Los Poetas Sufren

José Miguel Ibáñez Langlois

Lamento el último artículo de Neruda en "Ercilla", defendiendo su libro "La barcarola" de mi crítica. Lo lamento porque para defenderse, necesitó alterar los términos reales del problema, alegando un derecho a la alegría que nadie le cuestionaba. Y porque el artículo sólo consigue mostrar lo muy adentro que le llegó el reparo crítico, por más que éste naciera en un contexto de equidad y aun de generosa admiración hacia su obra total.

Quizá el derecho a ser feliz, que reivindica Neruda para sí, consiste en la inmunidad frente a la crítica. ¿ Es este el dolor que quiere ahorrarse, el del juicio que se niega a las pleitesías panegíricas? Tal reivindicación no le favorece: muestra una alegría muy poco segura de sí misma, y una susceptibilidad que desdice de su grandeza poética.

"Los críticos sufren": así titulaba Neruda su artículo. Los poetas sufren, observo yo; sufren cuando la crítica les ahorra las apologías serviciales. ¿No tendrá este oficio otro destino que el muy mediocre de las celebraciones amistosas? "Según él -afirma de mí-, mi poesía se resentía de feliz. Me recetaba el dolor". Según mi opinión, la poesía de "La Barcarola" se resiente de repetida, fácil, hostigosa, no de feliz. No le receté catástrofes ni desgracias, sino sufrimiento creador: el que empapó sus mejores y más profundos alumbramientos, el que falta en estas retóricas producciones de hoy.

El poeta proclamó hace años su angustia a los cuatro vientos; hoy anuncia con igual ardor su felicidad. Todo eso es cosa personal suya. Pero si el dolor primero produjo obras tan memorables como las Residencias, y la alegría última produce los martilleos de la Barcarola, ¿qué puede hacer el crítico? Es asunta de Neruda interrogarse sobre esta paradoja, -que no he inventado yo, sino que ha practicado él: la fecundidad, de su dolor y la esterilidad de sus satisfacciones.

Es eso quizá lo que hace Neruda en este artículo. No pelea con un crítico sino con una voz interior, con su conciencia poética. En ese caso, no estará de más algún esclarecimiento. La alegría es sin duda una potencia creadora; pero la prosperidad somnolienta, la facilidad repetida, la abundancia complaciente, esas cosas no tienen mucho que ver con la alegría, que es una conquista esforzada y, en definitiva, dolorosa.

El dolor es también una potencia creadora. El dolor que falta a Neruda no es el del tugurio, los zapatos rotos, el hospital y la morgue; no he hablado de eso. El dolor que necesita es el de toda la creación verdadera: el que se opone al oficio perezoso, no a la felicidad.

"Yo sigo trabajando con los materiales que tengo y que soy", dice Neruda. Mal indicio de la calidad de sus materiales éste de "La barcarola". No será tanta su dicha, cuando no consigue dar otra muestra poética que este libro. "Me comería toda la tierra. Me bebería todo el mar", sigue diciendo. Yo también celebro la amplitud de sus apetitos, y lo hago comparándolo sin avaricia con Whitman y con Víctor Hugo. Pero qué hacerle si estos bocados se le van aguando de libro en libro.

Me niego a ser clasificado en la fauna antinerudiana. He escrito muchas veces que Neruda es uno de los más grandes poetas de este siglo, y lo sigo afirmando con objetividad, al margen de estos escarceos. He admirado obras suyas con sincero entusiasmo crítico. Por eso me parece mezquino que sufra por un reparo tan verosímil como aquellos elogios: el que hace notar la indudable inferioridad de sus últimos libros en relación a la pauta que él mismo marcó en sus grandes creaciones. Como me niego a la diatriba, también me niego a los juicios ditirámbicos y ciegos que el poeta parece exigir hoy a sus comentaristas. Y me propongo seguir estudiando a Neruda con la objetividad que merece.

En cuanto a su recomendación final, el estribillo de los "enterradores" en "Estravagario": "Búscate una moza robusta / y déjate de tonterías", habría que ponderarla con atención, dado que viene de un experto. Hablando desde mi propia experiencia -que está llena de alegría, precisamente de alegría-, recomendaré al poeta la castidad. La disciplina que aligera el alma, que impide la dispersión, mortifica la facilidad y libera al espíritu de pequeñeces.

No es, como el suyo, un consejo de sepultureros.

José Miguel Ibáñez Langlois, Poesía chilena e hispanoamericana actual. Santiago: Nascimento, 1975. 399 p


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