XXI

SAN MARTÍN (1810)

ANDUVE, San Martín, tanto y de sitio en sitio
que descarté tu traje, tus espuelas, sabía
que alguna vez, andando en los caminos
hechos para volver, en los finales
de cordillera, en la pureza
de la intemperie que de ti heredarnos,
nos íbamos a ver de un día a otro.

     Cuesta diferenciar entre los nudos
     de ceibo, entre raíces,
     entre senderos señalar tu rostro,
     entre los pájaros distinguir tu mirada,
     encontrar en el aire tu existencia.

     Eres la tierra que nos diste, un ramo
     de cedrón que golpea con su aroma,
     que no sabemos dónde está, de dónde
     llega su olor de patria a las praderas.
     Te galopamos, San Martín, salimos
     amaneciendo a recorrer tu cuerpo,
     respiramos hectáreas de tu sombra,
     hacemos fuego sobre tu estatura.

     Eres extenso entre todos los héroes.

     Otros fueron de mesa en mesa,
     de encrucijada en torbellino,
     tú fuiste construido de confines,
     y empezamos a ver tu geografía,
     tu planicie final, tu territorio.

     Mientras mayor el tiempo disemina
     como agua eterna los terrones
     del rencor, los afilados
     hallazgos de la hoguera,
     más terreno comprendes, más semillas
     de tu tranquilidad pueblan los cerros,
     más extensión das a la primavera.

El hombre que construye es luego el humo
de lo que construyó, nadie renace
de su propio brasero consumido:
de su disminución hizo existencia,
cayó cuando no tuvo más que polvo.

     Tu abarcaste en la muerte más espacio.

     Tu muerte fue un silencio de granero.
     Pasó la vida tuya, y otras vidas,
     se abrieron puertas, se elevaron muros
     y la espiga salió a ser derramada.

     San Martín, otros capitanes
     fulguran más que tú, llevan bordados
     sus pámpanos de sal fosforescentes,
     otros hablan aún como cascadas,
     pero no hay uno como tú, vestido
     de tierra y soledad, de nieve y trébol.
     Te encontramos al retornar del río,
     te saludamos en la forma agraria
     de la Tucumania florida,
     y en los caminos, a caballo
     te cruzamos corriendo y levantando
     tu vestidura, padre polvoriento.

     Hoy el sol y la luna, el viento grande
     maduran tu linaje, tu sencilla
     composición: tu verdad era
     verdad de tierra, arenoso amasijo,
     estable como el pan, lámina fresca
     de greda y cereales, pampa pura.

     Y así eres hasta hoy, luna y galope,
     estación de soldados, intemperie,
     por donde vamos otra vez guerreando,
     caminando entre pueblos y llanuras,
     estableciendo tu verdad terrestre,
     esparciendo tu germen espacioso,
     aventando las páginas del trigo.

     Así sea, y que no nos acompañe
     la paz hasta que entremos
     después de los combates, a tu cuerpo
     y duerma la medida que tuvimos
     en tu extensión de paz germinadora.

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