Neruda comenzó a construirla en 1953, en una ladera del cerro San Cristóbal. Solo fue en sus comiezos un edificio junto a una cascada. El dormitorio, en los altos, tiene una ventana sobre el cerro y la cascada, cuyas aguas, cayendo estrepitosa y alegremente, forman un arroyuelo que corre bajo la casa.

El dormitorio se halla encima de un living con otro ventanal que da a la cascada, una chimenea, sillones confortables, alfombras de cuero de vaca y un pequeño bar, en el hueco de la escalera que une los dos pisos, decorado con una colección de copas de colores, postales siúticas - como decimos los chilenos refiriéndonos a lo cursi- de principios de siglo y una torre de botellones antiguos, regalo del escritor argentino Oliverio Girondo.

De este living se baja a un patio de fisonomía colonial, al que dan el comedor, las dependencias y el cuarto de huéspedes; luego, bajando otra escalera, nos encontramos en la sinuosa callecita Márquez de la Plata.

El comedor, decorado con naturalezas muertas y cuadros de Nemesio Antúnez, tiene dos mesas, redonda la una, alargada la otra, que corresponden a la parte más espaciosa y a la más estrecha del cuarto.

Subiendo por los senderos al aire libre, a cuya vera hay jardines y estanques que abundan en flores resplandecientes, peces de colore y grandes jaulas con loros, dominando esta primera construcción, llegamos a un bar de madera rústica semidescubierto, adornada con un abanico de más postales cursis, un retrato de Walt Whitman y un cartelón político de hace años, muy gracios, con la figura de un chileno candidato a diputado, famoso por un sombrero de alas anchas y su flor en el ojal. Allí hay un viejo carrito marinero, una caja de música antigua, con sus rollos de valses y canciones melancólicas, y junto al bar queda el estudio del poeta: mesa de trabajo, libros, fotografías, chimenea y un caballo de mimbre en un rincón. Una pasarela nos conduce al estudio de Matilde, donde hay un piano y otros instrumentos de música.

La casa Chascona parece una vivienda de hadas, un jardín encantado, colgante, sobre la ciudad. El mismo espíritu que anima el verso de Neruda anima sus casas. Las casas de Neruda prolongan y desbordan  su obra poética. Algunos amigos lo apodan cariñosamente Cheops, el faraón de la IV dinastía que hizo construir la más famosa de las pirámides de Egipto. Neruda mismo busca los materiales para sus pirámides y discurre la ubicación de cada objeto que rastrea afanosamente en cachureos de muchos países. Germán Rodríguez Arias, español que estuvo refugiado en Chile, fue el arquitecto de Isla Negra y de la Chascona. No ha sido fácil levantar estas casas, no sólo por los caprichos del poeta, sino porque a veces hubo que interrumpir las obras a la espera del dinero necesario. Neruda construyó Isla Negra, La Chascona y La Sebastiana, su última casa, con el producto exclusivo del los libros.

Fuente: Margarita aguirre, "Genio y Figura de Pablo Neruda" pp. 225-228.


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