Pablo Neruda: Historia de sus Libros.

por Alfredo Cardona Peña

Logro, en una rápida ojeada, juntar la noticia bibliográfica de Pablo Neruda en los momentos en que el poeta entrega al Continente su obra maestra, Canto General. Viaje estupendo, salpicado de lluvias fragantes, que inaugura un capítulo ejemplar en la historia literaria de América.

He vadeado el afán erudito y la arqueología del dato completo. Me interesa la "mancha" de una obra de arte, mancha emocional y mental, antes que la malicia del gran análisis. Si lo que ofrezco no tiene apego científico, es porque creo que la noticia humana y la confesión inédita ganan más al lector: Quod non jactantia refero, que dijo Tácito.

Por lo demás, yo sé la cantidad de gorriones que han revolado en torno de esta poesía impresionante, unos robando, otros obsequiando, pero todos partiendo sin el amoroso ungiiento de su ser, esa aleación de minerales cortados de viva llama -peltre quizá del alma- y la cual ofrece regalos caudalosos de historia, de intimidad o de simple denuncia inflamable.

El pormenor editorial de Neruda permanecía inédito, y esto fue lo que se olvidaron de recoger los pájaros, seducidos por la belleza ocasional del encuentro. Y a propósito de los pájaros... ¿qué se ficieron?  Muchos tenía este árbol con bosque en aquellos días anteriores de México, cuando no era el perseguido de hoy y su casa se alfombraba con vino. Venían estudiantes y gargantas a recitarle laúdes; venían políticos de pecheras relucientes, y además, Irenes y Florisas escapadas del parque. Lo besaban y llevaban de aquí para allá como camarino con santo, adulándolo como a los dulces sapos que él cantó. Pero eso fue en los días de la bonanza, cuando el viento soplaba recamando la quilla de su barco profético. Ahora no están, o si están lo salu dan de lejos, como a los éticos, recordando con temor sus puestos mensuales.

Recuerdo mis visitas al poeta en aquellas mañanas en que me recibía con barba y periódicos. Me asustaba cuando ponía a prueba mi atención por el mundo y sus grandes problemas. "¿Conoces a fulano?" Y aquí el nombre de un estadista famoso, de un canalla con guantes o de un embajador en entredicho. Yo musitaba la afirmación engañosa, y de pronto entraba Delia, su compañera, subiendo como una hormiga sembradora. Traía casi siempre un ramo de mariposas postales que él iba abriendo y leyendo para enterarse de cómo pasó la noche su pueblo en tinieblas, o qué era de los amigos desparramados en el viento, y mientras cortaba para mi hijo las alas de esas mariposas de diversos países, le abríamos la ventana para que mirara la casa de cucurucho que tanto le gustaba. Veía pasar los camiones de la basura, los perros, las horas, en aquella avenida burguesa que le dieron para el descanso, y sus ojos, rozadores de tantos mares y misterios, cuajaban una nostalgia invisible. Divertía las cosas y los días, y yo observaba su risa de pequeño gigante, toda corriendo por el rostro de luna que le labraron los idus de marzo, allá en los remotos salitrales de Chile.

El 2 de noviembre, día mexicanísimo por ser de los muertos, di principio a mis anotaciones bibliográficas. Anotaciones que se fueron haciendo al correr de la vista, participando del desorden de las cascadas y del movimiento de las barquillas que corren río abajo entre salmones y peñascos. Fui releyendo a Neruda azorado de gusto, viendo cómo después de tantas esperas encontraba la vida que era para mí, llena de diminutos alteregos y preciosa de aceites. Mientras leía acudían a distraerme las gaviotas, y tenía que espantarlas con la mano. Exactamente sobre mi cabeza abrían canastillos de aire de los que se desprendían los ornamentos más sensibles de su poesía: collares cenicientos, palomas degolladas como San Juan Bautista, casas deshabitadas y linternas. Contemplaba esos raros y encendidos diamantes.  Me quemaba con ellos las manos, los labios, el silencio.

Pero las gentes ignoran que por encima de estas cosas, Pablo Neruda ha levantado la espada y el laurel, la batalla y la rosa de América. No saben que todo, todo lo ha dicho para ir en seguimiento de la libertad, aplastando las liras difuntas y entremeciendo las sombras con el ruido de su cuerno tritónico. No lo saben, no lo quieren saber. Si esta poesía es como una bandeja de sol, como una barba prendida en las puntas de los rocíos, como una fuente derramada para que las patrias se bailen y los pueblos se peinen en las banderas ondulantes, ¿cómo van a entender su denuncia? Pero claro que la entienden, claro que sí. Desde el poder usurpado, desde las cuevas de los teléfonos, desde los escritorios oficiales escuchan la voz de Pablo Neruda. Fijaos, si no: es de noche. Los hombres del campo duermen en sus cabañas. Tal vez plantan niños futuros o duermen entre brazos de sirenas.  Entonces los egoístas, los traidores, los vencidos, despiertan sobresaltados por un súbito ruido de calderas en marcha, y es que pasa su voz, taladrando la noche como un largo convoy impaciente.  Esto quiere decir que la poesía de Neruda llega a todos, al bueno y al malo, al rico y al pobre, lo mismo que el sol, las campanas y el aire.

Porque su voz es la patria de la esperanza.


LA CANCIÓN DE LA FIESTA (1921)

Ese año llegó a Santiago de Chile, procedente de Temuco, el joven de dieciséis años Ricardo Eliezer Neftalí Reyes Basoalto, fresquecito de ríos y montañas. Un año antes -1920- había publicado sus primeros versos en la revista Selva Austral, dirigida por Ernesto Silva Román. Al enviarlos el joven escribió por primera vez un nombre extraño y sonoro: Pablo Neruda. Ni por asomo conocía la obra del escritor checo Jan Neruda, ni sabía que, según San Jerónimo, Pablo significa en hebreo "obrador de maravillas" o "el que dice cosas maravillosas". Únicamente inventó el seudónimo para huir de las amonestaciones del padre, don José del Carmen Reves, hombre rudo y enérgico que no permitía al hijo el cultivo de los versos.

El muchacho venía espantado del ambiente montaraz. Su madre, doña Rosa de Basoalto (colina de arriba en idioma vasco), había muerto tuberculosa cuando él contaba tres años. Su padre era conductor de trenes, "lastrero", como les dicen en Chile a los buscadores de lastre para los durmientes. El hijo había vivido entre gentes saturadas de campo, había sentido el florecimiento de las pequeñas ciudades rurales, haciendo sus primeras observaciones entre el viento de los hombres y de la selva, entre la electricidad y la lluvia. Se aficionó a caminar solo por la montaña. Los tipos de la comarca veían con sorpresa a un niño paseando por lugares intrincados y en premio le traían insectos y palomas salvajes. Todos sus parientes eran hombres que participaban de lo que Concha Zardoya ha llamado "la fuerza tranquila de los elementos". Individuos primarios, tiernamente feroces y buenos para la pelea. Como sucediera que a los ocho años le viesen inclinado a "escribir versitos", lo traían a la fuerza a sus fiestas y allí, ante los invitados en círculo, le hacían tomar la sangre caliente de un cordero degollado ante sus ojos y que bañaban en una fuente según decían para "hacerlo hombre" y apartarlo de aquellas peligrosas insinuaciones líricas.

Por aquel entonces el joven Reyes Basoalto se vestía de negro "como todo buen poeta" y para él resultaban horribles aquellas gentes y aquellas prácticas.

Pero en la capital era diferente. Allí estaba la Universidad de Santiago, la vida literaria y amorosa, el cambio de vida… "Llegué -ha escrito- vagamente impregnado de niebla y lluvia".

¿Qué calles eran esas?
Los trajes de 1921 pululaban
con un olor atroz de gas, café y ladrillos.

Con sus primeros versos había logrado interesar a un reducido grupo de amigos, quedando prácticamente desconocido del gran público. Pero la suerte no se hizo esperar: todos los años se celebraba en la metrópoli araucana un festejo estudiantil con motivo de la llegada de la primavera; se organizaba una solemne velada y se daba lectura a los poemas premiados con el tema de la estación florida. El certamen había adquirido tradición y era, como dicen los técnicos del recital, "muy sonado". Pablo Neruda envió un poema -La canción de la fiesta- que obtuvo el primer lugar, venciendo a poetas de consagración indudable, algunos de renombre en el extranjero como Ángel Cruchaga Santamaría:

Hoy que la tierra madura se cimbra
en un temblor polvoroso y violento
van nuestras jóvenes almas henchidas
como las velas de un barco en el viento.

Así comenzaba La canción de la fiesta -poema hoy olvidado-.  Los certámenes literarios, que son en todas partes farsas con liras y fomento de mediocres, han dado en Chile el espaldarazo a dos escritores de nombre continental: Gabriela Mistral y Pablo Neruda. De la primera me acuerdo que Díaz Arrieta al prologar Desolación nos dio la noticia de que los jurados de Santiago habían premiado Los sonetos de la muerte sin saber lo que hacían -in extremis- sólo para no declarar desierto el certamen y aguada la fiesta [1] . Primer lanzazo del destino, quien de una cosa tan peregrina como esa lotería de las musas hizo la revelación de la gran cantadora.

Aquel triunfo de Pablo Neruda causó mucho revuelo intelectual y la atención se dirigió al joven autor, quien entró a figurar entre los primeros escritores de Chile.

De 1921 a la fecha -treinta y dos años- Pablo Neruda se ha convertido en el poeta más espectacular y grandioso de América; ha sido combatido hasta el insulto, ha tenido que huir de su patria perseguido como un criminal. Ha realizado, en fin, aquel gran vaticinio del chileno Luis Rosa Mujica, que nos cuenta don Miguel de Unamuno en El escritor y el hombre, según el cual, conversando el catedrático salmantino con el señor Mujica, éste le decía: "acaso es una bendición para mi país, Chile, el que no pueda ostentar aún brillantes ingenios literarios ni un poeta cuya fama haya recorrido el mundo. Esperamos uno -le dijo- pero cuando lo tengamos será grande de veras". (1905).

Agrega Unamuno: "Yo admiré y aplaudí su fe y convine en que, en efecto, es una bendición para su patria, y sobre todo, una promesa de robusto porvenir literario, el que no le hayan llenado de mandolinatas y de gorjeo de caramillo arcádico".

Precisamente estas mandolinatas y gorjeos arcádicos son los que han atacado a Neruda.  Dios nos libre de esta langosta.

El poeta se ha desprendido -como dice Arturo Aldunate- "de las tierras metálicas y de las sombras vegetales de América", y si la infancia, como lo han creído observadores perspicaces, es una de las causas que explican el carácter de la obra de un hombre, la infancia de Pablo Neruda explica muchas cosas al introducirnos en el tesoro de la información privada.

He aquí que este escritor en llamas, de cuyos poemas se caen los destruidos símbolos de nuestro tiempo y en cuyas imágenes se queman los materiales de la vida, del amor y de la muerte, nace sobre las cenizas mismas del gran pasado, camina con su planta de niño por regiones de antiguas batallas y recoge en su alma la electricidad de la selva, misma que ilumina sus sueños y sus vigilias. He aquí que el paisaje, tan arbitrario como elemento de conquista sentimental, apadrina sus días, envolviéndolo en un clima mojado y violento del que no escapará jamás, ni siquiera en los momentos de mayor esplendor cosmopolita. Aun en España, en la amada España, se siente un poco lejano y un poco desconectado con las formas más íntimas de lo peninsular.

El escenario en que el poeta despierta a la vida es el sur de Chile, en el antiguo pueblo de Parral, pero sus recuerdos formales arrancan de La Frontera, donde tiene lugar la parte más cruel de la conquista por los españoles precisamente allí se trazó, aprovechando el cauce del Bío-Bío, una línea divisoria entre castellanos e indígenas, la cual no se podía franquear sin recibir la muerte por arcabuz o flecha, según de donde partiera la transgresión.

A esas tierras del sur chileno -Parral, La Frontera, Temuco, Carahue- tierras que sintieron el pisoteo febril de bestias y hombres, llegaron un día, en aquellos navíos que perdían la derrota a cada veleidad de los vientos y tenían la sentina a medio abrir, los primeros colonos de ultramar. Gentes rudas y sencillas como los cuáqueros del norte, como todos los éxodos a quienes la noticia de las praderas empuja adelante, siempre adelante.

Los tatarabuelos de Pablo Neruda plantaron viñas, haldaron montes, barrieron la soledad y juntaron el humo: buen hontanar a este río de hoy. En cuanto a hijos, hicieron competencia a las hojas del árbol, pero, transcurridos los momentos de altivez y dominio, en los que imperaron a su sabor, dividieron las tierras, las vendieron, y fueron surgiendo entre ellos los primeros propietarios. De estos troncos desperdigados nacen los padres del poeta, doña Rosa Basoalto y don José del Carmen Reyes. Las necesidades obligan a emigrar a Temuco, en la actualidad una de las capitales de mayor importancia en el sur de Chile. Ahí, la familia Reyes-Basoalto cambia de carácter, y acostumbrada a hacerse servir de la naturaleza y de las manos, se hace atea, radical, dispuesta a defender sus derechos a sangre y fuego.

El muchacho despierta en la montaña violenta y visita los ríos, las zonas de pastoreo, los lagos inmensos: el Llanquihue, y sobre todo el Buenos Aires, con 1.900 kilómetros cuadrados... es la parte meridional del lejano país del copihue, flor salvaje y tiernísima de los montes araucanos; es, como dice el geógrafo chileno Luis R. Patrón, "la zona lacustre más rica, variada y pintoresca del mundo"; es, en fin, la patria del poeta,

toda rodeada de agua combatiente
y nieve combatida,

..........................………………….

sola, en la inmensidad de América dormida.

Es el milagro del Sur. Porque el Sur

es un caballo echado a pique,
coronado con lentos árboles y rocío,
cuando levanta el verde hocico caen las gotas,
y en su intestino crece el carbón venerado.


CREPUSCULARIO (1923)

Está Neruda tan ansioso de cosmópolis que inmediatamente se capta las simpatías de los principales movimientos literarios. Entonces se reunían en Santiago las tendencias europeas del ultraísmo. A pesar de ser entonces muy joven, no se le ocultaron ni las elegancias ni las limitaciones de aquellas influencias latentes en Santiago. Pero como una autodefensa esperó sin precipitaciones el desarrollo de su propia individualidad. "Yo sabía que no iba a ser un poeta rutinario, y esta certeza hizo que, lejos de escribir y escribir dentro de aquellas rutas en boga, me evadiera para recibir solo el momento definitivo". Algo parecido se le presentó después con la poesía política de 1930, pues también esa corriente quería llevárselo consigo. Entonces comprendió la sinceridad y la demagogia de esa tendencia que daba, al lado de poetas sin rectificación, poetas veleidosos que traicionaban sus ideas. Todo esto le ocurría dentro de un período muy importante en la evolución de su poesía. Solamente cuando vivió en España el drama de 1936 cambió en forma natural, sin tensiones ajenas a su íntimo sentir. (Pablo fue de los primeros -si no el primero- de los poetas que escribieron sobre la guerra española en una forma extraordinaria).

Los aspectos pintorescos y bien intencionados de la juventud chilena dieron grupos como Agú (nombre tomado del primer vagido del niño). De este tiempo arranca su amistad con Alberto Rojas Jiménez, gran camarada chileno que murió en el alcohol. Pablo recordará a su amigo en el segundo libro de Residencia:

Oigo tus alas y tu lento vuelo,
y el agua de los muertos me golpea
como palomas ciegas y mojadas:
vienes volando.

Dos años después del bautizo cosmopolita publica Crepusculario, su segundo libro, escrito entre los 16 y los 17 años, y que llega a recoger sus últimas producciones.

"Crepusculario es un libro ingenuo y sin valor literario", me declara. Sin embargo, los editores afirman: "Crepusculario ha pasado así, con su romanticismo y su emotividad, a ser un libro clásico en la literatura chilena y a constituir el primer eslabón de esa impresionante y formidable torre poética que se llama Pablo Neruda".  Ditirambo...

¿Qué decir de Crepusculario, el primer escalón? Advertiremos las influencias francesas, y, desde luego, la cercana presencia de Rubén Darío, a quien sentimos rondar, como un fantasma en gozo, por las torrecillas de los primeros sonetos blancos, aquel de la iglesia que no tiene lampadarios votivos, y sobre todo en el titulado Pantheos. El mismo poeta lo confiesa en el poema Final:

Yo lo comprendo, amigos, yo lo comprendo todo.
Se mezclaron voces ajenas a las mías.
Como si yo quisiera volar y a llegaran
en ayuda las alas de las aves,
así vinieron estas palabras extranjeras
a desatar la oscura ebriedad de mi alma.

Sin embargo, este libro de Pablo Neruda anunció una formación absoluta de poeta, patentizada en un lenguaje personal desde los poemas Farewell y Pelleas y Melisanda. Si este último, clausura una temática y un movimiento en la estética del autor, guardando para siempre el encanto de un desbordamiento legendario, en Farewell encontramos algunos gérmenes de su poética futura. No fue, pues, simple coincidencia y bondadoso romanticismo el hecho de que este libro tuviera influencia en la juventud de Chile. Sin acusar todavía elementos transformadores, el poemario venía con una tremenda sinceridad lírica y acusaba una gran frescura y una gran complacencia en relatar estados de ánimo que por sencillos y tiernos se recibieron en forma entusiasta, pues equilibraban el panorama de las complicaciones demasiado rituales.


VEINTE POEMAS DE AMOR Y UNA CANCIÓN DESESPERADA (1924)

Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en su actitud de entrega.

Este es el libro del éxito, el libro de la fama y del entusiasmo, a tal punto suscitado que para el sector recalcitrante de América continúa siendo el mejor fruto de Neruda. Los Veinte poemas repiten, y aumentan, el caso del Azul... rubendariano. El mismo saludo fervoroso, la misma carta consagratoria de los Valeras criollos, la misma multiplicación de ediciones. Jamás el amor, la exaltación de la mujer y el tema de la pasión habían sido tratados con un lenguaje tan espléndido. Fue, no solamente la revelación de un gran poeta, sino el nacimiento de una emoción que rompía moldes usuales y daba lugar a que las juventudes, de suyo ávidas e inflamables, se decidieran a encararse con las fuertes e incontaminadas imágenes de la libertad expresiva. La gran poesía trae consigo la propagación, el contagio, ciertas donaciones ocultas que al instalarse en el ánimo de quien las recibe producen el nacimiento del estilo dormido, fomentando una escritura inédita y organizándose en el intelecto como nuevo tipo de sensibilidad. El nerudismo apareció en nuestros países tras la primera edición de los Veinte poemas, y esto, que es el mayor elogio y el mayor peligro a que puede someterse un poeta, trajo consigo la imitación de los moldes primeros. Trajo consigo enfermedades y saludes, negaciones y afirmaciones espléndidas. Pero Neruda no vino al mundo para escribir solamente veinte poemas de amor y una canción desesperada, como Darío no apareció para escribir sonatinas. Vino para expresar la obra de la transformación americana, y a estas horas, escrito el Canto General, quedarse con el Neruda que escribe los versos más tristes en la noche implica, no solamente un desconocimiento de los fenómenos de evolución sino una traición a la misma poesía. Él mismo, en uno de los pasajes de su última obra, explica que mientras el poeta no hiere a fondo los intereses intocables de la sociedad burguesa, mientras se prodiga en el halago de las vanidades sensuales, poniéndole máscaras a la "buena costumbre", recibe de esa misma sociedad la palmadita en el hombro y la flor en el hojal; pero en cuanto se decide ir al corazón de la injusticia y de la maldad, inmediatamente es encarcelado y proscrito:

El orgulloso estaba fieramente
combatiendo en su armario de marfil
y pasó la maldad en meteoro
diciendo: "es admirable su solitaria rectitud.
Dejadlo".

El impetuoso sacó su alfabeto
y montado en su espada se detuvo
perorar en la calle desierta.
Pasó el malo y le dijo: "¡Qué valiente!"
Y se fue al Club a comentar la hazaña.

Pero cuando fui piedra y argamasa,
torre y acero, sílaba asociada:
cuando estreché las manos de mi pueblo
y  fui al combate con el mar entero;
cuando dejé mi soledad y puse
mi orgullo en el museo, mi vanidad en el
desván de los carruajes desquiciados,
cuando me hice partido con otros hombres, cuando
se organizó el metal de la pureza,
entonces vino el mal y dijo: "Duro
con ellos, a la cárcel, ¡mueran!"

He aquípor qué los pequeños mundos de la pureza que pululan en nuestras ciudades americanas reprochan a Neruda su poesía política y combatiente, y exhiben con insistencia la "superior belleza" de los Veinte poemas de amor. Belleza justa en cuanto supone la creación ardorosa del poeta, en cuanto regala una página imposible de superar, pero injusta en cuanto la apartan de la obra completa -hoja cortada a puñal- para exhibirla como modelo de lirismo en un hombre que no puede concebir el amor sino dentro de la justicia social.


TENTATIVA DEL HOMBRE INFINITO (1925)

Cuando le pregunté a Neruda sobre este libro raro y ausente, me contestó: "La tentativa del hombre infinito es el libro menos leído y menos estudiado de mi obra; sin embargo, es uno de los libros más importantes de mi poesía, enteramente diferente a los demás y del que se han hecho pocas ediciones".

Impreso en los talleres de la Editorial Nascimento, de Chile, apareció en 1926 esta tentativa que el autor califica como una de sus obras más importantes. La razón por la cual ha pasado inadvertido para muchos, y no ha merecido las ediciones de los poemas de amor, es bien sencilla: no está escrito para la fácil lectura, incomoda de buenas a primeras con su falso hermetismo y su cerrazón aparente. Mas el verdadero lector de poesía, que no es, como se cree, el que realiza los buenos negocios editoriales, sino por el contrario el que los detiene por que casi siempre recibe libros de obsequio, encuentra aquí el muestrario del lenguaje-Neruda y la clave de su constante renovación imaginativa. El libro no tiene divisiones ni puntuación alguna. Pero cada verso es un poema y en cada poema va implícita la significación del idioma-Neruda. Estos versos no tienen "lógica", y más de un lector ha querido lavarlos para descubrirles sentido, haciendo las pausas que le parecen oportunas: ha fracasado. Ha fracasado con una lectura así, porque interviene con la razón en un mundo hecho precisamente para desatar las amarras formales. Tentativa del hombre infinito debe ser el libro más leído y estudiado entre aquellos que admiran la obra del poeta. Pero quizá convenga su silencio, pues al caer en lectores no acostumbrados a la buena recepción poética, podría desbaratarse en imitaciones peligrosas. Si ocurre lo contrario, la Tentativa hace bien a raudales, como de hecho ha ocurrido en muchos poetas que mucho le deben.

No tiene ni la gracia provinciana de Crepusculario, ni la fuerza romántica de los Veinte poemas ni el delirio cósmico del Hondero. Mas participa silenciosamente de todos ellos y encierra las imágenes contenidas en la obra total; libro milagroso, que a semejanza de los ancianos tribales se aparta del bullicio porque guarda consigo la llave del problema y sabe que la gente recurrirá a él para recibir el consejo final.

Van aquí algunas excelencias:

|hogueras pálidas revolviéndose al borde de las noches...
árbol de estertor candelabro de llamas viejas...
el crepúsculo rodaba apagando flores…
oh matorrales crespos donde el sueño avanza trenes...
tenías en secreto un muerto como un camino solitario...
descienden las estrellas a beber al océano...
oh los silencios campesinos claveteados de estrellas...
los peces movibles como tijeras...


ANILLOS (En colaboración con Tomás Lago), 1926

Con el propósito de dedicar este libro al infortunado poeta chileno Alberto Rojas Jiménez, compañero en las primeras jornadas literarias, escribieron Pablo Neruda y Tomás Lago en forma simultánea unas prosas poéticas a las que dieron el nombre de Anillos por haber enlazado en ellos sus estilos. Pero llevado el texto a la imprenta salió a la luz pública sin la dedicatoria a Rojas Jiménez, que era el propósito inicial de la obra.

Tomás Lago camina al lado de Neruda en aquellos ya lejanos días de la primera madurez; juntos acometen la empresa editorial y juntos estructuran un lenguaje literario en donde el primero se dedica a la prosa, escribiendo narraciones, ensayos de crítica y diversos estudios en el terreno de la biografía y de la historia. A través de la dirección del Museo de Arte Popular de Chile, Tomás Lago ha realizado su labor de escritor, estimada dentro y fuera del país.

Anillos, nombre insustituible, es una afinidad electiva, un ver el mundo con los mismos ojos, de tal manera que la prosa de uno y otro apenas si difiere en realización y tratamiento de imágenes.

Hay páginas en que no se advierte diferencia de estilos. Neruda lo dice al hablar de su amigo: "…de repente no me acuerdo de cual de los dos estoy hablando".

Una energía saludable, un optimismo mañanero y rural -limpio de escoriaciones nocturnas- corre por estas prosas siamesas de 1926. El campo, la tierra humedecida por el último aguacero, la noche llena de estuarios y revelaciones, el amanecer solitario de los pueblos, los vientos y los gritos de los trenes de auxilio, todo el amor y la emoción de la provincia, con el día bueno en que "Gerardo se mejora y el borracho Tomás tiene una habitación", va pasando en deliciosas acuarelas por este libro de sonoros anillos.

Se comprende que ambos escritores se mueven en una época de absoluta creación, estimulada por la confianza editorial, sin compromisos con nadie que no fuera el pueblo.

Tomás Lago ve a Neruda, no como un "verano de cuerpos redondos", sino como "la vid de las grandes uvas perezosas" que caen rodando dentro de su corazón. Lago anticipa muchos acontecimientos y profetiza la lucha de su amigo: le llama ya "desterrado", dice que viste "el traje rojo de las fiestas o la venganza", que tiene perfil justiciero y que… lo más extraordinario aún... "a grandes golpes de aroma derriba el silencio donde predicar la guerra".

Por su parte, Neruda ve a Lago "grandote, con su sonrisa ancha de compañero, afirmado en un mástil y escribiendo en el suelo sus números de nostalgia".

Descripciones de dos espíritus que se mueven en libertad, esgrimiendo los puños de la victoria cotidiana.

Pablo Neruda ha publicado muy pocos libros en prosa. Me confiesa que es "enemigo de entregar a la prosa los hallazgos de la poesía". Sin embargo, estudiando su obra, encontramos poemas en la prosa. No tiene la minuciosidad del prosista, carece de esa facultad que describe las cosas con fidelidad, que se sumerge en el pormenor y cultiva pacienzudamente los relieves exactos, pero en grandes saltos, en incontenibles alegrías interiores, Neruda nos da una prosa, si no comparable a los encuentros de Baudelaire, sí rica en emoción y misterio, dos cosas fundamentales para reñir con la imbecilidad del hombre "con cara de pato", donde decía Lautréamont que nunca ha existido la poesía.


EL HABITANTE Y SU ESPERANZA (1926)

"He escrito este relato -dice Neruda en el prólogo- a petición de mi editor. No me interesa relatar cosa alguna. Yo tengo siempre predilecciones por las grandes ideas, y aunque la literatura se me ofrece con grandes vacilaciones y dudas, prefiero no hacer nada a escribir bailables o diversiones".

Siempre asustadizo para la prosa, Neruda entrega los originales de este libro a petición de su editor, un poco temeroso de los resultados tangibles, como lo estuvo Gómez Carrillo con aquel volumen de París, que el editor, al solicitárselo, bautizó con el nombre bastante comercial de El modernismo. Esta vez no hubo bautizo de título, pero sí de subtítulo. Debajo de El habitante y su esperanza se puso esta palabra: Novela. Claro que no lo era. Se trataba de una serie de close-ups estupendamente vestidos. Puede cada relato separarse y hacer unidad. Se relatan las conmociones psicológicas del interior chileno, ese interior siempre a la orilla del mar, que forma el coro ante la tragedia de la acción. Lo que se puede aprehender, como suceso lógico deliberadamente enmarañado, es la pasión. Se cuenta el amor, se va a la cárcel por robar ganado, se huye en la noche, se derraman encendidos monólogos y se siente la inminencia de una fatalidad pantanoso y fosforescente, en donde el mar "roído por el color del tiempo y la asistencia de la soledad" aprisiona la voluntad de los hombres. Sucede el crimen, v parece que no es posible escapar. El personaje confiesa: "Voy a decir con sinceridad mi caso; lo he explicado con claridad porque yo mismo no lo comprendo. Todo sucede dentro de uno con movimientos y colores confusos, sin distinguirse. Mi única idea ha sido vengarme". Aquí está la clave. La confusión nace de la identificación que se establece con el clima de una vegetación apasionada.

La venganza -huir, escapar de aquella red en el mundo- es la solución. El hombre es el habitante, el actor y asistente de la propia catástrofe, y la esperanza es el nuevo día, la extirpación de una inmovilidad, el sacudimiento de una postración negativa. No hay que pedirle más al libro. Lo ha dicho todo en pocas, intensas páginas. La intimidad descriptiva del mar alcanza en este relato una sabiduría que no proviene más que del contacto y la formación en sus imperios. La mujer se abraza con la furia de la lucha contra los límites. Todo parece lleno de una vasta articulación escamosa. "Ay de mí, ay del hombre que puede quedarse solo con sus fantasmas", solloza el actor ante el mar implacable. Pero se sacude y logra vencer a los monstruos. Se pregunta dónde estuvo, que fue lo qué pasó, mientras el alba "saca llorando los ojos del agua". Este es el habitante y esta su esperanza.

Respecto al ambiente marino, invasor y perpetuo en la obra del poeta, tan palpable en este cuadro misterioso y torrencial, me ha dicho Neruda:

"Mi familia iba todos los años a la costa, al puerto llamado Bajo Imperial, y de esas excursiones arranca mi primer contacto con el mar y con un inmenso río que desemboca en aquel paraje; el sentido del oceanismo, las olas, las dunas lejanas y próximas, la vida a caballo recorriendo las playas, el clima frío y el paisaje con pinares al fondo, todo impresionó vivamente mi imaginación. Este puerto ha tenido influencia en El habitante y su esperanza y en Veinte poemas de amor. Hay en ellos mucha creación emocional de mis recuerdos marinos, los cuales te repito me impresionaron tanto que mucho más tarde no podía escribir sin pensar seriamente en el ruido de la lluvia y de las olas cayendo sobre la arena."


EL HONDERO ENTUSIASTA (1923-1933)

Hago girar mis brazos como dos aspas locas
en la noche toda ella de metales azules.

Poéticamente, no corresponden los estados de excitación mental con la originalidad o independencia de expresión. Con grandes dosis de sinceridad, y en momentos de crisis para la fantasía, movidos ante el espectáculo del amor o de la naturaleza, nos sentamos a escribir un poema, pero el resultado no es siempre original. Neruda se apoya en la experiencia de El hondero entusiasta y me dice: "Lo escribí a los 18 años, en el segundo piso de una casa de Temuco, en el sur de Chile, una noche totalmente llena de estrellas. Tan conmovido estaba, que escribí íntegro ese poema, quedando agotado y tembloroso, pero con la impresión de algo original en la escritura. Leyendo después El hondero en Santiago, me dijeron que tenía una marcada influencia de Carlos Sabat Ercasty, el gran poeta uruguayo de Alegría del Mar. Decidí entonces escribir a Sabat, mandándole el poema y diciéndole si advertía influencia suya en el texto. Me contestó una hermosa carta afirmando que, efectivamente, el poema tenía influencia suya.

"Entonces decidí no escribir un solo poema más; rompí y corté muchas partes. El hondero entusiasta no se publicó hasta diez años más tarde, cuando ya el asunto no podía dañarme. Pero el fruto de ese cambio hizo que encontrara el nacimiento de mis Veinte poemas de amor.

"Comprendí, al trabajar más en lo mío, dónde residían mis fuerzas y dónde mis debilidades; creo que el escritor debe estar atento y vigilante cuando llegan esas corrientes de entusiasmo creador, para saber así dónde se encuentran los obstáculos y poder evadirlos. De ese choque con lo imprevisto, y de su sonora y franca victoria, nace siempre lo propio, como sucede con el río, que golpeando las piedras y cayendo en espumas construye la hermosura de su voz. Esto es lo que caracteriza al verdadero estilo. Tenemos el ejemplo de Gabriela Mistral, la cual transforma la estructura del lenguaje para eludir -golpeándolos con la palabra- aquellos problemas que no puede afrontar. Esto no lo aprendí en Gabriela, sino en mí mismo. Que los jóvenes noten también esas fallas en sí mismos."

Por estas palabras se comprenderá la impresión que recibió el poeta al saber que una de sus páginas más queridas tenía influencias extrañas. Impresión que nunca murió del todo, ya que diez años más tarde, al entregar a las prensas la segunda edición de El hondero, Neruda, celoso de su puesto director en el movimiento poético de América, advierte al lector que cede los poemas a la editorial de la Imprenta Universitaria de Santiago como un documento "válido para aquellos que se interesan por mi poesía", ya que el libro no quiere ser sino el testimonio "de una juventud excesiva y ardiente". Mas los poemas de El hondero entusiasta, expurgados de fragmentos caídos al roce del tiempo, se convierte en uno de los capítulos esenciales a la poesía del autor y llegan a los públicos americanos con una simpatía semejante a los Veinte poemas, cuyo tema amoroso y cósmico encuentra su culminación en estos himnos a la noche estrellada. A partir de ellos, la poesía de Neruda vencerá territorios de fuego, de maldad y de venganza. Conquistará su propio, invencible idioma. Abandonará la excesiva y ardiente juventud para entrar en el año de la madurez y del orden. Se hará más cauto, menos elocuente y verbal y sorprenderá los recintos del crimen. En 1933, con un libro autodiscriminado, despide Neruda su voz de joven ardiente.

Ahora bien: si dentro de la evolución de un espíritu el regreso a experiencias olvidadas produce el malestar de una detención, el íntimo atropello de planes en marcha, también sucede que dentro del movimiento perpetuo de las generaciones el libro clausurado se convierte en libro vigente. Mientras Neruda publica El hondero como un documento que tiene importancia únicamente para los eruditos de la poesía, hay una generación que recoge el libro con la sorpresa de lo inédito. Esa generación ama y grita su amor y mira el cielo totalmente lleno de estrellas, y el estudio del poema que se escribió en idéntico estado de alma produce consuelo y rebeldía, estímulo y batalla. Quiero decir que El hondero entusiasta no pierde su actualidad entre la juventud revolucionaria de América. Mas algunos se valen de estas circunstancias para atacar al poeta que abandona la poesía para tomar la espada -sofístico del tiempo- y ven en Neruda un poeta que se traiciona por no escribir crepuscularios ni entusiasmadas hondas, cuando es todo lo contrario.


RESIDENCIA EN LA TIERRA (1925-1931-1935)

En la quinta edición de este libro (la de Ercilla) encontramos el siguiente colofón: "De este primer volumen de Residencia en la tierra se hizo una tirada de lujo de cien ejemplares por la editorial Nascimento, de Santiago de Chile, el día 10 de abril de 1933. La segunda edición fue publicada por Cruz y raya, en Madrid, en 1935. La tercera por la Editorial Ercilla de Santiago de Chile, en 1938. La cuarta por la Editorial Ercilla en 1939".

En 1925, Pablo Neruda notó, por primera vez, que había encontrado una veta original con sus poemas Galope muerto y Serenata, que aparecen en el primer libro de Residencia en la tierra.

"Esos poemas me señalaron el dominio de mi personalidad. Con gran serenidad descubrí que llegaba a poseer un territorio indiscutiblemente mío":

Como cenizas, como mares poblándose,
en la sumergida lentitud, en lo informe,
o como se oyen desde el alto de los caminos
cruzar las campanadas en cruz...

En tu frente descansa el color de las amapolas,
el luto de las viudas halla eco, oh apiadada...

Poemas que desataron la exégesis correspondiente, en críticos de alto tejuelo que llegaron a escribir libros sobre la mecánica de los mismos. Residencia es… otra de las claves de Neruda. Pasado el estruendo verbal de El hondero, y la delectación amorosa de los Veinte poemas, aparece ya, en un conjunto bastante considerable -como que abarca más de diez años de labor- un edificio de sólido estilo, una residencia inimitable levantada con la seguridad que regala la originalidad propia. Neruda ha madurado sus visiones del mundo, ha penetrado, lenta y sigilosamente, en los sótanos del misterio expresivo. El elemento exterior se dilata con el contacto del Oriente, de donde regresa más americano que nunca, pero enriqueciendo su poesía con nuevos y sorprendentes hallazgos. El lenguaje poético tiene también su filología y su alta gramática. Y así como el idioma de un país va capitalizando su energía a través de los abonos dialectales, así la expresión estética aumenta en recursos a medida que el productor de imágenes conoce nuevos horizontes, nuevos paisajes, nuevos mundos en donde la vida es la misma, más no su emoción, su misterioso "pathos" fatal.

En Residencia en la tierra advertimos, al propio tiempo que un profundizar en la temática, un sabor lejano, un delicioso exotismo, así como una desesperación y un desprecio por lo convencional. No hay que olvidar que Neruda visitó Siam, Indochina, China y Japón durante cinco años, y que, durante el regreso -más de setenta y cinco días de navegación- escribió muchos poemas de Residencia, entre éstos Monzón de mayo, El fantasma del buque de carga y el Tango del viudo.

En breves y raudas prosas introducidas calladamente en las páginas de este libro encontramos la presencia de lo lejano, cierto cultivo a la geografía maravillosa. Cuadritos poéticos de encanto indecible, equivalentes al Gauguin que dormita en Neruda:

Sí, quiero casarme con la más bella de Mandalay... Amor de niña de pie pequeño y gran cigarro, flores de ámbar en el puro y cilíndrico peinado, y de andar en peligro, como un lirio de pesada cabeza, de gran consistencia. Y mi esposa a mi orilla, al lado de mi rumor tan venido de lejos, mi esposa birmana, hija del rey.

No todo es amable. Residencia en la tierra no es -nunca lo ha sido- un libro influenciado por el paisaje oriental. Estas decoraciones son minoritarias y como advenedizas.

Residencia en la tierra es un libro complicado y doloroso. A propósito de la obra el autor me hizo estas declaraciones:

"Cuando llegué a España por primera vez en 1927, era lo más importante en aquel momento La Gaceta Literaria, dirigida por el escritor fascista Giménez Caballero. Me encontré con Guillermo de Torre, que era el crítico literario de las tendencias modernas, y le mostré los primeros originales del primer volumen de Residencia en la tierra. Él leyó los primeros poemas y al final me dijo, con toda la franqueza del amigo, que no veía ni entendía nada, y que no sabía lo que me proponía con ellos. Yo pensaba quedarme más tiempo. Entonces, viendo la impermeabilidad de este hombre, lo tomé como mal síntoma y me fui a Francia, embarcándome poco después en Marsella con destino a la India. Tenía veintitrés años recién cumplidos, y era natural que mi sitio no estaba en las postrimerías del ultraísmo. Tenía que esperar a una nueva generación y lo curioso es que ella se precipitó como te diré después. La generación de Alberti y de Lorca no era conocida aún. Después de permanecer un mes en París, estando en la isla de Ceilán, me llegaron proposiciones para editar mi libro en Francia, enviando en seguida el primer tomo de Residencia. Lo importante es que no se hizo en Francia, pues la casa editora estaba para terminar su negocio. Lo importante es que había aparecido en Lutecia, por una preciosa coincidencia, un poeta español que había obtenido el premio nacional de literatura en Madrid con su libro Marinero en tierra. Ya sabes, pues, de quien se trata. Rafael Alberti se convirtió en el campeón de mi poesía y trató de editarla. No obstante ser Alberti un camarada desconocido, me escribía constantemente a Ceilán y fue mi representante legal para todos los asuntos editoriales.

"Cuando regresé a España en 1934, el panorama había cambiado. Ya no me dirigí, naturalmente, a Guillermo de Torre... Debo decirte que personalmente no tengo ninguna molestia con él. Somos amigos, y lo que pasa es que ambos tenemos mundos diferentes. Mi poesía de Residencia, en fin, fue recibida y aclamada en forma extraordinaria. Encontré que mi obra poética era orgánica, nacida de un ser humano que había trabajado mucho por dentro y que, al ascender a la superficie, presentaba una unión completa entre hombre y obra.

"Y aquí debo aclarar para siempre que la poesía es íntima mía; la concibo como una emanación mía, como las lágrimas o como el pelo míos; encuentro en ella la integración de mí mismo.

"En la España de 1927 el concepto de la poesía era mecánico, exterior, influenciado por futuristas, ultraístas, ete., que tendían a hacer de ella una especie de juego de combinaciones acústicas y retóricas. De este clima jactancioso, pero vano, se desprendió el libro de Ortega y Gasset La deshumanización del arte, cuando precisamente la fuerza que iba a venir era de profunda humanidad en todos los órdenes de la vida.

"En 1934 sucede todo lo contrario: adviene el florecimiento de la República, y en ella, fresca de realidades y copiosa de elementos creadores, una generación de poetas que era la primera después del Siglo de Oro. Llegué, pues, en un momento único para mí. Significaba para un americano, ni más ni menos, asistir al nacimiento de una República que esperábamos con tanto afán. Esta República había hecho desaparecer a los escarabajos de la monarquía y traía consigo al hombre limpio y nuevo: una nueva conciencia.

"Cuando bajé del tren, estaba esperándome una sola persona con un ramo de flores en la mano: era Federico. Pocos poetas han sido tratados como yo en España. Encontré una brillante fraternidad de talentos y un conocimiento pleno de mi obra. Y yo, que había sido durante muchos años martirizado por la incomprensión de las gentes, por los insultos y la indiferencia maliciosa -drama de todo poeta auténtico en nuestros países- me sentí feliz. Tal vez lo más significativo de todo haya sido que, habiéndose tratado de editar una revista, quisieron que yo la dirigiera. Así salió El caballo verde, impresa por Manolo Altolaguirre y dirigida por mí. El sexto número no alcanzó a venderse porque en el mes de julio de 1936 estallaba la guerra.

"De los poetas que entrañablemente me recibieron, además de los citados, se encontraban Vicente Aleixandre, Arturo Serrano Plaja, José Herrera Petere, Luis Cernuda, Concha Méndez, José Bergamín; los pintores Rodríguez Luna, Miguel Prieto y otros que se me olvidan. Profunda influencia tuvo sobre mis ideas políticas la valiente actitud de Rafael Alberti, que ya era un poeta popular y revolucionario. En general había un despertar político y revolucionario extraordinario, tanto en esta generación como en la que venía, entre los cuales contaba ya con numerosos, amigos."

No triunfa Pablo Neruda en España con la poesía fácil y gratuita. Triunfa llevando consigo un libro desesperado y doliente, cerrado para la sensibilidad musical de las mayorías. Mas la valiosa juventud de la Península acoge la obra, preparada como estaba para recepcionar el envío justísimo de la hora. Juventud española es diferente a juventud hispanoamericana; ésta no carece de visión crítica ni de genio para introducirse en una lectura atenta de la poesía, al contrario: superando los valores de apreciación, recoge lo vulnerable, se contagia de mito crepuscular y abandona la disciplina del mundo.  Por eso dice Neruda:

"Contemplándolos ahora, considero dañinos los poemas de Residencia en la tierra. Estos poemas no deben ser leídos por la juventud de nuestros países. Son poemas que están empapados de un pesimismo y angustia atroces. No ayudan a vivir, ayudan a morir. Si examinamos la angustia -no la angustia pedante de los snobismos, sino la otra, la auténtica, la humana-, vemos que es la eliminación que hace el capitalismo de las mentalidades que pueden serle hostiles en la lucha de clases. A una ola muy grande de pesimismo literario que llena una generación entera, corresponde un avance agresivo del capitalismo en su formación. Si examinamos la actividad poética de Rubén Darío, vemos que ésta corresponde a un desarrollo menor del capitalismo. En su tiempo, las fuerzas destructoras no necesitaban mostrar aún el camino del aniquilamiento. Pero años después las fuerzas reaccionarias del Continente ven un peligro en el despertar intelectual, y de aquí la tendencia nihilista y desesperada de mi anterior poesía y de todos los poetas de mi generación. Tengo la seguridad de que no de una manera sistemática, pero tampoco menos fuerte, la reacción ha querido inutilizar estas fuerzas del verbo."


ESPAÑA EN EL CORAZÓN

(Himno a las Glorias del Pueblo en Guerra. Ejército del Este.  Ediciones literarias del Comisariado. 1938)

De este libro se imprimieron originalmente 500 ejemplares numerados del 1 al 500, bajo la dirección de Manuel Altolaguirre, terminándose su impresión el día 7 de noviembre de 1938, segundo aniversario de la defensa de Madrid, como parte del tercer volumen de Residencia en la tierra.

Lleva esta Noticia:

"El gran poeta Pablo Neruda, (la voz más profunda de América desde Rubén Darío, como dijo García Lorca), convivió con nosotros los primeros meses de la guerra. Luego en el mar, como desde un destierro, escribió los poemas de este libro. El Comisariado del Ejército del Este lo reimprime en España. Son soldados de la República quienes fabricaron el papel, compusieron el texto y movieron las máquinas. Reciba el poeta amigo esta noticia como una dedicatoria."

El primer gran libro político de Neruda. La primera denuncia violenta, salpicada de ira, llena de una impresionante agresividad. En 1926 se encontraba en Madrid, como Cónsul de su país. Los mejores escritores convivían con él. Rafael Alberti, en una de sus famosas Coplas de Juan Panadero, lo ha recordado:

Puras noche nerudianas.
Miguel Hernández olía
a oveja y calzón de pana.

Y también:

La fuerte sangre española
le puso a Pablo en el pecho
un borbotón de amapolas.

De improviso la guerra. Y el Cónsul-poeta, el buen Cónsul que "golpeaba sus palabras, llenándolas de agujeros y de pájaros", abandonó su jardín botánico y fue al encuentro del pueblo. A partir de España en el corazón, Pablo Neruda coloca al pueblo en el corazón de su poesía. He aquí lo que ha dicho llya Eremburg sobre este libro:

"Vi por primera vez a Pablo Neruda en el Madrid heroico y condenado. Me sorprendió su rostro, rostro de andaluz soñador o de altivo araucano. Sus ademanes eran pausados, suave su voz, se percibía que aquel hombre estaba hecho para la meditación, para la poesía; mas sus ojos ardían en luces de ternura o de cólera. Hablaba sólo de la lucha: "Casa de Campo, Londres, traición, las Brigadas Internacionales, el pueblo, Moscú, esperanza". Hacía cuanto podía, quería estar con el pueblo español. Abandonó las canciones de lluvia, las meditaciones y la "casa de las flores". Por último, el gobierno de Chile le ordenó abandonar España. En el mar, camino de Chile, escribió su libro España en el corazón. Un libro de poesía lleno de cólera y admiración, poesías no de un espectador, sino de un soldado. Este libro, editado en Chile, fue pronto traducido a varios idiomas. España en el corazón llegó hasta el corazón de la España combatiente. Cuando se leen las palabras de odio a los fascistas, no recordamos a Víctor Hugo en el Castigo, que parece algo retórico, sino a Agripa D'Aubigné y a veces a los profetas bíblicos:

Chacales maldecidos por los chacales,
víboras odiadas por las víboras,
piedras a quienes escupen las lampazas.

"Pablo Neruda escribe inspiradas poesías sobre el heroísmo del pueblo español, habla de los albañiles y de los mineros, de los labradores y de los carpinteros, alzándose en defensa de la libertad. El poeta nos habla del sacrificio y de la fraternidad de que dieron muestras al mundo los soldados de las Brigadas Internacionales".

Destaca Ehremburg el hecho de abandonar "las canciones de lluvia" para entonar las canciones de la sangre. En la hora suprema del pueblo, Neruda hace a un lado la poesía bella para escribir la poesía útil, resultando ésta más bella aún. En su voz ya no resbalan mariposas ni guisantes, sino palabras desolladas hasta la carne viva.

En el otoño de su vida, Rubén Darío escribió:

Yo sé que hay quienes dicen: ¿Por que no canta ahora
con aquella locura armoniosa de antaño?
Esos no ven la obra profunda de la hora,
la labor del minuto y el prodigio del año.

Pablo Neruda supo ver la obra profunda de la hora no en la senectud, sino en la hermosa y clara juventud del soldado. Como el viejo Rubén, quizá en idéntica posición mental pero en diferente actitud física, ya que el uno tendía al simple sueño y el otro a la simple realidad, a la simple tierra, Pablo Neruda escribió:

Preguntaréis: ¿Y dónde están las lilas?
¿Y la metafísica cubierta de amapolas?
¿Y la lluvia que a menudo golpeaba
sus palabras llenándolas
de agujeros y de pájaros?
Os voy a contar lo que me pasa.

Y cuenta su barrio de Madrid, con árboles y campanas. Allí, en ese barrio, su casa era llamada

la casa de las flores, porque por todas partes
estallaban geranios.

Recuerda a sus amigos de entonces: Federico, Miguel, Rafael... Y una mañana las hogueras salían de la tierra devorando seres, y bandidos con aviones y con moros venían por el cielo a matar niños. El poeta, sencillamente, abandonó "la metafísica cubierta de amapolas" y entró en el corazón del pueblo, denunciando y cantando como un joven gigante humillado.


CANTO GENERAL (1950)

La primera idea fue escribir un Canto General de Chile. Le interesaba a Neruda la parte geográfica de su país, extraordinariamente poética, con desiertos calcinados, ventisqueros, fiordos: una mezcla íntimamente ligada a la humanidad chilena. En esa forma trabajó algunos poemas en México. (En 1943 apareció en fragmento mínimo el Canto General de Chile). Cuando regresó a su patria, siempre en el plano de este trabajo, encontró dos novedades: primero, las luchas del pueblo chileno eran muy apreciables; se le hicieron más objetivas con sus viajes a las minas, a la pampa, al desierto; segundo, después de su famosa visita al Macchu Picchu en el Perú, vio las raíces de la historia americana "confundidas y como debajo de la tierra".

"Cambié entonces el plan -me dijo- y lo transformé en un Canto General llevando el propósito de arquitecturar un poema  a toda nuestra América."

En aquella época -1943- no tuvo tiempo para desarrollar tan ambicioso deseo. Intervino en la vida política de Chile y no podía dedicarse a escribir poesía. Luego vino la persecución. Recuérdese -en la Carta para millones de hombres- la petición de su Partido, en el sentido de que dispusiera de un año para realizar la obra; se iba a ir a Isla Negra, lugar de la costa, cuando se inició el ataque del imperialismo y Chile se convirtió en una inmensa cárcel. Es famoso el "yo acuso" de Pablo en pleno senado chileno, lo que motivó su persecución, siendo escondido de casa en casa:

Fui fugitivo de la policía:
y en la hora de cristal, en la espesura
de estrellas solitarias,
crucé ciudades, bosques,
chacarerías, puertos…

Ya desde el segundo o tercer día de haber roto con el gobierno antipopular de González Videla, y a pesar de haberse movilizado la policía en su búsqueda, comenzó la tarea de dar fin al Canto General.

Desde el 4 de febrero de 1948 hasta el 8 de enero de 1949 se escribió todo el libro, salvo lo que ya estaba publicado. Trabajó el autor diariamente, sin descanso, con una lucidez incomparable. Puede decirse que el Canto General fue realizado a grandes saltos geográficos, meditado en la cárcel, intuido en medio de una zozobra y amargura sin precedentes.

En México, pocos días antes de aparecer la obra, Neruda me dictó las siguientes palabras:

"Debo advertir que si salen muchos nombres propios, así como reseñas de actos importantes e insignificantes, esto se debe a que por una parte he querido dar la sensación de nuestras luchas continentales a través de un romanticismo revolucionario que no está en desacuerdo con el realismo a que aspira tener el libro. Causará extrañeza leer nombres sin ninguna importancia histórica, como los de González Videla y secuaces; lo he hecho deliberadamente para que caiga sobre ellos un estigma simbólico. Yo sé que el pueblo los castigará, pero en mi poema queda una acusación del molde humano de ellos: son diplomáticos, alcahuetes, periodistas pervertidos y sabuesos de una dictadura corrompida. Sé que esto es algo duro, que asombrará y molestará a no pocos lectores, pero quiero que piensen en lo amargo que es para mí concretar las realidades de este tiempo.

"Creo que mi libro desde su comienzo es un libro alegre, sano, optimista, a pesar de la tristeza que lo circunda no en forma total. Sentí durante un año de trabajo encarnizado una alegría embriagadora, pues la vida me daba ocasión de vencer a todos los enemigos del pueblo cuando ya se me creía en el fondo de la derrota. Así pues tuve dos inmensas fuentes de alegría: por una parte, la satisfacción de mi libro, y por otra la realidad intangible de sus materiales de lucha.

"La primera parte del Canto General es la América de la vegetación, de los metales y de los ríos. Luego viene la conquista con la extensión hacia Perú y Chile; este canto termina con A pesar de la ira, en que se cuenta cómo, por encima de los crímenes, vinieron a nuestra América las ideas y la capacidad industrial del Renacimiento. Me propuse juntar en su verdadero color la avalancha española con su superstición y su crueldad. En Chile, y en general, en la América del Sur, tenemos pedestales injustos, como el de Valdivia; una gran avenida lleva su nombre, y a su amante Inés de Suárez, rapaz desvergonzada y aventurera, se le consagra un restaurante muy popular. Se debe a que inmediatamente después de la conquista, una casta se apoderó del movimiento de liberación implantando una nueva forma de dominio sobre nuestras poblaciones. Necesitaban estos verdugos españoles un endiosamiento para tener la espada siempre levantada. Así, vemos cómo las oligarquías criollas traicionaron hasta el recuerdo de los héroes indígenas y han dedicado con pudor algunos recuerdos vergonzantes a los grandes héroes de la primera lucha americana. De estos héroes el más extraordinario es Lautaro. Este gran patriota de la araucanía fue un joven surgido de la masa primitiva que viendo la tragedia de su pueblo entró al servicio de los españoles: se hizo caballerango del conquistador Valdivia sólo para estudiar la táctica guerrera del enemigo; pudo muchas veces haber matado al capitán extranjero, pero llegado el instante oportuno, lo abandonó, regresó a su gente y fue elegido Toqui. Entonces dirigió la guerra contra los invasores, empleando no sólo su misma táctica, sino otra de su invención que era la marcha hacia la retaguardia, presentando batalla por dos lados de la columna central. Así, el 25 de diciembre de 1553, Lautaro, en la memorable batalla de Tucapel, exterminó al ejército español, haciendo prisionero a Valdivia y a sus capitanes, que fueron ejecutados.

"La guerra patria de los promaucas fue extraordinaria, y a pesar de los refuerzos con que contaban las tropas enemigas, no fueron vencidos. Pero Lautaro, que debió ser el símbolo de Chile, fue humillado por los nuevos aristócratas y por los nuevos aprovechados, quienes le han puesto su nombre a un villorio del sur de Chile, no existiendo una estatua suya en Santiago, mientras hay docenas en memoria de los invasores.

"Precisamente el canto siguiente se llama La arena traicionada, y es la historia de cómo fue burlada la independencia araucana por estos mismos grupos, que describo minuciosamente en el Canto V (las fuerzas retrógradas que traicionaron nuestra arena son las tiranías, el imperialismo, la injusticia, etc.).

"El Canto VII -La tierra se llama Juan- está escrito con las mismas palabras del pueblo, con sus faltas y su modo de decir las cosas. Son vidas de trabajadores, contadas por ellos mismos.

"El IX es una invocación a los Estados Unidos de Norteamérica para lograr la paz del mundo.

"El X es la historia de la persecución ordenada por González Videla.

"El XI relata una huelga en las minas de oro de Chile, teniendo como escenario una región desolada.

"El XII son cartas a poetas vivos -y muertos.

"El XIII es una salutación de Año Nuevo.

"El XIV es el pacífico amanecer de nuestros puertos: un canto a las islas, a las aves, a las piedras de las orillas, al Antártico.

"El libro termina con el canto Yo soy, en donde cuento mi vida, desde la infancia hasta la época actual, continuando con mi testamento.

"A través de todas estas visiones he querido realizar el retrato de las luchas y victorias de América, así como parte de nuestra zoología y de nuestra geología.

"El Canto General es posiblemente el más poético de mis libros.

"Creo que es el ensayo de una lírica capaz de enfrentarse con todo nuestro universo."

El 3 de abril de 1950, en la residencia del arquitecto mexicano Carlos Obregón Santacilia, tuvo lugar el acto de la firma de los ejemplares suscritos del Canto General. Predominó la asistencia de extranjeros residentes en la capital azteca, miembros de Embajadas europeas y españoles republicanos.

Con este acto se daba fin a una serie de lentos preparativos editoriales y se comenzaba a distribuir la obra poética más importante de nuestro tiempo.

Los pintores Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, mismos que habían ilustrado el libro, firmaron al lado del autor los primeros ejemplares. Los invitados salieron con una voluminosa obra bajo el brazo. Al recibir el volumen se tenía la impresión de algo extraordinario. Se abrían las páginas, se admiraban las ilustraciones, se saltaba por encima de aquella montaña de renglones cortos. Neruda estaba feliz. No podía ocultar su satisfacción. Su esposa nos había dicho días atrás: "No pueden imaginarse la alegría de Pablo con el Canto General. Está como si fuera a recibir de la imprenta su primer libro".

Pocas semanas después, Neruda se embarcaba para Europa sin recibir un solo homenaje escrito por su publicación, ni siquiera un artículo más o menos interesante. Con excepción de quien esto escribe, nadie se ocupó de la obra. ¿Asombro, temor, curiosidad por saber quién sería el primero en criticar el gran poema? Creo que todas estas circunstancias se barajaron. En general, una frialdad desventurada cayó sobre el esfuerzo de quien era, indiscutiblemente, el primer poeta americano. Mas los estudios vendrán, indudablemente, desencadenados por la misma lógica de los hechos. Ante obra así no es preciso esperar el comentario inmediato. "Crecerá con los años", ha dicho Joaquín García Monge a propósito del poema. Pero Neruda sintió un vacío sospechoso y abandonó el país.

Tuve la suerte de asistir, durante mi cercanía con el poeta, al nacimiento material del libro. La empresa fue cobrando fuerza a medida que aumentaba el número de suscriptores y se pudo movilizar el capital necesario. Todos los días me hablaba Neruda de los adelantos editoriales, hasta que al fin me mostró las primeras pruebas de imprenta. Envió las galeras a Rivera y a Siqueiros, para que éstos escogieran sus temas. El primero se encargó de la parte prehispánica -retrospectiva- y el segundo de la contemporánea. Fue esta una prueba de paciencia para el autor, ya que los pintores prometieron una fecha y la cumplieron meses después. Pero entregaron dos obras maestras.

El motivo prehispánico fue realizado con esa intensidad y multiplicación de formas y volúmenes que Rivera imprime a sus obras de gran espacio: un abigarramiento, pero abigarramiento que reproduce la historia a través del lenguaje de la simbología. En la parte austral hay batallas, geología, cóndores, quetzales, animales y dioses. La impresionante ciudadela de las nubes -Macchu Picchu-, la figura de un arquitecto con rico gorro tamizado. En el centro la escalinata ensangrentada; en la parte superior, un contador de estrellas; abajo la figura de un jaguar. La América del Norte -México- tiene el sacrificio humano, el volcán imponente, el resplandor trágico de Anáhuac. Rivera, a quien por aquellos días visitaba para recoger su biografía, me mostró un día la tela en el suelo, invitándome a recorrerla por los cuatro lados: allí donde ponía los ojos comenzaba el cuadro o había un detalle minúsculo que sin embargo gravitaba en su centro, con unidad independiente y al mismo tiempo sometida al plan totalizador del emblema. "He inaugurado -me dijo- una nueva época en mi pintura, pues no había hecho estas cosas antes". En efecto, era el primer mural en pequeño que salía de sus manos.

La parte encomendada a Siqueiros es un alarde político. Ya se sabe que Siqueiros deposita su fuerza en lo colosal. Toda su obra es una gigantomaquia desorbitado, henchida de una virilidad entusiasta. El espectador de sus cuadros, como ante Orozco, recibe una impresión planetaria, un entusiasmo ciclópeo. Siqueiros interpretó el triunfo del socialismo en el mundo: un gigante, con los brazos en alto, emerge de la costra terrena. Es impresionante la figura en medio de un sol despedazado, entre multitud de fragmentos geológicos y vivientes. No hay silueta, no hay minucia ni anécdota, hay una garra vital que sostiene las formas y las profundiza. La guerra está aquí, pero también la paz. El cielo que corona la lejanía, con sus nubarrones encolerizados y sus pinceladas frenéticas, tiene sangre y esperma, sudor y aliento profético, estableciendo una íntima comunión con el tono de lucha del libro, con su denuncia y su latigazo creador.

No podemos establecer diferencias entre los cuadros que galardonan el Canto General. Uno y otro se corresponden, sostienen el haz y el envés de la doble carátula. Rivera interpretó la guerra preclásica, un pasado que alimenta secretamente las inspiraciones de América. Siqueiros visionó el triunfo del hombre, su imprecación y su gesto, poniendo intensidad en el torso, en la materia disgregada del mundo.

Había que ponerle un "pie de grabado" a los cuadros. Neruda había señalado varios fragmentos y no se ponía de acuerdo. Me los mostraba y volvía a buscar en el poema. Al fin, leyendo, comparando, escogió para el trabajo de Rivera estos versos:

Los trabajos iban haciendo
la simetría del panal
en tu ciudadela amarilla,
y el pensamiento amenazaba
la sangre de los pedestales,
desmontaba el cielo en la sombra,
conducía la medicina,
escribía sobre las piedras.

Para el tema político de Siqueiros aparecieron, salvadores, los versos siguientes:

Y vi cuántos éramos, cuántos
estaban junto a mí, no eran
nadie, eran todos los hombres,
no tenían rostro, eran pueblo,
eran metal, eran caminos.
Y anduve con los mismos pasos
de la primavera en el mundo...

Durante varias semanas, Neruda se dedicó a las correcciones. Lo encontraba por la mañana sentado frente a un mar de papeles. Yo le ayudaba en aquella corrección. Había sobre todo muchas faltas de puntuación, aumentadas por la costumbre del poeta de no utilizar el punto y coma. Corregíamos de prisa, desplazando los halagos de la lectura para dedicarnos a la tarea de ver las letras, las palabras. Al fin se corrigió aquella interminable catarata sinfónica. Miguel Prieto vigilaba con su sabiduría los incontables problemas tipográficos que iban surgiendo. Un día pudimos ver el libro formado. Se veía imponente. Quinientas setenta y cinco páginas incluyendo los índices. El Canto General salió sin una errata importante. En la contraportada, la división del libro en 15 grandes cantos y sus correspondientes capítulos, en seguida el poema y por último la lista de suscriptores, 343 en total clasificados en los siguientes países: México, Argentina, Brasil, Costa Rica, Chile, Cuba, Venezuela, Panamá, El Salvador, Honduras, Guatemala, Perú, Ecuador, Checoeslovaquia, Francia, Estados Unidos, República Española, Inglaterra, Hungría, Italia, Polonia, U.R.S.S. … En la última página se había redactado una sencilla y grande noticia:

"Esta edición, especial y limitada, la primera del Canto General de Pablo Neruda, se publicó en la Ciudad de México bajo los auspicios de una comisión editora formada por María Asúnsolo, Enrique de los Ríos, Ing. César Martino, Arq.  Carlos Obregón Santacilia, Wenceslao Roces y César Godoy. La Dirección tipográfica estuvo al cuidado de Miguel Prieto. Las dos pinturas que ilustran, en forma de guardas, esta edición, fueron ejecutadas especialmente para la obra, como homenaje al autor, por los pintores Diego Rivera y David A. Siqueiros. La obra ha sido realizada en los Talleres Gráficos de la Nación y se acabó de imprimir el día 25 de marzo de 1950. Intervinieron en los trabajos de confección de la obra: Los cajistas Ricardo Macías y Manuel Gil González, los prensistas Vicente Chacón y Cirilo Ramos, el encargado del taller de offset, Jorge Segui, el encuadernador Jesús Sánchez. Consta la tirada de 500 ejemplares en papel "Malinche", de fabricación mexicana, numerados del 1 al 500; de ellos, 300, destinados a los suscriptores, llevan las firmas de Pablo Neruda, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. Se han tirado, además, 50 ejemplares en papel Manila, sin numerar, unos y otros fuera de comercio."

Agotada la primera edición, que alcanza en la actualidad la suma de 350 pesos mexicanos ejemplar, se procedió a la segunda, en formato menor y precio económico, con el siguiente ex-libris:

"Esta edición del Canto General de Pablo Neruda es reproducción facsimilar de la especial y limitada que, al cuidado de Miguel Prieto, se imprimió en los Talleres Gráficos de la Nación. Se ha hecho una tirada de 5.000 ejemplares en los talleres de "offset" Gráficas Barcino, calle del Doctor Garcíadiego 209,  por cuenta de Manufactura de Libros, S. de R. L. Meyerbeer 57-D, México, D. F."

Con motivo del envío de las dos primeras ediciones trazamos unas cuantas observaciones sobre las ideas que nos iba suscitando la misma lectura del Canto. De más está decir que no están completas ni cuidadosas, pero pueden servir de pauta a futuras investigaciones. Ad aperturam libro...


LA LÁMPARA EN LA TIERRA

I.-AMOR AMÉRICA (1400).-¿Por qué pone Neruda esa misteriosa fecha de 1400, cuando América no tiene firmada el acta de nacimiento? Tal vez quiso concretar históricamente su Canto, iniciarlo un siglo antes de la conquista. El siglo xv es decisivo para América; ocho años antes de su terminación, el Almirante vería por primera vez la tierra nueva. Ya existían los nombres y las artes, ya América se había descubierto a sí misma, pero

las claves se perdieron
o se inundaron de silencio o sangre.

Esto es lo importante. Todo eso que llaman "cultura arcaica" no es más que la pérdida de las claves. A lo más que llega el arqueólogo moderno es a interpretar el pasado valiéndose de ganzúas y linternas sordas. Que los dioses le sean propicios en esta aventura con el silencio. El poeta es diferente. Saca los moldes de cera del pasado y se fabrica sus propias llaves.

El pequeño poema Amor América anuncia lo que vendrá libro adentro. Y lo universal del poeta se declara desde el momento en que junta el "légamo incásico" a las "flores zapotecas": Sur y Norte de nuestra inmensidad.

II.-VEGETACIONES.-Los tres reinos salen de la tierra. Crece el tiempo en la fertilidad. Se mencionan los árboles-padres, y el maíz aparece "como una lanza terminada en fuego". Luego vienen las bestias. Neruda inicia lo remoto con una iguana. "Era el crepúsculo de la iguana", es decir, era lo más antiguo de lo antiguo. De los animales de América, es la iguana un hermoso pedazo del diluvio. Neruda es el millonario de las imágenes: "el hormiguero monacal", "el guanaco fino como el oxígeno", la anaconda "devoradora y religiosa".

Y por primera vez esta palabra tremenda: útero.

III.-VIENEN LOS PÁJAROS.-No es sólo lo que repta, sino lo que vuela. Como en la metamorfosis del gusano, América deja su envoltura y asciende al azul. Los cardenales, el tucán, los ilustres loros, el cóndor, "fraile solitario del cielo", la torcaza, la loica, el flamenco, el quetzal y las alas del albatros estableciendo "el orden de las soledades".

IV.-LOS RÍOS ACUDEN.-América es "la amada de los ríos", ha sido "tatuada por los ríos", en la frente le brillan los lagos. Breves oraciones al Orinoco, Amazonas, Tequendama, Bío-Bío. Este último relacionado con la vida íntima del poeta, como que corresponde al paisaje de su primera niñez: "Tú me diste el lenguaje, el canto nocturno mezclado con lluvia y follaje".

V.-MINERALES.-Impresionante preludio al martirologio americano. La madre mineral fue quemada, martirizada, corroída y podrida "cuando los ídolos ya no pudieron defenderla". Es una novísima entrada a la madera carbonizada del subsuelo. Se habla de "las viñas del meteoro" y de los "subterráneos del zafiro". Aquí está Neruda como en propia casa, describiendo los palacios oscuros de la materia. Primer acto de magia en el Canto.

VI.-LOS HOMBRES.-El verso más llamativo de este bello poema al habitante preclásico, que sirvió de tema general a Rivera para ilustrar la primera guarda del libro, es este: "Como faisanes deslumbrantes descendían los sacerdotes de las escaleras aztecas". Se trata de una alusión a los trabajos monumentales de la raza, que iban haciendo "la simetría del panal". Desfilan los caribes, los tarahumaras, los araucos y los mayas, "que habían derribado el árbol del conocimiento".

Esta primera parte del Canto, una de las más poéticas y vitales, corresponde al Génesis. Vendrán los Deuteronomios y Levíticos dolorosos, los Éxodos y los Números. Pero en La lámpara en la tierra hay tantos poemas como palabras, y cada palabra encierra varios.


ALTURAS DE MACCHU PICCHU

Aquí está la ciudadela de Macchu Picchu y el Cuzco amaneciendo como la flor más pensativa del mundo. Es uno de los poemas históricos del Canto ya que, como hemos dicho, al visitar estas ruinas prehispánicas concibió Neruda la idea de transformar su primitivo Canto General de Chile en un poema a la América entera.

Ha hundido Neruda las manos "en lo más genital de lo terrestre", verso extraordinario, uno de los más impresionantes de su poesía. En doce partes se divide este poema incásico, que es la penetración al mundo silencioso que fuimos, y además un regreso a las estaturas de la nieve, a lo inmarcesible. "La ciudad como un vaso se levantó en las manos de todos". Neruda, al cantar las columnas glaciales, asciende por el viejo endecasílabo libre, y este metro de él voluntariamente olvidado muestra su dominio en la declaración -no versificación- lírica, sobre todo en las partes marcadas con los números VIII, IX y XII: "Sube conmigo, amor americano"; "Águila sideral, viña de bruma", este último una hermosa letanía que ha comenzado a influir en no pocas producciones contemporáneas.


LOS CONQUISTADORES

Esta es la historia dolorosa, la historia trágica y sombría. En 1534 "los carniceros devoraron las islas". Se termina con el prejuicio de la "mansa" historia mostrando el horror de la conquista en una forma salvaje. Primer mural del Canto, que recuerda el poema épico de Diego Rivera en la escalinata del Palacio Nacional de México. "Los caballeros de Colón" aquí se espantan y huyen: no pueden soportar una poesía en donde se les dice que "Cortés no tiene pueblo, es rayo frío, corazón muerto en la armadura". Ni que Alvarado venga "con garras y cuchillos" sobre Guatemala. Cayeron como lobos y quemaron las obras completas del maya. Se enumeran los libros de esa biblioteca, estos son los títulos: "el temblor del río", "la ciencia del polen", "la ira de los Dioses del Envoltorio", "las migraciones a través de los primeros universos", "el secreto del ave verde", "el idioma de las estrellas".

Luego viene Balboa, el que murió con la cabeza atravesada en un palo. Dice Neruda que fue un «misterioso muñeco de la sal descubridora" y un "novio mortal". Después Ximénez de Quesada y todos los demás. Aquí se asiste a la agonía del Perú, cuando Valverde le dijo a Atahualpa, árbol insigne: "Te llamarás Juan". Y el indio respondió: "Juan, Juan me llamo para morir". El poema se cierra con la conquista de Chile, en donde los personajes centrales son Pedro de Valdivia y Lautaro, educado en las madrigueras de la nieve.

En Chile la conquista llegó a la ferocidad. Neruda la interpreta con extraordinario realismo. Se trata de una lucha que, iniciada en 1535, dura tres siglos. Los conquistadores mutilan a los prisioneros y por su parte los naturales se comen el corazón de los intrusos. Aquí recordamos un antiguo verso de Neruda, que no corresponde al Canto en una forma literal, pero que encuentra en él su verdadero marco: "Si pudiera arrancarme los ojos y comérmelos"...

Sin embargo, de don Alonso de Ercilla y Zúñiga, primer cantor de aquellas hazañas, a don Hernán Cortés, quemador de naves y de pies, hay su diferencia. Ercilla es un humanista, un paje del príncipe don Felipe, un discípulo -no muy aprovechado- de los más sabios latinistas de la época, en cuyos aprestos retóricas se funden, como dicen los cronistas, "la fineza natural de su ingenio, lo atinado de su juicio y la bizarría de su espíritu".

Ercilla permite el caso extraordinario de que nazca un poema dedicado al enemigo. La Araucana disgustó tanto a Hurtado de Mendoza que éste encarcela al autor por un "quítame ahí esas pajas"; lo condena primero a muerte, lo perdona luego a regañadientes y posteriormente lo manda a España despojado de sus bienes. Pero Mendoza, siendo después virrey del Perú nombrado por Felipe, quiere desquitarse y ordena escribir un poema "dedicado a él mismo", el famoso Arauco Domado (título de Lope) escrito por Pedro de Oña, primer poeta "oficial" que nace en tierra chilena.

Este Pedro de Oña es un pájaro lisonjero, experto en besamanos e inclinaciones. Es, además, autor de una crónica en verso acerca del temblor de Lima en 1609, y de El Vasauro, última de las obras que escribió no sin antes dar a la estampa su Ignacio de Cantabria, dedicado a la Compañía de Jesús, quien costeó la edición de la obra.

Cortesano y alambicado, adulador profesional de Hurtado y de los condes de Chinchón, a quienes dedica El Vasauro, Pedro de          Oña es un poco gongorino en el retorcimiento y barroquismo de las imágenes, indudablemente un poeta de calidad a veces desmadejada, pero de mérito indiscutible.

Oña nace como Neruda en La Frontera, relata en su poema las luchas e insurrecciones de entonces y tiene parlamentos posiblemente mejores que los de La Araucana. Hecho singular es que en Chile haya sido la poesía compañera cercana de las armas, y que poetas y guerreros se disputen los honores de la fama. La historia de ese país hermano comienza con La Araucana y termina con el Canto General, que es, además, el verdadero cantar de gesta del Continente Americano.

Tras las incontables batallas, viene la Independencia chilena y el país cae en manos de oligarcas sin escrúpulos dispuestos tanto a matar como a enriquecerse. Los generales son condecorados por asesinar a los héroes autóctonos descendientes de Lautaro, Caupolicán y Tucapel. Las últimas expediciones punitivas tienen lugar a fines del siglo pasado y los indios aceptan, por fin, la ley chilena.

Los Conquistadores, de Neruda, están pintados al rojo vivo y tanto que esta parte del poema es una especie de venganza sagrada. Neruda habla en nombre de la raza y tritura sus versos hasta hacerles salir sangre.

Pero La luz vino a pesar de los puñales, y en ella, implícitos, Los Libertadores. De ese árbol de la libertad, crucificado en la tierra violenta, multiplicado en tantas hojas ilustres, se desprenden los libertadores. Y el primero que llega es Cuauhtémoc. Neruda le llama "joven hermano", estableciendo fraternidad con el "joven abuelo" del autor de La Suave Patria, Ramón López Velarde. Y así comienza:

Joven hermano, hace ya tiempo y tiempo
nunca dormido, nunca consolado,
joven estremecido en las tinieblas
metálicas de México, en tu mano
recibo el don de tu patria desnuda.

Fray Bartolomé de las Casas, con el implacable pan de su dulzura, pasa al lado de los libertadores de la espada. El padre blanco, en esta sucesión de hogueras, destaca su perfil de antigua medalla imperecedera, hasta llegar a Lautaro. En esta parte la poesía de Neruda vuelca su amor. Es particularmente impresionante el poema que lleva por título La educación del cacique, porque muestra la preparación natural del habitante prehispánico:

"Acechó la comida de las águilas", "arañó los secretos del peñasco", "entretuvo los pétalos del fuego", "leyó las agresiones de la noche"... de nuevo la letanía de Neruda, como una oración cayendo sobre las almas. Hay enseguida un intermedio que cierra la América conquistada y abre la colonia con todo su cortejo de pícaros y de santos, más los primeros que los segundos. Entonces "llegó la ley al mundo de los ríos y vino el mercader con su bolsita". En esta galería desfilan Bernardo O'Higgins, San Martín, Mina, Miranda, José Miguel Carrera, Manuel Rodríguez, Bolívar (en la entrevista con San Martín en Guayaquil, 1822); Sucre, Toussaint L'Ouverture (Haití), Morazán (Centroamérica), Juárez, Lincoln, Martí; Balmaceda, de Chile, Emiliano Zapata, Sandino, Recabarren, Prestes, del Brasil... Se cierra con Llegará el día, un canto de confianza en el porvenir del mundo americano, fecundado con la sangre y el ejemplo de sus héroes.

El poema a José Miguel Carrera es particularmente importante. Tiene una Antiestrofa que es la reencarnación de "Inclinas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda", de Rubén Darío. El hexámetro en las manos de Neruda, hecho con una lucidez inconsciente.


LA ARENA TRAICIONADA

Este es el desfile sombrío de los traidores de todas las patrias americanas. Porque América ha amamantado "hijos terribles con venenosa leche de serpiente". Este es el capítulo que no pueden sufrir los ojos comprometidos, ya sea porque han ayudado a los regímenes antipopulares exhibidos país por país, ya sea por su condición de escritores puros. Aquí está la pequeña hoja de tilo cayendo sobre el hombro del valeroso Sigfrido. Mas la lanza enemiga no le traspasará, porque el guerrero se ha vuelto a bañar en la sangre que lo hace invencible.

El primero que desfila es el doctor Rodríguez de Francia, del Paraguay, aquel que se sentó en su sillón "como una estatua sórdida y cesárea". Viene luego Rosas, de la Argentina, que fue combatido y aniquilado por Domingo Faustino Sarmiento. Del Ecuador sale García Moreno, fulminado por la pluma de Juan Montalvo, y de Venezuela Juan Vicente Gómez. Estos son los dientes de tiburón, pero sucede que en el desfile hay sus miquitos totalitarios, sus enanos brujos, y estos son Estrada Cabrera y Jorge Ubico, de Guatemala; Machado, de Cuba; Melgarejo, de Bolivia; Maximiliano Hernández Martínez, de El Salvador, el teósofo que repartía aguas multicolores entre sus ministros y asesinó a veinte mil trabajadores; y además, Trujillo, Somoza y Carías, distribuidos en sus respectivas haciendas.  Sin olvidar a Moriñigo, del Paraguay.

No termina en los dictadores el desfile sombrío, sino que luego vienen las organizaciones imperialistas, las entidades negativas y los poetas celestes, "más ciegos que las coronas del cementerio".


AMÉRICA, NO INVOCO TU NOMBRE EN VANO

Los dieciocho breves poemas de este capítulo son otras tantas incursiones por la vastedad del paisaje y los litorales de nuestro mundo. Son aéreas contemplaciones a la tierra, a los hombres, a los peligros que acechan como pantanos venenosos la paz y la tranquilidad de los campos. La poesía, con la mirada enhiesta de las águilas, con el zumbido de las hélices que se duermen en vertiginoso movimiento, va mirando "el aire indefinible, la luna de los cráteres, el pánico del cuarzo" y "el sulfato dormido en su estatura de larga geografía".


CANTO GENERAL DE CHILE

El poeta tuvo primeramente la idea de escribir un canto a su patria, Chile, que encerrara en sus dimensiones la geografía y el dato humano. Esta idea, a medida que fue desarrollándose, le señaló la posibilidad de ampliar la escritura a la América en general. El gran poema a Chile ha quedado, dentro de su obra, como un "movimiento" de la sinfonía épica, perfectamente estructurado y cerrado en sí mismo, pero estableciendo relaciones con el plan unánime del Canto.

La característica fundamental del poema es una enorme capacidad descriptiva, una penetración en la naturaleza austral. Neruda ha "pintado" verbalmente un mural, ha dejado testimonio de su fuerza telúrica en versos desgarrados y fosfóricos, donde los adjetivos, son los relámpagos y los sustantivos el fuego. Lenguaje endurecido por los hielos terrestres, versos golpeados sobre las piedras, en donde las cacofonías se oyen naturales y espontáneas, como productos que son de una especial manera de sentir las cosas. Habla de la "áspera espesura donde la yegua arde", siente la tierra como una "catedral de párpados pálidos". La nostalgia que envuelve a los primeros poemas se expresa con una dignidad y una ternura que deja atrás los suspiros y quejas de las inconformidades menores. Su sentimiento está concebido en audaces y desusadas genuflexiones mentales, y se advierte como nunca la presencia de un poeta, de una fuerza demiúrgica, de una boca echando vapores glaciales.

Neruda recorta el poema en pequeños cuadros; no sólo aparece el océano, con su desnudo "aparecido y verde", "no sólo el trueno sobre el nevado resplandor", sino las pequeñas y vibrantes industrias: la talabartería, la alfarería y los telares. Tampoco olvida los siniestros -inundaciones y terremotos-, ni la botánica con el "idioma frío de las fucsias". Y tras una recordación a los amigos que compartieron el azoro de los primeros descubrimientos naturales, termina con los poemas titulados Jinete en la lluvia, Mares de Chile y Oda de invierno al río Mapocho, donde junta sus melodías fundamentales.

Desde los Poemas solariegas de Leopoldo Lugones, y más todavía, desde la venerable Oda a los ganados y las mieses del maestro argentino, no se había cantado a una patria con tal majestad. Métodos distintos rigen esas obras, como corresponden a reflejos mentales de épocas diferentes y desde luego antagónicas, pero el dispositivo poético se dirige al mismo objeto. Ambos poemas son transformaciones de una misma voluntad estética. De esta manera, cuando Pablo Neruda vuelca su amor a la tierra, diciendo:

………………………………... no puedo
dormir sin tu mirada de cristal y tiniebla.
……………………………………………….
Me llamas dulcemente como una novia pobre,

está repitiendo con diverso lenguaje las palabras con que Lugones finalizó su oda inmortal:

¡Feliz quien como yo ha bebido patria
en la miel de su selva y de su roca!


LA TIERRA SE LLAMA JUAN

Juan es el nombre del pueblo: Juan carpintero, Juan albañil, Juan peón de hacienda. "Sus huesos están en todas partes. Pero vive. Regresó de la tierra. Ha nacido".

Al hablarme del plan de trabajo que había adoptado para el desarrollo de su libro, Neruda se detuvo complacido en el capítulo VIII, dedicado por entero a citar nombres de obreros que vivieron, padecieron y murieron, o que están vivos y padecen en las plantaciones de banano, en las factorías y en las minas. "He querido -me dijo- rendir homenaje a los hombres que construyen la vida con su sangre; a los trabajadores del pueblo, explotados y escarnecidos".

El poeta adoptó la forma de hablar de ellos, y con gran sencillez recogió e interpretó sus palabras. Testimonios son de un gran valor social. Van refiriéndonos sus historias, sus martirios, sus esperanzas. Todos los poemas comienzan en nombre propio, y alcanzan por lo mismo un conmovedor efecto humano. Es la poesía en camisa y pantalón de manta, desprovista de aparatos ajenos a la sencillez.

Jesús Gutiérrez, agrarista, dice: "En Monterrey murió mi padre, Genovevo Gutiérrez, se fué con Zapata". Luis Cortés, de Tocopilla, dice: "Camarada, me llamo Luis Cortés. Cuando vino la represión, en Tocopilla me agarraron. Me tiraron a Pisagua. Usted sabe, camarada, cómo es eso. Muchos cayeron enfermos, otros enloquecieron". Olegario Sepúlveda, zapatero de Talcahuano, dice: "Olegario Sepúlveda me llamo. Soy zapatero, estoy cojo desde el gran terremoto". Arturo Carrión, navegante iquiqueño, escribe a su mujer una carta que dice: "Junio 1948. Querida Rosaura, aquí me tienes, en Iquique, preso, mándame una camisa y tabaco. No sé hasta cuándo durará este baile". El poeta Popular Abraham Jesús Brito "fue haciéndose agua por los ojos, y por las manos se fue haciendo raíces". La salitrera Margarita Naranjo dice que está muerta y que toda su vida la pasó en la pampa.  Eufrosino Ramírez dice que tiene que tomar las planchas calientes del cobre en las manos, y entregárselas a la pala mecánica. Salen casi ardiendo y pesan como el mundo. Finalmente aparece Calero, trabajador del banano en Costa Rica, a quien Pablo Neruda conoció a través de las páginas de la novela de Carlos Luis Fallas, Mamita Yunai (1941). Calero es "gigante oscuro, niño golpeado, harapiento y errante".


QUE DESPIERTE EL LEÑADOR

Estamos frente a otra de las grandes construcciones sinfónicas del Canto General, verdadera columna de su bóveda. Es el poema que la América indiana dirige a los Estados Unidos de Norteamérica.

El autor recitó éste poema poco antes de la salida de su libro, en el cine "Prado" de la ciudad de México, y a raíz de ese acto hube de escribir para un diario las siguientes impresiones:

Pablo Neruda recita sus poemas. No los dice.

Los recitadores oficiales, los toca-laúd por tandas, suelen exclamar: "Yo no recito, yo digo los poemas".

Y es que, en el fondo, se dan cuenta del ridículo que consiste en poner los ojos en blanco y cantar el ¡oh, tú! virreinal. Por más que tratan de no poner los ojos en blanco, ni de decir el ¡oh, tú! virreinal, incurren, cultivan, aderezan ese ridículo tan sonoro.

Por eso es que, recitando, dicen que no recitan.

Pablo Neruda recita y da una enseñanza. Dignifica la recitación, la eleva y la llena de misteriosas instalaciones inhalámbricas.

Contagia optimismo Neruda.

Pasa y es un barco y queda un amoroso aceite flotando sobre las almas.

Walt Whitman y Rubén Darío, sus hermanos profundos, se encuentran en él y se multiplican.

Walt es el Padre, Rubén el Hijo y Pablo el Espíritu Santo.

El poema Que despierte el leñador es el canto A Roosevell más Las hojas de hierba más el anhelo tácito de las razas americanas.

Pablo Neruda recita este poema y electrocuta las gargantas chiquitas del vicio oratorio, y quema las óperas cívico-sociales y pone a vibrar las arpas vocales y os regala un vaso de sidra hecho con las espumas de su manzana de Adán.

Pablo es la aventura con la luz, el camino de Damasco con la espada y el trueno navegando sobre la voz.

La voz se transforma en un leopardo hambriento comiendo verdugos.

La voz de Pablo es como una campana que enloqueciera de pronto a las dos de la mañana gritando: ¡incendio, incendio!

Los hombres reposan en sus cabañas.

Pero la campana convoca, ordenando la extinción salvadora.

Tengo ante mí a un hombre robusto, de rostro melancólico y búdico.

Es Pablo Neruda. Viene de las profundidades de América, hijo de un ferrocarrilero y de una mujer que muere dejando al niño de tres meses. El padre lo toma, monta a caballo y huye con él por la montaña y el cubil, buscando un poco de leche.

Ese niño es ahora un hombre que está frente a mí, en un cine de México cedido para el recital.

Sube torpemente -como un albatros- las escalerillas que conducen al escenario.

Lleva consigo los versos en grandes papeles impresos.

Comienza a leer despacio, seguro, absolutamente sencillo, naturalmente solemne. Se suscita en el público, a medida que la voz se va calentando, ese fenómeno de igniciones emotivas tan semejante al agua en el fuego: lentos movimientos del ánimo, burbujas al principio lejanas, que poco a poco, en la proporción en que aumentan las calorías verbales, se van juntando hasta danzar entusiasmadas.

Las pausas, los finales internos, no desprenden aplausos porque el ambiente ha paralizado sus demostraciones, y, como en los conciertos sinfónicos, reserva su desahogo a la sorpresa final. En verdad el público se encuentra ante un sacerdote que va quemando incienso y leyendo números.

Hay acusaciones terribles.

Isaías, que ponía las culebras debajo de las camas y hablaba escupiendo sangre, puede ser un abuelo de este guerrero pluvial.

A veces entorna los ojos como en el acto de la consagración. Permanece sentado, pero al llegar al último parlamento, se levanta y lee de pie la terminación grandiosa.

Es el momento en que el agua se sale del recipiente absolutamente colmado de vapor estallante.

El público se levanta y regala al poeta la ovación absoluta. ¿Cuál poesía trae este hombre, qué es lo que dice, en dónde reside el secreto de su contagiosa electricidad?

Trae la metáfora nueva del combate, la imagen como una estrella quemándose en las manos del pueblo y el rompimiento de las viejas ventanas líricas, en cuyos cristales tiró una piedra de venganzas sagradas.

Tal hube de escribir, para dejar constancia de aquel acto público que llenó por completo la sala.

El primer poema que se escribió a los Estados Unidos de Norteamérica en nombre de las razas latinas, fue, como se sabe, el canto A Roosevelt, de Rubén Darío, incluido en los Cantos de vida y esperanza (1905). Fue la primer poesía antiimperialista, la primera abiertamente política que se producía en la América Española. Neruda tendría entonces cuatro o cinco años, como lo dijo, sin sospecharlo, el propio Rubén Darío en su poema:

(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol y la estrella chilena se levanta... )

Sí, apenas se levantaba la estrella chilena de la poesía, esa estrella que habría de continuar el canto A Roosevelt, reforzándolo e intensificándolo.

El poema de Darío apenas era una advertencia:

Tened cuidado.

El poema de Neruda es ya una amenaza que contesta a otra amenaza: si Norteamérica arma sus huestes para destruir la música y el orden que amamos,

saldremos de las piedras y del aire
para morderte:
saldremos de la última ventana
para volcarte fuego:
saldremos de las olas más profundas
para clavarte con espinas:
saldremos del surco para que la semilla
golpee como un puño colombiano,
saldremos para negarte el pan y el agua,
saldremos para quemarte en el infierno.                                         

                                                (Pág. 376).

Antes de exclamar con el puño cerrado, Neruda abre la mano para dejar caer una flor amorosa: "Al oeste de Colorado River hay un sitio que amo", dice, y recuerda el olor de acero de los bosques de Arizona y Wisconsin, Milwaukee "levantada contra el viento y la nieve", los pantanos de West Palm y los pinares de Tacoma. Canta la luna de Manhattan, "la cuchara de hierro que come tierra" y el pequeño hogar del farmer, la luz, los mecanismos y la energía del Oeste, "el gigante muchacho en el tractor", todo eso que es fuerza y agricultura, poder levantado por los hombres. Pero… el entrecejo de Neruda es largo y sombrío, porque enumera cantando los oprobios y abusos de la influencia en otros territorios. Las penetraciones financieras, los monopolios industriales y la presión a la libertad son algunas de las formas negativas de esa fuerza. "Que nada de esto pase", dice el poeta. "Que despierte el leñador. Que venga Abraham con su hacha y con su plato de madera a comer con los campesinos". Y luego, finalmente, la famosa oración por la paz:

Paz para los crepúsculos que vienen,
paz para el puente, paz para el vino...
y con toda la humanidad de la vida,

paz para la camisa de mi hermano,
............................…………………

paz para mi mano derecha
que sólo quiere escribir Rosario.

                                    (Pág. 381).

Los capítulos siguientes están referidos a diversos acontecimientos en la vida del poeta, y a numerosas meditaciones sobre la naturaleza y los hombres. En El fugitivo cuenta Neruda cómo anduvo perseguido y recibió la ayuda del pueblo. Peligró gravemente su vida, pero una fuerza interna le sostuvo, hasta que pudo escapar de sus enemigos. Tuvo espacio y tiempo suficiente, en medio de la inseguridad que le rodeaba, para escribir poemas enteros en donde registra nuevas luchas y perdiciones, cartas a sus amigos en el mundo, elogios a las ciudades y ríos amados. Así el libro va adensándose en su propia selva, va metiéndose en sí mismo, hasta terminar sofocado y triunfante. Pero hay, a lo largo de numerosas páginas, un capítulo en donde es preciso detenerse, porque revela la naturaleza del autor, su condición de escritor empapado por las aguas del universo expresivo. Ese capítulo se titula El gran océano, y corresponde al número XIV de su libro. Desarrolla en grandes impregnaciones de materia una tentativa de filosofía poética de la naturaleza.

Toda la poesía de Neruda es oceánica, parece venir de los vértigos marinos. Aun cuando se sienta tierra firme, aparecerá mojada y estrellada. Una lectura detenida del primer poema de este libro revelador -El gran océano- mostrará la reserva más profunda de su condición poética, algo que la razón no alcanza porque está defendida por el instinto original.

El mar es una "copa acumulada de todo movimiento", unidad que no ha sellado la muerte. El mar "colma la curvatura del silencio". Frente a este universo en libertad, que tiene y guarda el origen de las especies, se levanta la tierra, que es límites castigo y forma; es decir, prisión. "La tierra hizo del hombre su castigo", pero además, y escrito en un verso estremecedor, "escudriñó los huevos de la muerte".

La poesía de Pablo Neruda es una flor submarina que se arroja contra las piedras, mientras mama "la leche estremecida de la estrella".

Es en este capítulo en donde la poesía se desenvuelve en su elemento natural, y por eso dice sus más escondidos secretos, toca los vientres verdaderos de su causa en el tiempo.

La respuesta a todos los enigmas duerme en el seno del mar. Neruda remite a ese abismo viviente la razón de su voz. Ningún poeta, en los momentos favorables a la creación, ha podido desentenderse de este eponismo naturalista. Yo mismo, en mi Poema Nuevo [2] he rozado las llamas azules de las madres marinas.

El verso de Neruda (que otros llamaran anti-verso), es una ola que viene del fondo "con raíces hijas del firmamento sumergido". Precisamente en el poema a la ola (Pág. 502), pueden encontrarse las definiciones de su naturaleza rítmica. En el poema XVII de este libro misterioso y genésico, los enigmas no obtienen contestación, porque "el mar lo sabe", porque es el depositario de toda formación, puliendo sus formas innumerables "entre las uvas sanguinarias del tiempo".

En esta concepción (que bien podríamos llamar védica) del mundo de las apariencias, el hombre despierta envuelto en la realidad "como un pez encerrado en el viento".

Mas Neruda ha desterrado el "miedo cósmico", el trascendentalismo por el trascendentalismo que se agota en sí mismo, y su poesía está cubierta de escamas vigilantes. Los poemas siguientes son salutaciones primorosas a las estructuras del mar, a sus conchas y caracoles de color indecible. Nombra directamente al spondylus, la rostellaria y el nautilus, la mollusca gongorina y los pájaros de las islas -amados y poetizados también por Darío-, subrayando con el exótico nombre de phalacrocorax el poema correspondiente, que saluda la "celeste magnitud" de las aves, en cuyos vuelos se concentran las emanaciones "del viento de la vida".

El último capítulo se titula Yo soy, y es un recuento biográfico-poético del autor, desde su infancia diluvial y salvaje -zapatos mojados, troncos rotos caídos en la selva, ríos y rastrojos- hasta la disposición testamentaria y el saludo a los nuevos poetas de América, a los que un día

hilarán en el ronco telar interrumpido
las significaciones de mañana.

Los últimos poemas acusan en cierto modo el sofoco del esfuerzo, el jadeo de locomotora a quien la distancia no ha vencido. Rápidos escorzos de quien tiene prisa por terminar la jornada y empezar otra.

Neruda confiesa que su libro "ha nacido de la ira", pero que no sólo cólera se encontrará en sus páginas: también fuerza positiva, pensamiento afable y alegría "de manos congregadas". Los versos finales no tienen nada de espectacular o intenso: son redacciones que de una manera sencilla impresionan por lo que tienen de jornada cumplida:

Así termina este libro, aquí dejo
mi Canto general, escrito
en la persecución, cantando bajo
las alas clandestinas de mi patria.
Hoy 5,de febrero, en este año,
de 1949, en Chile, en "Godomar
de Chena", algunos meses antes
de los cuarenta y cinco de mi edad.

Esto se escribe precisamente en la página 568, después de llevar el esfuerzo de la concentración hasta sus últimas posibilidades.

Expuesta a grandes rasgos la historia editorial y sensible de la obra, no quedan fuera de lugar algunas conclusiones.

La primera, que el Canto General es uno de los mayores y más densos esfuerzos de arte que se hayan producido en el siglo XX, o si se quiere, en la segunda mitad del siglo que tantas revoluciones y crímenes ha desatado en la conciencia del acaecer.

Puede objetarse el desahogo personal ante determinados incidentes, pero no se le puede negar la enorme experiencia poética en él acumulada. La poesía ha recogido las emociones más profundas de una época, proyectándolas al porvenir.

En cuanto al aspecto formal de la obra, tan combatido por las tradiciones imperantes, no recuerdo quien me dijo (pienso en Xavier Villaurrutia) que esta poesía del Canto es la naturaleza sin marco, es decir, lo torrencial del verbo. El poema es un marco que le ponemos a la naturaleza: aquí está un río, allá está una casa, a la izquierda se levanta un árbol. Este es el marco, en cuyos límites bordamos la imagen. Neruda no usa ese marco. Neruda se derrama tal como los ríos «que se salen de madre», arrastrando detritus, bestias destripadas, relámpagos y fantasmas. Pero, en medio de este correr y derramarse por la poesía, Pablo Neruda construye su propio lenguaje y vuelve al endecasílabo y al hexámetro, cultivando inconscientemente otras formas tradicionales, como el benemérito verso de nueve sílabas, presente en grandes parlamentos del Canto.

Hay, pues, un marco en esta salida del límite, una silueta perfectamente delimitada. Además de que no podemos considerar "retóricamente" una poesía que nace precisamente para castigar los desmanes de la pudibundez formal. Poesía del hombre para el hombre, en uno de los documentos más conmovedores que se hayan escrito en América.

Ahora debemos referirnos al interrogante que se habrán hecho los posibles críticos literarios: ¿Es este libro de Pablo Neruda el libro poético más importante de nuestro tiempo? ¿Es Pablo Neruda el poeta representativo de la América actual? A lo que respondemos: Sí. El Canto General, tanto por sus características lineales como por su enorme contenido político y social, es, en su género, el libro más importante de nuestro momento histórico. Pablo Neruda es el poeta del Continente.

No es posible volver aquí al divorcio entre arte y política, y menos aún al divorcio entre arte y lo que se ha llamado, despectivamente, "propaganda política". Todo arte es propagación de algo, contagio intencionado de algo. El Canto General es la divulgación amplificada, de la vieja idea del hombre sobre la tierra, más dueño y poseedor de su mundo. El Canto General es una articulación verbal de contenido ideológico positivo. Por eso fuimos los primeros en difundir la noticia de que esta obra resultaba el equivalente, en las letras, del fenómeno moralista mexicano: porque su gran espacio, y lo apretado de su universo expresivo, realizaba en igualdad de belleza la prédica de las masas.

Esta actitud revolucionaria es la única originalidad del arte contemporáneo; lo demás es adulteración, purismo, vuelta a la añagaza de las "esencias". Este libro, que no escapa a los defectos del desahogo privado ni al insulto de circunstancias, es la primera respuesta de la poesía al mundo vigente. La primera decimos, porque hasta ahora no teníamos una declaración "estética" sobre los falsos valores que por siglos mixturaron la educación social de nuestros pueblos. El gran "affaire" histórico de la conquista de América, por ejemplo, la valentía de denunciar el imperialismo aprovechando la dilatación y el contagio de la poesía, esa poesía que con sus ilusiones y carantoñas retóricas había producido en América la hipocresía y el elegantismo derrochador, así como otras calamidades mayores, como son el divorcio entre escritor y hombres, en una dolorosa batalla contra la lealtad. Esta poesía no había superado la nota "crepuscular" que ya apuntaba Henríquez Ureña refiriéndose a México, y siendo numerosa para el lirismo del yo personal, se encontraba prácticamente desierta de poemas universales en donde el alma de lo popular se conmueve, celosa de sus capillas íntimas, de su laberinto, de su soledad intelectualizada e ilustre. El Canto General marca una evolución decisiva en la historia de nuestra poesía; cierra la nota crepuscular e inaugura los ortos épicos. ¿Qué otro libro de imaginación ha demostrado el poder adquisitivo de la conciencia ante los materiales de lo informe, dando a las cosas más humilladas e insatisfechas un asombroso poder salvador?

Si el poeta, como dicen las teorías al uso, es el receptor y retransmite de las energías anónimas del pueblo; si en la voz del poeta -os magna sonaturum- se reflejan y sobrenadan las notas diferenciales de su tiempo; si, en fin, el artista es el "hombre colectivo" preconizado por Jung, la poesía contenida en el Canto General de Neruda reproduce, a través de las vicisitudes de la imagen, los descompuestos armazones de un mundo agotado y febril que sin embargo construye un mundo nuevo, tornándose optimista por lo mismo que emerge de la descomposición. Pero cierta crítica -eco de los encuadernados cisnes- ataca la poesía del chileno por apartarse de las "puntas de diamante" que llaman Cosmos y otras entidades metafísicas, y no perdonan el supeditar lo "incorruptible" de la poesía a lo "sucio" de la expresión social.

Todo esto es necesario explicarlo, combatirlo. Para Neruda el proceso es muy sencillo: la poesía, como reflejo del pensamiento en su forma neutral ante los movimientos progresistas del mundo, es una invención del capitalismo, quien desde luego puso atención al peligro que representaban los poetas. Con la destrucción del feudalismo y el avance del capital financiero antiguo, aparece por primera vez la noción del arte por el arte, hoy defendida por los últimos restos del surrealismo. ¿Por qué se produjo este fenómeno? Junto a la expansión de los enciclopedistas, la burguesía vio un enemigo en cada poeta, y ha querido aplastarlos por diferentes medios, impidiendo el desarrollo de ellos hacia la vida, combatiendo las iniciativas que pudieran libertarlos. Ha empleado la persecución económica implacable y la teorización de la pureza. Neruda recuerda como casos típicos de tragedias de vidas poéticas, a José Asunción Silva en América y a Rimbaud en Francia.

"Silva -dice- termina en el suicidio y Rimbaud parte al abismo por la sola voluntad de los salchicheros de Charleville. Los que están enamorados de la leyenda-Rimbaud no piensan en que, por sólo ese hecho, están al servicio de la derrota del pensamiento."

También los ideólogos han predicado el arte por el arte y la destrucción física de los escritores, aconsejándoles el alcoholismo y el suicidio, y tratando de fomentar para ellos un clima caótico y miserable. Toda esa cosa agria, cruel y descompuesta que divide a los escritores y artistas desaparecerá con el cambio social, pues dentro de la comunidad obrera hay trabajo y dignidad para todos. Los escritores que, como Neruda, se han arrojado a esta lucha, defienden el conglomerado intelectual del presente y del futuro, y los más nobles ejemplos de la tradición literaria:

Que amen como yo amé mi Manrique, mi Góngora,
mi Garcilaso, mi Quevedo: fueron
titánicos guardianes, armaduras
de platino y nevada transparencia,
que me enseñaron el rigor, y busquen
en Lautréamont viejos lamentos
entre pestilenciales agonías.
Que en Mayakovsky vean cómo ascendió la estrella
y cómo de sus rayos nacieron las espigas.

Vemos cómo una poesía de contenido político, poesía de ojos despiertos al servicio del hombre, ama los viejos maestros del rigor y aprovecha la tradición verbal castellana como ejemplo de libertad, siendo esta libertad la del pueblo y no la de las castas o sectas ideológicas que pugnan por la salvación de las almas líricas. Esta clase de libertad está fabricada para dar una falsa noción de independencia. Dentro de ella todo parece fácil, pero es el caso que los escritores no pueden editar sus obras si no arreglan sus ideas de acuerdo con las del prójimo de la esquina. Los pintores -con excepción de los muralistas mexicanos- se han refugiado en el arte abstracto, han vendido su silencio, y el capital les ha hecho creer en un arte sin significación alguna.

En cuanto a los poetas… dice Neruda: "Hay que ver la cantidad de versos que se escriben disfrazados de gran profundidad. Hay que hacer un examen de sus trabajos para darnos cuenta de que son, no sólo el retrato del cansancio y de la esterilidad, sino el espejo donde se reflejan los afanes deliberados de confundir y desorientar a la sociedad en que viven". Y concluye: "Con mayor o menor entusiasmo, estos poetas ayudan a la continuidad de un régimen que está condenado a muerte".

Expuesta la lucha, es fácil adivinar por qué una obra de la importancia del Canto General no ha merecido un sólo comentario favorable.

No ha sido mi propósito analizar con detenimiento esta obra grande y callada como las bóvedas, en donde encontramos la epopeya de América, el poema de la esperanza y de la absoluta liberación. Días vendrán mejores. Por lo pronto, un valioso conjunto de independencias mentales, a lo largo de nuestra dilatada geografía, ha saludado el nacimiento de una obra que desde Walt Whitman y Rubén Darío esperaba el momento dorado para germinar en los hombres, las patrias y las mieses.


DESPUÉS DEL «CANTO»

Pablo Neruda salió de México a mediados de 1950, cuando comenzaba la distribución del Canto General y ya se producían las primeras lecturas. Se embarcó en el puerto de Veracruz con rumbo desconocido, pero en el fondo sabíamos que el destino era Europa, y posteriormente, Asia. No volvimos a saber de él. De cuando en cuando, el envío de la tarjeta postal. Una de Roma, sin fecha: "Andamos por el mundo desatados; ¿cuándo me enfermaré de nuevo para charlar tranquilos?" (Aludía el poeta a su última enfermedad, durante la cual tuvo tiempo suficiente para charlar de sus libros). Luego las noticias escasearon.

Alos dos años supimos que había regresado a su patria, Chile, donde los trabajadores lo recibieron entusiastas.

Literariamente, se produjo un incidente revelador a raíz de la publicación del Canto: en 1953, el poeta fascista Leopoldo Panero escribió en Madrid un poema que pretendía ser la respuesta al Canto General, titulado Canto personal. Bien escrito, con entendimiento de lo que es la retórica, el poema recogió el resentimiento que en la Península provocó la luz vengadora del chileno, y dirigió a éste, en terminantes versos clásicos, una andanada de insultos.

Hablaba Panero en nombre de los eclesiásticos, de los militares y de los poetas puros de España. Se hacía eco de la sombra histórica que el franquismo proyecta en el mundo, pero no logró, con todo el esfuerzo de su concentración de lenguaje, situar su poema a la altura del majestuoso Canto de Neruda, como García Moreno se situó a la altura de Montalvo.

Pero el trabajo de Panero, por otras razones no ciertamente poéticas, sino documentales, resultó importante: es el testimonio más palpable de la podredumbre española en España, la confirmación más ruidosa del fracaso "oficial" de la cultura española, presa en las redes de sombríos caudillos religiosos y militares.


*   *   *

En noviembre de 1954 las librerías de México recibieron los nuevos libros de Pablo Neruda, que el editor Pedro Frank de Andrea puso luego en mis manos.

Algunos poemas de esos libros se habían publicado ocasionalmente en revistas mexicanas, como el dedicado a Julius Fucik, el mártir de Praga, y el Saludo a China, que se publicó en Poesía de América. (De mayo-junio, 1952).

En las últimas mañanas de 1954, cuando el frío del Valle extendía sus hopalandas, fui leyendo las nuevas obras de Neruda, abriendo las páginas a punta de cuchillo, como un talador de follaje.

Estaban allí los poemas escritos por el mundo, las nuevas experiencias con la expresión, el apretado consorcio de espinas y flores que había ido recogiendo el poeta incansable.

En primer lugar, hay que tener en cuenta lo voluminoso de las obras posteriores al Canto, que suman, juntas, algo más de mil páginas. En cuatro años Pablo Neruda escribió poesía ininterrumpidamente, después de haber terminado el esfuerzo más dilatado de su trabajo, que ya hemos considerado la moderna epopeya de América. Esa obra del Canto es de tan importante constatación, que divide en dos la obra completa y nos ofrece tres Nerudas bibliográficos, aunque poéticamente haya uno solo. El primer Neruda se sitúa antes de la obra maestra: poesía inicialmente romántica, que enfila decidida hacia la definición política y toca antes la residencia impura de su lenguaje. El Neruda central es el del Canto, absolutamente cimero, con el que su obra llega a la cúpula. El tercero es el Neruda de los libros siguientes, en los que, produciendo una reiteración de motivos fundamentales, logra la creación novedosa con poemas que se apartan al parecer de sus temas de combate, pero que se acercan adánicamente a la naturaleza para darnos la sorpresa del hallazgo renovado. Algo que no se esperaban sus sabuesos literarios. Estos no creían en más plasmaciones de imaginación y veían en el Canto -con su poquito de alegría solapada- una obra testamentaria.

Aun la crítica que no le es adversa se preguntaba con temor qué podría decir Neruda después de 1950, pues según ella había agotado los recursos peculiares de su poesía.

Pero la lectura de las obras nuevas confirma que Neruda no solamente es capaz de extender sus poemas, de ampliar sus imágenes personales, sino de imprimir una variante sorprendente a sus asuntos.

Es el caso del poeta que dueño absoluto de su dominio, sabiendo el imperio que su nombre ejerce en el ámbito de la expresión, aprovecha al máximo las oportunidades que la vida le va deparando para escarbar en ella, y viajando constantemente, poniéndose en contacto con paisajes y hombres de las más lejanas latitudes, escribe entusiasmado más y más.

El chorro de la fuente ha sido abierto con mil llaves afortunadas, y no es posible detener su salida. Lo difícil fue abrir ese chorro. Ahora lo difícil es cerrarlo.

Registremos en esta breve historia de sus obras esos libros gruesos, elegantes, apretados de electricidad expresiva, que tras un descanso editorial aparecen de pronto en todas las librerías. No son, como lo quisieran algunos, ni los ecos ni los epílogos del Canto, pero sí son sus dilataciones confirmadas, sus desarrollos lógicos: los hijos mentales que le van naciendo al padre obrero.


TODO EL AMOR (1953)

La editorial Nascimento, de Santiago de Chile, ha subrayado la aparición de este libro de venta fácil. La poesía romántica, amorosa y erótica de aquel Neruda de los Veinte poemas de amor (1924), que para algunos recalcitrantes es lo que de veras vale Neruda, y la del mismo tema que aparece en otros libros, ha sido cuidadosamente anudada, "seriada", hasta dar el volumen del amor, sin olvidar la primavera de Boticcelli en la carátula.

A él irán otra vez los amantes nuevos, los novios poéticos, las parejas estremecidas en la noche.


POESÍA POLÍTICA (1953)

No ha llegado aún este libro a mis manos, creemos que editado por la casa anterior. Tienen que haberse recogido muchos poemas que aparecen en el Canto y sin duda alguna, El fugitivo. La reacción pública será terminante: señalará los poemas políticos con poesía, y los poemas políticos sin poesía. Entre estos últimos, los manifiestos personales del autor, su ira, la denuncia de sus enemigos. Por ejemplo: Los riñones del General Marshall y diversos ataques a Gabriel González Videla. Cuando nos enfrentamos a esos trabajos, aparece el Neruda más vulnerable, por parte de la crítica que le es adversa. Nada más fácil que atacar a un hombre cuando éste escribe la denuncia de los enemigos del pueblo, como también nada más fácil -y cómodo- que ser lo que nuestra época llama "un poeta de las derechas". Este tiene el poder, los puestos y el mando, y dispone de salones para la amplificación de su voz. Este deviene en poeta puro, exquisito y angelical, y no se contamina de realidad "cruda"; cierra los ojos a lo popular e indígena de América, y escribe muy bellos, sonetos a la rosa y a la estrella. Olvidan intencionadamente que en la Edad Media, Dante usó la poesía con fines políticos, y Miguel Ángel la pintura durante el Renacimiento.

En épocas de imperialismo teológico o económico, el arte trata de "usurpar el poder usurpado" y de exhibir enemigos por otra parte suficientemente conocidos.


ODAS ELEMENTALES (1954)

Impreso por la editorial Losada, S. A., Buenos Aires, Argentina. En la carátula un apunte a color, impresionista: botella de vino, frutas y pájaro. Es la más elegante impresión que se haya hecho de un libro de Neruda en los últimos años. En el colofón leemos esta noticia: "Se terminó de imprimir el día 14 de julio del año mil novecientos cincuenta y cuatro en la imprenta López, Perú 666, Buenos Aires, República Argentina. Además de la tirada corriente, se han impreso 28 ejemplares especiales marcados de A a Z, fuera de comercio y 200 ejemplares numerados de 1 a 200 firmados todos por el autor". Dice la citada editorial en la solapa, después de hablar sobre la personalidad del poeta: …"presentamos la última obra del gran autor chileno, Odas elementales. En ellas, como su título sugiere, Neruda se aplica a cantar las cosas sencillas y elementales del mundo, con una técnica deliberada e igualmente simple, mostrando así una nueva fase de su estro".

Efectivamente, el libro presenta una nueva fase dentro del estilo Neruda. En cuanto a la técnica, al oficio del que no es posible desentenderse, las Odas elementales presentan la novedad del verso mínimo, de dos, tres y hasta una sílabas, abundando las de siete, diez y sobre todo, las de once. Todas las Odas son endecasilábicas, o tienden a esta melodía, pero Neruda disfraza el endecasílabo, lo corta y recorta. Como una hilera de hormigas se ven sus versos, hormigas que van en línea recta, en perfecta formación de soldados intuitivos, pero pronto rompen sus filas, hacen arcos, suben un monte y vadean un río, para volver después a sus simetrías obedientes. Pero no son más que buenos y viejos versos de once sílabas, aunque osados y rebeldes. Así, la Oda a la soledad (Pág. 190) adquiere una claridad rítmica sin concesiones a la complicación, una música bucólica en donde parece -¡sólo parece!- que oímos los ecos de cualquier difunto de oro, pongamos por ejemplo el caballero Rubén:

Multitudes de gérmenes mantienen
el profundo concierto de las vidas
y el agua sólo es madre transparente
de un invisible coro sumergido.

En cuanto al impacto poético, a la "chispa", estas odas se vuelcan estremecidas a las cosas humildes, cotidianas y servidoras. En el resplandor secreto de esta poesía estamos los hombres y los objetos, está la atmósfera pagana-universal que ya había tocado Whitman, y que Neruda vuelve a tocar con manos nuevas. Hechiza la fuerza de la metáfora, la siempre cambiante imagen nerudiana, sostenida por dos o tres agujas conocidas: pan, hombre, cereal, fósforo.

Las odas son… al aire, a la alcachofa, al vino, al murmullo, a sesenta y seis pretextos elementales y vivientes, de esos que nos rodean y forman parte de nuestro sudor. Sin olvidar alguna oda a su defensa personal, a su credo político y... a la poesía. Nos interesa particularmente esta oda a la poesía, porque fatalmente encierra una poética, si por ella entendemos no la receta ni la norma, ni mucho menos la abstracción filosófica, sino, sencillamente, la actitud del poeta ante la poesía, su modo de "sentirla".

Neruda, contundente y absolutamente real, dice:

Tanto anduve contigo
que te perdí el respeto.
Dejé de verte como
náyade vaporosa,
te puse a trabajar de lavandera,
a vender pan en las panaderías,
a hilar con las sencillas tejedoras,
a golpear hierros en la metalurgia.

                                       (Pág. 167).

En esos versos "desabotonados" está la clave de la poesía de Neruda, que tiene, más que un estilo, una actitud; más que teoría, una práctica de símbolos reivindicativos. Neruda revela en todo momento una organizada despreocupación por lo trascendental y vicioso de los "estados poéticos". Lucha contra el mediunismo de los climas mentales, contra el trípode falso de las sibilas retóricas.

En el primer poema, titulado El hombre invisible, que es el coro de todo el libro, Neruda se ríe y se sonríe de los poetas

que todos los días comen pan
pero no han visto nunca
un panadero
ni han entrado a un sindicato
de panificadores.

                                  (Pág. 9).

Este fragmento encierra una verdad palpable y trágica, que además establece la diferencia entre una poesía de laboratorio y una poesía al aire libre. En vez de "pan" podemos poner "angustia" o "soledad", y tendremos la aplicación a otras tantas actitudes socorridas por la poesía inventada, mas no vivida. Es por ello que temas tratados con religiosa unción por los poetas de ayer -¡y de hoy!-, como son los de la soledad y la tristeza, merecen de este poeta los más duros calificativos. Juzga su deber "propagar la alegría", y cumplir su destino con el canto. Dice de la pobreza:

Otros poetas
antaño te llamaron santa,
veneraron tu capa,
se alimentaron de humo
y desaparecieron.
Yo
te desafío,
con duros versos te golpeo el rostro,
te embarco y te destierro.

                                          (Pág. 165).

Pero Neruda alude a la pobreza negativa, sin fuerza: la humillación del vencido. No a la pobreza rica del hombre sencillo, que seguirá siendo, hoy como ayer, inspiración y claridad. Porque la pobreza no es miseria.

Son numerosas las alusiones anti-intelectuales de este libro, su desprecio a la letra por la letra misma:

libro, cuando te cierro
abro la vida

dice en la Oda correspondiente (Pág. 111). Y luego:

Yo no vengo de un tomo
mis poemas
no han comido poemas,
devoran
apasionados acontecimientos.

                               (Pág. 112).

Afirma que ama los libros de exploraciones, libros con bosques o nieve, pero que huye del libro "araña" que dispone alambres venenosos para que en él se enrede la juvenil y circundante mosca.

Pero Odas elementales encierra, además, una inteligente defensa y una ofensiva contra sus detractores, escritas en indudable belleza de poesía vigilante. En la Oda al murmullo (Pág. 135) habla de los que le encuentran influencias "de Pitiney, de Papo, de Sodostes", deliciosos nominativos inexistentes, y en otras partes de la obra se burla de los que combaten sus versos inútilmente. La página más significativa de este aspecto defensivo es su fuerte Oda a la envidia (Pág. 63). Está enderezada contra los que lo atacan en su propia patria, especialmente al escritor Pablo de Rohka, quien naturalmente dedicó afilados dientes a esta Oda, juzgándola "ridícula".

En la Oda a la crítica (Pág. 51), pone en evidencia a sus negadores:

con dientes y cuchillos,
con diccionarios y otras armas negras,
con citas respetables,
se lanzaron
a disputar mi pobre poesía
a las sencillas gentes
que la amaban

                                                 (Pág. 52)

Por eso hemos dicho que este libro se convierte en la "actitud" de la poesía de Pablo Neruda, en su poética misma: contra lo sobrenatural, lo natural; contra la metafísica, la física; contra lo dogmático, la libertad nacida de la vida misma; contra las estrellas, las piedras. En una palabra: poner el cielo en la tierra, y hacer de los hombres sus gobernadores.

Otro aspecto fácilmente constatable es el enriquecimiento del tema político, que tan fuertemente sostiene el edificio del Canto General, y que aquí vemos en la magnífica Oda a Guatemala (Pág. 81), y sobre todo en la Oda a Leningrado (Pág. 103). En la Oda a las Américas, dice:

Muere un Machado y un Batista nace.
Permanece un Trujillo.

                                               (Pág. 24)

Pero las Odas elementales es el libro más sensual y optimista entre todos los de Neruda. Las odas consagradas a las verduras -cebollas, tomates, alcachofas- resumen alegría física, contento y placidez. El paladar y el olfato -sentidos eufóricos- inundan estas páginas solares y verdes. Hay una deliciosa Oda al caldillo del congrio, plato marinero de Chile, y dice que la cebolla es

estrella de los pobres,
hada madrina
envuelta en delicado papel.

                              (Pág. 42)

En este libro, por último, se encuentran las expresiones inconfundibles de la poesía del chileno, esas que han creado a lo largo de treinta años un estilo individual, sin parentesco con obra alguna, y que tanto han influenciado a los poetas contemporáneos. A Neruda se le ha imitado la metáfora, el modo de tratar la imagen y los métodos de intuición que él pone en marcha para evocar realidades ocultas en la naturaleza de las cosas, y luego se le quiere destruir por lo que tiene de propagador ideológico. Toman de él lo que les conviene, y el resto lo discriminan y destierran. Mas lo cierto es que sin esa convicción política, que le presta alas y fe, no hubiera podido el poeta desarrollar sus grandes poemas, ni donar a la imagen su vestidura delirante. Las imágenes de Neruda son encantadoramente raras y sorprendentes, forman como si dijéramos el humus de su clima poético, el clima radical y sensualista de su fantasía. Y las ha impuesto de un modo tan elocuente, que ha fundado el organismo actual de la expresión estética, ha fecundado territorios enteros de comunicación verbal.

Cuando Góngora, que fue el Neruda del siglo XVII en lo que se refiere a la audacia de la comparación, estrenó su "bostezo de la naturaleza", refiriéndose a una cueva del monte, estaba iniciando siglos enteros de tratamiento poético, organizando los poderes ocultos de la poesía, poderes que culminan con el arte verbal del chileno. Así el "bostezo de la naturaleza" se transforma en el "esqueleto de vidrio" que tiene el aire, y que Neruda escribe en la oda a este elemento. Ambos símiles tienen idéntica fuerza, igual intensidad, aunque el primero no desborde la dimensión apolínea del arte clásico, y el segundo sea de naturaleza espectral. El organismo poético de Neruda es un auténtico espectro, un espectro solar que desintegra las coyunturas geométricas y manifiesta lo que está dentro del mundo físico, lo que es capaz de remover las raíces más hondas de la evocación.

Decíamos que las Odas elementales contienen expresiones clásicas del lenguaje nerudiano. Ya en los primeros versos del poema que inicia la obra, vemos pasar un insecto "color de violín", y esta insólita frase ciertamente no cautiva por la sonoridad o estruendo propios de la exaltación lírica, sino por su veracidad incuestionable, por la forma en que sabe capturar el dato exacto de la observación objetiva. Es una audacia que el escritor más pusilánime, si tiene sensibilidad, tendrá que aceptar aun a costa del esfuerzo lógico, pues ciertamente hay insectos que tienen en sus alas el color imponderable de la madera del violín, ese dorado viejo con zonas rojo-sombrías, y que establece un secreto mimetismo con la naturaleza "crepuscular" del instrumento.

El dominio entusiasta del oficio, que naturalmente va dictando los mejores momentos, alcanza su plenitud en las odas consagradas a los elementos y sus criaturas; en el canto dedicado a estos seres, o fuerzas, vuelve a presentársenos el Neruda original y siempre renovado, en una palabra, el Neruda mágico. La tempestad

removió los pinares
para hacerse su cama.
Sacó relámpagos
de su saco de fuego,
dejó caer los truenos
como grandes barriles.

                     (Pág. 203).

Debemos  citar los poemas a las aves de América, donde el poeta exhibe el luciente pormenor de los nombres zoológicos y una hermosa fraternidad con las voces adánicas del mundo. Así en la Oda a los pájaros, las criaturas amadas por los poetas de la naturaleza como Vicente Aleixandre. Así también en la Oda al fuego, que es fundamental dentro de esta serie a los materiales vivientes, y sobre todo en la Oda al invierno, que desenvuelve quizá la más rica colección de imágenes:

eres un caballo,
niebla te sube del hocico,
gotas de lluvia caen de tu cola,
electrizadas ráfagas
son tus crines.

                                   (Pág. 96).

La observación objetiva de la naturaleza ha producido en este libro algunas de las más estremecidas iluminaciones de la poesía contemporánea. Léase con cuidado la Oda a la tranquilidad, por ejemplo. Neruda la mira saliendo de la acción, como salen lagos de las cascadas. (Pág. 94).

Odas elementales es el título que encierra más poesía después del Canto General, porque es una obra que se ha puesto bajo los auspicios de la naturaleza, el optimismo y la confirmada esperanza. Si el poeta dijo que los poemas de Residencia en la tierra ayudan a morir, estos cantos ayudan a vivir, regalándole al hombre gratas porciones de tierra cultivable.


LAS UVAS Y EL VIENTO (1954)

Leernos en el colofón:

"Fue comenzado este libro el 10 de febrero de 1952 en la isla de Capri. Algunos de sus textos fueron escritos en Praga, París, Pekín, en el ferrocarril transiberiano, en el avión entre China y la U.R.S.S., en el puerto de Sant'Angelo, de la isla de Ischia, en la aldea suiza Vésénaz, en el transatlántico "Giulio Cesare", en Datitla, del Uruguay, y en el litoral chileno. Se terminó de escribir en Santiago de Chile el día 4 de junio de 1953, a las 6 de la tarde."

Raro, y bello pormenor de circunstancias. Podemos decir: hay la poesía de caballete y la poesía mural y mundial, la poesía que pinta los árboles detrás de la ventana, y la que los pinta más allá de los libros y de los papeles, en la vida misma, en su remolino encendido. Esta última es la poesía de Las uvas y el viento.

Viene a ser esta obra, tanto por su temática y forma de distribución, como por el desplazamiento de sus páginas, una continuación del Canto General, sólo que aplicado al agitado mundo asiático y europeo, con un saludo a las repúblicas socialistas y populares que se hallan detrás de la Cortina de Hierro. Está concebido a la manera de las sinfonías mayores del poeta, con un comienzo lento y grave y una multiplicación de sonidos en el centro, todo lo cual termina con una oración que se va deshaciendo en el ánimo del poeta, como las grandes colas de sombra que en su retirada triunfal va arrastrando el crepúsculo. Fiero y tierno, Neruda denuncia, acribilla, exalta y se vuelve caracol retorcido por la esperanza. Es un libro que en nuestros días se lee con el interés que despierta todo gran artista del subconsciente, que puede atacarse por la parte ideológica de su perfume ferruginoso. Mas pasados los momentos históricos en que fue concebido, hecho, leyenda, existirá como uno de los testimonios más significativos y apasionados de nuestro siglo en la poesía. De esto no cabe la menor duda. Porque Neruda ha sido el único poeta que se ha atrevido a hacer de la poesía arma política, y a usarla con éxito. Esta es una de sus columnas originales, la más vulnerable por cierto, ya que se concibe y ejecuta en un mundo de opiniones divididas.

El otro aspecto de su estatua verbal, la base absoluta de su personalidad, descansa en el temperamento de un hombre que sabe evocar las fuerzas de la naturaleza, que puede provocar con palabras una tempestad y una noche serena. Mágico en grado sumo, la palabra de este poeta de América se recordará siempre, como se recuerda al hechicero que desde el fondo de los bosques desencadenaba rituales y producía el fuego por invocación tenebrosa.


*   *   *

Las uvas y el viento se divide en un prólogo, XXI libros y un epílogo.

El libro I se titula Las uvas de Europa y canta la salida del poeta a través de las selvas australes para llegar al Viejo Mundo. Entra en Florencia, donde escucha la voz del Arno, y luego, en Rumania, el "danubio amarillo". Vienen los puentes de Praga, y las casas de Picasso en Vallauris y de Ehrenburg en Moscú.

El libro II es El viento en el Asia. El poeta va volando hasta Pekín "anaranjado y verde", y asiste a los desfiles obreros. El capítulo V de este libro es una constatación de lo que puede el triunfo nuevo en la tierra, con los campesinos cultivando las parcelas. Los niños le obsequian jaulas con cigarras (cicadas), y Neruda recuerda los días de la infancia, cuando los peones del tren en que trabajaba su padre le obsequiaban

huevos empavonados de perdiz,
escarabajos verdes,
cantáridas de color de luna...

                                     (Pág. 71)

El libro III -Regresó la sirena-, recorre la primavera "verde y abrasadora de Polonia", las ruinas en el Báltico, y comprueba la desaparecida tragedia de una ciudad que volvió a construirse.

El libro IV, titulado El pastor perdido, está dedicado a España. El canto inicial es uno de los más intensos del libro:

España, eres más grave que una fecha,
que una adivinación, que una tormenta,
y no importa la tierra despiadada
de tu perdida voz, sino la dura
resistencia, la piedra que sostiene.

                                              (Pág. 111)

La mayor parte de esta dimensión española está dedicada a Miguel Hernández, el poeta de Orihuela, quien murió en las prisiones falangistas durante la guerra civil.

El libro V se llama Conversación de Praga y está dedicado a Julius Fucik, quien fue torturado y muerto por los nazis.

El VI -Es ancho el nuevo mundo- está dedicado a Rusia, con los nombres de Pushkin, Lenin y Stalin. El poeta, en el ferrocarril transiberiano, atraviesa

La estepa, el rostro
de áspera inmensidad, anchura verde,
planeta cereal, terrestre océano.

                                             (Pág. 155)

Es en este libro donde aparece el Tercer canto de amor a Stalingrado, con esta impresionante afirmación:

Aquí se cortó el nudo
que apretó la garganta
de la historia.

                    (Pág. 161)

La poesía cobra un viento de proclama y arrebato encendido. Mas lo notable, como ya lo hemos apuntado, es que siendo política no pierde su fuego poético. Nadie -insistimos- ha podido realizar esta conjunción de acto y sueño con fuerza tan poderosa. En Neruda se identifican, como decía Juan Marinello a propósito de José Martí, "la misión y el oficio." Se destinarán un día a este poeta las palabras martianas de Marinello: "La misión no lo pudo apartar del oficio, que le venía en la sangre."

Vuelve a hacerse visible el maestro de las descripciones naturalistas, donde los animales son los reyes. El oso, en las montañas,

va con pies delicados
como un antiguo monje en la aurora
de una basílica verde.

                                           (Pág. 152)

Recordemos el "hormiguero monacal" pisando con melodioso pie la selva americana, que aparece al comienzo del Canto, y las zorras de "eléctrica cola", que vemos en el primer poema de esta obra sonora y libre, como una benéfica tempestad descargando sobre la tierra su tesoro de energía.

Como el Canto General, Las uvas y el viento será el libro más combatido de Pablo Neruda. Pero esta será su mayor gloria.

El libro VII -La patria del racimo- es una denuncia a la intervención norteamericana en Italia y canta el nacimiento de la obra en la isla de Capri, que le esperaba

con una rama en flor de  jazmín en su boca
y en sus pequeñas manos la fuente de mi canto.

                                                            (Pág. 193)

El VII -Lejos en los desiertos- llega hasta las alturas de Mongolia, y escucha el viento atroz del desierto de Gobi y las tormentas en el "techo del mundo". Pero ya los mongoles no son jinetes errantes, sino que le muestran sus laboratorios.

El IX libro canta a Grecia, caída "en una fosa negra de Chicago".

El X lleva por título La sangre dividida porque se trata de Alemania, con la trágica escisión de Berlín Occidental, "ciudad negra, pustular, venenosa", y Berlín Oriental, que huele "a escuela barrida y regada".

El libro XI -precisamente a la mitad de la obra- hace un breve descanso para escribir Nostalgias y regresos. Es un intermedio durante el cual Neruda regresa mentalmente a países en donde su poesía ya había trabajado -Italia, Chile- y escribe algunos poemas de circunstancia, como el titulado El cinturón de Orinoco, agradeciendo el envío de un cinturón de cuero de Orinoco, que le hizo el poeta venezolano Carlos Augusto León, de las más firmes avanzadas poéticas de América. Dice Neruda:

Ahora a la cintura
llevo un río,
aves nupciales que en su vuelo levantan
los pétalos de la espesura,
el ancho trueno que perdí en la infancia
hoy lo llevo amarrado,
cosido con relámpagos y lluvia,
sujetando mis viejos pantalones.

                                                (Pág. 255)

El libro XII -La flor de seda- es un canto de homenaje a Corea, "defensora de flores", a quien "debe la paz el mundo."

Sigue el libro con sus capítulos dedicados a Inglaterra, Portugal, Hungría y Francia, que forman el largo poema del libro XVIII. Pablo Neruda, por orden del gobierno, fue expulsado de Francia, y él lo cuenta con una sonriente seriedad de perseguido heroico, complaciéndose en relatar el incidente con la policía:

No puedo
poner un solo zapato
en ese prohibido territorio.
Debo entender las cosas:
ni volar por encima,
ni cruzar por debajo,
ni susurrar junto al mar, a las olas
de Normandía que amo.

                                          (Pág. 340)

Trata a un gran artista contemporáneo como si fuera un país, y dice: "Desembarqué en Picasso a las seis de los días del otoño". Habla al pintor italiano Gutusso, y reclama pintura para los muertos, los héroes y los pueblos.

Va a Bucarest, y baja desde los pinares hasta las bocas bajas del Danubio. Llora la muerte del poeta francés Paul Eluard. Conversa con Nazim Hikrnet, el turco que estuvo encarcelado diez años. Hace una invitación para que la India milenaria, "útero de la tierra, territorio cerrado en que fermentan las uvas de la historia", levante su juventud y marque la hora que viene.

El copioso río poético que ha inundado llanuras y precipitado cascadas iracundas y dulces, se recoge finalmente en un remanso sintético. Tal es este dilatado conjunto de visiones y denuncias que se llama Las uvas y el viento; su autor, convertido por los azares de la lucha en un poderoso revolvedor ecuménico, enlaza el Canto General de América con este canto, también general, de Europa y Asia:

Yo dormí bajo todas
las banderas
como bajo las ramas
de un solo bosque verde
y las estrellas eran
mis estrellas.

en: Pablo Neruda y otros ensayos. México: Ediciones de Andrea, 1955, pp. 5-84.


[1] Juegos Florales de Santiago de Chile, celebrados el 12 de diciembre de 1914.
[2] Cuadernos Americanos. Año XIV. Vol. LXXIX. No. 1. Enero-febrero, 1955, México, D. F. ,  pgs. 233-256.

Sitio desarrollado por SISIB - UNIVERSIDAD DE CHILE