|
VII
LA LLUVIA
(Rapa Nui)
NO,
que la reina no reconozca
tu rostro, es más dulce
así, amor mío, lejos de las efigies,
el peso
de tu cabellera en mis manos, recuerdas
el árbol de Mangareva cuyas flores
caían
sobre tu pelo? Estos dedos no se
parecen
a los pétalos blancos: míralos,
son como raíces,
son como tallos de piedra sobre
los que resbala
el lagarto. No temas, esperemos
que caiga la
lluvia, desnudos,
la lluvia, la misma que cae sobre
Manu Tara.
Pero así como el agua endurece sus rasgos en la
piedra,
sobre nosotros cae llevándonos
suavemente
hacia la oscuridad, más abajo del
agujero
de Ranu Raraku. Por eso
que no te divise el pescador ni
el cántaro.
Sepulta
tus pechos de quemadura gemela
en mi boca,
y que tu cabellera sea una pequeña
noche mía,
una oscuridad cuyo perfume mojado
me cubre.
De noche sueño que tú y yo somos dos plantas
que se elevaron juntas, con raíces
enredadas,
y que tú conoces la tierra
y la lluvia como mi
boca,
porque de tierra y de lluvia estamos
hechos.
A veces
pienso que con la muerte dormiremos
abajo,
en la profundidad de los pies de
la efigie,
mirando
el Océano que nos trajo a construir
y a amar.
Mis manos no eran férreas
cuando te conocieron, las
aguas
de otro mar las pasaban como a una red; ahora
agua y piedras sostienen semillas y secretos.
Ámame dormida y desnuda, que en la orilla
eres como la isla: tu amor confuso,
tu amor
asombrado, escondido en la cavidad
de los sueños,
es como el movimiento del mar que
nos rodea.
Y cuando yo también vaya durmiéndome
en tu amor, desnudo,
deja mi mano entre tus pechos para
que palpite
al mismo tiempo que tus pezones
mojados en
la lluvia.
|