Los
Cuatro Grandes de la Poesía Chilena
por
Alone
No
me permitían las circunstancias, el año 1923, ese lujo del aislamiento,
para nadie "espléndido" como para el crítico literario,
siempre en peligro de herir las cuerdas más finas y vibrantes:
los nervios del escritor, la opinión que tiene de sí, su actitud
ante el universo.
Todas
las tardes, a la misma hora, encaminaba mis pasos Alameda arriba
hacia un viejo edificio situado en la esquina de Morandé, donde
ahora hay escaños y jardines y entonces persistía una de esas
residencias antiguas, probablemente del siglo anterior, con
balcón volado en los altos, como ya no se ven sino en las fotografías
históricas o en barrios apartados.
Allí
me encontraba, indefenso, a la disposición del público.
Recibía,
por una parte, a los funcionarios del Registro Civil que venían
a Santiago para tramitar sus solicitudes o exponer sus quejas
y, por otro, a los autores en trance de publicar un libro o
que deseaban entregármelo a fin de proporcionarme datos sobre
él, a veces con intenciones de leérmelo.
No
era precisamente un puesto cómodo en ningún sentido, sobre todo
en el último; porque, de puertas afuera, el escritor manifiesta
desdén por el juicio de la prensa, especialmente si le es adverso;
pero, ante el que lo juzgará en letra de molde su rostro y sus
palabras expresan algo muy distinto. No ocultan cierta ansiedad,
por lo demás muy lógica, la misma, aunque procure disimularla,
que también asalta al crítico. Ello produce entre ambos una
atmósfera tensa, cargada de incertidumbres, con mutuas e informuladas
interrogaciones. ¿Qué traerá éste bajo el brazo? ¿Con qué irá
a salir el otro cuando escriba?
Algún
día diré los casos y las cosas que me llegaron por aquel "puente
aéreo" tendido sobre la Alameda.
He
aquí un visitante.
Joven,
muy joven, apenas diecinueve años, delgadísimo, pálido, de aire
melancólico, visiblemente mal alimentado, proclive al silencio.
Lo conocía ya de nombre. Pedro Prado me lo había hecho notar
como alguien que no debía confundirse con cualquiera. Había
obtenido un premio en una fiesta estudiantil por versos muy
hermosos y solía publicarlos en revistas esporádicas, lo que
le había dado cierta notoriedad entre sus compañeros, muchachos
bohemios, un poco vagabundos, de esos que el talento inclina
a la soberbia y la pobreza a la rebeldía. Era Pedro Prado con
frecuencia sibilino; pero, a menudo, sentenciosamente, acertaba:
su ánimo, sin duda, predispuso el mío.
El
muchacho me contó, con aire distraído y modales desganados,
que tenía impreso un volumen, el primero; pero no podía sacarlo
a luz, porque le exigían, como medida previa, una cantidad de
pesos que no estaba a su alcance.
No
pedía, no proponía nada; se limitaba a exponer.
La
suerte gusta ordenar sus coincidencias.
Bajaban
y subían por aquel tiempo en la Bolsa unos papeles llamados
"Marta". Jorge Hübner, asiduo concurrente a sitio
peligroso, me tentó. Las "Martas" eran baratas y ágiles.
El había logrado ganancias fabulosas. Las que mi primera y única
especulación bursátil me trajo me incitaban a creerme millonario
y hasta mi alma de burócrata y "pequeño burgués" descendió
el alma señorial de Mecenas. Ofrecí redimir al cautivo del
ávido impresor y así, mediante el producto imaginario de esos
papeles volátiles, ¡ay! bien pronto volatilizados, adquirí,
sin saber, otros que iban con el tiempo a subir a vertiginosa
altura, en alas de la misma imaginación.
Este
acontecimiento, que ninguno de los dos preveíamos, cosa aún
más insólita, el propio Neruda ha tenido la generosidad de mencionarlo
en su discurso de incorporación a una de las Facultades Universitarias.
Por
eso, aunque tantas distancias me apartan de su vida y su obra,
no sorprenderá si voy de preferencia a la raíz de ellas, a esa
que los románticos llamaban pomposamente, con un vocablo que
ya no se usa, "la sensibilidad".
"He
escrito este relato a petición de mi editor. No me interesa
relatar cosa alguna. Para mí es labor dura; para todo el que
tenga conciencia de lo que es mejor, toda labor siempre es difícil.
Yo tengo siempre predilección por las grandes ideas y aunque
la literatura se me ofrece con grandes vacilaciones y dudas,
prefiero no hacer nada a escribir bailables o diversiones."
No
se debe decir "de esta agua no beberé".
¿Cuántas
veces ha desmentido Pablo Neruda esas solemnes declaraciones
que sirven de introducción a "El Habitante y su Esperanza"?
Muchas,
por suerte. Y siempre para honra suya y regocijo del lector.
Pero,
entonces, la anécdota era mal mirada, nadie debía decir cosas
concretas y lo material, lo histórico, lo humano hallábase proscrito.
Por esa senda recóndita se iba hacia la poesía pura, cara al
Abate Bremond y a los deshumanizados.
No
importa: "chassez le naturel: il revient au galop".
El "Habitante" y su "Esperanza" lo comprueban
como toda una línea de prosas y versos que permiten seguir,
a través de los libros de Neruda, los vaivenes de su existencia
y las vicisitudes de su sentimiento, de tal modo que, de los
cuatro grandes, tal vez sea el que más de puertas adentro conocemos.
D'Halmar
sólo alude con cierta vaguedad a sus progenitores: como escribió
Darío, su cuna "un gran misterio vela". Prado rememora
nostálgicamente a su madre, a quien no conoció, para apoyarse
en la venerada memoria de su padre. El de Gabriela es la fugaz
visión de un extraño que llegaba con sus maletas, preguntando
alegremente por la salud de todos, cantaba, reía. Y tornaba
a marcharse.
Las
memorias de Neruda, publicadas por una revista brasileña, proporcionan
noticias preciosas, detalles elocuentes sobre su niñez. Nacido
en Parral, el 12 de julio de 1904 (veintidós años después de
D'Halmar, dieciocho después de Prado, quince después de Gabriela),
al mes siguiente perdió a su madre, consumida por la tuberculosis.
Su abuelo, don José Ángel Reyes, poseía poca tierra y muchos
hijos, que llevaban nombres bíblicos: Amós, Oseas, Joel, Abdías.
Él recibió el de Neftalí; pero su padre se llamaba simplemente
José del Carmen. Ello no ha de obstar para que los genealogistas
investiguen la posible ascendencia judía de Neruda, como lo
han hecho con Gabriela.
El
divisor hereditario, esa reforma agraria que los testamentos
y el Código de Bello echaron a andar hace más de un siglo, redujeron
a nada la "poca tierra" de los Reyes Basoalto y don
José del Carmen ingresó como empleado a los Ferrocarriles. Ya
lo sabíamos: una de las más bellas páginas de Neruda, publicada
el año 1947, en "Viajes: Viaje al Corazón de Quevedo y
Viaje por las Costas del Mundo", recuerda con un matiz
de irónica ternura un acontecimiento de su niñez en la ciudad
de Temuco:
"Los
largos inviernos del Sur -escribe, pág. 50- se metieron hasta
en las médulas de mi alma y me han acompañado por la tierra.
Para escribir me hacían falta el vuelo de la lluvia sobre los
techos, las alas huracanadas que vienen de la costa y golpean
los pueblos y montañas, y ese renacer de cada mañana, cuando
el hombre y sus animales, su casa y sus sueños han estado entregados
durante la noche a una potencia extraña, silbadora y terrible.
Para escribir también me hicieron falta por el mundo las goteras.
Las goteras son el piano de mi infancia. Mi padre siempre hablaba
de comprar un piano que, además de permitir a mis tías tocar
mi adorado vals "Sobre las Olas", pondría sobre nuestra
familia ese título inexpresablemente distinguido que da la frase:
"tienen piano". Mi padre, en los momentos que le
dejaba libre su vida de movilidad perpetua, porque era conductor
de trenes, llegaba hasta medir las puertas por donde iba a pasar
aquel piano que nunca llegó. Pero el gran piano de las goteras
duraba todo el invierno. A la primera lluvia se descubrían
nuevas goteras de voz dulce que acompañaban a las viejas goteras.
Mi madre repartía sus cacharros, lavatorios, jarros lecheros
y otros artefactos. Cada uno daba un sonido distinto, a cada
uno le llegaba del cielo tempestuoso un mensaje diferente y
yo distinguía el sonido claro de un lavatorio de fierro enlozado
del opaco y amargo de un balde abollado. Esa es casi toda la
música, el piano de mi infancia, y sus notas, digamos, sus goteras,
me han acompañado donde me ha tocado vivir, cayendo sobre mi
corazón y sobre mi poesía".
No
es cosa fácil, cuando se ocupa una alta situación, evocar orígenes
humildes, y menos hacerlo sin amargura ni jactancia, conservando
la serenidad. Recordamos la agresiva dedicatoria que un joven
novelista puso a su primer libro: "A mi padre, vendedor
ambulante; a mi madre, empleada doméstica". En el pasaje
de Neruda que copiamos no hay sólo la belleza del cuadro, la
atmósfera creada y las notas violentas de la potencia nocturna,
"silbadora y terrible" que sacudía la morada, poniendo
de relieve por contraste la suavidad interior de las goteras,
cada una de las cuales "recibía del cielo un mensaje diferente".
A
todo eso, a esa concentración vital en una página, capaz por
sí sola de estremecerla, añádese reforzándola, como un eco,
la actitud del narrador, su relación con el hogar lejano, la
imagen de sí que proporciona, íntima y espontánea, de una delicadeza
que acude a la sonrisa para no dejarse vencer por la melancolía.
Las
memorias de Neruda publicadas por una revista brasileña completan
el cuadro del párrafo que reprodujimos, haciendo surgir de la
sombra, sin deformarlo, sin suprimirle su color, la estampa
del padre ferroviario, revestido de prestigiosos fulgores.
El
tren que manejaba toma contornos de fantasía:
"Estos
trenes rastreros conducían piedras y arena que depositaban entre
los durmientes de la línea férrea, para que la intensa lluvia
no moviera los rieles. Debiendo excavar el lastre de las canteras,
este tren de mi padre permanecía en cualquier rincón selvático
por semanas completas.
"El
tren era novelesco. Primero, la gran locomotora antigua; luego,
los innumerables carros planos en los que la pala excavadora
depositaba las pequeñas montañas de la entraña terrestre; después,
los carros de los peones, por lo general rudos gañanes de vida
desordenada; luego, el vagón en que vivían sobre ruedas mi padre
y el telegrafista. Todo esto en medio de faroles de vidrios
verdes y rojos, de banderas de señales, de olor a aceite, a
hierros oxidados, y con mi padre, pequeño soberano de barba
rubia y ojos azules, dominando como un capitán de barco la tripulación
y la travesía".
En
ese barco seco, en esa habitación ambulante, cruzando a veces
la selva, deteniéndose otras junto a los árboles, vivió Ricardo
Neftalí Reyes Basoalto hasta los seis años de su edad, entre
las hojas, las lluvias y los choques de los hierros al partir,
al llegar, un poco explorador, un tanto aventurero, personaje
movido y de carácter fabuloso.
A
Temuco arribó el año conmemorativo 1910 para entrar a un vasto
liceo, "caserón con salas destartaladas y subterráneos
sombríos", que no tardaría en convertirse bajo sus ojos
en teatro de maravillas. Sobre todo, lo fascinaba el subterráneo,
y acaso por eso, como la lluvia cae sobre su poesía, hay en
la primera etapa de su obra esa atmósfera a un tiempo seductora
y lúgubre, con juegos a la guerra en la obscuridad, en el silencio,
alumbrándose con velas, donde las caras se ven y no se ven,
como sus imágenes poéticas, donde las palabras se oyen entrecortadas
por espacios largamente sumergidos. "Todavía conservo
en la memoria -escribe, casi a medio siglo de distancia- el
olor a humedad, a sitio escondido, a tumba, que emanaba del
subterráneo del Liceo de Temuco."
Todas
sus reminiscencias de infancia y juventud se hallan unidas a
Temuco, ciudad nueva, pareja, de alma eminentemente sórdida:
una de las pruebas de la inagotable fantasía creadora del, poeta
es que logre recordarla sin maldiciones. Un capricho paradojal
de la suerte hizo que allí cruzaran un instante sus órbitas
los dos astros máximos de las letras nacionales, los únicos
que hasta hoy giran por el mundo exterior.
"Por
esos años llegó como directora del Liceo de Niñas de Temuco
-dicen las memorias- una señora alta y mal vestida. Se cuenta
que cuando las damas de la localidad le propusieron que se pusiera
sombrero -todas lo llevaban entonces-, contestó sonriendo:
"-¿Para
qué? Sería ridículo. Sería como ponerle sombrero a la cordillera
de los Andes.
"Era
Gabriela Mistral. Yo la miraba pasar por las calles de mi pueblo
con sus tacos bajos y sus ropones talares y le tenía miedo.
Pero cuando, venciendo mi condición huraña, me llevaron a visitarla,
la encontré buena moza, y en su rostro tan tostado, en que la
sangre india predominaba, como en un bello cántaro araucano,
sus dientes blanquísimos se mostraban en una sonrisa plena y
generosa que iluminaba la habitación."
La
biblioteca del Liceo de Hombres permanecía siempre hermética;
pero la del Liceo de Niñas, por mano de Gabriela, proporcionó
al niño "esa seria y terrible visión de los novelistas
rusos", y por ella Tolstoy, Dostoiewsky, Chejov, entraron
en su "más profunda predilección". Habiendo hecho
por esa misma época un viaje al sur para ver a Gabriela, recordamos
que ella nos sacó de paseo en coche por las orillas del Cautín
y nos facilitó un libro inolvidable, "El Camarero",
de Chemelev, prodigio de naturalidad y sencillez, virtudes que
alcanzan allí su perfección.
Y
sumando memoria a memorias, más hacia el sur reconocemos la
estampa de aquel gnomo barbudo, patriarcal y benéfico, Augusto
Winter, cantor de los cisnes del Budi, con quien navegamos por
las aguas del lago a cuyas márgenes vivía, un hombre encantador
y sentimental, aunque no sin espíritu positivo. Había instalado
una fábrica de alimentos en conserva y uno de sus productos
eran "los blancos cisnes de cuello negro de terciopelo
que, como decía él mismo, hacía pasar de las latas de sus estrofas
a las latas de conserva, sacándoles así doble provecho. Era
el señor de Puerto Saavedra. Gracias a él, poseía el pueblo
una Biblioteca que proporcionó a Neruda, entremezclados, volúmenes
de lbsen, Ponson du Terrail y Vargas Vila, ídolo también de
Gabriela en su juventud.
Las
inapreciables memorias señalan el primer encuentro del poeta
con la crítica. Había aprendido a escribir. Una intensa emoción
le dictó ciertas palabras semirrimadas, tan diferentes de su
lenguaje diario, que las puso en limpio y no sin ansiedad se
las llevó a su padre. El caballero sostenía con la señora una
conversación en voz baja. Tomó el papel, lo leyó distraídamente
y distraídamente se lo devolvió.
-¿De
dónde lo copiaste? -le dijo.
*
No
son siempre fáciles las relaciones entre la crítica y el poeta
reinante, dice Sainte-Beuve, aludiendo a Hugo. Y no se necesita
para cortarlas o suspenderlas el conflicto privado que allí
intervino. Basta la diferencia de una a otra generación, máxime
si la ahondan temperamentos y opiniones divergentes.
El
temperamento de Neruda, proyectado hacia el porvenir, volvía
la espalda a muchas tradiciones que el mío prefería por natural
inclinación Y también por esas circunstancias que, según Ortega,
componen la mitad del "yo".
Releyendo
los comentarios qué, desde cuarenta años atrás, he dedicado
a las sucesivas metamorfosis del poeta, empezando por el "Crepusculario"
inicial hasta las últimas "Odas Elementales", con
"Residencia en la Tierra" al centro, puedo observarlo
a él y, en el mismo espejo, ver la trayectoria de esa línea
por la cual tantos misterios nos empujan y que nosotros creemos
seguir libremente.
Yo
amaba con exceso las virtudes clásicas: la claridad, la sencillez,
la naturalidad, el orden
Todos
mis artículos denuncian la ansiedad por conquistarlas y por
retenerlas. Siempre estaba defendiéndolas como si peligraran.
Creía que fuera de ellas "no hay salvación".
El
año 1926 apareció "Anillos". Allí las voces de Pablo
Neruda y Tomás Lago se alternan, intercambiando prosas poéticas,
pequeños cuadros, efusiones líricas, divagaciones hechas de
aire.
"Hay
algo sobrecogedor y hasta emocionante -dije el 19 de diciembre
de ese año- en estas páginas de dos jóvenes que luchan, ellos
solos, criaturas limitadas y débiles, contra la Lógica, contra
la Estética, contra lo que significa pasado y tradición. No
quieren repetir; sienten náuseas del camino trillado y la palabra
vana; buscan desesperadamente por atajos desconocidos una imagen
pura, libre, intacta. Todos los artistas, desde que existe
el mundo, han soñado un sueño idéntico; pero éstos, los dos,
y la legión innumerable de las nuevas generaciones parecen más
violentos en su ruptura; no se resignan, como los demás, a mirar
simplemente desde otro ángulo el espectáculo. Intentan cambiar
el paisaje, tratan de reducir a polvo la piedra que aquéllos
se contentaban con tallar...
"Se
salen de la literatura.
"Con
elementos pedidos a otras artes, pintan cuadros extraños, suscitan
visiones extravagantes, provocan músicas de ritmos desencadenados
y vibran en un delirio lírico fuera de lo humano.
"Hay
que hacerse otros ojos para mirarlos, otros oídos para oírlos,
otra inteligencia y otro corazón para entenderlos y sentir con
ellos; sobre todo, hay que experimentar un infinito tedio, una
indecible fatiga de cuanto se ha dicho y escrito sobre la tierra.
Entonces, suspensos, podremos leer sin que el cerebro nos estalle
"
Y
viene el trozo probatorio, de Neruda:
"Amarillo,
fugitivo, el tiempo que degüella las hojas avanza hacia el otro
lado de la tierra, pesado, crujidor de hojarascas caídas. Pero
antes de irse, trepa por las paredes, se prende a los crespos
zarcillos e ilumina las taciturnas enredaderas. Ellas esperan
su llegada todo el año, porque él las viste de crespones y de
broncerías. Es cuando el otoño se aleja cuando las enredaderas
arden, llenas de alegría, invadidas de una última y desesperada
resurrección. Tiempo lleno de desesperanza, todo corre hacia
la muerte. Entonces tú forjas en las húmedas murallas el correaje
sombrío de las trepadoras. Inmóviles arañas azules, cicatrices
moradas y amarillas, ensangrecidas medallas, juguetería de los
vientos del norte. Donde ha de ir secando el viento cada bordado,
donde ha de ir completando su tarea el agua de las nubes".
Se
dirá que era yo bien fácil de asustar entonces.
Es
que el "Crepusculario" de 1923 me había hecho concebir
otras esperanzas.
Ese
pequeño libro y los "Veinte, Poemas de Amor y una Canción
Desesperada" pertenecen a la primera etapa de Neruda, la
más juvenil y la más triste, todavía nostálgico de viejas armonías,
renovadas ya y con un frescor inédito; pero que aún no rompen
todos los lazos ni se atreven a precipitarse en el torbellino.
Los
últimos escrúpulos que conservaba eran los primeros que yo empezaba
a perder.
Esta
posición se acentúa al finalizar el comentario:
"Dicen
que esto (la confusión premeditada) se hace por receta. Lo mismo
le decían a Bernard Shaw. Él contestaba:
"-Bien:
apliquen mi receta.
"No
hay que "entender" demasiado. Dejemos por un momento
la claridad, el orden, el espíritu de análisis. Recordemos lo
que sucedió a M. Bergeret. M. Bergeret, cuenta Anatole France,
se entretenía plantando clavos en una pared y sentía un gran
placer en ese trabajo. Quiso descubrir su causa, lo consiguió
e inmediatamente perdió su placer.
"¿Por
qué no podríamos tener otro órgano para leer estas cosas? Hallar
una circunvolución virgen y confiarle la literatura nueva. Que
el resto de la maquinaria siga funcionando como siempre. Y que
cada vez que abramos un libro semejante sea como si aspiráramos
un opio sutil, como si empezáramos a dormirnos o no hubiéramos
despertado todavía. Abrirle otra puerta al universo, entrarse
por campos y regiones inexplorados, navegar más allá de los
mares, volar más lejos que el aire
"
Ese
mismo año, 1926, a petición de Nascimento, su editor, que ejercía
sobre el joven poeta cierto benévolo tutelaje y quería ver al
público arrebatarse sus obras, escribió Neruda "El Habitante
y su Esperanza", breve y aérea narración que llamó novela
y en cuyo prólogo vienen las condenaciones del relato que reprodujimos,
tan contradichas por los acontecimientos. Es allí donde el futuro
autor de los "cuandos" y las "odas" declara,
como presintiendo su destino: "... prefiero no hacer nada
a escribir bailables y diversiones
"
Celebré,
como me pareció debido, la hazaña de don Carlos G. Nascimento
y dije en su oportunidad, el 26 de septiembre de 1926
[1] : "
ha hecho (Nascimento) que el jefe de
la juventud deshumanizada, enemigo personal de la anécdota y
la lógica, escriba una especie de relato coherente, cuento largo
o novela corta, con asomos de intriga. Es un triunfo".
Y más adelante, al describir el libro, notando la distancia
que lo separa de sus antecesores, perdidos en la niebla inaccesible,
entre partículas de ideas y polvo de confusas imágenes: "Hoy
es distinto. El animalillo indómito que huía al bosque, al monte,
al risco, cuya silueta ágil se divisaba apenas contra el aire
azul, ha consentido en descender y bailar por unos momentos
a nuestra vista su danza ingenua, selvática y graciosa... Es
un relato. Hay una casa, un hombre, una mujer, hay otro hombre,
un amor, un robo, hasta hay una prisión y un asesinato seguido
de fuga. Todo ello en silencio, deslizándose, bajo un agua nítida,
en medio de los árboles, junto al mar, por los campos nocturnos
de la Frontera. Es un relato y no es un relato: mediante toques
esenciales, adivinatorios, el poeta sugiere los hechos y cada
golpe da tan al justo que parece como si no faltara nada...
Con la mayor sencillez, sin perder su aire ausente, dice las
cosas externas y las interiores, salta de unas a otras sin ligarlas
por nexo visible y de ese modo habla, dibuja, pinta, canta,
encanta".
La
fiesta, sin embargo, no me pareció total; porque cada lector
querría que el autor realizara la obra que él soñaba, y si los
poetas son difíciles, tampoco resultan fáciles los críticos.
Ambos afrontan dramas parecidos.
Neruda
ha planteado nítidamente uno de ellos, tal vez el más trágico,
porque envuelve la gran contradicción de la vida y la muerte.
Vamos a ver el pasaje de sus memorias donde lo analiza.
"Uno
de mis versos -escribe, aludiendo a "Crepusculario"-
pareció desprenderse de aquel libro infantil y hacer su propio
camino: es "Farewell", que hasta ahora se sabe de
memoria mucha gente por donde voy. En el sitio más inesperado
me lo recitaban de memoria o me pedían que yo lo hiciera. Aunque
mucho me molestara, apenas presentado en una reunión, alguna
muchacha comenzaba a elevar su voz con aquellos versos obsesionantes
y, a veces, Ministros de Estado me recibían cuadrándose militarmente
delante de mí y espetándome la primera estrofa.
"Años
más tarde, Federico García Lorca, en España, me contaba cómo
le pasaba lo mismo con su poema "La Casada Infiel",
y la máxima prueba de amistad que podía dar Federico era recordar
para uno su popularísima y bella poesía. Hay una alergia para
el éxito estático de uno solo de nuestros trabajos. Este es
un sentimiento sano y hasta biológico. Tal imposición de los
lectores pretende inmovilizar al poeta en un solo minuto, cuando
en verdad la creación es una constante rueda que gira con mayor
aprendizaje y conciencia, aunque con menos frescura y espontaneidad."
Un
día, tras un cálido elogio de esa obrita maestra, "A Rodar
Tierras", las aventuras de una plumilla de cardo volador,
le preguntamos a D'Halmar qué edad tenía cuando la escribió;
aún vemos la contracción de sus labios al responder:
-Veinticuatro
años.
Gabriela
hizo más: renegó de "El Ruego", la piedra máxima de
su catedral, la más alta aguja de su torre y el más penetrante
de sus gritos. "Desolación", la mejor parte de ella,
con los archifamosos "Sonetos de la Muerte", acabaron
por volvérsela insufribles. ¿Y qué no podría decir Juan Guzmán
de su divina "Canción", ese soneto de Arvers de nuestra
literatura? Hubo un tiempo en que los lectores de Neruda lo
reducían a: "
los marineros besan y se van ... En
cada puerto una mujer espera... Una noche se acuestan con la
muerte en el lecho del mar".
Es
la culpa de los versos "amigos de la memoria", que
echan raíces y no se quieren ir.
Un
conflicto que es su gloria y su razón de ser.
Porque
el hombre escribe para sobrevivir, y busca ese refugio contra
la desaparición, se asila contra el olvido en la palabra.
Pues
bien, apenas una generación ha transcurrido, si esa palabra
se inmortalizó y se detuvo, convertida en estatua, ya otra generación
está golpeándola para derribarla, y el mismo autor, exasperado,
querría quitársela del camino; porque escrito está que "hay
una sola cosa superior a la belleza: es el cambio". Y el
que no se renueva perece.
*
Con
el amplio y benévolo humorismo del que ha superado las dificultades,
rememora Neruda las que encontró para salir en su primer viaje
fuera de Chile. Fue el año 1927, bajo la presidencia de Ibáñez,
siendo Ministro de Relaciones. Ríos Gallardo. El jefe de la
Sección Consular, a quien lo habían recomendado, no solamente
le prometió un puesto: se declaró su protector, le dirigía mil
elogios, no lo dejaba irse para conversar, asegurándole una
y otra vez que el puesto estaba seguro, que para algo ocupaba
él la dirección del servicio; pero ¿qué hacerle? ¡No había vacantes!
Era preciso esperar. Hasta que providencialmente apareció el
amigo Bianchi. Entonces ya no hubo promesas, sino I'embarras
du choix y preparar las maletas para Rangún, en el Lejano
Oriente.
Tenía
veintitrés años.
Allí
puede afirmarse que comienzan, simultáneamente, su vida errante
y su segunda etapa, la que preside "Residencia en la Tierra",
para muchos su obra maestra, sin duda la más extraña y rica,
la de más hondas resonancias interiores, construcción o, como
sería más propio llamarla, destrucción sombría, de contornos
disueltos, donde las frases inacabadas abundan y las imágenes
se enredan, en un balbuceo confuso. "He leído en algunos
ensayos sobre mis trabajos -dicen las memorias- que mi permanencia
en él Extremo Oriente influye en algún sector de mi obra, especialmente
en "Residencia en la Tierra". En verdad, mi único
trabajo de aquel tiempo fue el de "Residencia en la Tierra";
pero, sin atreverme a declararlo en forma tajante, me parece
equivocado eso de la influencia.
"Todo
el esoterismo filosófico confrontado con la vida real de los
países orientales se revela como un subproducto de la inquietud,
de la neurosis, de la desorientación y del oportunismo occidentales;
es decir, de la crisis de principios en el capitalismo. Allí
mismo, en la India, no había por aquellos años mucho sitio para
las contemplaciones del ombligo profundo. Una vida de brutales
exigencias materiales, una condición colonial de la más acendrada
abyección, miles de muertos cada día, de cólera, de viruela,
de fiebres y de hambre, organizaciones feudales desequilibradas
por su inmensa población y su pobreza industrial, daban a la
vida en todos los sitios una gran ferocidad en la que los reflejos
místicos desaparecían."
No
cuesta advertir en este párrafo el eco de animosidades políticas
y el prejuicio antiburgués, anticapitalista, antioccidental
propio del comunismo. Naturalmente, aparecen norteamericanos
explotando los núcleos teosóficos y haciendo comercio de la
metafísica mediante el Yoga y su Dharma. Pero en seguida vienen,
pintorescas, reveladoras, impagables, las anécdotas, sal de
los viajes, vestidura de las regiones legendarias por donde
se deslizará su existencia.
Ya
nos había anticipado un poco de ellas el pequeño volumen, unas
setenta páginas, que el año 1947 editó la Sociedad de Escritores,
con dos disertaciones bastante elásticas en torno a Quevedo
y a Villamediana, que le permiten, para deleite nuestro, vagar
y divagar como sin rumbo, cogiendo y escogiendo sus asuntos
donde los encuentra, a medida que las asociaciones de ideas
los suscitan, sin plan rígido, tal como deben hacerse y como
resultan más sabrosos, y también más útiles, los viajes.
Los
de Neruda alcanzan desde el primer momento tal colorido exótico
que no parece errado eso de la influencia oriental sobre su
poesía. Es preciso ponerse en el caso del joven soñador, recién
salido de la adolescencia y del horizonte de la calle Maruri,
súbitamente trasportado sobre los montes, allende los mares,
a las ciudades mágicas, puesto en contacto familiar con sitios
de leyenda y gente incomprensible, solicitado por aventuras
inesperadas, dueño de sí. ¿No es para sentir que la tierra pierde
el equilibrio? Nunca había sido muy firme la que sus pies pisaban,
y todo, en el aire y en el suelo, predisponíalo a las grandes
vacilaciones, a una visión tumultuosa de la realidad. Agréguense
los raros trajes, el idioma hermético, los ritos misteriosos,
las danzas litúrgicas y eróticas entre nombres que vienen desde
el principio del mundo alimentando la fantasía. Neruda habla
de la filosofía debilitada por el comercio y las exigencias
brutales que impedían abstraerse y elevarse. Pero él va sobre
ese tapiz abigarrado y no puede sustraerse al espectáculo. En
ese mundo diferente, los hechos cotidianos revisten una decoración
fantástica. El lo sabe de más y lo explota: escribe con calculada
tranquilidad: "Por aquellos años me tocó vivir en Ceylán,
junto a Colombo. Viví por largo tiempo solo en una costa despoblada,
junto a la desembocadura de un río a donde cada día venían a
bañar por las mañanas y las tardes a los hermosos elefantes
de la isla. A veces sólo el punto extremo de la trompa salía
del agua como el periscopio de un inmenso submarino animal.
Otras veces, semirrecostados y enarbolando las trompas, se vertían
con delectación grandes mangueras de agua". No necesita
un trasfondo místico para exaltar la fantasía. En Calcuta, el
año 29, vio a Gandhi, viejo y flaco, durmiendo a la intemperie,
la cabeza sobre una pequeña almohada, mientras "alguien
sostenía una sombrilla sobre su sueño ligero, alguien con un
abanico refrescaba su descanso", y lo vio salir de ese
corto sueño para enfrentarse con Nehru, su rival, apuesto, joven,
bien vestido; subió a una tribuna, "la entrepierna blanca,
las gafas, la nariz puntiaguda"; declaró que si aprobaban
la moción contraria, él dejaría de comer hasta morirse. Sin
más disputa, bajó triunfante para emprender otra vez sus ayunos,
sus rezos, sus silencios. ¿Y todo eso le parece poco? Es que
con los años el hombre se pone exigente. Todavía hay más. Una
de las fiestas del viajar no son tanto los templos, museos y
espectáculos sorprendentes: por raros que los paisajes sean,
siempre los superan los personajes.
Y
ésos no le faltaron ciertamente a Neruda. Además, no da lo mismo
ver a Gandhi y oírlo que leer su nombre en un papel. Tampoco
resulta igual relatada la novela del californiano ocultista
que llegó al Oriente para explotar a Buda y una muchacha que
lo creyó el Buda en persona. Se casaron de un modo increíble:
"después de la ceremonia religiosa", volvió el novio
a su casa sin la novia: allá, desnuda bajo un mosquitero, su
mujer legítima agonizaba: se había suicidado y fue preciso al
otro día quemar su cadáver junto a un río indiferente, bajo
el cielo azul eterno, en unos funerales solitarios. El propio
Neruda necesitó huir de una mujer celosa que, tras las gasas
del mosquitero, solía despertarlo llevando en una mano una vela
y en la otra un "largo cuchillo indígena, paseando por
horas alrededor" de su cama, sin decidirse a matarlo, presa
de furiosos celos. El opio y las supersticiones combinados impregnan
la atmósfera, aventando hasta los últimos átomos de lo que llamamos
buen sentido, conducta equilibrada, sentido de la realidad.
Uno comprende que llame a su libro "Residencia en la Tierra":
es un conjuro contra los sueños. Ha despertado y se toca para
estar cierto de que aún existe, de que su cuerpo pertenece al
mundo y sus palabras son verdaderas palabras.
La
confusión caótica, el extraño vaivén de las metáforas, las alusiones
esotéricas y los pensamientos sibilinos contra los cuales se
han estrellado las exégesis y que ni el mismo autor sabría descifrar,
venían ciertamente preparándose desde antes del viaje a Birmania;
pero es allí donde estallan y toman su oceánica potencia, con
un poder de contagio que ha convertido la poesía nerudiana en
el foco, radiante del absurdo, en un virus disolvente capaz
de propagarse por el idioma y repercutir en otros, como una
marca.
Por
esa puerta fiscal de un consulado escapó también D'Halmar de
Chile, hacia la India mágica y las interminables travesías que
lo llevaron a París, ruta de todas partes; a Madrid, a Constantinopla,
a El Cairo, a Calcuta. "¿Dónde no estuvo? ¿Dónde estuvo?"
Pero el efecto fue diferente, no le llegó a la entraña, no le
alteró la lengua como a este otro viajero que la sintió trabársele
y balbucear.
Los
viajes de Gabriela no la transformaron: rocosa, sólida, impenetrable,
atravesaba el mundo con su valle de Elqui alrededor y su estampa
imponente de ídolo que se dignaba sonreír. Lo mejor de su obra
existía cuando partió rumbo a México... y era inalterable. ¿Quién
podía añadir a esa hoguera una chispa? Los sueños azotaban
el costado de su nave, sin sumergirla. Era un trozo de cordillera
errante.
Menos
todavía cambiaron los viajes al cantor de Alsino. Los había
realizado con fruición dentro del país y ya no era joven cuando
emigró. El Viejo Mundo le fue inasimilable; parecíale haberlo
recorrido y chocaba contra la realidad, no podía con las piedras
milenarias. De los cuatro grandes, Prado es quien más nos pertenece;
sus raíces se hundían hondo en nuestra tierra; pese a su aire
exótico, a su sorpresa de viajero perenne, nunca sintió ese
resorte que expulsaba a los otros y los retenía afuera.
Neruda
ha regresado.
Pero
tanto va y viene que nunca se sabe a punto fijo si se halla
de paso en Moscú o en Isla Negra.
*
"Y
ahora, cristianos, vamos a hablar de lo que el ojo no ha visto,
de lo que el oído no ha escuchado, de lo que la inteligencia
nunca ha podido penetrar. . . " Estas palabras de un sermón
de Bossuet sobre el misterio de la Trinidad, a las que habría
debido seguir "un religioso silencio", pero que anuncian
largas definiciones teológicas, podrían aplicarse a los problemas
de la poesía pura que Neruda agitó entre nosotros desde "El
Hondero Entusiasta" y la "Tentativa del Hombre Infinito"
hasta el libro que los resume todos, el más famoso, y más hondo,
"Residencia en la Tierra".
Entre
los muchos comentarios que a este aspecto de la poesía nerudiana
dedicamos, hay dos que vamos a extractar: uno publicado en "La
Nación" el 24 de noviembre de 1935, otro en "El Mercurio"
el 29 de agosto de 1943. El primero a propósito de uno de los
tomos de "Residencia en la Tierra", edición "Cruz
y Raya"; el segundo con motivo de la selección de Aldunate
Phillips editada por Nascimento.
Ninguno
asume el carácter de una interpretación, ni siquiera de un juicio.
Observan, describen, tratan de entender contemplando.
He
aquí la posición:
"La
psicología moderna repite continuamente una verdad que evitaría
muchas discusiones si la tomáramos en cuenta: la multiplicidad
del yo. No somos uno solo, sino una sociedad de seres, a veces
una sociedad organizada, regida por un poder único, a veces
un conjunto flotante de potencias discordes que tienden a la
rebelión, como ciertas repúblicas; en todo caso, aglomeraciones
de individuos que sólo tienen de común el nombre. Por pereza
mental y las exigencias del lenguaje, grandes simplificadores,
olvidan estas enseñanzas y trazan una línea recta donde sería
preciso seguir sendas entrecruzadas o divergentes. De ahí la
condena total de una parte y el desmedido elogio de la otra.
El concepto de la unidad antigua, rígidamente canalizada, necesita
quebrarse para que coexistan los contrarios y lleguen a comprenderse
no sólo dos personas que opinan distinto, sino una sola desacorde
consigo misma. . ."
Después
de haber revolucionado a la juventud chilena, Neruda estaba
conquistando triunfos fuera del país y la discusión en torno
suyo ardía.
"Son
muchos los lectores que experimentan con sus libros mortal desasosiego.
. . Unos lo creen idiota, exceso que los admiradores del vate
zanjan fácilmente declarando a su turno idiotas a quienes no
lo admiran."
Así
era la división: tajante.
El
comentario aplica las consecuencias del multiplicado yo, alegando
por sus componentes, por las voces que no se hacen oír, por
los homínculos privados de luz.
"Hay
que soltarles de cuando en cuando las amarras y dejarlos correr
al aire libre.
"Es
lo que hace el hombre moderno en religión, en política, en sociología,
en moral, en el terreno filosófico y artístico... El nudismo,
que tan poderosa seducción ejerce sobre cantidades considerables
de individuos, por lo demás dignos de respeto, presenta una
imagen de esa liberación... Nudistas los hombres de ciencia
que niegan la verdad absoluta, los filósofos que tiran la brújula
y se confían a la intuición, los políticos que se dejan llevar
por las masas a una vaga igualdad, los moralistas que pulverizan
principios establecidos, los escépticos sembradores de inquietud,
todos los que derriban puertas y abren caminos
"
En
suma, cuantos se oponen a la razón raciocinante y quieren romper
esa costra positiva, calcárea, protectora, que se vuelve asfixiante.
Alguien
dijo que la poesía clásica lo es en la medida justa en que puede
olvidarse. 0 sea, cuando no contiene nada tan sobresaliente
que un trozo rompa el molde y salte a la memoria. En eso, para
mí, la poesía avanzada era al mismo tiempo clásica: su masa
uniforme y confusa resbalaba gelatinosamente de las manos.
Imposible sujetar un fragmento.
Leyendo
mi crónica de 1935 confesaré que la hallo vacilante: las mismas
ideas vuelven y se revuelven, topándose unas con otras, sin
la salida.
Tampoco
me satisface la de 1943.
Seducido
y un poco tiranizado por el espíritu francés, pensaba por aquel
tiempo que, fuera de la claridad, la sencillez y el orden, no
había salvación. Cuanto se apartaba de esa línea incurría en
anatema, sonábame a falso y afectado, no lo podía aceptar. Llegaba
hasta admitir cierta demencia siempre que no fuera pomposa ni
saliera a gritar.
Había
de todas maneras un tira y afloja, cierta incertidumbre, un
conflicto que procuré expresar mediante el diálogo.
"-En
esto, como en otras cosas, todo es cuestión de fe. Empiece usted
por creer que Neruda no ha buscado esas palabras y esas imágenes
para llamar la atención, por sorprender y reír del espanto que
causan, sino porque realmente las necesitaba para traducirse,
para explorar su mundo interno, el cual es así: oscuro, informe,
apasionado, extraño y doloroso; y que ha querido sacarlo a luz,
no en extracto, purificado, simplificado, en suma, mutilado
y deformado, sino íntegro, como lo siente, con su acento único,
salvaje, original y completo. Crea usted siquiera un momento
en la sinceridad de Neruda y, entonces, le aseguro...
"-¡Ah!,
bueno, sí, claro, naturalmente: si empiezo por tener la fe,
lo demás me será dado de añadidura: es una cosa muy sabida.
Pero, justamente, de lo que se trata es de evitar eso. Si realizo
el mismo trabajo con cualquiera y comienzo autosugestionándome,
cediendo a la sugestión colectiva, convencido y derrotado previamente,
no habrá autor insignificante o nulo que no me parezca genial,
esotérico, hermético y cargado de sublimes intenciones. Es como
si en una batalla empiezo por cederle al enemigo las posiciones
y entregarle el armamento.
"-Ahí
está su error. No se trata de una batalla ni hay al frente enemigo,
sino un buen amigo. Puedo volverle su argumento al revés: comience
por creer que "La Divina Comedia" y el "Quijote"
son mixtificaciones absurdas, historias pueriles para burlarse,
y es seguro que no le llegará nada o casi nada del mensaje soberano
de los tercetos o la poesía trascendental de Cervantes.
"-Adoptemos,
entonces, un punto de vista ecuánime, tengamos la cabeza tranquila
y el juicio sereno, sin perder el sentido común ni adelantar
opiniones, como lo hace en toda materia una persona prudente
que no desea engañarse.
"-Tampoco.
Esa disposición no sirve en poesía y, menos, en una poesía nueva.
Servirá para un libro de historia, un documento notarial, un
tratado de filosofía, un texto científico, una demostración
matemática, no para cuestiones de pura sensibilidad en que se
usan, como instrumentos, la fantasía, la imagen, el ritmo. No
olvide usted que el poeta está más cerca del pintor o el músico
que del pensador o el sabio, que su obra pertenece al ensueño,
a la intuición, no a la razón raciocinante; se necesita aguzar
el oído, sintonizar el espíritu, coger la onda.
"-O
sea, deponer la inteligencia, abdicar de la crítica y sumergirse
sin lámpara en las tinieblas exteriores. Perdón, temería dar
en el manicomio.
"-¿Y
usted cree que toda la gente es cuerda, enteramente cuerda,
y que los que parecen cuerdos son a todas horas y en todos los
sitios cuerdos de verdad? Pues tome usted al burgués más tranquilo
y más impasible, a un funcionario público que va puntualmente
cada día a su trabajo y déjelo unos momentos solitario, pensando.
¡Qué sorpresas le va a dar si se asoma a su cerebro! Cada monólogo
interior constituye las más de las veces un puro delirio. La
necesidad de delirar existe. No lo digo del hombre que acaba
de beber o del que ama con pasión, o del que ha dormido y está
soñando. Lo digo del ser normal, del equilibrado que está en
su escritorio, ocioso, fumando. ¡Cuántos desvaríos, qué de ideas
grandiosas, proyectos quiméricos, esperanzas absurdas o simples
divagaciones inconexas! Todo eso forma una parte inmensa de
la vida humana, una parte que acaso cubre mayor espacio que
la otra. ¿No ha de tener derecho a una representación visible,
estará siempre condenada al silencio?
"-Sí.
Por una razón sencilla: porque todo ese mundo llamado de la
subconsciencia entraña el elemento primitivo y caótico de la
naturaleza humana y todos los esfuerzos de la inteligencia,
de la civilización y la cultura consisten, precisamente, en
sofocarlo, domeñarlo y eliminarlo para que imperen la claridad
y el orden, la verdad y la belleza. Fuera del bien; porque la
bondad no es sino la sumisión de los instintos salvajes a reglas
sociales dictadas en beneficio del prójimo. Allá, en ese fondo
obscuro, están las fieras sanguinarias y feroces que, si usted
las suelta, destruirán el trabajo de siglos y el hombre volverá
a empezar, como vuelve a criar malezas y sabandijas el campo
abandonado.
"-Usted
se sale de la cuestión, le aplica un criterio que no le viene.
Estamos hablando de arte, de poesía, es decir, de sensibilidad.
La civilización hace avanzar, evidentemente, al hombre, en materia
científica: ahí las enseñanzas y los descubrimientos positivos
van acumulándose y se suman. El progreso moral, mucho más lento
y hasta discutible, sujeto a espantosas regresiones, también
existe. En materia de sensibilidad, no. Aquí ocurre al revés,
porque el hábito ciega los sentidos, los entorpece y empareja
nuestra visión del mundo. Por eso no se puede hablar de "progreso"
artístico, sino de "renovación", de vuelta a empezar.
No aplique usted su mentalidad científica a este asunto, porque
jamás entenderá nada. Tampoco emplee su mentalidad moral, porque
va a comprender menos. Proceda con sentido estético: entonces
verá claramente. La cultura forma sobre la sensibilidad una
especie de capa, lo mismo que las ciudades, con
sus pavimentos y sus edificios, forman sobre la tierra una costra
que la hace habitable pero estéril, inteligible pero muerta.
"-¿Así
que yo para entender a Neruda y saborearlo tendría que volverme
loco, niño o salvaje? ¿Eso es lo que usted me quiere decir?
"-Eso,
justamente. Dentro del mundo de las imágenes y la sensibilidad,
los salvajes, los niños y los locos saben más, mucho más que
el hombre civilizado, y por eso usted encontrará a cada paso
grandes pintores, músicos excelsos y poetas divinos que parecen
estúpidos; y que lo son en la vida ordinaria; que no sirven
ni para la filosofía, ni para las ciencias, ni para la política,
ni para los negocios; en una palabra, que no sirven para nada.
La historia está llena de esos ejemplos.
"-Son,
entonces, inútiles, despreciables. No creía que fuera a darme
hasta ese punto la razón.
"-Sirven
para lo que sirven: para renovar la sensibilidad, es decir,
el mundo; para hacer que de nuevo lo veamos y escuchemos, nos
cause admiración y pasmo. ¿Le parece poco? La inteligencia,
con sus teorías, con sus ideas generales, con sus sistemas y
fórmulas, cristaliza el universo, aísla al hombre y, en el fondo,
lo mata. Los poetas son los encargados de resucitarlo mediante
la creación de nuevas metáforas, de nuevas relaciones entre
lo visible y lo invisible; lo que exige destruir previamente
y exterminar las metáforas viejas, las asociaciones gastadas,
los placeres desvanecidos.
"-Pero
ha habido grandes poetas y siglos de oro que no derribaron nada,
sino, al revés, se inspiraron en el pasado, construyeron siguiendo
la línea tradicional.
"-Es
que no eran poetas ni siglos de edades revolucionarias; el mundo
no había cambiado, continuaba con ligeras desviaciones la misma
senda. Por eso los poetas creían innecesario variar. Vea usted
en cambio lo que ocurre con la Revolución Francesa y los trastornos
del romanticismo, contra el cual se lanzaron las mismas piedras
que arroja ahora usted contra los vanguardistas.
"-¡No
tanto! Jamás...
"-A
usted le parece, porque está habituado; pero revise las polémicas
de entonces. Además, los cambios que ahora se experimentan en
todo sentido son muchísimo más hondos y van más rápidos que
cuanto entonces podía imaginarse. Los poetas siguen el ritmo
de la época. Es lógico.
"-Pero
usted habla de una vuelta a la naturaleza, a la infancia, a
lo primitivo, y sucede que Neruda es lo más artificioso y artificial,
lo más obscuro y retorcido, lo más hermético. Sus poemas necesitan
clave como los jeroglíficos. Nunca, al menos en los últimos,
da la impresión de sencillez, de frescura y abandono de los
clásicos eternos.
"-Otra
ilusión de usted. Los clásicos le parecen clásicos porque está
acostumbrado a ellos. En su tiempo, innovaron. No serían clásicos
si no la hubieran hecho. Neruda le resulta difícil y tenebroso
porque le falta a usted el hábito de leerlo. Y esto es lo que
prueba su efectiva novedad. Ocurre como en los milagros. Un
milagro es una cosa que ordinariamente no sucede: basta que
suceda de ordinario para que, perdiendo su carácter milagroso,
se vuelva hecho real. Un hombre está a la orilla de un río y
le pide fósforos para encender su cigarrillo a otro que está
en la otra orilla. Saca éste su cajetilla, estira el brazo y,
alargándolo por encima del agua, le pasa el fósforo encendido.
Como esto no ocurre nunca, si ocurriera sería un milagro. Pero
si ocurriera a menudo, dejaría de ser milagro y se diría que
es una propiedad que tienen los brazos de estirarse por encima
de los ríos cuando
"-Faltaría
saber si Neruda puede estirar tanto el brazo y mantener la cerilla
encendida...
"-¿Y
no le llama la atención el incendio que ha provocado en las
juventudes americanas? ¿No ha visto las ediciones de sus libros?
En éste viene la fotografía de una casa que compró en la costa:
la pagó con versos. Una casa de piedra, bien positiva y bien
poética. Como éxito, no creo que pueda discutirse.
"-Consagración
de capillas, consigna política, cenáculos internacionales, epidemia
mental colectiva, contagio... Todo eso pasará.
"-Cuidado.
Esas cosas y otras peores se decían cuando aparecieron otros
revolucionarios que se llamaban Rimbaud y Mallarmé, Cézanne
y Gauguin, Wagner y Stravinsky. Usted está repitiendo la historia.
"-Dejémonos
de historias: la poesía es una cosa bella, una cosa que agrada,
que produce placer. Neruda hace lo contrario: emplea el "feísmo"
y también el "asquerosismo". A mí no me causa placer
alguno. Por el contrario, me repugna, me disgusta, me incomoda.
"-Aquí
vamos a ponernos por fin de acuerdo; porque a mí me sucede exactamente
igual, pero al revés: me gusta muchísimo, me produce un placer
enorme y se lo agradezco tanto más cuanto que los poetas habían
empezado a dejar de gustarme, a punto de que pensaba que la
poesía ya no me gustaba.
"-Si
usted sufre la anormalidad de que no le gusten o hayan dejado
de gustarle los grandes poetas, los consagrados, y en cambio
le gusta más que todos Pablo Neruda, eso no lo autoriza para
declarar a éste gran poeta, supongo.
"-Y
si usted padece la anomalía de que le disguste el ídolo de las
juventudes, un poeta estudiado con reverencia por maestros insignes,
tan influyente sobre las nuevas generaciones que todas se hallan
más o menos teñidas de su color personal y muchos confiesan
que sin él no serían lo que son, eso tampoco, supongo, lo autoriza
a usted para excluirlo de la verdadera poesía y declararlo una
especie de monstruo.
"-La
verdadera poesía es "una alegría para siempre".
"-Sí;
pero no "desde siempre"
"
*
Único
entre los poetas y autores chilenos, Neruda ha poseído hasta
un grado increíble la facultad de transformarse: casi no se
ve nexo entre las distintas personalidades que sucesivamente
ha encarnado.
Señalamos
la primera, tan pura, de "Crepusculario". Vimos la
segunda, caótica, resonante de extrañas músicas, revuelta de
visiones desencadenadas, sombría como un túnel, que culmina
en "Residencia en la Tierra", su obra máxima.
De
pronto, sin previos clarines, descuidadas de toda ceremonia,
ligeras, sonrientes, burlonas, comienzan a salir las "Odas
Elementales". El poeta, abandonando los tonos melancólicos
y las vestiduras un tanto lúgubres, sale a danzar como si descubriera
el mundo, lo canta todo: el aire, el agua, el pasto, las cosas,
las personas, un clavo, un martillo, una mariposa. Lo que venga,
lo que caiga. Y con tanta alegría y soltura de cuerpo como si
nunca hubiera hecho otra cosa o como si, preso de invisibles
potencias, hubiera estado esperando la hora de liberarse para
salir a correr.
Gran
triunfo de los que lamentaban su obscuridad.
Ahora
todo pasa a plena luz y lo que pasa es un torrente.
Porque
en eso también abandona Neruda la tradición chilena: nuestros
poetas no son abundantes. Salvo un majadero que hace mil años
está majadereando, siempre igual, la mayoría exhibe una gran
continencia. Alguno, tras un solo, espléndido volumen, aguardó
la vida entera para dar el otro. Y éste no añadió sino dos o
tres notas diferentes al primero.
Se
han dado muchas explicaciones; se ha dicho que la raza es sobria,
que también lo es la cordillera. ¿De dónde iban a sacar imaginación
los vascos? Por eso hemos escrito tantas historias. No necesitan
fantasía. Los indígenas carecían de dioses, sólo tenían demonios,
y aun no asimilan el vocablo "belleza". En fin, las
teorías no faltan.
No
podían tampoco faltar los que le reprocharan al poeta su metamorfosis,
advirtiéndole que por ahí se iba a la prosa, que ya estaba pisando
terreno prohibido, enterrando los pies.
Él
ha continuado avanzando más y más, se ha atrevido hasta el "Estravagario",
libro para aturdir a los que, se rieron de las "Odas".
¿Lo
habrá leído Ricardo Paseyro?
Es
uno de los grandes adversarios de Pablo Neruda, tal vez su enemigo
número uno. Procura reducirlo a la nada, se burla de sus palabras,
se niega a entender sus bromas. Rápido, inteligente, buen escritor,
ex militante del Partido Comunista, parece que buen poeta, el
año 1958 publicó en México (Asociación Mexicana por la Libertad
de la Cultura) un folleto de setenta páginas que contiene: a)
una diatriba formidable, maciza, exterminadora, contra Neruda;
b) la réplica, mitad de acuerdo, que le dio nuestro Arturo Torres
Rioseco, y c) las dos páginas terribles, no desacertados, en
parte inocentes, que Juan Ramón Jiménez dedicó a Neruda.
Sea
efecto del tono vivo y la argumentación falaz o por las partículas
de razón que en la diatriba andan dispersas, no puede uno sustraerse,
mientras está leyendo, a la impresión de que Paseyro está en
lo cierto y suscribe el repudio total de la poesía nerudiana.
Después
encuentra que es demasiado. Paseyro exagera.
"Veamos
la seudoimagen -dice, pág. 39-, la seudoidea nerudiana. "Jueves,/soy
tu novio". (Dejemos aparte la trivialidad de la expresión,
que no nos mueve estéticamente.) Ninguna probabilidad de verdad
y menos de convicción ante los otros en la relación que Neruda
pretende establecer con el jueves. Alguien podría representarse
plásticamente, idealmente, a Neruda (hombre) novio del jueves
(masculino), amándole con amor de novio? No puede ser ésa una
relación factible.
"Nexo
gratuito, pues, en absoluto irracional, insustantivo; desorbitado,
la libertad del poeta se despeña en vaniloquio de niños o de
mentecatos. Decir: "Jueves
,/ yo te amo,/ soy tu novio",
decir: soy el novio del jueves, pertenece al grupo de fases
tales como "yo soy Napoleón": nada que ver con la
poesía y mucho con la clínica."
Peligrosa
manera de aplicar esa lógica a la poesía, sobre todo la poesía
ultramoderna. ¿Qué dirá entonces de Vicente Huidobro? Sin embargo,
lo adora. Pasemos...
Donde
ya no cabe "pasar" así no más es en el capítulo comunista.
De
"los cuatro grandes", ninguno como Neruda cae tan
indefenso en la red política. D'Halmar perteneció a la izquierda,
pero dentro de su dominio que eran las palabras, en el terreno
de las imágenes; el amor al pueblo le sirvió para hacer bellas
frases, no sin oculto significado. Pedro Prado, terrateniente,
tradicional, de familias coloniales, tan establecido y acomodado,
parece que hubiera debido resistir más; pero la sugestión colectiva
es potente y sólo en parte y a medias se libró. Cuando don Valentín
Brandau quiso echar las bases de una inmensa asociación
anticomunista, una de las primeras sorpresas que disiparon su
sueño fue la frialdad evasiva de Prado. No quería ser "anti"
por principio. Y luego, además, por otro lado, no podía negarse,
había que pensar
Total: cero. La actitud de Gabriela podría
definirse como una fascinación aterrada. Veía comunistas por
todas partes, les suponía talentos sobrenaturales, bajaba la
voz para relatar sus hazañas. El Partido cambiaba a las gentes,
les transformaba el modo de hablar, de mirar; los indiscretos
se volvían hieráticos, los habladores no soltaban palabra. Uno
la sentía en el aire, próxima a caer. Y esto no sólo al último.
Recuerdo una carta, allá por los años 30 ó 31, en que clama
por un puesto para Neruda, pobrísimo entonces y amenazado de
entregarse al "sueldo de Rusia", que es lo peor. Fue
bajo la presidencia de Montero, cuando don Carlos Balmaceda
era Ministro de Relaciones y subsecretario Alfonso Bulnes. Obtuvo
o recuperó Neruda un cargo en el servicio consular; pero eso
nada impidió, porque "nadie escapa a su destino".
Más
grave que esa desgracia de haberse entregado Neruda al comunismo
hallo lo que Paseyro afirma: que Neruda no era para eso, que
no tiene pasta de militante político. Gran verdad. El uniforme
le queda corto. Se resigna, lo viste y habla, perora, acude,
se deja elegir, representa su papel. ¡Qué descanso cuando tira
todo eso, se saca los zapatos, se saca los calcetines, se marcha
completamente desnudo a una playa con su verdadero amor, con
sus amores verdaderos, que son innumerables, desde el insecto
hasta la mujer, pasando por los menudos granos de arena vistos
al sol. Ahí se le ve a sus anchas. Nació para gozar, no para
batirse, para tomar su deleite e invitarnos, para a alegrarnos
la vida, haciéndola más bella. Por eso sus otras voces suenan
falsas y el que tiene oído percibe el esfuerzo, nota la actitud
y, si lo ama, se duele.
Más
confidencial que sus memorias, más íntimo y abierto,
"Estravagario", libro audaz, lo confirma.
Ahí
está él.
Ya
conquistó el mundo y posee cuanto, por un lado u otro, anhelan
todos: poder, bienestar, gloria, honores, una casa aquí,
otra allá, otra más allá; juguetes, colecciones, cuadros, guitarras,
trajes, viajes, pasaportes; todo gracias a unos versos y unos
discursos, con mezcla de proletariado.
Oigámoslo
sonreír de símismo. Se da hasta ese lujo.
Hemos
crecido tanto que ahora
no
saludamos al vecino
y
tantas mujeres nos aman
que
no sabemos cómo hacerlo.
¡Qué
ropas hermosas llevamos!
¡Y
qué importantes opiniones!
¿Cabe
mayor sinceridad? Fuera la máscara, abajo el disfraz. Podemos
decirlo todo y hacer la danza sobre el pedestal. Hable Paseyro
de su incultura, de que no le importan las civilizaciones y
que su concepto de la poesía peca de salvajismo. Él dirá más.
Después de tanto darle vuelta al mundo, le dice adiós a la Ciudad
Luz, al amado París, a la ciudad por excelencia seductora, sabia,
amable y capital; no hay ninguna como ella en el orbe; allí
están todos los libreros y todas las mujeres, están el arte
y la belleza, el placer, la ensoñación y el vino.
Qué
hermoso el Sena, río abundante
con sus árboles cenicientos,
con sus torres y sus agujas.
Y yo ¿qué vengo a hacer aquí?
Todo es más bello que una rosa,
una rosa descabellada,
una rosa desfalleciente
..........
.
No hay tarde más dulce en el mundo.
Todo se recogió a tiempo,
el color brusco, el vago grito,
se quedó sólo en la neblina
y la luz envuelta en los árboles
se puso su vestido verde.
..........................
..
Y yo ¿qué vengo a hacer aquí?
¿Cómo llegué por estos lados?
Tengo
amigos que han llorado al abandonar París. Francia les gustaba
más que Chile, parece que descubrían su aire y respiraban mejor,
habrían querido quedarse allá para siempre. Algunos lo hicieron
y están perdidos en viejas tumbas. A otros los cogió el embrujo
de Italia y aquí son perpetuos desterrados. Los hay enamorados
de Nueva York, donde Gabriela prefirió morir, aunque la llamaba
"la horrible ciudad". Vicente Huidobro escribía en
francés, como Victoria Ocampo, como Mariana Cox: no les convenía
el castellano, necesitaron reaprenderlo. Raspándoles la epidermis,
perdían su nacionalidad, aparecía el extranjero. Francisco Contreras,
Leonardo Pena, se marcharon para no volver. Tal vez nos recordaban;
pero sus pies no se movían. Blest Gana esperó hasta los noventa
años. Todavía no ha regresado.
No
así Neruda.
Aquellos
perros de Calcuta
que ondulaban y que sonaban
todo el día como campanas,
y en Durango, ¿qué anduve haciendo?
¿Para qué me casé en Batavia?
Fui caballero sin castillo,
improcedente pasajero,
persona sin ropa y sin oro,
idiota puro y errante.
¿Qué anduve buscando en Toledo,
en esa pútrida huesera
que tiene sólo cascarones
con fantasmas de medio pelo?
¿Por qué viví en Rangoon de Birmania,
la capital excrementicia
de mis navegantes dolores?
Y que me digan los que saben
qué se me perdió en Veracruz,
por qué estuve cincuenta veces
refregándome y maldiciendo
en esa tutelar estufa
de borrachos y de jazmines.
También estuve en Capri, amando
como los sultanes caídos;
mi corazón reconstruyó
sus camas y sus carreteras;
pero, la verdad, ¿por qué allí?
¿Qué tengo que ver con las islas?
Recuerdo días de Colombo
excesivamente fragantes,
embriagadoramente rojos.
Se perdieron aquellos días
y en el fondo de mi memoria
llueve la lluvia de Carahue.
¿Por qué, por qué tantos caminos,
tantas ciudadelas hostiles?
¿Qué saqué de tantos mercados?
¿Cuál es la flor que yo buscaba?
¿Por qué me moví de mi silla
y me vestí de tempestuoso?
Nadie lo sabe ni lo ignora:
es lo que le pasa a todo el mundo;
se mueve la sombra en la tierra
y el alma del hombre es de sombra,
por eso se mueve.
La
lluvia, las lluvias del sur, la lluvia de Temuco, la lluvia
de Carahue, los interminables aguaceros que acompañaron su infancia
lo obsesionan, no puede sacudirse esa agua caída sobre tantos
años de los que no se olvidan hasta la muerte. Traicionando
lecturas clandestinas de una revista famosa y malquerida, declara
que la lluvia ha sido su "personaje inolvidable".
"La gran lluvia austral que cae como una catarata del Polo,
desde los cielos del Cabo de Hornos hasta la Frontera. En esta
Frontera o Far West de mi patria nací a la vida, a la tierra,
a la poesía y a la lluvia.
"Por
mucho que he caminado me parece que se ha perdido ese arte de
llover que se ejercía como un poder terrible y sutil en mi Araucanía
natal. Llovía meses enteros, años enteros. La lluvia caía en
hilos como largas agujas de vidrio que se rompían en los techos
o llegaban en olas trasparentes contra las ventanas, y cada
casa era una nave que difícilmente llegaba a puerto en aquel
océano de lluvia."
Ya
la habíamos escuchado caer en "el piano de mí infancia".
Aquí suena aún más torrencial, más decisiva: no reconoce influencia
superior. Tal como en la página citada de "Viajes",
en las memorias aparece tiernamente la figura de su padre, el
conductor de trenes:
Aunque
murió hace tantos años
por allí debe andar mi padre
con el poncho lleno de gotas
y la barba color de cuero.
La barba color de cebada
que recorría los ramales,
el corazón del aguacero,
y que alguien se mida conmigo
a tener padre tan errante,
a tener padre tan llovido.
..........
............
mi padre no perdía el tiempo:
sobre el invierno establecía
el sol de sus ferrocarriles.
Yo perdí la lluvia y el viento
¿y qué he ganado?, me pregunto.
La lluvia ya no me conoce.
Pocos
amantes hablan de su amada como Neruda de la lluvia. Mas no
siempre sus reminiscencias de la tierra natal son tan amables.
Hay la casa, la mujer, los amigos, los enemigos; hay los ojos,
los terribles; existen las lenguas agudas y largas
Cómo
cuesta en este planeta
amarnos
con tranquilidad:
todo
el mundo mira las sábanas,
todos
molestan a tu amor.
Y
se cuentan cosas terribles
de
un hombre y una mujer
que
después de muchos trajines
y
muchas consideraciones,
hacen
algo insustituible,
se
acuestan en una sola cama.
Comprende
que no ganará nada con versificar el caso. Al contrario. ¡Qué
cuadro para los ojos indiscretos, qué manjar para las malas
lenguas! Pero los placeres son complicados y uno de sus condimentos
lo pone esta lamentación. El poeta dijo de su juventud: "Fui
solo como un túnel". Pero ahora el túnel pasa lleno de
gente, lo ocupan vagones con pasajeros que no se van nunca.
Es un gran entretenimiento. No podemos vivir sin compañía, hay
que comer con invitados y alimentar las bocas encomiásticas;
así se van los pensamientos tristes, se olvidan las malas jornadas.
Pero...,
¡ay!, que el verso tiene su reverso.
Todos
golpeaban a la puerta
y
se llevaban algo mío,
eran
gente desconocida
que
yo conocía muchísimo,
eran
amigos enemigos
que
esperaban desconocerme.
Abrí
cajones, llené platos,
destapé
versos y botellas:
ellos
masticaban con furia
en
un comedor descubierto.
Registraban
con gran cuidado
los
rincones buscando cosas,
yo
los encontré durmiendo
varios
meses entre mis libros,
mandaban
a la cocinera,
caminaban
en mis asuntos.
Pienso
en Ricardo Paseyro al leer éstas ¿las llamaremos estrofas? calculadas
para darle razón. Paseyro sujetaba el aliento al repetir en
la "Oda a la Poesía": "
tanto anduve contigo/
que te perdí el respeto". Comenta: "Y no se le quema
la mano; la mano sigue, infatigablemente, escribiendo cosas
que llama poemas..."
Pero
continuemos la "estravagaria" confidencia:
Pero
cuando me atormentaron
las
brasas de un amor misterioso,
cuando
por amor y piedad
padecí
dormido y despierto,
la
caravana se rompió,
se
mudaron con sus camellos.
Se
juntaron a maldecirme.
Estos
pintorescamente puros
se
solazaron, reunidos,
buscando
medios con afán
para
matarme de algún modo;
el
puñal propuso una dama,
el
cañón prefirió un valiente,
pero
con nocturno entusiasmo
se
decidieron por la lengua.
Con
intensidad trabajaron,
con
ojos, con boca y con manos.
¿Quién
era yo, quién era ella?
¿Con
qué derecho, y cuándo y cómo?
En
esta crónica de puertas adentro vamos a verlo enfermar y temerle
a la muerte. Tal como se esparcieron hasta oídos distantes sus
disensiones domésticas y el cisma de las amistades, corrió la
noticia de su sentencia. D'Halmar, Gabriela murieron de cáncer.
¿Iba a tocarle a él ahora? Por un momento lo creyó.
Ahora
va de veras dijo
la
Muerte y a mí me parece
que
me miraba, me miraba.
Esto
pasaba en hospitales,
en
corredores agobiados
y
el médico me averiguaba
con
pupilas de periscopio.
Entró
su cabeza en mi boca,
me
rasguñaba la laringe:
allí
tal vez había caído
una
semilla de la muerte.
Su
reacción es netamente infantil, de niño miedoso; y no
la disimula: se niega a irse de este mundo, rehúsa la salvación,
odia el reposo eterno.
En
un principio me hice humo
para
que la cenicienta
pasara
sin reconocerme.
Me
hice el tonto, me hice el delgado,
me
hice el sencillo, el trasparente:
sólo
quería ser ciclista
y
correr donde no estuviera.
Cuando
las fuerzas vuelven, pasado el primer susto, resucita, ensaya
otros medios.
Luego
la ira me invadió
y
dije, Muerte, hija de puta,
¿hasta
cuándo nos interrumpes?
¿No
te basta con tantos huesos?
Voy
a decirte lo que pienso:
no
discriminas, eres sorda
e
inaceptablemente estúpida.
¿Por
qué pareces indagarme?
¿Qué
te pasa con mi esqueleto?
Neruda
es antimetafísico, no lo atraen las vaguedades consoladoras
en que se mecieron D'Halmar, Gabriela, Prado, siempre intranquilos,
pensando, investigando. Tentólo un día la curiosidad y buscó
a los sabios sacerdotes, los acechó cuando salían. Se aburrieron
con sus preguntas. Ellos tampoco sabían mucho, eran sólo administradores.
En la India, junto al río sagrado, interrogó a los enterradores.
Cuando
llegó mi oportunidad
les
largué unas cuantas preguntas,
ellos
me ofrecieron quemarme:
era
todo lo que sabían.
No
le interesan las cuestiones religiosas, no las discute, no se
mezcla en ellas. Tampoco las canta. En el terreno político,
no podía darse el lujo de callar. Necesitaba mezclar su voz
a las demás voces, doblar la rodilla, batir el incienso y rezar
el rosario laudatorio. Le consta como a nadie la vanidad de
esos discursos; pero se trata del repartidor de dones, del monarca
que lleva su corona en los pies, y es preciso besárselos. Hubo
que inspirarse en González Videla, en Pedregal. "El pueblo
le llama Gabriel"... "Vamos todos con Pedregal".
Después, llegó la hora de maldecirlos. Necesitó entonarle himnos
a Stalin y celebrar sus bigotes. ¿Qué no le dijo, qué no le
inventó? Más tarde, el desmentido, la marcha atrás, balbuceos,
silencio. "Inclina la cabeza, fiero sicambro, quema lo
que has adorado
"
*
Largo
es el tiempo transcurrido desde aquel lejano 1923 en que un
muchachito melancólico asomó al balcón volado de mi oficina
para contarme que su libro, su primer libro, aguardaba, prisionero
de los infieles, una oportuna liberación.
La
vieja morada semicolonial ha mucho tiempo que ha desaparecido.
Unos tras otros murieron, alguno dramáticamente, los funcionarios
de aquella repartición administrativa. La oficina misma, transformada,
se ha convertido en una inmensa máquina de orden burocrático,
imponente a la vista.
El
adolescente, delgado y triste, de aquella época es hoy un personaje
gordo y optimista, opulento e importante, capaz de preocupar
al mundo y que lo recorre, cuando le place, sin preocupaciones.
Así
va, dando vueltas, la rueda del azar.
Y
no deja de maravillarme, a veces, verme todavía, en el mismo
punto, en la misma ventana de observación, declarando como testigo
de acontecimientos que ya sólo algunas memorias conservan, próximo
ya, sin duda, al momento de cerrarla.
La
trayectoria de Pablo Neruda lo separó naturalmente de la mía,
aunque siempre seguí con interés su órbita, desde la distancia.
Recibía, a veces, cartas, breves cartas suyas, desde Birmania,
desde Madrid, y sabía de sus luchas y sus triunfos, miraba extenderse
su influjo y agrandarse el eco de sus palabras. Otros me contaban
de su existencia esos detalles que circulan alrededor de las
celebridades, sus ediciones raras, en veinte idiomas, sus residencias
fastuosas, pobladas de rarezas escogidas, una casa con cascada
al pie de un cerro, otra cerca del mar, a la que acudían los
fieles como a un santuario, otra más alta aún, sobre amplio
panorama, dominando el horizonte, todas camino de ser con los
años museos y capillas, como su biblioteca, como sus caracoles.
El
poeta, en verdad, ha sabido administrarse.
La
última vez que lo vi fue en el ascensor de una clínica: íbamos
a visitar a un escritor moribundo. Me presentó ceremoniosamente
a su acompañante Miguel Ángel Asturias. No podía ser menos.
Vestía un suntuoso abrigo y me quedó la impresión de haberme
acercado a una potencia financiera, a un banquero poderoso,
a uno de esos magnates que lo hacen a uno sentirse pequeñito.
Dirigente
de un partido mundial, avasallador, establecido, al mismo tiempo,
sólidamente, en la burguesía capitalista, que ese partido se
propone destruir, ni el presente ni el futuro amenazan la posición
de Neruda, situado en una línea que se puede considerar privilegiada.
Pero
dejemos eso.
¿Qué
es, qué entraña, qué significa el fenómeno Pablo Neruda y cómo
podría definirse su valor literario?
Ricardo
Paseyro afirma con vehemencia que no es nadie, casi nadie, que
apenas existe. Lo considero exagerado. Menos vehemente, Juan
Ramón Jiménez lo consideraba un gran mal poeta.
Yo
los rectificaría diciendo que es un gran poeta de una mala época.
Son,
por lo demás, estas afirmaciones secretos que se guarda el porvenir.
Hay
algo, no obstante, en la incertidumbre del juicio contemporáneo,
un aspecto de Pablo Neruda, como creador, que me impresiona
particularmente y creo difícil discutir. Es la renovación que
ha operado en las imágenes y las palabras. Son bastante raras
las unas, sobre todo en su segunda época, y ha sido necesario
acostumbrarse a ellas para aceptarlas y, aún, entenderlas. Lo
advirtió Amado Alonso. Pero nunca ha buscado ni rebuscado sus
vocablos, que son los más corrientes, los que usa todo el mundo
cada día. La magia está en su colocación y el arte insensible,
milagroso, espontáneo, con que los renueva, alterándolos apenas.
Eso
lo hallo digno de la observación máxima.
Ahí
se encuentra su piedra de toque.
Las
palabras son el átomo primitivo, la célula inicial, el instrumento
de trabajo del escritor. Por ellas se le conoce y siente, ahí
comienza y concluye su mensaje.
Sostiene
Proust, adelantándose a su tiempo, que no servirán de nada al
hombre las visitas a otros planetas ni los viajes cósmicos,
porque siempre llevará consigo las mismas pupilas y verá, en
consecuencia, lo mismo que en la tierra. Nada de eso cambia
efectivamente sus visiones. La realidad no se transforma ni
abre caminos diferentes sino cuando un grande artista surge
y logra descubrir lo que todos miraban sin verlo, cuando, mediante
ciertas palabras, ligeramente sacadas de su sentido rutinario,
rompen la costra de los hábitos mentales y liberan la imaginación,
ensanchan la sensibilidad.
He
ahí la auténtica creación.
El
mundo vuelve a ser creado cada vez que un nuevo artista aparece,
bastante original y fuerte para imponer su estilo.
Que
Pablo Neruda lo ha logrado es un hecho incontrovertible hasta
para sus negadores más obstinados. Llámesele epidemia, ola de
sugestión colectiva, contagio imitativo, como se quiera: ahí
está. Algo había latente en las palabras, es decir, en los seres,
en las cosas, en el espíritu, en la materia, sólo accesibles
al conocimiento racional por mediación de las palabras, algo
oculto palpitaba que, en cuanto él tocó unos resortes, ha salido
a luz.
Se
puede escribir de otra manera que Neruda después de él; pero
no se puede escribir como antes de él. Los demás golpeaban,
a veces con furia, a una determinada puerta. El la abrió. Y
ya no cabe cerrarla.
PARA UN EPISTOLARIO
DE PABLO NERUDA
Como
alta figura dirigente del Partido Comunista, Pablo Neruda me
parece funesto para Chile y debería ser para mí objeto de horror.
Pero
la lógica no gobierna nuestros actos y, menos aún, nuestros
sentimientos. El placer, ese "aumento de vida", la
felicidad que produce una sola impresión de belleza imborrable
bastan a menudo para desequilibrar las más graves balanzas.
Además, hay otra cosa. He atacado por la prensa de una manera
"un tanto feroz" a Pablo Neruda, particularmente cuando
cumplió cincuenta años. El nunca replicó en el mismo tono. Por
el contrario, aprovechando una ocasión solemne, recordó nuestra
antigua amistad. Eso es generoso. No todos reconocen y agradecen
un pequeño servicio, por muy oportuno que fuera, después que
sobre él han pasado tantas aguas de tantos ríos.
Creo
interesante reproducir las antiguas cartas suyas que milagrosamente
he hallado entre miles de papeles. Con una de ellas me envía
los originales, corregidos, de "Farewell".
Alone:
González
Vera me dice que Ud. quiere publicar algo mío en "Zig-Zag".
Gracias. Ahora le envío cuatro poemas. Tres se los mando a Ud.
para que Ud. los lea, sólo para eso. El otro, que se llama Vaso
de Amor, es el que deseo que se publique. Es una razón de
amor propio, porque el Sr. Carlos Acuña no quiso publicarlos
y nada mío saldrá en la revista, por mi voluntad, antes de que
salgan en ella esos versos.
Favor,
Alone, de contestarme si ha recibido esto y qué le parece. Son
de mi libro Poemas de una mujer y de un hombre.
Como
parto mañana a Puerto Saavedra, espero allá su carta.
PABLO
NERUDA
Temuco
5 de Febrero.
* * *
Alone:
tuvo usted bellas frases en esa defensa mía de la poesía. Estoy
alegre de eso, más aún porque el caballero que le escribió -el
Sr. Behnke- es de aquí y me molesta por eso. Aquí ha escrito
en los diarios locales. Con cierto aire de desprecio me trata
de genio divino y otras cosas así... La verdad es que
no merecen nada, ni el silencio. Además yo no creo que no entiendan,
tratan de no entender y engañan.
En
estos días le mandaré mi poema El Hondero Entusiasta.
Contésteme Ud. cuando lo reciba y dígame qué piensa. Ahora principio
a hacer gestiones para publicar en octubre un nuevo libro: Doce
poemas de amor y una canción desesperada. No me hable mal
del título. Son mi obra restante y simultánea a Crepusculario.
Quiero deshacerme luego de ella, no por mala, sino porque
creo que ya dejé atrás todo eso.
Aquí
encontrará una crónica que he escrito para "ZigZag"
con el propósito único de comprar un anillo a mi amiga. Perdone
que la entregue a usted: no quiero andar con C. Acuña. Ojalá
la recomendara. Le estaría agradecido por el anillo que tendrá
una piedra azul y triangular.
Reciba,
mi querido amigo, un saludo de
PABLO
NERUDA
Temuco,
cas. 65.
* * *
Querido
amigo: Aquí le mando un retrato, porque en el "Zig-Zag"
me pidieron con insistencia, deseo que salga: la venta no anda
muy bien.
He
escrito un poco. Tengo El Hondero Entusiasta, le enviaré
una copia, acúseme recibo. Seguirán en libros aparte: La
Mujer del Hondero, La Ciudad del Hondero y La Trompeta
en los Bosques. Poesía grande, pero pequeña delante de la
que pienso. No olvide lo del retrato. Déme noticias suyas.
Le
estrecha las manos,
PABLO
NERUDA
Temuco,
casilla 65.
* * *
Temuco,
5 de marzo de 1922.
Alone:
¡No
sabe Ud. cuánto le agradezco sus palabras! Creo a Ud. un espíritu
en extremo sutil y penetrante, y siempre había creído que eran
estos espíritus los que más lejos estaban de mí. Me da una gran
alegría el saberme entendido por Ud.
He
leído en "Zig-Zag" "El Pueblo". También
le enviaré otros versos, a riesgo de aburrirlo, porque yo escribo
mucho y no sé a quién mostrarle lo que tengo.
Su
amigo
PABLO
NERUDA
Temuco,
casilla 65.
* * *
Alone:
Aquí
van otras cosas. Pero, mire, todo esto, o casi todo, me parece
que no cabe en "Zig-Zag". Si Ud. publicara algo de
lo que me gusta, me daría una gran sensación de amplitud.
Todo
es de mi libro "Poemas de una mujer y un hombre",
aunque los poemas difieren de fecha, notablemente.
Perdón
por la gruesa cantidad de versos y reciba el saludo de
PABLO
NERUDA
Bajo
Imperial, Febrero 23.
Después
del l°
Temuco,
Casilla 65.
* * *
Alone:
Necesito
ir a hablar con Ud. un día de éstos. ¿Quiere decirme día, hora,
y dónde podré encontrarlo? Que tenga Ud. como una hora, porque
pienso leerle unos malos versos.
PABLO
NERUDA
Toesca
2162.
*
* *
(En
la primera página en blanco de la revista "Caballo Verde
Para la Poesía"; Director: Pablo Neruda; Impresores: Concha
Méndez y Manuel Altolaguirre; Madrid, N° 2, Nov. 1935.)
Alone,
aquí tiene esta revista, que quiere traer un nuevo sentido a
nuestra poesía. Maravilloso su artículo sobre esa famosa antología.
Su seriedad y profundidad y su decisión de no evitar
las dificultades han sorprendido y admirado a los españoles.
Me dicen que aquí nadie sería capaz de hacer algo tan bien.
Por mi parte, gracias. Me gusta sobre todo su independencia
casi farouche. No la tienen los que se reclaman de bravíos.
Disponga de mí hasta que nos peleemos de nuevo.
PABLO
NERUDA
Madrid,
16 de Nov. 1935.
en:
Los cuatro grandes de la literatura chilena. Santiago:
Zig-Zag, 1963. pp. 173-235.
________________________________
[1] En el diario
"La Nación".