Isla Negra, abril 1973
En
un día del año 1923 pasó por la puerta dcl viejo Pedagógico
el Presidente de la República de entonces, don Arturo
Alessandri Palma. Los corrillos de estudiantes allí detenidos
no lo saludamos respetuosamente. Lo miramos simplemente
con curiosidad, sin hablar. La verdad era que no lo considerábamos
nuestro amigo.
El
antiguo León de Tarapacá agitó su simbólica melena y su
bastón y nos acusó de irrespetuosos e insolentes. Tampoco
respondimos, y él pronto siguió andando entre su indignación
y su bastón.
Medio
siglo ha pasado, y ahora un compañero Presidente viene
hacia ustedes a dictar una primera clase magistral, a
mezclarse en el conocimiento, en la inteligencia y en
la vida de estudiantes y maestros.
También
nuestro Presidente, nuestros estudiantes, nuestra vida
ha cambiado.
Sin
embargo, mis recuerdos recorren tiernamente la vieja escuela
universitaria en que conocí la amistad, el amor, el sentido
de la lucha popular; es decir, el aprendizaje de la conciencia
y de la vida.
De
aquella escuela y de mis alojamientos sucesivos de estudiante
pobre salieron a las imprentas mis primeros libros: Crepusculario
, el año 1923; 20 Poemas, que cumplirá cincuenta
años de vida el próximo año de 1974.
La
poesía, la curiosidad delirante, la fermentacién de todos
los libros, la embriaguez juvenil de hallar otros seres
que sueñan los mismos sueños que nosotros, las calles
Echaurren, República, Av. España, llenas de pensiones
juveniles; los poetas Cifuentes, Sepúlveda, Romeo Murga,
Eusebio Ibar, Víctor Barberis, desaparecidos de la existencia,
pero no de la poesía; las calles inquietas en que lo impresionante
al atardecer era una súbita ráfaga, fragancia de madreselvas
o de lilas. Aquellos amores gozosos, lancinantes y efímeros,
todo esto condicionó mi existencia.
Nuestros
pasos más serios iban hacia la Federación de Estudiantes
de la calle Agustinas. Al pasar, a pocas puertas de ahí,
en el umbral de la Federación Obrera, vi muchas veces
en chaleco y en mangas de camisa, al hombre más importante
de la clase obrera de este siglo: don Luis Emilio Recabarren.
Vayan
estos recuerdos como un saludo en el acto inaugural del
académico de 1973, que ustedes celebran en esta mañana.
Y, naturalmente, porque ha cambiado todo y porque la transformación
revolucionaria que encabeza el Presidente Allende es también
acción del pueblo y de la Universidad, pienso que aquellos
años son necesario antecedente de lo que hemos alcanzado
y de lo que alcanzaremos: ante todo, el sentido de responsabilidad,
de lucha, de firmeza hacia nuestros deberes y hacia la
generosidad de la cultura, que abre ahora sus más grandes
perspectivas históricas en nuestro país. Un fraternal
saludo para el vicerrector Ruiz y para el profesor magistral
Allende, como para todos ustedes, que son, a la vez, mis
antiguos y nuevos compañeros.
Pablo
Neruda
El documento tiene su significación. Es un reencuentro,
en el último año de su vida, con su juventud estudiantil.
Todo está enmarcado dentro del panorama de aquel tiempo,
en cuyos ángulos contrapuestos sobresalen Arturo Alessandri
Palma, el caudillo burgués, y Luis Emilio Recabarren,
el líder obrero. La actualidad esta representada política,
socialmente, por un hombre que dejó de ser sólo un hombre
de su tiempo para transformarse en figura permanente:
Salvador Allende.
Pero
también ese documento revive su vida estudiantil, las
calles próximas al antiguo Pedagógico, la sombra de las
pensiones humeantes, los nombres de los poetas de su generación.
Evoca los amores y también la pasión civil. Unas pocas
puertas más allá de la Federación de Estudiantes está
el local de la Federación Obrera. En la historia de Chile
de este siglo esa cercanía encierra un símbolo valedero.
Neruda
iba casi todos los días, por las tardes, a esa Federación
de Estudiantes de la calle Agustinas, de la cual la revista
Claridad, donde trabaja naturalmente ad honores,
era su órgano de expresión. Aquel fue el local asaltado.
En Chile, las organizaciones populares han sido muchas
veces objeto de agresiones, destrucciones, incendios,
como aquel que arrasó en pocos minutos con el diario de
su tío Orlando una noche en Temuco. Pero entre los asaltos
más tristemente célebres de la historia, aparte de la
matanza de la escuela Santa María de Iquique, en 1901
particularmente dos se mantienen persistentes en la memoria
colectiva: el incendio de la Federación Obrera en Punta
Arenas el 26 de julio de 1920, y el asalto a la Federación
de Estudiantes de Chile, consumado cinco días antes en
Santiago. Como se puede apreciar las fechas de ambos siniestros
son próximas. Corresponden a una misma orden, a una marea
regresiva. Y son pálidos anuncios del zafarrancho que
sumergiría a Chile en un mar de sangre antes de que se
cumpliera medio año del día en que el poeta escribió estas
líneas.