XXV

DISPOSICIONES

Compañeros, enterradme en Isla Negra,
frente al mar que conozco, a cada área rugosa
de piedras y de olas que mis ojos perdidos
no volverán a ver.
                         Cada día de océano
me trajo niebla o puros derrumbes de
    turquesa,
o simple extensión, agua rectilínea, invariable,
lo que pedí, el espacio que devoró mi frente.

    Cada paso enlutado de cormorán, el vuelo
    de grandes aves grises que amaban el
             invierno,
    y cada tenebroso círculo de sargazo
    y cada grave ola que sacude su frío,
    y más aún, la tierra que un escondido herbario
    secreto, hijo de brumas y de sales, roído
    por el ácido viento, minúsculas corolas
    de la costa pegadas a la infinita arena:
    todas las llaves húmedas de la tierra marina
    conocen cada estado de mi alegría,
                                                         saben
    que allí quiero dormir entre los párpados
    del mar y de la tierra . . .
                                    Quiero ser arrastrado
    hacia abajo en las lluvias que el salvaje
    viento del mar combate y desmenuza,
    y luego por los cauces subterráneos, seguir
    hacia la primavera profunda que renace.

    Abrid junto a mí el hueco de la que amo, y
            un día
    dajadla que otra vez me acompañe en la
            tierra.

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