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V
A MIGUEL HERNÁNDEZ,
ASESINADO EN LOS PRESIDIOS DE ESPAÑA
LLEGASTE
a mí directamente del Levante. Me traías,
pastor de cabras, tu inocencia arrugada,
la escolástica de viejas páginas, un olor
a Fray Luis, a azahares, al estiércol quemado
sobre los montes, y en tu máscara
la aspereza cereal de la avena segada
y una miel que medía la tierra con tus ojos.
También el ruiseñor en
tu boca traías.
Un ruiseñor manchado de naranjas, un hilo
de incorruptible canto, de fuerza deshojada.
Ay, muchacho, en la luz sobrevino la pólvora
y tú, con ruiseñor y con fusil, andando
bajo la luna y bajo el sol de la batalla.
Ya sabes, hijo mío, cuánto
no pude hacer, ya sabes
que para mí, de toda la poesía, tú eras el fuego
azul.
Hoy sobre la tierra pongo mi rostro y te escucho,
te escucho, sangre, música, panal agonizante.
No he visto deslumbradora
raza como la tuya,
ni raíces tan duras, ni manos de soldado,
ni he visto nada vivo como tu corazón
quemándose en la púrpura de mi propia bandera.
Joven eterno, vives, comunero
de antaño,
inundado por gérmenes de trigo y primavera,
arrugado y oscuro como el metal innato,
esperando el minuto que eleve tu armadura.
No estoy solo desde que
has muerto. Estoy con los que
te buscan.
Estoy con los que un día llegarán a vengarte.
Tú reconocerás mis pasos entre aquellos
que se despeñarán sobre el pecho de España
aplastando a Caín para que nos devuelva
los rostros enterrados.
Que sepan los que te mataron
que pagarán con sangre.
Que sepan los que te dieron tormento que me verán
un
día.
Que sepan los malditos que hoy incluyen tu nombre
en sus libros, los Dámasos, los Gerardos, los hijos
de perra, silenciosos cómplices del verdugo,
que no será borrado tu martirio, y tu muerte
caerá sobre toda su luna de cobardes.
Y a los que te negaron en su laurel podrido,
en tierra americana, el espacio que cubres
con tu fluvial corona de rayo desangrado,
déjame darles yo el desdeñoso olvido
porque a mí me quisieron mutilar con tu ausencia.
Miguel, lejos de la prisión de Osuna, lejos
de la crueldad,
Mao Tse-tung dirige
tu poesía despedazada
en el combate
hacia nuestra
victoria.
Y Praga rumorosa
construyendo
la dulce colmena que cantaste,
Hungría verde
limpia sus graneros
y baila junto
al río que despertó del sueño.
Y de Varsovia
sube la sirena desnuda
que edifica mostrando
su cristalina espada.
Y más allá la tierra se agiganta,
la tierra
que visitó tu
canto, y el acero
que defendió
tu patria están seguros,
acrecentados
sobre la firmeza
de Stalin y sus
hijos.
Ya se acerca
la luz a tu morada.
Miguel de España, estrella
de tierras arrasadas,
no te olvido, hijo mío,
no te olvido, hijo
mío!
Pero aprendí la vida
con tu muerte: mis
ojos se velaron apenas,
y encontré en mí no
el llanto,
sino las armas
inexorables!
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Espéralas! Espérame!
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