XXIV
LA ISLA
Adiós,
adiós, isla secreta, rosa
de purificación, ombligo de oro:
volvemos unos y otros a las obligaciones
de nuestras enlutadas profesiones y oficios.
Adiós, que el gran océano
te guarde
lejos de nuestra estéril aspereza!
Ha llegado la hora de odiar
la soledad:
esconde, isla, las llaves antiguas
bajo los esqueletos
que nos reprocharán hasta que sean polvo
en sus cuevas de piedra
nuestra invasión inútil.
Regresamos. Y este adiós,
prodigado y perdido
es uno más, un adiós
sin más solemnidad que la que allí se queda:
la indiferencia inmóvil en el centro del mar:
cien miradas de piedra que miran hacia adentro
y hacia la eternidad del horizonte.
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