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Casa Central de la Universidad de Chile
Sala Ignacio Domeyko
Avenida Libertador Bernando O´Higgins 1058
7 al 31 de Agosto. Entrada Liberada

 

Discurso del Presidente de la Fundación Neruda,
Don Juan Agustín Figueroa.

 

Hay una hermosa fotografía en esta exposición en donde Pablo Neruda, junto a los muralistas mexicanos Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, firma los primeros ejemplares de la edición especial de Canto General, la noche del 3 de abril de 1950, en la ciudad de México. Rituales y ceremoniosos, alrededor de una mesa iluminada desde su centro por un candelabro, los tres artistas entregaban al mundo aquella ferviente y vasta obra del poeta chileno. Ese documento constituye, a cincuenta años de tan simbólica ceremonia, un testimonio que tiene su historia, su humanidad y su poesía.

Efectivamente, la primera edición de Canto General, especial y limitada a 500 ejemplares, con guardas de Diego Rivera (ilustraciones de un América prehispánica) y David Alfaro Siqueiros (ilustraciones de un América contemporánea), se imprimió en los Talleres Gráficos de la Nación, México D.F. (1950). De esa edición, con el sello de Ediciones Océano (México), se hizo el mismo año una reproducción facsimilar, con tirada de 5.000 ejemplares, en los Talleres de Gráfica Barcino, también de México.

A su vez, en Chile, y casi simultáneamente con la publicación mexicana, una edición clandestina de Canto General, con pie de imprenta ficticio (Imprenta Juárez, Reforma 75, Ciudad de México) y con ilustraciones y viñetas del pintor chileno José Venturelli, burlaba las censuras y desventuras de la época. Y las páginas del magno poema, se abría engrosando los ríos del canto. "Por fin, soy libre adentro de los seres", dice Neruda en un definitorio verso hacia las estrofas finales del soberbio libro. "Libro común de un hombre, pan abierto en esta geografía"; la de su Chile y de su continente americano. Porque Canto General viene a ser, "la primera epopeya moderna fundamentada en una concepción dialéctica de la historia de los pueblos americanos".

El mismo Neruda formula su declaración de principios en torno a este gran texto: "En la soledad y aislamiento en que vivía y asistido por el propósito de dar una gran unidad al mundo que yo quería expresar, escribí mi libro más ferviente y más vasto: el Canto General. Este libro fue la coronación de mi tentativa ambiciosa. Es extenso como un buen fragmento del tiempo y en él hay sombra y luz a la vez, porque yo me proponía que abarcara el espacio mayor en que se mueven, crean, trabajan y perecen las vidas y los pueblos".

En 1950, al publicarse originalmente Canto General, había ya en Neruda una reveladora obra poética que le daba meritoriamente nombre y presencia en la literatura poética del continente y del mundo. Desde su inicial Crepusculario (1923), ese bello libro de desaliento adolescente, a Residencia en la Tierra (1935), que habla de lo cotidiano y que patentiza un singular lenguaje, una manera de escribir que trasciende a la poesía universal y contemporánea. Y desde sus Veinte Poemas de Amor (1924), lírica cumbre y paradigmático del amor, a España en el Corazón (1937), libro tan dramático como veraz, tan descarnado como quemante, sobre la guerra fractricida de España.

Con este último libro -España en el Corazón- Neruda asume su deber de poeta que el mismo llama de "utilidad pública". Es decir, -y de ahí la paradoja- de poeta puro, "porque la poesía tuvo siempre la pureza del agua o del fuego que lavan o queman". El poeta tiene ahora una visión diferente del mundo al entregar su memorable himno a las glorias de un pueblo en la guerra. Así, el mundo ha cambiado y su poesía también ha cambiado. Entonces también nos dirá en su conmovedor "Viaje al Corazón de Quevedo" (1947) "Cuando la tierra florece, el pueblo respira libertad, los poetas cantan y muestran el camino".

Aquel contacto con España, con su alma laceranda, lo había fortificado y madurado. Se entregará a su trabajo literario con más devoción y fuerza. El subjetivismo melancólico de sus poemas de amor o el patetismo doloroso de su "Residencias", tocaban a su fin. Neruda se preguntará, entonces: ¿"Puede la poesía servir a nuestros semejantes? ¿Puede acompañar las luchas de los hombres?". Y se responderá a sí mismo: "Me pareció encontrar una veta enterrada, no bajo las rocas subterráneas, sino bajo las hojas de los libros. Ya había caminado bastante por el terreno de lo irracional y de lo negativo. Debía detenerme y buscar el camino del humanismo, desterrado de la literatura contemporánea, pero enraizado profundamente a las aspiraciones del ser humano. Comencé a trabajar en mi Canto General".

Encontramos otro pensamiento suyo en la misma dirección: "Y ha llegado el momento en que debemos elegir". Lo dice en una actitud de cabal compromiso al clausurar el Congreso de la Paz, celebrado en la ciudad de México en agosto de 1949 y al que asistían intelectuales de todo el mundo. En su discurso Neruda se refirió no sólo a los deberes del escritor frente al peligro de guerra que amenazaba al mundo, sino también condenaba, por "escapista", la tendencia literaria "existencialista", que irrumpía en la literatura de esos días, enjuiciando -incluso- su propia obra anterior a 1936: "Ninguna de aquellas páginas llevaba en sí el metal necesario a las reconstrucciones; ninguno de mis cantos traía la salud y el pan necesario. Y renuncié a ellas".

Neruda asistía a aquel Congreso mexicano después de errar por países de la Europa del Este, y de Francia, muy lejos de Chile, el que en febrero de 1949 dejó atrás al cruzar la cordillera por la región sur del territorio, entre avatares y circunstancias políticas de la época, y después también de haber concluido su ambicioso y épico libro: "Aquí dejo mi Canto General, escrito en la persecución, cantando bajo las alas clandestinas de mi patria".

Desde 1940 Neruda siente, con más fuerza la necesidad de estar cerca de su tierra. Necesita posar en ellas sus pies, sus manos y su oído. Necesita sentir la circulación de sus aguas y de sus sombras. Necesita profundizar sus raíces para buscar las substancias maternas. Este reencuentro con la patria cristalizará en Canto General, que tiene una fecha y un hito referencial: México, 1950. Antes, el año 1945, había sido elegido senador por las provincias de Tarapacá y Antofagasta: "Yo traía la arena, la pampa gris, la luna ancha y hostil de aquellas soledades, la noche del minero", escribirá el poeta en sus días de campaña. O en Punitaqui, escuchando a hombres y mujeres que le llevan flores ("flores pobres de aquella tierra seca") y peticiones: "Hermano Pablo, no hay agua, no ha llovido. Nuestras vacas han muerto arriba en la cordillera". No sólo poesía, entonces. Realidades también, entre el dramatismo y la ternura -"era dura la patria allí como antes"- que irán luego a los versos de su canto en el evocador capítulo de Las Flores de Punitaqui.

Algo soberbio y sobrecogedor ocurrirá a Neruda en 1943. De su regreso de México, el poeta, como llamado por la sierra, se detiene en el Perú para visitar la alta ciudad de piedras escalares. Aquella visión histórica y cósmica quedará para siempre en la vida y en la poesía de Neruda: "Sube conmigo, amor americano. Besa conmigo las piedras secretas".

Ascendimos a caballo, cuenta Neruda, "por entonces no había carretera, y desde lo alto vi las antiguas construcciones de piedra rodeadas por las altísimas cumbres de los Andes verdes. Me sentí infinitamente pequeño en el centro de aquel ombligo de piedra, ombligo de un mundo deshabitado, mundo orgulloso y eminente, al que de algún modo yo pertenecía. Sentí que yo mismo había trabajado allí en alguna etapa lejana cavando surcos, alisando peñascos. Me sentí chileno, peruano, americano. Había encontrado en aquellas alturas difíciles, entre aquellas ruinas gloriosas y dispersas, una profesión de fe para la continuación de mi canto". Palabras fundamentales para la comprensión del proceso de gestación de estas Alturas de Macchu-Picchu, que Neruda escribirá en 1946.

En el verano de 1948, después de un histórico discurso -su Yo acuso- leído en una sesión del Senado, al que se agregaba su escrito-arenga: "Carta íntima para millones de hombres", Neruda es denunciado criminalmente por el gobierno de la época. Es desaforado y se ordena su detención, viviendo desde el 5 de febrero de ese año oculto y prófugo y luego saliendo al exilio. Nos dirá después: "Yo escogí la huida a través de pueblos lluviosos, con la desesperación de salir de ninguna parte y llegar allí mismo". En su morral sólo llevaba los poemas ya escritos de su Canto General y dos libros sobre la geografía y las aves de Chile.

En esa azarosa vida clandestina, Neruda escribiría, texto a texto, gran parte de su canto. Estas reveladoras confesiones lo dicen todo: "Siempre estuve buscando tiempo para escribir el libro. Para escapar a la persecución no podía salir de un cuarto y debía cambiar de sitio muy a menudo. Desde el primer momento comprendí que había llegado la hora de escribir mi libro. Fui estudiando los temas, disponiendo los capítulos y no dejé de escribir sino para cambiar de refugio. En un año y dos meses de esta vida extraña quedó terminado el libro. Era un problema sacar los originales del país. Le hice una hermosa portada en que no estaba mi nombre. Le puse como título falso Risas y Lágrimas, por Benigno Espinoza. En verdad, no le quedaba mal el título".

Y el poeta continúa: "Los capítulos que escribía eran llevados inmediatamente y copiados a máquina. Había el peligro de que si se descubrían se perdieran los originales. Así pudo irse preservando este libro. Me hicieron también una copia especial que pude llevarme en mi viaje. Así crucé la cordillera, a caballo, sin más ropa que la puesta, con mi buen librote y dos botellas de vino en las alforjas".

Así, ese "buen librote", ese libro de título imaginario pero que desbordaba Risas y Lágrimas, iba a ser nada menos que Canto General de Chile, y luego, definitivamente, Canto General: "Muy pronto me sentí complicado -dice Neruda en relación con estas identidades patrias y americanas- porque las raíces de todos los chilenos se extendían debajo de la tierra y salían en otros territorios. O'Higgins tenía raíces con Miranda. Lautaro se emparentaba con Cuauhtemoc. La alfarería de Oaxaca tenía el mismo fulgor negro de las gredas de Chillán".

Dividido en 15 secciones, Canto General es "mi libro más importante", dice Neruda. Desde La Lámpara en la Tierra, capítulo inicial en este comienzo del mundo americano con sus ríos, cordilleras y pampas planetarias, al Yo Soy, hacía las páginas finales, pasando por "los Conquistadores", "los Libertadores", por "la tierra se llama Juan", por "América no invoco tu nombre en vano", por las "Alturas de Macchu-Picchu" y, en fin, capítulos que definen y dan hondura e identidad al amplio panorama de un país y de un continente, en todos los vastos registros del poema. Ahí está el tono lírico, el tono épico, el tono oratorio, el tono íntimo y, por sobre todo, el tono de pluralidad en el "aquí me quedo con palabras y pueblos y caminos, que me esperan de nuevo, y que golpean con sus manos consteladas en mi patria". Así, en Canto General, Neruda entra a convivir con un pueblo que revisa su historia. Y canta a un continente, a un pueblo, a un mundo en su proceso de emancipación.

Canto General canta a Chile con sus volcanes y en sus crepúsculos. Un país y sus conquistadores, el desierto de Atacama, los hombres del nitrato, los pueblos sureños y australes, el sanguinario litre y el radiante laurel de la flora chilena, los pequeños oficios artesanales, los héroes oscuros y anónimos y, en fin, nos entrega una poesía testimonial de un país y de un continente: "Yo estoy aquí para contar la historia. Desde la paz del búfalo hasta las azotadas arenas de la tierra final".

Canto General funda y refunda la realidad poética de un continente. Y él lo dice: "Que aquí busquen la herencia, que en esta líneas dejo como una brasa verde". En su saga se une a Ercilla, de quien dice "Hombre, Ercilla sonoro, oigo el pulso del agua de tu primer amanecer, un frenesí de pájaros y un trueno en el follaje".

Al despedirse Neruda en el poema final nos dice: "Ha nacido (el Canto General) de la ira como una brasa, como los territorios de bosques incendiados, y deseo que continúe como un árbol rojo propagando su clara quemadura. Pero no sólo cólera en sus ramas encontraste: no sólo sus raíces buscaron el dolor sino la fuerza, y fuerza soy de piedra pensativa, alegría de manos congregadas".

Hace hoy 50 años que se escribió este testamento americano. Desde entonces ha transcurrido el medio siglo más turbulento de nuestra historia. Para construir y reconstruir, apoyemos en nuestro glorioso y poético pasado y edificando sobre estos pilares esenciales, proyectémonos, en visión americana, hacia el nuevo milenio.