Los Cuatro Grandes de la Poesía Chilena

por Alone

No me permitían las circunstancias, el año 1923, ese lujo del aislamiento, para nadie "espléndido" como para el crítico literario, siempre en peligro de herir las cuerdas más finas y vibrantes: los nervios del escritor, la opinión que tiene de sí, su actitud ante el universo.

Todas las tardes, a la misma hora, encaminaba mis pasos Alameda arriba hacia un viejo edificio situado en la esquina de Morandé, donde ahora hay escaños y jardines y entonces persistía una de esas residencias antiguas, probablemente del siglo anterior, con balcón volado en los altos, como ya no se ven sino en las fotografías históricas o en barrios apartados.

Allí me encontraba, indefenso, a la disposición del público.

Recibía, por una parte, a los funcionarios del Registro Civil que venían a Santiago para tramitar sus solicitudes o exponer sus quejas y, por otro, a los autores en trance de publicar un libro o que deseaban entregármelo a fin de proporcionarme datos sobre él, a veces con intenciones de leérmelo.  

No era precisamente un puesto cómodo en ningún sentido, sobre todo en el último; porque, de puertas afuera, el escritor manifiesta desdén por el juicio de la prensa, especialmente si le es adverso; pero, ante el que lo juzgará en letra de molde su rostro y sus palabras expresan algo muy distinto.  No ocultan cierta ansiedad, por lo demás muy lógica, la misma, aunque procure disimularla, que también asalta al crítico. Ello produce entre ambos una atmósfera tensa, cargada de incertidumbres, con mutuas e informuladas interrogaciones. ¿Qué traerá éste bajo el brazo? ¿Con qué irá a salir el otro cuando escriba?

Algún día diré los casos y las cosas que me llegaron por aquel "puente aéreo" tendido sobre la Alameda.

He aquí un visitante.

Joven, muy joven, apenas diecinueve años, delgadísimo, pálido, de aire melancólico, visiblemente mal alimentado, proclive al silencio.  Lo conocía ya de nombre. Pedro Prado me lo había hecho notar como alguien que no debía confundirse con cualquiera. Había obtenido un premio en una fiesta estudiantil por versos muy hermosos y solía publicarlos en revistas esporádicas, lo que le había dado cierta notoriedad entre sus compañeros, muchachos bohemios, un poco vagabundos, de esos que el talento inclina a la soberbia y la pobreza a la rebeldía. Era Pedro Prado con frecuencia sibilino; pero, a menudo, sentenciosamente, acertaba: su ánimo, sin duda, predispuso el mío.

El muchacho me contó, con aire distraído y modales desganados, que tenía impreso un volumen, el primero; pero no podía sacarlo a luz, porque le exigían, como medida previa, una cantidad de pesos que no estaba a su alcance.

No pedía, no proponía nada; se limitaba a exponer.

La suerte gusta ordenar sus coincidencias.

Bajaban y subían por aquel tiempo en la Bolsa unos papeles llamados "Marta".  Jorge Hübner, asiduo concurrente a sitio peligroso, me tentó. Las "Martas" eran baratas y ágiles. El había logrado ganancias fabulosas. Las que mi primera y única especulación bursátil me trajo me incitaban a creerme millonario y hasta mi alma de burócrata y "pequeño burgués" descendió el alma señorial de Mecenas.  Ofrecí redimir al cautivo del ávido impresor y así, mediante el producto imaginario de esos papeles volátiles, ¡ay! bien pronto volatilizados, adquirí, sin saber, otros que iban con el tiempo a subir a vertiginosa altura, en alas de la misma imaginación.

Este acontecimiento, que ninguno de los dos preveíamos, cosa aún más insólita, el propio Neruda ha tenido la generosidad de mencionarlo en su discurso de incorporación a una de las Facultades Universitarias.

Por eso, aunque tantas distancias me apartan de su vida y su obra, no sorprenderá si voy de preferencia a la raíz de ellas, a esa que los románticos llamaban pomposamente, con un vocablo que ya no se usa, "la sensibilidad".

"He escrito este relato a petición de mi editor. No me interesa relatar cosa alguna. Para mí es labor dura; para todo el que tenga conciencia de lo que es mejor, toda labor siempre es difícil.  Yo tengo siempre predilección por las grandes ideas y aunque la literatura se me ofrece con grandes vacilaciones y dudas, prefiero no hacer nada a escribir bailables o diversiones."

No se debe decir "de esta agua no beberé".

¿Cuántas veces ha desmentido Pablo Neruda esas solemnes declaraciones que sirven de introducción a "El Habitante y su Esperanza"?

Muchas, por suerte. Y siempre para honra suya y regocijo del lector.

Pero, entonces, la anécdota era mal mirada, nadie debía decir cosas concretas y lo material, lo histórico, lo humano hallábase proscrito.  Por esa senda recóndita se iba hacia la poesía pura, cara al Abate Bremond y a los deshumanizados.

No importa: "chassez le naturel: il revient au galop".  El "Habitante" y su "Esperanza" lo comprueban como toda una línea de prosas y versos que permiten seguir, a través de los libros de Neruda, los vaivenes de su existencia y las vicisitudes de su sentimiento, de tal modo que, de los cuatro grandes, tal vez sea el que más de puertas adentro conocemos.

D'Halmar sólo alude con cierta vaguedad a sus progenitores: como escribió Darío, su cuna "un gran misterio vela". Prado rememora nostálgicamente a su madre, a quien no conoció, para apoyarse en la venerada memoria de su padre. El de Gabriela es la fugaz visión de un extraño que llegaba con sus maletas, preguntando alegremente por la salud de todos, cantaba, reía. Y tornaba a marcharse.

Las memorias de Neruda, publicadas por una revista brasileña, proporcionan noticias preciosas, detalles elocuentes sobre su niñez.  Nacido en Parral, el 12 de julio de 1904 (veintidós años después de D'Halmar, dieciocho después de Prado, quince después de Gabriela), al mes siguiente perdió a su madre, consumida por la tuberculosis. Su abuelo, don José Ángel Reyes, poseía poca tierra y muchos hijos, que llevaban nombres bíblicos: Amós, Oseas, Joel, Abdías. Él recibió el de Neftalí; pero su padre se llamaba simplemente José del Carmen. Ello no ha de obstar para que los genealogistas investiguen la posible ascendencia judía de Neruda, como lo han hecho con Gabriela.

El divisor hereditario, esa reforma agraria que los testamentos y el Código de Bello echaron a andar hace más de un siglo, redujeron a nada la "poca tierra" de los Reyes Basoalto y don José del Carmen ingresó como empleado a los Ferrocarriles. Ya lo sabíamos: una de las más bellas páginas de Neruda, publicada el año 1947, en "Viajes: Viaje al Corazón de Quevedo y Viaje por las Costas del Mundo", recuerda con un matiz de irónica ternura un acontecimiento de su niñez en la ciudad de Temuco:

"Los largos inviernos del Sur -escribe, pág. 50- se metieron hasta en las médulas de mi alma y me han acompañado por la tierra.  Para escribir me hacían falta el vuelo de la lluvia sobre los techos, las alas huracanadas que vienen de la costa y golpean los pueblos y montañas, y ese renacer de cada mañana, cuando el hombre y sus animales, su casa y sus sueños han estado entregados durante la noche a una potencia extraña, silbadora y terrible. Para escribir también me hicieron falta por el mundo las goteras.  Las goteras son el piano de mi infancia. Mi padre siempre hablaba de comprar un piano que, además de permitir a mis tías tocar mi adorado vals "Sobre las Olas", pondría sobre nuestra familia ese título inexpresablemente distinguido que da la frase: "tienen piano".  Mi padre, en los momentos que le dejaba libre su vida de movilidad perpetua, porque era conductor de trenes, llegaba hasta medir las puertas por donde iba a pasar aquel piano que nunca llegó. Pero el gran piano de las goteras duraba todo el invierno.  A la primera lluvia se descubrían nuevas goteras de voz dulce que acompañaban a las viejas goteras.  Mi madre repartía sus cacharros, lavatorios, jarros lecheros y otros artefactos. Cada uno daba un sonido distinto, a cada uno le llegaba del cielo tempestuoso un mensaje diferente y yo distinguía el sonido claro de un lavatorio de fierro enlozado del opaco y amargo de un balde abollado. Esa es casi toda la música, el piano de mi infancia, y sus notas, digamos, sus goteras, me han acompañado donde me ha tocado vivir, cayendo sobre mi corazón y sobre mi poesía".

No es cosa fácil, cuando se ocupa una alta situación, evocar orígenes humildes, y menos hacerlo sin amargura ni jactancia, conservando la serenidad.  Recordamos la agresiva dedicatoria que un joven novelista puso a su primer libro: "A mi padre, vendedor ambulante; a mi madre, empleada doméstica". En el pasaje de Neruda que copiamos no hay sólo la belleza del cuadro, la atmósfera creada y las notas violentas de la potencia nocturna, "silbadora y terrible" que sacudía la morada, poniendo de relieve por contraste la suavidad interior de las goteras, cada una de las cuales "recibía del cielo un mensaje diferente".

A todo eso, a esa concentración vital en una página, capaz por sí sola de estremecerla, añádese reforzándola, como un eco, la actitud del narrador, su relación con el hogar lejano, la imagen de sí que proporciona, íntima y espontánea, de una delicadeza que acude a la sonrisa para no dejarse vencer por la melancolía.

Las memorias de Neruda publicadas por una revista brasileña completan el cuadro del párrafo que reprodujimos, haciendo surgir de la sombra, sin deformarlo, sin suprimirle su color, la estampa del padre ferroviario, revestido de prestigiosos fulgores.

El tren que manejaba toma contornos de fantasía:

"Estos trenes rastreros conducían piedras y arena que depositaban entre los durmientes de la línea férrea, para que la intensa lluvia no moviera los rieles. Debiendo excavar el lastre de las canteras, este tren de mi padre permanecía en cualquier rincón selvático por semanas completas.

"El tren era novelesco.  Primero, la gran locomotora antigua; luego, los innumerables carros planos en los que la pala excavadora depositaba las pequeñas montañas de la entraña terrestre; después, los carros de los peones, por lo general rudos gañanes de vida desordenada; luego, el vagón en que vivían sobre ruedas mi padre y el telegrafista. Todo esto en medio de faroles de vidrios verdes y rojos, de banderas de señales, de olor a aceite, a hierros oxidados, y con mi padre, pequeño soberano de barba rubia y ojos azules, dominando como un capitán de barco la tripulación y la travesía".

En ese barco seco, en esa habitación ambulante, cruzando a veces la selva, deteniéndose otras junto a los árboles, vivió Ricardo Neftalí Reyes Basoalto hasta los seis años de su edad, entre las hojas, las lluvias y los choques de los hierros al partir, al llegar, un poco explorador, un tanto aventurero, personaje movido y de carácter fabuloso.

A Temuco arribó el año conmemorativo 1910 para entrar a un vasto liceo, "caserón con salas destartaladas y subterráneos sombríos", que no tardaría en convertirse bajo sus ojos en teatro de maravillas. Sobre todo, lo fascinaba el subterráneo, y acaso por eso, como la lluvia cae sobre su poesía, hay en la primera etapa de su obra esa atmósfera a un tiempo seductora y lúgubre, con juegos a la guerra en la obscuridad, en el silencio, alumbrándose con velas, donde las caras se ven y no se ven, como sus imágenes poéticas, donde las palabras se oyen entrecortadas por espacios largamente sumergidos.  "Todavía conservo en la memoria -escribe, casi a medio siglo de distancia- el olor a humedad, a sitio escondido, a tumba, que emanaba del subterráneo del Liceo de Temuco."

Todas sus reminiscencias de infancia y juventud se hallan unidas a Temuco, ciudad nueva, pareja, de alma eminentemente sórdida: una de las pruebas de la inagotable fantasía creadora del, poeta es que logre recordarla sin maldiciones.  Un capricho paradojal de la suerte hizo que allí cruzaran un instante sus órbitas los dos astros máximos de las letras nacionales, los únicos que hasta hoy giran por el mundo exterior.

"Por esos años llegó como directora del Liceo de Niñas de Temuco -dicen las memorias- una señora alta y mal vestida. Se cuenta que cuando las damas de la localidad le propusieron que se pusiera sombrero -todas lo llevaban entonces-, contestó sonriendo:

"-¿Para qué?  Sería ridículo.  Sería como ponerle sombrero a la cordillera de los Andes.

"Era Gabriela Mistral.  Yo la miraba pasar por las calles de mi pueblo con sus tacos bajos y sus ropones talares y le tenía miedo. Pero cuando, venciendo mi condición huraña, me llevaron a visitarla, la encontré buena moza, y en su rostro tan tostado, en que la sangre india predominaba, como en un bello cántaro araucano, sus dientes blanquísimos se mostraban en una sonrisa plena y generosa que iluminaba la habitación."

La biblioteca del Liceo de Hombres permanecía siempre hermética; pero la del Liceo de Niñas, por mano de Gabriela, proporcionó al niño "esa seria y terrible visión de los novelistas rusos", y por ella Tolstoy, Dostoiewsky, Chejov, entraron en su "más profunda predilección". Habiendo hecho por esa misma época un viaje al sur para ver a Gabriela, recordamos que ella nos sacó de paseo en coche por las orillas del Cautín y nos facilitó un libro inolvidable, "El Camarero", de Chemelev, prodigio de naturalidad y sencillez, virtudes que alcanzan allí su perfección.

Y sumando memoria a memorias, más hacia el sur reconocemos la estampa de aquel gnomo barbudo, patriarcal y benéfico, Augusto Winter, cantor de los cisnes del Budi, con quien navegamos por las aguas del lago a cuyas márgenes vivía, un hombre encantador y sentimental, aunque no sin espíritu positivo. Había instalado una fábrica de alimentos en conserva y uno de sus productos eran "los blancos cisnes de cuello negro de terciopelo que, como decía él mismo, hacía pasar de las latas de sus estrofas a las latas de conserva, sacándoles así doble provecho. Era el señor de Puerto Saavedra. Gracias a él, poseía el pueblo una Biblioteca que proporcionó a Neruda, entremezclados, volúmenes de lbsen, Ponson du Terrail y Vargas Vila, ídolo también de Gabriela en su juventud.

Las inapreciables memorias señalan el primer encuentro del poeta con la crítica. Había aprendido a escribir. Una intensa emoción le dictó ciertas palabras semirrimadas, tan diferentes de su lenguaje diario, que las puso en limpio y no sin ansiedad se las llevó a su padre. El caballero sostenía con la señora una conversación en voz baja. Tomó el papel, lo leyó distraídamente y distraídamente se lo devolvió.

-¿De dónde lo copiaste? -le dijo.

*

No son siempre fáciles las relaciones entre la crítica y el poeta reinante, dice Sainte-Beuve, aludiendo a Hugo. Y no se necesita para cortarlas o suspenderlas el conflicto privado que allí intervino.  Basta la diferencia de una a otra generación, máxime si la ahondan temperamentos y opiniones divergentes.

El temperamento de Neruda, proyectado hacia el porvenir, volvía la espalda a muchas tradiciones que el mío prefería por natural inclinación Y también por esas circunstancias que, según Ortega, componen la mitad del "yo".

Releyendo los comentarios qué, desde cuarenta años atrás, he dedicado a las sucesivas metamorfosis del poeta, empezando por el "Crepusculario" inicial hasta las últimas "Odas Elementales", con "Residencia en la Tierra" al centro, puedo observarlo a él y, en el mismo espejo, ver la trayectoria de esa línea por la cual tantos misterios nos empujan y que nosotros creemos seguir libremente.

Yo amaba con exceso las virtudes clásicas: la claridad, la sencillez, la naturalidad, el orden…

Todos mis artículos denuncian la ansiedad por conquistarlas y por retenerlas. Siempre estaba defendiéndolas como si peligraran.  Creía que fuera de ellas "no hay salvación".

El año 1926 apareció "Anillos". Allí las voces de Pablo Neruda y Tomás Lago se alternan, intercambiando prosas poéticas, pequeños cuadros, efusiones líricas, divagaciones hechas de aire.

"Hay algo sobrecogedor y hasta emocionante -dije el 19 de diciembre de ese año- en estas páginas de dos jóvenes que luchan, ellos solos, criaturas limitadas y débiles, contra la Lógica, contra la Estética, contra lo que significa pasado y tradición. No quieren repetir; sienten náuseas del camino trillado y la palabra vana; buscan desesperadamente por atajos desconocidos una imagen pura, libre, intacta.  Todos los artistas, desde que existe el mundo, han soñado un sueño idéntico; pero éstos, los dos, y la legión innumerable de las nuevas generaciones parecen más violentos en su ruptura; no se resignan, como los demás, a mirar simplemente desde otro ángulo el espectáculo. Intentan cambiar el paisaje, tratan de reducir a polvo la piedra que aquéllos se contentaban con tallar...

"Se salen de la literatura.

"Con elementos pedidos a otras artes, pintan cuadros extraños, suscitan visiones extravagantes, provocan músicas de ritmos desencadenados y vibran en un delirio lírico fuera de lo humano.

"Hay que hacerse otros ojos para mirarlos, otros oídos para oírlos, otra inteligencia y otro corazón para entenderlos y sentir con ellos; sobre todo, hay que experimentar un infinito tedio, una indecible fatiga de cuanto se ha dicho y escrito sobre la tierra.  Entonces, suspensos, podremos leer sin que el cerebro nos estalle…"

Y viene el trozo probatorio, de Neruda:

"Amarillo, fugitivo, el tiempo que degüella las hojas avanza hacia el otro lado de la tierra, pesado, crujidor de hojarascas caídas. Pero antes de irse, trepa por las paredes, se prende a los crespos zarcillos e ilumina las taciturnas enredaderas. Ellas esperan su llegada todo el año, porque él las viste de crespones y de broncerías. Es cuando el otoño se aleja cuando las enredaderas arden, llenas de alegría, invadidas de una última y desesperada resurrección. Tiempo lleno de desesperanza, todo corre hacia la muerte. Entonces tú forjas en las húmedas murallas el correaje sombrío de las trepadoras. Inmóviles arañas azules, cicatrices moradas y amarillas, ensangrecidas medallas, juguetería de los vientos del norte.  Donde ha de ir secando el viento cada bordado, donde ha de ir completando su tarea el agua de las nubes".

Se dirá que era yo bien fácil de asustar entonces.

Es que el "Crepusculario" de 1923 me había hecho concebir otras esperanzas.

Ese pequeño libro y los "Veinte, Poemas de Amor y una Canción Desesperada" pertenecen a la primera etapa de Neruda, la más juvenil y la más triste, todavía nostálgico de viejas armonías, renovadas ya y con un frescor inédito; pero que aún no rompen todos los lazos ni se atreven a precipitarse en el torbellino.

Los últimos escrúpulos que conservaba eran los primeros que yo empezaba a perder.

Esta posición se acentúa al finalizar el comentario:

"Dicen que esto (la confusión premeditada) se hace por receta. Lo mismo le decían a Bernard Shaw. Él contestaba:

"-Bien: apliquen mi receta.

"No hay que "entender" demasiado.  Dejemos por un momento la claridad, el orden, el espíritu de análisis. Recordemos lo que sucedió a M. Bergeret. M. Bergeret, cuenta Anatole France, se entretenía plantando clavos en una pared y sentía un gran placer en ese trabajo. Quiso descubrir su causa, lo consiguió e inmediatamente perdió su placer.

"¿Por qué no podríamos tener otro órgano para leer estas cosas? Hallar una circunvolución virgen y confiarle la literatura nueva. Que el resto de la maquinaria siga funcionando como siempre. Y que cada vez que abramos un libro semejante sea como si aspiráramos un opio sutil, como si empezáramos a dormirnos o no hubiéramos despertado todavía. Abrirle otra puerta al universo, entrarse por campos y regiones inexplorados, navegar más allá de los mares, volar más lejos que el aire…"

Ese mismo año, 1926, a petición de Nascimento, su editor, que ejercía sobre el joven poeta cierto benévolo tutelaje y quería ver al público arrebatarse sus obras, escribió Neruda "El Habitante y su Esperanza", breve y aérea narración que llamó novela y en cuyo prólogo vienen las condenaciones del relato que reprodujimos, tan contradichas por los acontecimientos. Es allí donde el futuro autor de los  "cuandos" y las "odas" declara, como presintiendo su destino: "... prefiero no hacer nada a escribir bailables y diversiones…"

Celebré, como me pareció debido, la hazaña de don Carlos G. Nascimento y dije en su oportunidad, el 26 de septiembre de 1926 [1] : "… ha hecho (Nascimento) que el jefe de la juventud deshumanizada, enemigo personal de la anécdota y la lógica, escriba una especie de relato coherente, cuento largo o novela corta, con asomos de intriga. Es un triunfo". Y más adelante, al describir el libro, notando la distancia que lo separa de sus antecesores, perdidos en la niebla inaccesible, entre partículas de ideas y polvo de confusas imágenes: "Hoy es distinto. El animalillo indómito que huía al bosque, al monte, al risco, cuya silueta ágil se divisaba apenas contra el aire azul, ha consentido en descender y bailar por unos momentos a nuestra vista su danza ingenua, selvática y graciosa... Es un relato. Hay una casa, un hombre, una mujer, hay otro hombre, un amor, un robo, hasta hay una prisión y un asesinato seguido de fuga. Todo ello en silencio, deslizándose, bajo un agua nítida, en medio de los árboles, junto al mar, por los campos nocturnos de la Frontera. Es un relato y no es un relato: mediante toques esenciales, adivinatorios, el poeta sugiere los hechos y cada golpe da tan al justo que parece como si no faltara nada... Con la mayor sencillez, sin perder su aire ausente, dice las cosas externas y las interiores, salta de unas a otras sin ligarlas por nexo visible y de ese modo habla, dibuja, pinta, canta, encanta".

La fiesta, sin embargo, no me pareció total; porque cada lector querría que el autor realizara la obra que él soñaba, y si los poetas son difíciles, tampoco resultan fáciles los críticos. Ambos afrontan dramas parecidos.

Neruda ha planteado nítidamente uno de ellos, tal vez el más trágico, porque envuelve la gran contradicción de la vida y la muerte.  Vamos a ver el pasaje de sus memorias donde lo analiza.

"Uno de mis versos -escribe, aludiendo a "Crepusculario"- pareció desprenderse de aquel libro infantil y hacer su propio camino: es "Farewell", que hasta ahora se sabe de memoria mucha gente por donde voy. En el sitio más inesperado me lo recitaban de memoria o me pedían que yo lo hiciera.  Aunque mucho me molestara, apenas presentado en una reunión, alguna muchacha comenzaba a elevar su voz con aquellos versos obsesionantes y, a veces, Ministros de Estado me recibían cuadrándose militarmente delante de mí y espetándome la primera estrofa.

"Años más tarde, Federico García Lorca, en España, me contaba cómo le pasaba lo mismo con su poema "La Casada Infiel", y la máxima prueba de amistad que podía dar Federico era recordar para uno su popularísima y bella poesía. Hay una alergia para el éxito estático de uno solo de nuestros trabajos.  Este es un sentimiento sano y hasta biológico. Tal imposición de los lectores pretende inmovilizar al poeta en un solo minuto, cuando en verdad la creación es una constante rueda que gira con mayor aprendizaje y conciencia, aunque con menos frescura y espontaneidad."

Un día, tras un cálido elogio de esa obrita maestra, "A Rodar Tierras", las aventuras de una plumilla de cardo volador, le preguntamos a D'Halmar qué edad tenía cuando la escribió; aún vemos la contracción de sus labios al responder:

-Veinticuatro años.

Gabriela hizo más: renegó de "El Ruego", la piedra máxima de su catedral, la más alta aguja de su torre y el más penetrante de sus gritos. "Desolación", la mejor parte de ella, con los archifamosos "Sonetos de la Muerte", acabaron por volvérsela insufribles. ¿Y qué no podría decir Juan Guzmán de su divina "Canción", ese soneto de Arvers de nuestra literatura? Hubo un tiempo en que los lectores de Neruda lo reducían a: "… los marineros besan y se van ... En cada puerto una mujer espera... Una noche se acuestan con la muerte en el lecho del mar".

Es la culpa de los versos "amigos de la memoria", que echan raíces y no se quieren ir.

Un conflicto que es su gloria y su razón de ser.

Porque el hombre escribe para sobrevivir, y busca ese refugio contra la desaparición, se asila contra el olvido en la palabra.

Pues bien, apenas una generación ha transcurrido, si esa palabra se inmortalizó y se detuvo, convertida en estatua, ya otra generación está golpeándola para derribarla, y el mismo autor, exasperado, querría quitársela del camino; porque escrito está que "hay una sola cosa superior a la belleza: es el cambio". Y el que no se renueva perece.

*

Con el amplio y benévolo humorismo del que ha superado las dificultades, rememora Neruda las que encontró para salir en su primer viaje fuera de Chile.  Fue el año 1927, bajo la presidencia de Ibáñez, siendo Ministro de Relaciones.  Ríos Gallardo.  El jefe de la Sección Consular, a quien lo habían recomendado, no solamente le prometió un puesto: se declaró su protector, le dirigía mil elogios, no lo dejaba irse para conversar, asegurándole una y otra vez que el puesto estaba seguro, que para algo ocupaba él la dirección del servicio; pero ¿qué hacerle? ¡No había vacantes! Era preciso esperar. Hasta que providencialmente apareció el amigo Bianchi. Entonces ya no hubo promesas, sino I'embarras du choix y preparar las maletas para Rangún, en el Lejano Oriente.

Tenía veintitrés años.

Allí puede afirmarse que comienzan, simultáneamente, su vida errante y su segunda etapa, la que preside "Residencia en la Tierra", para muchos su obra maestra, sin duda la más extraña y rica, la de más hondas resonancias interiores, construcción o, como sería más propio llamarla, destrucción sombría, de contornos disueltos, donde las frases inacabadas abundan y las imágenes se enredan, en un balbuceo confuso. "He leído en algunos ensayos sobre mis trabajos -dicen las memorias- que mi permanencia en él Extremo Oriente influye en algún sector de mi obra, especialmente en "Residencia en la Tierra". En verdad, mi único trabajo de aquel tiempo fue el de "Residencia en la Tierra"; pero, sin atreverme a declararlo en forma tajante, me parece equivocado eso de la influencia.

"Todo el esoterismo filosófico confrontado con la vida real de los países orientales se revela como un subproducto de la inquietud, de la neurosis, de la desorientación y del oportunismo occidentales; es decir, de la crisis de principios en el capitalismo. Allí mismo, en la India, no había por aquellos años mucho sitio para las contemplaciones del ombligo profundo. Una vida de brutales exigencias materiales, una condición colonial de la más acendrada abyección, miles de muertos cada día, de cólera, de viruela, de fiebres y de hambre, organizaciones feudales desequilibradas por su inmensa población y su pobreza industrial, daban a la vida en todos los sitios una gran ferocidad en la que los reflejos místicos desaparecían."

No cuesta advertir en este párrafo el eco de animosidades políticas y el prejuicio antiburgués, anticapitalista, antioccidental propio del comunismo. Naturalmente, aparecen norteamericanos explotando los núcleos teosóficos y haciendo comercio de la metafísica mediante el Yoga y su Dharma. Pero en seguida vienen, pintorescas, reveladoras, impagables, las anécdotas, sal de los viajes, vestidura de las regiones legendarias por donde se deslizará su existencia.

Ya nos había anticipado un poco de ellas el pequeño volumen, unas setenta páginas, que el año 1947 editó la Sociedad de Escritores, con dos disertaciones bastante elásticas en torno a Quevedo y a Villamediana, que le permiten, para deleite nuestro, vagar y divagar como sin rumbo, cogiendo y escogiendo sus asuntos donde los encuentra, a medida que las asociaciones de ideas los suscitan, sin plan rígido, tal como deben hacerse y como resultan más sabrosos, y también más útiles, los viajes.

Los de Neruda alcanzan desde el primer momento tal colorido exótico que no parece errado eso de la influencia oriental sobre su poesía. Es preciso ponerse en el caso del joven soñador, recién salido de la adolescencia y del horizonte de la calle Maruri, súbitamente trasportado sobre los montes, allende los mares, a las ciudades mágicas, puesto en contacto familiar con sitios de leyenda y gente incomprensible, solicitado por aventuras inesperadas, dueño de sí. ¿No es para sentir que la tierra pierde el equilibrio?  Nunca había sido muy firme la que sus pies pisaban, y todo, en el aire y en el suelo, predisponíalo a las grandes vacilaciones, a una visión tumultuosa de la realidad. Agréguense los raros trajes, el idioma hermético, los ritos misteriosos, las danzas litúrgicas y eróticas entre nombres que vienen desde el principio del mundo alimentando la fantasía. Neruda habla de la filosofía debilitada por el comercio y las exigencias brutales que impedían abstraerse y elevarse. Pero él va sobre ese tapiz abigarrado y no puede sustraerse al espectáculo. En ese mundo diferente, los hechos cotidianos revisten una decoración fantástica. El lo sabe de más y lo explota: escribe con calculada tranquilidad: "Por aquellos años me tocó vivir en Ceylán, junto a Colombo. Viví por largo tiempo solo en una costa despoblada, junto a la desembocadura de un río a donde cada día venían a bañar por las mañanas y las tardes a los hermosos elefantes de la isla.  A veces sólo el punto extremo de la trompa salía del agua como el periscopio de un inmenso submarino animal. Otras veces, semirrecostados y enarbolando las trompas, se vertían con delectación grandes mangueras de agua". No necesita un trasfondo místico para exaltar la fantasía. En Calcuta, el año 29, vio a Gandhi, viejo y flaco, durmiendo a la intemperie, la cabeza sobre una pequeña almohada, mientras "alguien sostenía una sombrilla sobre su sueño ligero, alguien con un abanico refrescaba su descanso", y lo vio salir de ese corto sueño para enfrentarse con Nehru, su rival, apuesto, joven, bien vestido; subió a una tribuna, "la entrepierna blanca, las gafas, la nariz puntiaguda"; declaró que si aprobaban la moción contraria, él dejaría de comer hasta morirse. Sin más disputa, bajó triunfante para emprender otra vez sus ayunos, sus rezos, sus silencios. ¿Y todo eso le parece poco?  Es que con los años el hombre se pone exigente. Todavía hay más. Una de las fiestas del viajar no son tanto los templos, museos y espectáculos sorprendentes: por raros que los paisajes sean, siempre los superan los personajes.

Y ésos no le faltaron ciertamente a Neruda. Además, no da lo mismo ver a Gandhi y oírlo que leer su nombre en un papel. Tampoco resulta igual relatada la novela del californiano ocultista que llegó al Oriente para explotar a Buda y una muchacha que lo creyó el Buda en persona. Se casaron de un modo increíble: "después de la ceremonia religiosa", volvió el novio a su casa sin la novia: allá, desnuda bajo un mosquitero, su mujer legítima agonizaba: se había suicidado y fue preciso al otro día quemar su cadáver junto a un río indiferente, bajo el cielo azul eterno, en unos funerales solitarios. El propio Neruda necesitó huir de una mujer celosa que, tras las gasas del mosquitero, solía despertarlo llevando en una mano una vela y en la otra un "largo cuchillo indígena, paseando por horas alrededor" de su cama, sin decidirse a matarlo, presa de furiosos celos. El opio y las supersticiones combinados impregnan la atmósfera, aventando hasta los últimos átomos de lo que llamamos buen sentido, conducta equilibrada, sentido de la realidad. Uno comprende que llame a su libro "Residencia en la Tierra": es un conjuro contra los sueños.  Ha despertado y se toca para estar cierto de que aún existe, de que su cuerpo pertenece al mundo y sus palabras son verdaderas palabras.

La confusión caótica, el extraño vaivén de las metáforas, las alusiones esotéricas y los pensamientos sibilinos contra los cuales se han estrellado las exégesis y que ni el mismo autor sabría descifrar, venían ciertamente preparándose desde antes del viaje a Birmania; pero es allí donde estallan y toman su oceánica potencia, con un poder de contagio que ha convertido la poesía nerudiana en el foco, radiante del absurdo, en un virus disolvente capaz de propagarse por el idioma y repercutir en otros, como una marca.

Por esa puerta fiscal de un consulado escapó también D'Halmar de Chile, hacia la India mágica y las interminables travesías que lo llevaron a París, ruta de todas partes; a Madrid, a Constantinopla, a El Cairo, a Calcuta. "¿Dónde no estuvo? ¿Dónde estuvo?" Pero el efecto fue diferente, no le llegó a la entraña, no le alteró la lengua como a este otro viajero que la sintió trabársele y balbucear.

Los viajes de Gabriela no la transformaron: rocosa, sólida, impenetrable, atravesaba el mundo con su valle de Elqui alrededor y su estampa imponente de ídolo que se dignaba sonreír. Lo mejor de su obra existía cuando partió rumbo a México... y era inalterable. ¿Quién podía añadir a esa hoguera una chispa?  Los sueños azotaban el costado de su nave, sin sumergirla.  Era un trozo de cordillera errante.

Menos todavía cambiaron los viajes al cantor de Alsino. Los había realizado con fruición dentro del país y ya no era joven cuando emigró. El Viejo Mundo le fue inasimilable; parecíale haberlo recorrido y chocaba contra la realidad, no podía con las piedras milenarias. De los cuatro grandes, Prado es quien más nos pertenece; sus raíces se hundían hondo en nuestra tierra; pese a su aire exótico, a su sorpresa de viajero perenne, nunca sintió ese resorte que expulsaba a los otros y los retenía afuera.

Neruda ha regresado.

Pero tanto va y viene que nunca se sabe a punto fijo si se halla de paso en Moscú o en Isla Negra.

*

"Y ahora, cristianos, vamos a hablar de lo que el ojo no ha visto, de lo que el oído no ha escuchado, de lo que la inteligencia nunca ha podido penetrar. . . " Estas palabras de un sermón de Bossuet sobre el misterio de la Trinidad, a las que habría debido seguir "un religioso silencio", pero que anuncian largas definiciones teológicas, podrían aplicarse a los problemas de la poesía pura que Neruda agitó entre nosotros desde "El Hondero Entusiasta" y la "Tentativa del Hombre Infinito" hasta el libro que los resume todos, el más famoso, y más hondo, "Residencia en la Tierra".

Entre los muchos comentarios que a este aspecto de la poesía nerudiana dedicamos, hay dos que vamos a extractar: uno publicado en "La Nación" el 24 de noviembre de 1935, otro en "El Mercurio" el 29 de agosto de 1943. El primero a propósito de uno de los tomos de "Residencia en la Tierra", edición "Cruz y Raya"; el segundo con motivo de la selección de Aldunate Phillips editada por Nascimento.

Ninguno asume el carácter de una interpretación, ni siquiera de un juicio. Observan, describen, tratan de entender contemplando.

He aquí la posición:

"La psicología moderna repite continuamente una verdad que evitaría muchas discusiones si la tomáramos en cuenta: la multiplicidad del yo. No somos uno solo, sino una sociedad de seres, a veces una sociedad organizada, regida por un poder único, a veces un conjunto flotante de potencias discordes que tienden a la rebelión, como ciertas repúblicas; en todo caso, aglomeraciones de individuos que sólo tienen de común el nombre. Por pereza mental y las exigencias del lenguaje, grandes simplificadores, olvidan estas enseñanzas y trazan una línea recta donde sería preciso seguir sendas entrecruzadas o divergentes. De ahí la condena total de una parte y el desmedido elogio de la otra. El concepto de la unidad antigua, rígidamente canalizada, necesita quebrarse para que coexistan los contrarios y lleguen a comprenderse no sólo dos personas que opinan distinto, sino una sola desacorde consigo misma. . ."

Después de haber revolucionado a la juventud chilena, Neruda estaba conquistando triunfos fuera del país y la discusión en torno suyo ardía.

"Son muchos los lectores que experimentan con sus libros mortal desasosiego. . . Unos lo creen idiota, exceso que los admiradores del vate zanjan fácilmente declarando a su turno idiotas a quienes no lo admiran."

Así era la división: tajante.

El comentario aplica las consecuencias del multiplicado yo, alegando por sus componentes, por las voces que no se hacen oír, por los homínculos privados de luz.

"Hay que soltarles de cuando en cuando las amarras y dejarlos correr al aire libre.

"Es lo que hace el hombre moderno en religión, en política, en sociología, en moral, en el terreno filosófico y artístico... El nudismo, que tan poderosa seducción ejerce sobre cantidades considerables de individuos, por lo demás dignos de respeto, presenta una imagen de esa liberación... Nudistas los hombres de ciencia que niegan la verdad absoluta, los filósofos que tiran la brújula y se confían a la intuición, los políticos que se dejan llevar por las masas a una vaga igualdad, los moralistas que pulverizan principios establecidos, los escépticos sembradores de inquietud, todos los que derriban puertas y abren caminos…"

En suma, cuantos se oponen a la razón raciocinante y quieren romper esa costra positiva, calcárea, protectora, que se vuelve asfixiante.

Alguien dijo que la poesía clásica lo es en la medida justa en que puede olvidarse. 0 sea, cuando no contiene nada tan sobresaliente que un trozo rompa el molde y salte a la memoria. En eso, para mí, la poesía avanzada era al mismo tiempo clásica: su masa uniforme y confusa resbalaba gelatinosamente de las manos.  Imposible sujetar un fragmento.

Leyendo mi crónica de 1935 confesaré que la hallo vacilante: las mismas ideas vuelven y se revuelven, topándose unas con otras, sin la salida.

Tampoco me satisface la de 1943.

Seducido y un poco tiranizado por el espíritu francés, pensaba por aquel tiempo que, fuera de la claridad, la sencillez y el orden, no había salvación. Cuanto se apartaba de esa línea incurría en anatema, sonábame a falso y afectado, no lo podía aceptar. Llegaba hasta admitir cierta demencia siempre que no fuera pomposa ni saliera a gritar.

Había de todas maneras un tira y afloja, cierta incertidumbre, un conflicto que procuré expresar mediante el diálogo.

"-En esto, como en otras cosas, todo es cuestión de fe. Empiece usted por creer que Neruda no ha buscado esas palabras y esas imágenes para llamar la atención, por sorprender y reír del espanto que causan, sino porque realmente las necesitaba para traducirse, para explorar su mundo interno, el cual es así: oscuro, informe, apasionado, extraño y doloroso; y que ha querido sacarlo a luz, no en extracto, purificado, simplificado, en suma, mutilado y deformado, sino íntegro, como lo siente, con su acento único, salvaje, original y completo. Crea usted siquiera un momento en la sinceridad de Neruda y, entonces, le aseguro...

"-¡Ah!, bueno, sí, claro, naturalmente: si empiezo por tener la fe, lo demás me será dado de añadidura: es una cosa muy sabida. Pero, justamente, de lo que se trata es de evitar eso. Si realizo el mismo trabajo con cualquiera y comienzo autosugestionándome, cediendo a la sugestión colectiva, convencido y derrotado previamente, no habrá autor insignificante o nulo que no me parezca genial, esotérico, hermético y cargado de sublimes intenciones. Es como si en una batalla empiezo por cederle al enemigo las posiciones y entregarle el armamento.

"-Ahí está su error. No se trata de una batalla ni hay al frente enemigo, sino un buen amigo.  Puedo volverle su argumento al revés: comience por creer que "La Divina Comedia" y el "Quijote" son mixtificaciones absurdas, historias pueriles para burlarse, y es seguro que no le llegará nada o casi nada del mensaje soberano de los tercetos o la poesía trascendental de Cervantes.

"-Adoptemos, entonces, un punto de vista ecuánime, tengamos la cabeza tranquila y el juicio sereno, sin perder el sentido común ni adelantar opiniones, como lo hace en toda materia una persona prudente que no desea engañarse.

"-Tampoco. Esa disposición no sirve en poesía y, menos, en una poesía nueva. Servirá para un libro de historia, un documento notarial, un tratado de filosofía, un texto científico, una demostración matemática, no para cuestiones de pura sensibilidad en que se usan, como instrumentos, la fantasía, la imagen, el ritmo. No olvide usted que el poeta está más cerca del pintor o el músico que del pensador o el sabio, que su obra pertenece al ensueño, a la intuición, no a la razón raciocinante; se necesita aguzar el oído, sintonizar el espíritu, coger la onda.

"-O sea, deponer la inteligencia, abdicar de la crítica y sumergirse sin lámpara en las tinieblas exteriores. Perdón, temería dar en el manicomio.

"-¿Y usted cree que toda la gente es cuerda, enteramente cuerda, y que los que parecen cuerdos son a todas horas y en todos los sitios cuerdos de verdad? Pues tome usted al burgués más tranquilo y más impasible, a un funcionario público que va puntualmente cada día a su trabajo y déjelo unos momentos solitario, pensando. ¡Qué sorpresas le va a dar si se asoma a su cerebro! Cada monólogo interior constituye las más de las veces un puro delirio. La necesidad de delirar existe. No lo digo del hombre que acaba de beber o del que ama con pasión, o del que ha dormido y está soñando. Lo digo del ser normal, del equilibrado que está en su escritorio, ocioso, fumando. ¡Cuántos desvaríos, qué de ideas grandiosas, proyectos quiméricos, esperanzas absurdas o simples divagaciones inconexas! Todo eso forma una parte inmensa de la vida humana, una parte que acaso cubre mayor espacio que la otra. ¿No ha de tener derecho a una representación visible, estará siempre condenada al silencio?

"-Sí.  Por una razón sencilla: porque todo ese mundo llamado de la subconsciencia entraña el elemento primitivo y caótico de la naturaleza humana y todos los esfuerzos de la inteligencia, de la civilización y la cultura consisten, precisamente, en sofocarlo, domeñarlo y eliminarlo para que imperen la claridad y el orden, la verdad y la belleza. Fuera del bien; porque la bondad no es sino la sumisión de los instintos salvajes a reglas sociales dictadas en beneficio del prójimo. Allá, en ese fondo obscuro, están las fieras sanguinarias y feroces que, si usted las suelta, destruirán el trabajo de siglos y el hombre volverá a empezar, como vuelve a criar malezas y sabandijas el campo abandonado.

"-Usted se sale de la cuestión, le aplica un criterio que no le viene. Estamos hablando de arte, de poesía, es decir, de sensibilidad. La civilización hace avanzar, evidentemente, al hombre, en materia científica: ahí las enseñanzas y los descubrimientos positivos van acumulándose y se suman. El progreso moral, mucho más lento y hasta discutible, sujeto a espantosas regresiones, también existe. En materia de sensibilidad, no. Aquí ocurre al revés, porque el hábito ciega los sentidos, los entorpece y empareja nuestra visión del mundo. Por eso no se puede hablar de "progreso" artístico, sino de "renovación", de vuelta a empezar. No aplique usted su mentalidad científica a este asunto, porque jamás entenderá nada.  Tampoco emplee su mentalidad moral, porque va a comprender menos. Proceda con sentido estético: entonces verá claramente. La cultura forma sobre la sensibilidad una especie de capa, lo mismo que las ciudades, con sus pavimentos y sus edificios, forman sobre la tierra una costra que la hace habitable pero estéril, inteligible pero muerta.

"-¿Así que yo para entender a Neruda y saborearlo tendría que volverme loco, niño o salvaje? ¿Eso es lo que usted me quiere decir?

"-Eso, justamente. Dentro del mundo de las imágenes y la sensibilidad, los salvajes, los niños y los locos saben más, mucho más que el hombre civilizado, y por eso usted encontrará a cada paso grandes pintores, músicos excelsos y poetas divinos que parecen estúpidos; y que lo son en la vida ordinaria; que no sirven ni para la filosofía, ni para las ciencias, ni para la política, ni para los negocios; en una palabra, que no sirven para nada. La historia está llena de esos ejemplos.

"-Son, entonces, inútiles, despreciables. No creía que fuera a darme hasta ese punto la razón.

"-Sirven para lo que sirven: para renovar la sensibilidad, es decir, el mundo; para hacer que de nuevo lo veamos y escuchemos, nos cause admiración y pasmo. ¿Le parece poco? La inteligencia, con sus teorías, con sus ideas generales, con sus sistemas y fórmulas, cristaliza el universo, aísla al hombre y, en el fondo, lo mata. Los poetas son los encargados de resucitarlo mediante la creación de nuevas metáforas, de nuevas relaciones entre lo visible y lo invisible; lo que exige destruir previamente y exterminar las metáforas viejas, las asociaciones gastadas, los placeres desvanecidos.

"-Pero ha habido grandes poetas y siglos de oro que no derribaron nada, sino, al revés, se inspiraron en el pasado, construyeron siguiendo la línea tradicional.

"-Es que no eran poetas ni siglos de edades revolucionarias; el mundo no había cambiado, continuaba con ligeras desviaciones la misma senda. Por eso los poetas creían innecesario variar. Vea usted en cambio lo que ocurre con la Revolución Francesa y los trastornos del romanticismo, contra el cual se lanzaron las mismas piedras que arroja ahora usted contra los vanguardistas.

"-¡No tanto! Jamás...

"-A usted le parece, porque está habituado; pero revise las polémicas de entonces. Además, los cambios que ahora se experimentan en todo sentido son muchísimo más hondos y van más rápidos que cuanto entonces podía imaginarse. Los poetas siguen el ritmo de la época. Es lógico.

"-Pero usted habla de una vuelta a la naturaleza, a la infancia, a lo primitivo, y sucede que Neruda es lo más artificioso y artificial, lo más obscuro y retorcido, lo más hermético. Sus poemas necesitan clave como los jeroglíficos. Nunca, al menos en los últimos, da la impresión de sencillez, de frescura y abandono de los clásicos eternos.

"-Otra ilusión de usted. Los clásicos le parecen clásicos porque está acostumbrado a ellos. En su tiempo, innovaron. No serían clásicos si no la hubieran hecho. Neruda le resulta difícil y tenebroso porque le falta a usted el hábito de leerlo. Y esto es lo que prueba su efectiva novedad. Ocurre como en los milagros. Un milagro es una cosa que ordinariamente no sucede: basta que suceda de ordinario para que, perdiendo su carácter milagroso, se vuelva hecho real. Un hombre está a la orilla de un río y le pide fósforos para encender su cigarrillo a otro que está en la otra orilla. Saca éste su cajetilla, estira el brazo y, alargándolo por encima del agua, le pasa el fósforo encendido. Como esto no ocurre nunca, si ocurriera sería un milagro. Pero si ocurriera a menudo, dejaría de ser milagro y se diría que es una propiedad que tienen los brazos de estirarse por encima de los ríos cuando…

"-Faltaría saber si Neruda puede estirar tanto el brazo y mantener la cerilla encendida...

"-¿Y no le llama la atención el incendio que ha provocado en las juventudes americanas? ¿No ha visto las ediciones de sus libros? En éste viene la fotografía de una casa que compró en la costa: la pagó con versos. Una casa de piedra, bien positiva y bien poética. Como éxito, no creo que pueda discutirse.

"-Consagración de capillas, consigna política, cenáculos internacionales, epidemia mental colectiva, contagio... Todo eso pasará.

"-Cuidado.  Esas cosas y otras peores se decían cuando aparecieron otros revolucionarios que se llamaban Rimbaud y Mallarmé, Cézanne y Gauguin, Wagner y Stravinsky. Usted está repitiendo la historia.

"-Dejémonos de historias: la poesía es una cosa bella, una cosa que agrada, que produce placer.  Neruda hace lo contrario: emplea el "feísmo" y también el "asquerosismo".  A mí no me causa placer alguno. Por el contrario, me repugna, me disgusta, me incomoda.

"-Aquí vamos a ponernos por fin de acuerdo; porque a mí me sucede exactamente igual, pero al revés: me gusta muchísimo, me produce un placer enorme y se lo agradezco tanto más cuanto que los poetas habían empezado a dejar de gustarme, a punto de que pensaba que la poesía ya no me gustaba.

"-Si usted sufre la anormalidad de que no le gusten o hayan dejado de gustarle los grandes poetas, los consagrados, y en cambio le gusta más que todos Pablo Neruda, eso no lo autoriza para declarar a éste gran poeta, supongo.

"-Y si usted padece la anomalía de que le disguste el ídolo de las juventudes, un poeta estudiado con reverencia por maestros insignes, tan influyente sobre las nuevas generaciones que todas se hallan más o menos teñidas de su color personal y muchos confiesan que sin él no serían lo que son, eso tampoco, supongo, lo autoriza a usted para excluirlo de la verdadera poesía y declararlo una especie de monstruo.

"-La verdadera poesía es "una alegría para siempre".

"-Sí; pero no "desde siempre"…"

*

Único entre los poetas y autores chilenos, Neruda ha poseído hasta un grado increíble la facultad de transformarse: casi no se ve nexo entre las distintas personalidades que sucesivamente ha encarnado.

Señalamos la primera, tan pura, de "Crepusculario". Vimos la segunda, caótica, resonante de extrañas músicas, revuelta de visiones desencadenadas, sombría como un túnel, que culmina en "Residencia en la Tierra", su obra máxima.

De pronto, sin previos clarines, descuidadas de toda ceremonia, ligeras, sonrientes, burlonas, comienzan a salir las "Odas Elementales". El poeta, abandonando los tonos melancólicos y las vestiduras un tanto lúgubres, sale a danzar como si descubriera el mundo, lo canta todo: el aire, el agua, el pasto, las cosas, las personas, un clavo, un martillo, una mariposa. Lo que venga, lo que caiga. Y con tanta alegría y soltura de cuerpo como si nunca hubiera hecho otra cosa o como si, preso de invisibles potencias, hubiera estado esperando la hora de liberarse para salir a correr.

Gran triunfo de los que lamentaban su obscuridad.

Ahora todo pasa a plena luz y lo que pasa es un torrente.

Porque en eso también abandona Neruda la tradición chilena: nuestros poetas no son abundantes. Salvo un majadero que hace mil años está majadereando, siempre igual, la mayoría exhibe una gran continencia. Alguno, tras un solo, espléndido volumen, aguardó la vida entera para dar el otro. Y éste no añadió sino dos o tres notas diferentes al primero.

Se han dado muchas explicaciones; se ha dicho que la raza es sobria, que también lo es la cordillera. ¿De dónde iban a sacar imaginación los vascos? Por eso hemos escrito tantas historias. No necesitan fantasía. Los indígenas carecían de dioses, sólo tenían demonios, y aun no asimilan el vocablo "belleza". En fin, las teorías no faltan.

No podían tampoco faltar los que le reprocharan al poeta su metamorfosis, advirtiéndole que por ahí se iba a la prosa, que ya estaba pisando terreno prohibido, enterrando los pies.

Él ha continuado avanzando más y más, se ha atrevido hasta el "Estravagario", libro para aturdir a los que, se rieron de las "Odas".

¿Lo habrá leído Ricardo Paseyro?

Es uno de los grandes adversarios de Pablo Neruda, tal vez su enemigo número uno. Procura reducirlo a la nada, se burla de sus palabras, se niega a entender sus bromas. Rápido, inteligente, buen escritor, ex militante del Partido Comunista, parece que buen poeta, el año 1958 publicó en México (Asociación Mexicana por la Libertad de la Cultura) un folleto de setenta páginas que contiene: a) una diatriba formidable, maciza, exterminadora, contra Neruda; b) la réplica, mitad de acuerdo, que le dio nuestro Arturo Torres Rioseco, y c) las dos páginas terribles, no desacertados, en parte inocentes, que Juan Ramón Jiménez dedicó a Neruda.

Sea efecto del tono vivo y la argumentación falaz o por las partículas de razón que en la diatriba andan dispersas, no puede uno sustraerse, mientras está leyendo, a la impresión de que Paseyro está en lo cierto y suscribe el repudio total de la poesía nerudiana.

Después encuentra que es demasiado.  Paseyro exagera.

"Veamos la seudoimagen -dice, pág. 39-, la seudoidea nerudiana. "Jueves,/soy tu novio". (Dejemos aparte la trivialidad de la expresión, que no nos mueve estéticamente.) Ninguna probabilidad de verdad y menos de convicción ante los otros en la relación que Neruda pretende establecer con el jueves. Alguien podría representarse plásticamente, idealmente, a Neruda (hombre) novio del jueves (masculino), amándole con amor de novio? No puede ser ésa una relación factible.

"Nexo gratuito, pues, en absoluto irracional, insustantivo; desorbitado, la libertad del poeta se despeña en vaniloquio de niños o de mentecatos. Decir: "Jueves…,/ yo te amo,/ soy tu novio", decir: soy el novio del jueves, pertenece al grupo de fases tales como "yo soy Napoleón": nada que ver con la poesía y mucho con la clínica."

Peligrosa manera de aplicar esa lógica a la poesía, sobre todo la poesía ultramoderna. ¿Qué dirá entonces de Vicente Huidobro? Sin embargo, lo adora. Pasemos...

Donde ya no cabe "pasar" así no más es en el capítulo comunista.

De "los cuatro grandes", ninguno como Neruda cae tan indefenso en la red política. D'Halmar perteneció a la izquierda, pero dentro de su dominio que eran las palabras, en el terreno de las imágenes; el amor al pueblo le sirvió para hacer bellas frases, no sin oculto significado. Pedro Prado, terrateniente, tradicional, de familias coloniales, tan establecido y acomodado, parece que hubiera debido resistir más; pero la sugestión colectiva es potente y sólo en parte y a medias se libró. Cuando don Valentín Brandau      quiso echar las bases de una inmensa asociación anticomunista, una de las primeras sorpresas que disiparon su sueño fue la frialdad evasiva de Prado. No quería ser "anti" por principio. Y luego, además, por otro lado, no podía negarse, había que pensar… Total: cero. La actitud de Gabriela podría definirse como una fascinación aterrada. Veía comunistas por todas partes, les suponía talentos sobrenaturales, bajaba la voz para relatar sus hazañas. El Partido cambiaba a las gentes, les transformaba el modo de hablar, de mirar; los indiscretos se volvían hieráticos, los habladores no soltaban palabra. Uno la sentía en el aire, próxima a caer. Y esto no sólo al último. Recuerdo una carta, allá por los años 30 ó 31, en que clama por un puesto para Neruda, pobrísimo entonces y amenazado de entregarse al "sueldo de Rusia", que es lo peor. Fue bajo la presidencia de Montero, cuando don Carlos Balmaceda era Ministro de Relaciones y subsecretario Alfonso Bulnes. Obtuvo o recuperó Neruda un cargo en el servicio consular; pero eso nada impidió, porque "nadie escapa a su destino".

Más grave que esa desgracia de haberse entregado Neruda al comunismo hallo lo que Paseyro afirma: que Neruda no era para eso, que no tiene pasta de militante político. Gran verdad. El uniforme le queda corto. Se resigna, lo viste y habla, perora, acude, se deja elegir, representa su papel. ¡Qué descanso cuando tira todo eso, se saca los zapatos, se saca los calcetines, se marcha completamente desnudo a una playa con su verdadero amor, con sus amores verdaderos, que son innumerables, desde el insecto hasta la mujer, pasando por los menudos granos de arena vistos al sol. Ahí se le ve a sus anchas. Nació para gozar, no para batirse, para tomar su deleite e invitarnos, para a alegrarnos la vida, haciéndola más bella. Por eso sus otras voces suenan falsas y el que tiene oído percibe el esfuerzo, nota la actitud y, si lo ama, se duele.

Más confidencial que sus memorias, más íntimo y abierto, "Estravagario", libro audaz, lo confirma.

Ahí está él.

Ya conquistó el mundo y posee cuanto, por un lado u otro, anhelan todos: poder, bienestar, gloria, honores, una casa aquí, otra allá, otra más allá; juguetes, colecciones, cuadros, guitarras, trajes, viajes, pasaportes; todo gracias a unos versos y unos discursos, con mezcla de proletariado.

Oigámoslo sonreír de símismo. Se da hasta ese lujo.

Hemos crecido tanto que ahora
no saludamos al vecino
y tantas mujeres nos aman
que no sabemos cómo hacerlo.
¡Qué ropas hermosas llevamos!
¡Y qué importantes opiniones!

¿Cabe mayor sinceridad? Fuera la máscara, abajo el disfraz. Podemos decirlo todo y hacer la danza sobre el pedestal. Hable Paseyro de su incultura, de que no le importan las civilizaciones y que su concepto de la poesía peca de salvajismo. Él dirá más. Después de tanto darle vuelta al mundo, le dice adiós a la Ciudad Luz, al amado París, a la ciudad por excelencia seductora, sabia, amable y capital; no hay ninguna como ella en el orbe; allí están todos los libreros y todas las mujeres, están el arte y la belleza, el placer, la ensoñación y el vino.

Qué hermoso el Sena, río abundante
con sus árboles cenicientos,
con sus torres y sus agujas.
Y yo ¿qué vengo a hacer aquí?
Todo es más bello que una rosa,
una rosa descabellada,
una rosa desfalleciente
..........………………………….
No hay tarde más dulce en el mundo.
Todo se recogió a tiempo,
el color brusco, el vago grito,
se quedó sólo en la neblina
y la luz envuelta en los árboles
se puso su vestido verde.
..........................………………..
Y yo ¿qué vengo a hacer aquí?
¿Cómo llegué por estos lados?

Tengo amigos que han llorado al abandonar París. Francia les gustaba más que Chile, parece que descubrían su aire y respiraban mejor, habrían querido quedarse allá para siempre. Algunos lo hicieron y están perdidos en viejas tumbas. A otros los cogió el embrujo de Italia y aquí son perpetuos desterrados. Los hay enamorados de Nueva York, donde Gabriela prefirió morir, aunque la llamaba "la horrible ciudad". Vicente Huidobro escribía en francés, como Victoria Ocampo, como Mariana Cox: no les convenía el castellano, necesitaron reaprenderlo. Raspándoles la epidermis, perdían su nacionalidad, aparecía el extranjero. Francisco Contreras, Leonardo Pena, se marcharon para no volver. Tal vez nos recordaban; pero sus pies no se movían. Blest Gana esperó hasta los noventa años. Todavía no ha regresado.

No así Neruda.

Aquellos perros de Calcuta
que ondulaban y que sonaban
todo el día como campanas,
y en Durango, ¿qué anduve haciendo?
¿Para qué me casé en Batavia?
Fui caballero sin castillo,
improcedente pasajero,
persona sin ropa y sin oro,
idiota puro y errante.
¿Qué anduve buscando en Toledo,
en esa pútrida huesera
que tiene sólo cascarones
con fantasmas de medio pelo?
¿Por qué viví en Rangoon de Birmania,
la capital excrementicia
de mis navegantes dolores?
Y que me digan los que saben
qué se me perdió en Veracruz,
por qué estuve cincuenta veces
refregándome y maldiciendo
en esa tutelar estufa
de borrachos y de jazmines.
También estuve en Capri, amando
como los sultanes caídos;
mi corazón reconstruyó
sus camas y sus carreteras;
pero, la verdad, ¿por qué allí?
¿Qué tengo que ver con las islas?
Recuerdo días de Colombo
excesivamente fragantes,
embriagadoramente rojos.
Se perdieron aquellos días
y en el fondo de mi memoria
llueve la lluvia de Carahue.
¿Por qué, por qué tantos caminos,
tantas ciudadelas hostiles?
¿Qué saqué de tantos mercados?
¿Cuál es la flor que yo buscaba?
¿Por qué me moví de mi silla
y me vestí de tempestuoso?
Nadie lo sabe ni lo ignora:
es lo que le pasa a todo el mundo;
se mueve la sombra en la tierra
y el alma del hombre es de sombra,
por eso se mueve.

La lluvia, las lluvias del sur, la lluvia de Temuco, la lluvia de Carahue, los interminables aguaceros que acompañaron su infancia lo obsesionan, no puede sacudirse esa agua caída sobre tantos años de los que no se olvidan hasta la muerte. Traicionando lecturas clandestinas de una revista famosa y malquerida, declara que la lluvia ha sido su "personaje inolvidable". "La gran lluvia austral que cae como una catarata del Polo, desde los cielos del Cabo de Hornos hasta la Frontera. En esta Frontera o Far West de mi patria nací a la vida, a la tierra, a la poesía y a la lluvia.

"Por mucho que he caminado me parece que se ha perdido ese arte de llover que se ejercía como un poder terrible y sutil en mi Araucanía natal. Llovía meses enteros, años enteros. La lluvia caía en hilos como largas agujas de vidrio que se rompían en los techos o llegaban en olas trasparentes contra las ventanas, y cada casa era una nave que difícilmente llegaba a puerto en aquel océano de lluvia."

Ya la habíamos escuchado caer en "el piano de mí infancia". Aquí suena aún más torrencial, más decisiva: no reconoce influencia superior. Tal como en la página citada de "Viajes", en las memorias aparece tiernamente la figura de su padre, el conductor de trenes:

Aunque murió hace tantos años
por allí debe andar mi padre
con el poncho lleno de gotas
y la barba color de cuero.
La barba color de cebada
que recorría los ramales,
el corazón del aguacero,
y que alguien se mida conmigo
a tener padre tan errante,
a tener padre tan llovido.
..........…………………............
mi padre no perdía el tiempo:
sobre el invierno establecía
el sol de sus ferrocarriles.
Yo perdí la lluvia y el viento
¿y qué he ganado?, me pregunto.
La lluvia ya no me conoce.

Pocos amantes hablan de su amada como Neruda de la lluvia. Mas no siempre sus reminiscencias de la tierra natal son tan amables. Hay la casa, la mujer, los amigos, los enemigos; hay los ojos, los terribles; existen las lenguas agudas y largas…

Cómo cuesta en este planeta
amarnos con tranquilidad:
todo el mundo mira las sábanas,
todos molestan a tu amor.
Y se cuentan cosas terribles
de un hombre y una mujer
que después de muchos trajines
y muchas consideraciones,
hacen algo insustituible,
se acuestan en una sola cama.

Comprende que no ganará nada con versificar el caso. Al contrario. ¡Qué cuadro para los ojos indiscretos, qué manjar para las malas lenguas! Pero los placeres son complicados y uno de sus condimentos lo pone esta lamentación. El poeta dijo de su juventud: "Fui solo como un túnel". Pero ahora el túnel pasa lleno de gente, lo ocupan vagones con pasajeros que no se van nunca. Es un gran entretenimiento. No podemos vivir sin compañía, hay que comer con invitados y alimentar las bocas encomiásticas; así se van los pensamientos tristes, se olvidan las malas jornadas.

Pero..., ¡ay!, que el verso tiene su reverso.

Todos golpeaban a la puerta
y se llevaban algo mío,
eran gente desconocida
que yo conocía muchísimo,
eran amigos enemigos
que esperaban desconocerme.
Abrí cajones, llené platos,
destapé versos y botellas:
ellos masticaban con furia
en un comedor descubierto.
Registraban con gran cuidado
los rincones buscando cosas,
yo los encontré durmiendo
varios meses entre mis libros,
mandaban a la cocinera,
caminaban en mis asuntos.

Pienso en Ricardo Paseyro al leer éstas ¿las llamaremos estrofas? calculadas para darle razón. Paseyro sujetaba el aliento al repetir en la "Oda a la Poesía": "… tanto anduve contigo/ que te perdí el respeto". Comenta: "Y no se le quema la mano; la mano sigue, infatigablemente, escribiendo cosas que llama poemas..."

Pero continuemos la "estravagaria" confidencia:

Pero cuando me atormentaron
las brasas de un amor misterioso,
cuando por amor y piedad
padecí dormido y despierto,
la caravana se rompió,
se mudaron con sus camellos.
Se juntaron a maldecirme.
Estos pintorescamente puros
se solazaron, reunidos,
buscando medios con afán
para matarme de algún modo;
el puñal propuso una dama,
el cañón prefirió un valiente,
pero con nocturno entusiasmo
se decidieron por la lengua.
Con intensidad trabajaron,
con ojos, con boca y con manos.
¿Quién era yo, quién era ella?
¿Con qué derecho, y cuándo y cómo?

En esta crónica de puertas adentro vamos a verlo enfermar y temerle a la muerte. Tal como se esparcieron hasta oídos distantes sus disensiones domésticas y el cisma de las amistades, corrió la noticia de su sentencia. D'Halmar, Gabriela murieron de cáncer. ¿Iba a tocarle a él ahora? Por un momento lo creyó.

Ahora va de veras dijo
la Muerte y a mí me parece
que me miraba, me miraba.
Esto pasaba en hospitales,
en corredores agobiados
y el médico me averiguaba
con pupilas de periscopio.
Entró su cabeza en mi boca,
me  rasguñaba la laringe:
allí tal vez había caído
una semilla de la muerte.

Su reacción es netamente infantil, de niño miedoso; y no la disimula: se niega a irse de este mundo, rehúsa la salvación, odia el reposo eterno.

En un principio me hice humo
para que la cenicienta
pasara sin reconocerme.
Me hice el tonto, me hice el delgado,
me hice el sencillo, el trasparente:
sólo quería ser ciclista
y correr donde no estuviera.

Cuando las fuerzas vuelven, pasado el primer susto, resucita, ensaya otros medios.

Luego la ira me invadió
y dije, Muerte, hija de puta,
¿hasta cuándo nos interrumpes?
¿No te basta con tantos huesos? 
Voy a decirte lo que pienso:
no discriminas, eres sorda
e inaceptablemente estúpida.
¿Por qué pareces indagarme?
¿Qué te pasa con mi esqueleto?

Neruda es antimetafísico, no lo atraen las vaguedades consoladoras en que se mecieron D'Halmar, Gabriela, Prado, siempre intranquilos, pensando, investigando. Tentólo un día la curiosidad y buscó a los sabios sacerdotes, los acechó cuando salían. Se aburrieron con sus preguntas. Ellos tampoco sabían mucho, eran sólo administradores. En la India, junto al río sagrado, interrogó a los enterradores.

Cuando llegó mi oportunidad
les largué unas cuantas preguntas,
ellos me ofrecieron quemarme:
era todo lo que sabían.

No le interesan las cuestiones religiosas, no las discute, no se mezcla en ellas. Tampoco las canta. En el terreno político, no podía darse el lujo de callar. Necesitaba mezclar su voz a las demás voces, doblar la rodilla, batir el incienso y rezar el rosario laudatorio. Le consta como a nadie la vanidad de esos discursos; pero se trata del repartidor de dones, del monarca que lleva su corona en los pies, y es preciso besárselos.  Hubo que inspirarse en González Videla, en Pedregal. "El pueblo le llama Gabriel"... "Vamos todos con Pedregal". Después, llegó la hora de maldecirlos. Necesitó entonarle himnos a Stalin y celebrar sus bigotes. ¿Qué no le dijo, qué no le inventó? Más tarde, el desmentido, la marcha atrás, balbuceos, silencio. "Inclina la cabeza, fiero sicambro, quema lo que has adorado…"


*

Largo es el tiempo transcurrido desde aquel lejano 1923 en que un muchachito melancólico asomó al balcón volado de mi oficina para contarme que su libro, su primer libro, aguardaba, prisionero de los infieles, una oportuna liberación.

La vieja morada semicolonial ha mucho tiempo que ha desaparecido. Unos tras otros murieron, alguno dramáticamente, los funcionarios de aquella repartición administrativa. La oficina misma, transformada, se ha convertido en una inmensa máquina de orden burocrático, imponente a la vista.

El adolescente, delgado y triste, de aquella época es hoy un personaje gordo y optimista, opulento e importante, capaz de preocupar al mundo y que lo recorre, cuando le place, sin preocupaciones.

Así va, dando vueltas, la rueda del azar.

Y no deja de maravillarme, a veces, verme todavía, en el mismo punto, en la misma ventana de observación, declarando como testigo de acontecimientos que ya sólo algunas memorias conservan, próximo ya, sin duda, al momento de cerrarla.

La trayectoria de Pablo Neruda lo separó naturalmente de la mía, aunque siempre seguí con interés su órbita, desde la distancia. Recibía, a veces, cartas, breves cartas suyas, desde Birmania, desde Madrid, y sabía de sus luchas y sus triunfos, miraba extenderse su influjo y agrandarse el eco de sus palabras. Otros me contaban de su existencia esos detalles que circulan alrededor de las celebridades, sus ediciones raras, en veinte idiomas, sus residencias fastuosas, pobladas de rarezas escogidas, una casa con cascada al pie de un cerro, otra cerca del mar, a la que acudían los fieles como a un santuario, otra más alta aún, sobre amplio panorama, dominando el horizonte, todas camino de ser con los años museos y capillas, como su biblioteca, como sus caracoles.

El poeta, en verdad, ha sabido administrarse.

La última vez que lo vi fue en el ascensor de una clínica: íbamos a visitar a un escritor moribundo. Me presentó ceremoniosamente a su acompañante Miguel Ángel Asturias. No podía ser menos. Vestía un suntuoso abrigo y me quedó la impresión de haberme acercado a una potencia financiera, a un banquero poderoso, a uno de esos magnates que lo hacen a uno sentirse pequeñito.

Dirigente de un partido mundial, avasallador, establecido, al mismo tiempo, sólidamente, en la burguesía capitalista, que ese partido se propone destruir, ni el presente ni el futuro amenazan la posición de Neruda, situado en una línea que se puede considerar privilegiada.

Pero dejemos eso.

¿Qué es, qué entraña, qué significa el fenómeno Pablo Neruda y cómo podría definirse su valor literario?

Ricardo Paseyro afirma con vehemencia que no es nadie, casi nadie, que apenas existe. Lo considero exagerado. Menos vehemente, Juan Ramón Jiménez lo consideraba un gran mal poeta.

Yo los rectificaría diciendo que es un gran poeta de una mala época.

Son, por lo demás, estas afirmaciones secretos que se guarda el porvenir.

Hay algo, no obstante, en la incertidumbre del juicio contemporáneo, un aspecto de Pablo Neruda, como creador, que me impresiona particularmente y creo difícil discutir. Es la renovación que ha operado en las imágenes y las palabras. Son bastante raras las unas, sobre todo en su segunda época, y ha sido necesario acostumbrarse a ellas para aceptarlas y, aún, entenderlas. Lo advirtió Amado Alonso. Pero nunca ha buscado ni rebuscado sus vocablos, que son los más corrientes, los que usa todo el mundo cada día. La magia está en su colocación y el arte insensible, milagroso, espontáneo, con que los renueva, alterándolos apenas.

Eso lo hallo digno de la observación máxima.

Ahí se encuentra su piedra de toque.

Las palabras son el átomo primitivo, la célula inicial, el instrumento de trabajo del escritor. Por ellas se le conoce y siente, ahí comienza y concluye su mensaje.

Sostiene Proust, adelantándose a su tiempo, que no servirán de nada al hombre las visitas a otros planetas ni los viajes cósmicos, porque siempre llevará consigo las mismas pupilas y verá, en consecuencia, lo mismo que en la tierra. Nada de eso cambia efectivamente sus visiones. La realidad no se transforma ni abre caminos diferentes sino cuando un grande artista surge y logra descubrir lo que todos miraban sin verlo, cuando, mediante ciertas palabras, ligeramente sacadas de su sentido rutinario, rompen la costra de los hábitos mentales y liberan la imaginación, ensanchan la sensibilidad.

He ahí la auténtica creación.

El mundo vuelve a ser creado cada vez que un nuevo artista aparece, bastante original y fuerte para imponer su estilo.

Que Pablo Neruda lo ha logrado es un hecho incontrovertible hasta para sus negadores más obstinados. Llámesele epidemia, ola de sugestión colectiva, contagio imitativo, como se quiera: ahí está. Algo había latente en las palabras, es decir, en los seres, en las cosas, en el espíritu, en la materia, sólo accesibles al conocimiento racional por mediación de las palabras, algo oculto palpitaba que, en cuanto él tocó unos resortes, ha salido a luz.

Se puede escribir de otra manera que Neruda después de él; pero no se puede escribir como antes de él. Los demás golpeaban, a veces con furia, a una determinada puerta. El la abrió. Y ya no cabe cerrarla.


PARA UN EPISTOLARIO

DE PABLO NERUDA

Como alta figura dirigente del Partido Comunista, Pablo Neruda me parece funesto para Chile y debería ser para mí objeto de horror.

Pero la lógica no gobierna nuestros actos y, menos aún, nuestros sentimientos. El placer, ese "aumento de vida", la felicidad que produce una sola impresión de belleza imborrable bastan a menudo para desequilibrar las más graves balanzas. Además, hay otra cosa. He atacado por la prensa de una manera "un tanto feroz" a Pablo Neruda, particularmente cuando cumplió cincuenta años. El nunca replicó en el mismo tono. Por el contrario, aprovechando una ocasión solemne, recordó nuestra antigua amistad.  Eso es generoso. No todos reconocen y agradecen un pequeño servicio, por muy oportuno que fuera, después que sobre él han pasado tantas aguas de tantos ríos.

Creo interesante reproducir las antiguas cartas suyas que milagrosamente he hallado entre miles de papeles. Con una de ellas me envía los originales, corregidos, de "Farewell".

Alone:

González Vera me dice que Ud. quiere publicar algo mío en "Zig-Zag". Gracias. Ahora le envío cuatro poemas. Tres se los mando a Ud. para que Ud. los lea, sólo para eso. El otro, que se llama Vaso de Amor, es el que deseo que se publique. Es una razón de amor propio, porque el Sr. Carlos Acuña no quiso publicarlos y nada mío saldrá en la revista, por mi voluntad, antes de que salgan en ella esos versos.

Favor, Alone, de contestarme si ha recibido esto y qué le parece. Son de mi libro Poemas de una mujer y de un hombre.

Como parto mañana a Puerto Saavedra, espero allá su carta.

PABLO NERUDA

Temuco 5 de Febrero.


* * *

Alone: tuvo usted bellas frases en esa defensa mía de la poesía. Estoy alegre de eso, más aún porque el caballero que le escribió -el Sr.  Behnke- es de aquí y me molesta por eso. Aquí ha escrito en los diarios locales. Con cierto aire de desprecio me trata de genio divino y otras cosas así... La verdad es que no merecen nada, ni el silencio. Además yo no creo que no entiendan, tratan de no entender y engañan.

En estos días le mandaré mi poema El Hondero Entusiasta. Contésteme Ud. cuando lo reciba y dígame qué piensa. Ahora principio a hacer gestiones para publicar en octubre un nuevo libro: Doce poemas de amor y una canción desesperada. No me hable mal del título. Son mi obra restante y simultánea a Crepusculario. Quiero deshacerme luego de ella, no por mala, sino porque creo que ya dejé atrás todo eso.

Aquí encontrará una crónica que he escrito para "ZigZag" con el propósito único de comprar un anillo a mi amiga. Perdone que la entregue a usted: no quiero andar con C. Acuña. Ojalá la recomendara.  Le estaría agradecido por el anillo que tendrá una piedra azul y triangular.

Reciba, mi querido amigo, un saludo de

PABLO NERUDA

Temuco, cas. 65.


* * *

Querido amigo: Aquí le mando un retrato, porque en el "Zig-Zag" me pidieron con insistencia, deseo que salga: la venta no anda muy bien.

He escrito un poco. Tengo El Hondero Entusiasta, le enviaré una copia, acúseme recibo. Seguirán en libros aparte: La Mujer del Hondero, La Ciudad del Hondero y La Trompeta en los Bosques. Poesía grande, pero pequeña delante de la que pienso. No olvide lo del retrato. Déme noticias suyas.

Le estrecha las manos,

PABLO NERUDA

Temuco, casilla 65.


* * *

Temuco, 5 de marzo de 1922.

Alone:

¡No sabe Ud. cuánto le agradezco sus palabras! Creo a Ud. un espíritu en extremo sutil y penetrante, y siempre había creído que eran estos espíritus los que más lejos estaban de mí. Me da una gran alegría el saberme entendido por Ud.

He leído en "Zig-Zag" "El Pueblo". También le enviaré otros versos, a riesgo de aburrirlo, porque yo escribo mucho y no sé a quién mostrarle lo que tengo.

Su amigo

PABLO NERUDA

Temuco, casilla 65.


* * *

Alone:

Aquí van otras cosas. Pero, mire, todo esto, o casi todo, me parece que no cabe en "Zig-Zag". Si Ud. publicara algo de lo que me gusta, me daría una gran sensación de amplitud.

Todo es de mi libro "Poemas de una mujer y un hombre", aunque los poemas difieren de fecha, notablemente.

Perdón por la gruesa cantidad de versos y reciba el saludo de

PABLO NERUDA

Bajo Imperial, Febrero 23.

Después del l°

Temuco, Casilla 65.


* * *

Alone:

Necesito ir a hablar con Ud. un día de éstos. ¿Quiere decirme día, hora, y dónde podré encontrarlo? Que tenga Ud. como una hora, porque pienso leerle unos malos versos.

PABLO NERUDA

Toesca 2162.

* * *

(En la primera página en blanco de la revista "Caballo Verde Para la Poesía"; Director: Pablo Neruda; Impresores: Concha Méndez y Manuel Altolaguirre; Madrid, N° 2, Nov. 1935.)

Alone, aquí tiene esta revista, que quiere traer un nuevo sentido a nuestra poesía. Maravilloso su artículo sobre esa famosa antología. Su seriedad y profundidad y su decisión de no evitar las dificultades han sorprendido y admirado a los españoles. Me dicen que aquí nadie sería capaz de hacer algo tan bien.  Por mi parte, gracias. Me gusta sobre todo su independencia casi farouche. No la tienen los que se reclaman de bravíos. Disponga de mí hasta que nos peleemos de nuevo.

PABLO NERUDA

Madrid, 16 de Nov. 1935.

en: Los cuatro grandes de la literatura chilena. Santiago: Zig-Zag, 1963. pp. 173-235.

 

________________________________
[1] En el diario "La Nación".

Sitio desarrollado por SISIB - UNIVERSIDAD DE CHILE