaza el Canto General de América con este canto, también
general, de Europa y Asia:
Yo
dormí bajo todas
las
banderas
como
bajo las ramas
de
un solo bosque verde
y
las estrellas eran
mis
estrellas.
en:
Pablo Neruda y otros ensayos. México: Ediciones de Andrea,
1955, pp. 5-84.
[1] Juegos Florales de Santiago de Chile, celebrados el
12 de diciembre de 1914.
[2] Cuadernos Americanos. Año
XIV. Vol. LXXIX. No. 1. Enero-febrero, 1955, México, D. F. ,
pgs. 233-256.